Nada más llegar a París, a la cita que tenía concertada con Marian Ribycki, las vibraciones no pudieron ser más positivas. Nada de miedo, nada de nervios, nada de tensión. La entrevista estaba siendo de lo más agradable y fructífera, y sólo quedaba un pequeño requisito para que me admitiese en su clase de la École Normale de Musique: tenía que tocar para él, ya que la recomendación que llevaba era muy cariñosa pero podía no tener fundamento.
Dicho y hecho. En su casa, situada justo al lado de la Torre Eiffel, me senté ante uno de sus dos Steinway y comencé con la Segunda Sonata de Chopin. Estaba sintiendo algo desconocido para mí y era la tranquilidad más absoluta a la hora de interpretar lo que fuera para un profesor. Llegué a pensar que podía ser incluso un poco de aturdimiento por el viaje, la emoción, las ganas y todo eso, pero liquidado el primer movimiento, seguí en la misma tónica. Estaba, además, disfrutando.
Le toqué un par de piezas más, de otros estilos y, como no podía ser de otra manera, me acogió con los brazos abiertos. Acto seguido hicimos nuestros planes para cuadrar las agendas (yo iría cada mes a París en vez de residir allí; para eso era ya un poco tarde). Luego me invitó a comer al Bistró de la esquina donde supe pedir pero comprobé que aún tenía lagunas, y grandes, con el francés. El filete de ternera, de aspecto suculento, estaba 'al punto', es decir, rojo sanguinolento tras la vuelta y vuelta. Eso sí, uno está muy bien educado y, lejos de rechazarlo, y gracias a eso mismo, probé una de las carnes más tiernas y sabrosas de toda mi vida.
A lo largo de los meses, en los sucesivos encuentros, además de preparar repertorio nuevo, quise tener una segunda opinión de obras ya trabajadas. Conforme iba conociendo su manera de enseñar y su opinión musical, noté que conjugaba a la perfección el rigor más severo con la libertad más absoluta. Parece contradictorio pero tiene todo el sentido.
La base técnica que permite el discurso musical no podía tener ninguna fisura. Si eso estaba bien, mi opinión la valoraba tanto como si fuese la suya. O sea, que podía tocar tal y como lo sentía, siempre que no cometiese ninguna burrada. Hasta ese momento, el repertorio tenía prácticamente una sola manera de interpretarse, con márgenes muy cerrados, la mayoría de las veces por la diferencia innata a cada pianista, pero bien, lo que se dice bien, sólo estaba el modelo.
Marian me regañaba cariñosamente cada vez que me veía hacer algo que traía impuesto o aprendido de antiguo. Me exigía hacer valer mi manera de sentir. ¿Sabéis lo que es eso? ¡Un profesor de nivel valorando mi manera de tocar el piano y pidiéndome que fuese fiel a ella, es decir, a mí mismo!
Cada vez que salía de las clases necesitaba andar largamente por las calles parisinas (esto sólo lo pongo para dar un poco de envidia). La inseguridad que traía grabada a fuego no tenía sentido. Este hombre sólo me veía cosas buenas y positivas, y todo era posible. Sus comentarios, además, eran precisos y muy valiosos.
Tardé poco tiempo en comprender muchas cosas pero mucho en cambiar el chip cerebral. La educación recibida largamente había dejado una huella imperecedera y la lucha iba a ser larga y constante. No obstante, sentí que la correa que me ataba al pasado se soltaba y quedaba libre. No es lógico que tengamos una preparación tan exhaustiva y no nos consideremos capaces de volar solos.
Así lo entendí, y gracias a mucho esfuerzo y también a estos sabios consejos comprendí que tocar el piano era posible, ya que no hay sólo una única manera, y todos y cada uno de nosotros somos tan valiosos como el que más.
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miércoles, 12 de marzo de 2014
Siempre me quedará París
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miércoles, 12 de febrero de 2014
¿Y tú de quién eres?
En esto del piano pasa un poco como en las familias, como en los pueblos. Cuando tenemos enfrente a un desconocido, la mejor manera que tenemos de saber algo sobre su persona no es preguntarle quién es sino de quién es. De esta forma, al conocer los antecedentes y los ascendentes, como los abuelos, los padres, los hermanos y demás consanguíneos, nos haremos una idea demasiado exacta del ser que tenemos delante.
Creo que todos, en más de una ocasión, hemos sido identificados por referencias, cuando también todos sabemos que un lazo genético no tiene por qué igualar. Lo único para lo que sirve esta actuación es para simplificar, meternos a un grupo de igual apellido en el mismo saco y hacernos cargar con los sambenitos correspondientes a una saga.
Pues como he dicho al comenzar, en el piano ocurre lo mismo. Podemos estar en un concurso, en un concierto, en un intercambio, en unas oposiciones o en medio del desierto. Cuando alguien se acerca a conocer algo más sobre nosotros que nuestra propia música, la primera pregunta, inevitablemente, hará referencia al profesor y al conservatorio.
Esto, en principio, no tiene por qué ser ni malo ni bueno, pero tenemos la costumbre de ser superficiales e ir a lo cómodo, a lo rápido, poniendo automáticamente una etiqueta que igual no queremos tener o que no nos corresponde. Es obvio que, en los casos normales, tras varios años con un mismo profesor, nuestras maneras apunten por imitación al modelo. En esos años, la mera comparación supone un halago.
Con el paso del tiempo, e incluso desde antes, ocurre que comenzamos a sentir que somos únicos, individuos. Nos gusta que desde fuera se empiecen a percibir nuestras características artísticas personales sin que haya una comparación de por medio. Al fin y al cabo, quien está tocando y se ha hartado de estudiar para que la obra suene así somos nosotros y para comparaciones ya sufrimos los discos.
Cuando leemos las notas biográficas en los programas de mano, nos interesa mucho conocer la historia académica del pianista, además de sus movimientos, claro está. Ahora se complica un poco la cosa pues normalmente los nombres que aparecen se cuentan por decenas y no sabe uno si la paella es de carne, pescado o verdura, o de todo a la vez.
Creo que cualquiera que sale a un escenario tiene voz propia ya que los conocimientos han pasado por la digestión de cada estómago (espíritu o cerebro sería más correcto) por lo que el resultado último, evidentemente, tiene sus correspondientes diferencias. Si queréis verlo más claro, sólo hay que mirar a los hermanos dentro de una familia. El parecido físico no nos debe engañar con la personalidad, definida no sólo por las proporciones genéticas, sino por el tamiz diario a que se someten los estímulos externos (extracto de la enciclopedia de la vida diaria).
En fin, que la preguntita dichosa, tan de pueblo y de otros tiempos, parece que sigue anclada en nuestra memoria. Hagamos un mínimo esfuerzo y valoremos a cada persona por sí misma. Yo no tengo por qué escuchar como valor de un alumno que su padre es panadero, por ejemplo. Ni soportar que un alumno cargue con los estigmas de sus profesores. Ni siquiera que la geografía decida si tal o cual conservatorio es superior a otro por el acento o por el idioma.
Pensemos por nosotros mismos, sin más historias.
Creo que todos, en más de una ocasión, hemos sido identificados por referencias, cuando también todos sabemos que un lazo genético no tiene por qué igualar. Lo único para lo que sirve esta actuación es para simplificar, meternos a un grupo de igual apellido en el mismo saco y hacernos cargar con los sambenitos correspondientes a una saga.
Pues como he dicho al comenzar, en el piano ocurre lo mismo. Podemos estar en un concurso, en un concierto, en un intercambio, en unas oposiciones o en medio del desierto. Cuando alguien se acerca a conocer algo más sobre nosotros que nuestra propia música, la primera pregunta, inevitablemente, hará referencia al profesor y al conservatorio.
Esto, en principio, no tiene por qué ser ni malo ni bueno, pero tenemos la costumbre de ser superficiales e ir a lo cómodo, a lo rápido, poniendo automáticamente una etiqueta que igual no queremos tener o que no nos corresponde. Es obvio que, en los casos normales, tras varios años con un mismo profesor, nuestras maneras apunten por imitación al modelo. En esos años, la mera comparación supone un halago.
Con el paso del tiempo, e incluso desde antes, ocurre que comenzamos a sentir que somos únicos, individuos. Nos gusta que desde fuera se empiecen a percibir nuestras características artísticas personales sin que haya una comparación de por medio. Al fin y al cabo, quien está tocando y se ha hartado de estudiar para que la obra suene así somos nosotros y para comparaciones ya sufrimos los discos.
Cuando leemos las notas biográficas en los programas de mano, nos interesa mucho conocer la historia académica del pianista, además de sus movimientos, claro está. Ahora se complica un poco la cosa pues normalmente los nombres que aparecen se cuentan por decenas y no sabe uno si la paella es de carne, pescado o verdura, o de todo a la vez.
Creo que cualquiera que sale a un escenario tiene voz propia ya que los conocimientos han pasado por la digestión de cada estómago (espíritu o cerebro sería más correcto) por lo que el resultado último, evidentemente, tiene sus correspondientes diferencias. Si queréis verlo más claro, sólo hay que mirar a los hermanos dentro de una familia. El parecido físico no nos debe engañar con la personalidad, definida no sólo por las proporciones genéticas, sino por el tamiz diario a que se someten los estímulos externos (extracto de la enciclopedia de la vida diaria).
En fin, que la preguntita dichosa, tan de pueblo y de otros tiempos, parece que sigue anclada en nuestra memoria. Hagamos un mínimo esfuerzo y valoremos a cada persona por sí misma. Yo no tengo por qué escuchar como valor de un alumno que su padre es panadero, por ejemplo. Ni soportar que un alumno cargue con los estigmas de sus profesores. Ni siquiera que la geografía decida si tal o cual conservatorio es superior a otro por el acento o por el idioma.
Pensemos por nosotros mismos, sin más historias.
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domingo, 16 de diciembre de 2012
BWV 846
Por si algún despistado pasa por aquí, aclararé que no estoy vendiendo ninguna moto de gran cilindrada. Esta numeración se corresponde con una de esas pequeñas, y enormes a la vez, obras de arte que Bach nos dejó para el disfrute diario.
En apariencia, muy sencilla de tocar, en esa tonalidad de Do mayor que nos inculcaron desde pequeños que era la más fácil y que con el tiempo descubrimos que era muy engañosa. Creo que todos conocemos varias versiones del Clave bien temperado porque es una colección que se ha grabado bastante bien. Así, numerosos pianistas de renombre la tienen en su discografía.
Me gustaría comentar, muy por encima, algunas de ellas, para ver que esto de tocar el piano, o mejor dicho, interpretar, es muy complejo y admite infinidad de variantes. De paso, dejo constancia de mi total desacuerdo con esas opiniones que dicen ser la única verdad y que tanto abundan.
Podemos comenzar por la de Wanda Landowska, pionera absoluta con su clavecín, preparado o no, que me ha sorprendido positivamente por su tiempo (hacía siglos que no la oía y la tengo en LP), cadencia final incluida.
Sin abandonar el clavecín, podemos saborear la de Gustav Leonhardt, de quien ya comenté que fue un gratísimo descubrimiento. ¿Y ésta de Bob van Asperen? Ya empezamos con las cosas raras.
Rosalyn Tureck está considerada como una gran especialista y, sin embargo, esta versión me da un poco de bajona. Ahora, la escuché en directo en Sevilla allá por los 80 y fue alucinante el manejo de voces que la señora realizó. Impresionante. Un personaje curioso a quien tuve como jurado en el 'Pilar Bayona' de Zaragoza en el 85.
¿Qué hacemos con nuestro querido Glenn Gould? Sin comentarios, que ya los hace él mismo. Pero, oh sorpresa, escuchad al magnífico Grigory Sokolov haciéndole la competencia aunque un poco más rápido (y no os perdáis la Fuga).
Andras Schiff ha dejado dicho que el pianista que no toca a Bach no se puede considerar pianista. Un poco exagerado pero dicho queda y siempre se remueve algo por ahí dentro. Ahí están sus líneas de fraseo. Vosotros mismos.
Angela Hewitt, esa pianista canadiense con tan buenas versiones de Bach, lo ha grabado dos veces en menos de una década. Esta creo que es la segunda, la de 2008 (no encuentro la de 1999 aunque la tengo en mi ordenador).
Al frecuentemente precipitado virtuosismo de Vladimir Ashkenazy (¡quién pudiera!) se opone esta versión pausada.
Y acabo esta lista interminable, por no decir infinita, con la versión que desde que la oí transformó la idea que tenía de Bach al piano, la de Sviatoslav Richter, cualquier cosa.
Bueno, pues a ver quién es el guapo que se atreve ahora a decirnos que esta obra hay que tocarla de una manera concreta (y me refiero, por extensión, a todo el repertorio). ¡Qué grande es la música!
En apariencia, muy sencilla de tocar, en esa tonalidad de Do mayor que nos inculcaron desde pequeños que era la más fácil y que con el tiempo descubrimos que era muy engañosa. Creo que todos conocemos varias versiones del Clave bien temperado porque es una colección que se ha grabado bastante bien. Así, numerosos pianistas de renombre la tienen en su discografía.
Me gustaría comentar, muy por encima, algunas de ellas, para ver que esto de tocar el piano, o mejor dicho, interpretar, es muy complejo y admite infinidad de variantes. De paso, dejo constancia de mi total desacuerdo con esas opiniones que dicen ser la única verdad y que tanto abundan.
Podemos comenzar por la de Wanda Landowska, pionera absoluta con su clavecín, preparado o no, que me ha sorprendido positivamente por su tiempo (hacía siglos que no la oía y la tengo en LP), cadencia final incluida.
Sin abandonar el clavecín, podemos saborear la de Gustav Leonhardt, de quien ya comenté que fue un gratísimo descubrimiento. ¿Y ésta de Bob van Asperen? Ya empezamos con las cosas raras.
Rosalyn Tureck está considerada como una gran especialista y, sin embargo, esta versión me da un poco de bajona. Ahora, la escuché en directo en Sevilla allá por los 80 y fue alucinante el manejo de voces que la señora realizó. Impresionante. Un personaje curioso a quien tuve como jurado en el 'Pilar Bayona' de Zaragoza en el 85.
¿Qué hacemos con nuestro querido Glenn Gould? Sin comentarios, que ya los hace él mismo. Pero, oh sorpresa, escuchad al magnífico Grigory Sokolov haciéndole la competencia aunque un poco más rápido (y no os perdáis la Fuga).
Andras Schiff ha dejado dicho que el pianista que no toca a Bach no se puede considerar pianista. Un poco exagerado pero dicho queda y siempre se remueve algo por ahí dentro. Ahí están sus líneas de fraseo. Vosotros mismos.
Angela Hewitt, esa pianista canadiense con tan buenas versiones de Bach, lo ha grabado dos veces en menos de una década. Esta creo que es la segunda, la de 2008 (no encuentro la de 1999 aunque la tengo en mi ordenador).
Al frecuentemente precipitado virtuosismo de Vladimir Ashkenazy (¡quién pudiera!) se opone esta versión pausada.
Y acabo esta lista interminable, por no decir infinita, con la versión que desde que la oí transformó la idea que tenía de Bach al piano, la de Sviatoslav Richter, cualquier cosa.
Bueno, pues a ver quién es el guapo que se atreve ahora a decirnos que esta obra hay que tocarla de una manera concreta (y me refiero, por extensión, a todo el repertorio). ¡Qué grande es la música!
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