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jueves, 9 de enero de 2014

Sanlúcar de Barrameda

El nombre de esta evocadora y luminosa ciudad, de larga y jugosa historia, lo usó el compositor sevillano Joaquín Turina para una de sus obras pianísticas más difíciles y emblemáticas. La Sonata Pintoresca Sanlúcar de Barrameda vino a mí, como en tantas ocasiones ya, por casualidad.
La partitura la encontré en uno de mis viajes a la capital del reino (como se decía antes), en los que me gustaba aislarme en el Real Musical o en la Unión Musical de la calle Arenal. Primero iba flechado hacia los autores indiscutibles y así seguir completando la biblioteca para, después, con las yemas de los dedos negras de tanto tocar el material (más bien el polvo que lo recubría), investigar por los compositores menos frecuentados. Gracias a este sistema he podido acceder a obras y músicos que hoy me son imprescindibles. Cada vez que podía y tenía un pequeño capital, lo invertía en estas obras que, aunque aún desconocidas por mí, tras recorrer con la vista y el cerebro sus páginas, sabía positivamente que, tarde o temprano, caerían en la 'saca' del repertorio (para esto sirve oír leyendo).
El tamaño de la edición era enorme, con papel del de verdad, incluso algo amarillento. Un poco incómodo pues no cabe en una carpeta normal, pero muy útil para cuando los años comienzan a dejarse notar en la vista.
De repente, un buen día, recibo una petición para un concierto a realizar en un congreso que se celebraba en Cádiz con el lema 'Cádiz y el Mar'. Como buen profesional, me estrujo la cabeza buscando un programa que pueda tener relación con los urbanistas que me iban a escuchar y no se me ocurrió nada mejor que juntar obras cuyo título sirviera de excusa. Imagino que ya estaréis pensando en Albéniz, con las piezas de la Suite Iberia y la Suite Española, pero no me servían para la idea que iba tomando forma. Sólo pude salvar Cuba y la propia Cádiz, pero con esto no tenía ni para empezar. 
Como también quise aprovechar para aumentar mi repertorio, escudriñé otra tanda de partituras sueltas que también había encontrado en Madrid. Eran los Recuerdos de Viaje, de Albéniz, que contenía entre otras Rumores de la Caleta, En la playa  y Puerta de Tierra. Manuel de Falla me prestó su Cubana y su Andaluza. Un muy buen y querido amigo, Salvador Daza, magnífico músico y mejor compositor, me había dedicado su Sonatina del Guadalquivir, que he tocado durante años por toda España, y también aproveché su relación con el tema para incluirla.
Sólo quedaba un poco más para cerrar el programa. Y ahí estaba, en la estantería, sobresaliendo del resto (igual por eso la editaron tan grande). Eran palabras mayores. Aún ni siquiera le había hincado el diente y suponía todo un reto. Dicho y hecho. Sin pensármelo demasiado, presenté mi propuesta que fue aceptada de inmediato. No había más que empezar a estudiar, nada nuevo bajo el sol.
Y ahí comenzó a abrirse ante mis ojos y oídos una música de un nivel superior. Casi nadie la tocaba, por aquello de considerar la música española como de segunda, pero, afortunadamente, la gran Alicia de Larrocha había definido como nadie el camino a seguir.
Me gustaría definir como éxito arrollador mi estreno de esta obra, pero no fue posible. No penséis mal tan pronto. No salió ni bien ni mal, simplemente no salió porque, a la hora del concierto, los organizadores me comunicaron que, como suele ocurrir en todos los congresos, llevaban retraso y me pidieron acortar el programa a la mitad. En una rápida decisión, opté por dejarla para mejor ocasión, ya que no quería que la presentación de este monumento pianístico se hiciese con prisas.
A partir de entonces, creo que es de esas pocas obras que uno puede decir que ha logrado dominar y estrujar sacando la esencia del mejor Turina.

P.S.: no he dejado de pensar en todo el tiempo en el añorado José Manuel de Diego, sanluqueño hasta la médula.

domingo, 26 de agosto de 2012

En primavera

Estaba remoloneando en la cama cuando una brisa fresca, recibida como un regalo, me trajo un recuerdo lejano de luz y olor.
Sevilla (y sus alrededores) es una ciudad que tiene como gran inconveniente el calor sofocante, que se extiende antes y después del propio verano. Esto hace que la primavera sea más corta de lo que marca la ciencia. Y a pesar de esta fama de calor, el invierno, por húmedo, es de un frío que te cala hasta los huesos.
Por esto, durante aproximadamente un mes, entre abril y mayo, se dan las condiciones climáticas para disfrutar de esta capital en su esplendor (parece que escribo un blog de viaje).
A lo que iba (cada vez que tecleo 'iba' se me cruza la 'v', de contento que me tiene el gobierno): tengo una asociación de ideas curiosa que renace cada año por esas fechas. A un cielo limpio y muy azul, con el sol subiendo una cuarta sobre el horizonte, hay que añadir el olor a azahar, inconfundible.

El piano, cercano a la ventana, recibe unos rayos tibios que las manos agradecen. Ya ha pasado el bullicio mañanero de primera hora y la calma doméstica vuelve a las calles. Alguna voz lejana y poco más. Aunque no se echase de menos, el canto de los pájaros parece más alegre, más vitalista. El cuerpo se estimula como si rejuveneciera y una leve euforia crece en el interior.
Me pongo contento. Seguro que hay una explicación química, pero tengo claro que durante ese mes mi organismo da con la fórmula adecuada (igual es porque nací en mayo).
No me preguntéis por qué, pero la música de Debussy, Ravel, Fauré, Albéniz y Turina (igual alguno más) la tengo como banda sonora ideal de esta atmósfera. Música clara y limpia, colorista, renovadora. Cada año me sorprendo revolviendo las partituras para disfrutar de una evocación completa, como si existiese una conexión entre Sevilla y París.
Puede ser que, durante la carrera, éstas fueran las fechas en las que caía este repertorio y la asociación haya venido, inconscientemente, con los años. No lo sé. Pero sí sé que me gusta tocar y oír esas obras transparentes que coinciden en luz con el exterior. No me hace falta que sean las más difíciles, al contrario: la Pavana para una Infanta difunta de Ravel, La fille aux cheveux de lin de Debussy o la 1ª Arabesque, alguna Barcarola de Fauré o su Segunda Sonata de violonchelo y piano, Granada o El Puerto de Albéniz, la Sonata Sanlúcar de Barrameda de Turina... Y muchas, muchas más.

El solo placer de tocar, de sentir, de oír, de respirar, de ver, de oler...
Como el verso de Baudelaire usado por Debussy: Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir, aunque en este caso sería du matin (Los sonidos y las fragancias giran en el aire de 'la mañana').