Cuando tengo que hacer algún trabajo manual, o mecánico, o ante el ordenador, me gusta poner música para que me acompañe y, de paso, hacerme más llevadera la tarea. Con frecuencia recurro a obras menos oídas, desconocidas, o que llevo años sin escuchar, que ya sabemos que nos faltaría vida para dar cuenta de todo lo que hay.
Tenía entre manos las declaraciones trimestrales de Hacienda, vamos, deseando que estaba. Tras los cristales, un día muy nuboso, gris y con lluvia, después de un tiempo casi veraniego, con lo que tenía la cabeza un poco espesa por el cambio de presión tan repentino.
Dibujada la situación, pensé que me iría bien algo de Fauré, a manos de Germaine Thyssens-Valentin, quien fue alumna suya. Al abrir la carpeta del ordenador en busca de contenido, me topé con César Franck y sus Preludio, Coral y Fuga y Preludio, Aria y Final. Hacía demasiado que no los escuchaba por lo que ni me lo pensé. Las grabaciones son de 1954 con sonido inconfundible. Me las prometía muy felices por la versión pero, sin saber el por qué, lo que estaba oyendo me estaba poniendo un poco intranquilo. Antes de que acabara cada movimiento le daba paso al siguiente, algo que no suelo hacer, que a la música hay que darle su tiempo. Pero no, aquello no funcionaba.
Pensé que igual era por eso por lo que Franck había sido relegado al olvido, sacrílego de mí, así que retomé la idea original y seleccioné los Preludios opus 103 de Fauré. La sensación era la misma e iba creciendo: un desasosiego me invadía y estaba seguro de que no podía ser la música, no 'debía' ser la música. No era cuestión de seguir probando con otros autores ni con otras obras. Si uno no está en condiciones, mejor dejarlo para otro momento en que vuelvan las ganas y la normalidad.
Como tuve claro que era mi estado anímico el que flaqueaba, y Hacienda no podía esperar, que no está el horno para bollos, opté por la tangente y abrí la carpeta de música moderna, que también la tengo hasta arriba. Di un rápido vistazo y, sin pensarlo demasiado, elegí un recopilatorio de grandes éxitos de los Eagles. Poco a poco, los temas que sonaban en mi juventud me fueron levantando la moral. Buenas voces, buenas guitarras, buena percusión y música sin demasiadas complejidades: a disfrutar. Prefiero mil veces esto a poner en peligro el repertorio tradicional o a tal o cual intérprete, que a veces no está uno fino y es mejor dejar pasar el mal momento.
Afortunadamente, la tarde se arregló pues dejó de llover y salí a pasear. El aroma a tierra mojada y el dulzor de la vegetación exuberante me invadieron al instante junto a la visión de toda la gama de verdes, blancos y amarillos, colores inmejorables para elevar el espíritu.
Pero lo mejor de todo, sin duda ninguna, fue la compañía. Beatriz tiene ese poder y sólo con estar a su lado todo cambia. La guinda la puso Camila, que trotaba junto a mí sin dejar de mirarme, con las orejas dando botes y la lengua colgando, como si quisiera sonreír.
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miércoles, 23 de abril de 2014
domingo, 23 de marzo de 2014
La Primavera
¡Ay, qué relumbres y olores!
¡Ay, cómo ríen los prados!
¡Ay, qué alboradas se oyen!
ROMANCE POPULAR.
Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa -ya dentro, ya fuera-, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.
(Juan Ramón Jiménez. Platero y Yo. Capítulo XXV, La Primavera).
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