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domingo, 23 de febrero de 2014

Padrinos

Estaba leyendo la biografía de Jacqueline du Pré y no daba crédito: en un momento dado, tras un exitoso concierto, se le acerca una señora (según leo en una página, sería su madrina, Ismena Holland) y le ofrece como regalo un violonchelo, así, por las buenas, pero no un chelo cualquiera, sino el Davidov, que no es otro que el Stradivarius que ahora toca Yo-Yo Ma. Ciencia ficción.
Es lo que me da coraje de las vidas contadas con una buena dosis de edulcorante en sus líneas. Todo parece ocurrir de manera espontánea, por las buenas, y a los demás sólo se nos queda la cara de tontos y la boca abierta. No puedo transcribir el párrafo porque presté el libro a una violonchelista, hará como quince años, y hasta hoy.
Cada vez que me he acercado a cualquier músico de primera fila de esta manera, he intentado aprender de sus pasos. Evidentemente, siempre hay un trabajo descomunal y un tesón sin límites, pero que no me cuenten que por la noche baja de donde sea el hada madrina, le toca con su varita mágica y al día siguiente todo es de color rosa (o dorado). Por supuesto que es gente dotada, músicos excepcionales, pero que desde muy pronto han tenido una senda marcada y han sido llevados de la mano hasta el sitio adecuado.
Tampoco significa que todos lo logren, que seguro que no, pero te cuentan que un buen día estaban fregando el desayuno (por ejemplo) cuando sonó el teléfono y tuvieron que acudir de inmediato al Carnegie Hall porque fulanito se había roto una uña y tenía que cancelar su actuación. Y, factor común a todos, la crítica no sólo los encumbró en una noche sino que descubrieron que le daban mil vueltas al sustituido. Aquí entran pianistas, violinistas, cantantes y todo lo que se os ocurra.
La verdad es que esto pasa en primera división y también en regional en su justa proporción. Yo siempre he pretendido ir por libre porque sé que cualquier prestación reclama, antes o después, su contraprestación. Además, quería saber que si me contrataban era porque gustaba mi manera de tocar y por nada más. Es cierto que circulan muchas leyendas urbanas acerca de la vida detrás del escenario, unas verdaderas y otras no tanto. Si añadimos la costumbre tan arraigada de pensar mal para acertar, ya tenemos el cóctel listo.
De cualquier manera, veo muy bien que, sobre todo al arrancar, alguien pueda venir a echarnos una mano. Es un mundo muy desconocido para cualquier recién licenciado que casi nunca sabe por dónde empezar. A veces, el padrinazgo se limita a orientar, a aconsejar desinteresadamente. Otras, a frenar alguna energía negativa, como puede ser esas ocasiones que en un concurso algún miembro del jurado pretende acaparar para sus alumnos toda la gloria y hay que ponerle freno.
Lo normal es que nosotros estemos estudiando sin parar, preparándonos para darlo todo. Entonces, paso a paso, peldaño a peldaño, iremos ampliando el círculo de actuaciones, sin mirar qué hacen los demás, a nuestro ritmo, según nuestras facultades. Si cumplimos con nuestro trabajo adecuadamente, nuestro nombre irá sonando, nos iremos haciendo un hueco y, un buen día, al volver la vista atrás, 'veremos' la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar. (Machado siempre tan preclaro. Ayer se cumplieron 75 años de su triste y dolorosa muerte).
(Y, por qué no, un abrazo enorme a mi ahijado, que siempre me lee en los pocos segundos que tiene libres). 

miércoles, 10 de julio de 2013

Los discos (II)

A ver si logro explicarme de una manera clara sin perder el hilo, ya que en la entrada anterior acabé rememorando mis compras discográficas cuando en realidad pretendía comentar otros aspectos.
Que hay discos, intérpretes y versiones para todos los gustos quedó demostrado cuando escribí sobre el Preludio y Fuga nº 1, en Do mayor, BWV 846, de J.S. Bach. Pero el tema da para mucho, en eso estaremos de acuerdo, y todos hemos sido partidarios o detractores de tal o cual grabación.
Ya hay una discrepancia grande en cuanto que los hay que reniegan de los registros de estudio, admitiendo sólo las tomas en directo. De éstas alaban la fuerza, la emoción, la transmisión y la verdad, sintiendo que en un estudio de grabación, a base de repetir treinta y cuatro veces determinados compases y pegarlos para que no se note, es imposible que aparezca la música. Entrar en este debate sería igual de estéril que elegir para el verano playa o montaña: al que le gusta sólo una de las dos no habrá manera de convencerlo.
Por eso voy a ir directamente al punto que más me interesa, dando por sentado que la cuestión técnica está superada (algo también discutible). Grabar, editar y distribuir un disco hoy en día es algo no demasiado complicado, lo que nos lleva a un aluvión imposible de abarcar. Pero aún nos queda una reminiscencia en el cerebro de que no hace tanto sólo grababan los mejores. De ahí emana la idea de que si alguien ha grabado un disco, por un simple silogismo (fulanito ha sacado un disco/ un disco sólo se graba en Primera División = fulanito 'juega' en Primera División), ha de ser bueno, como poco.
Por otro lado, casas discográficas (igual debería usar el singular) como Naxos, tienen como meta registrar toda la música del mundo mundial: loable y plausible, aunque nos faltará vida para oírla. Para semejante tarea hay que recurrir a una legión de músicos que estén dispuestos y deseosos de participar. Dios me libre de tirar la primera piedra contra ninguno, faltaría más, al contrario, por fin se abre la puerta a magníficos pianistas que no tendrían nada que hacer en Emi, Sony, Decca, Deutsche Grammophon...
Pero, y ahí viene el 'pero', es posible que hacer una grabación por encargo, de una obra que estudiamos expresamente para dicha grabación, no tengo muy claro que pueda quedar como referencia a seguir. Y aquí enlazo con lo de tomar un disco como referencia para estudiar. A veces me da la impresión que un disco se queda sólo para 'ver' cómo suena una obra, es decir, para oír a alguien que se ha tomado la molestia de estudiarla antes que nosotros, lo que viene a sustituir a la audición más incómoda que deberíamos saber sacar de la lectura de la partitura, que para eso estudiamos durante muchos años Solfeo.
Y en ya demasiadas ocasiones me está ocurriendo con los nuevos discos que salen al mercado, que son lecturas de mucho nivel, de impecable ejecución, de claridad extrema, pero de contenido flojo. Que me dejan indiferente, vamos. Es algo muy similar a lo que me ocurre cuando oigo a esos fabulosos teclistas ganadores de concursos que son incapaces de hacer música ni por equivocación. La mayor decepción viene cuando se repite esta historia con los que se consideran los number one.
Por todo esto (que no sé si ha quedado claro, que ya sabía yo que me iba a liar), cuando nos metemos de cabeza a estudiar una obra, creo que es mejor hacerlo con la partitura. Una audición o dos nos da una idea de por dónde van los tiros, pero el resto debe salir de nosotros. Todo está escrito en la partitura y, si buscamos un intérprete que nos sirva de modelo, el mejor será el que más haya respetado la partitura. Todo lo demás serán aportaciones personales e, incluso, extravagancias.
Así que, lo mejor que podemos hacer con los discos es usarlos como melómanos: sentarnos con los cascos, o tumbarnos, cerrar los ojos, y disfrutar de la música, sólo de la música, dejando fuera la técnica, los dedos y todas las tonterías que nos hacen olvidar que el principio y el fin de todo esto sólo se llama Música.
    

domingo, 19 de mayo de 2013

Tengo talento

No sé si debería seguir citando pasajes de Katherine Pancol pero pienso que vienen que ni pintados para aquellos a los que cierta inseguridad les impide avanzar.

"Se instaló en el balcón de las estrellas. Levantó el rostro hacia el cielo. Localizó la Osa Mayor y Menor, la Cabellera de Berenice, la Flecha y el Delfín, el Cisne y la Jirafa... No había hablado con las estrellas desde hacía mucho tiempo. Empezó por darles las gracias. (...) Escucha papá, escucha...
Me dijo que tenía talento, que iba a escribir un nuevo libro.
Me dijo que conseguiría clavar mi sufrimiento en la cruz y mirarlo de frente.
Me dijo que debía atreverme. Olvidar que mi hermana y mi madre me habían cortado las alas. Me habían reducido a la mínima expresión.
Me dijo que eso se había terminado.
¡Nunca más, nunca más!, prometió mirando a las estrellas por primera vez desde hacía meses.
Soy una escritora, soy una escritora formidable y digna de escribir. Ya no pensaré más que todo el mundo es mejor que yo, más inteligente, más brillante y que yo soy poquita cosa... Voy a escribir otro libro.
Sola. Como escribí Una reina tan humilde. Con mis propias palabras. Mis palabras cotidianas que no se parecen a las de nadie. También me dijo eso. (...)
Porque, mira, papá, si yo no soy capaz de estar orgullosa de mí, ¿quién lo será?
Nadie.
Si no tengo confianza en mí misma, ¿quién tendrá confianza en mí?
Nadie.
Y me pasaré la vida pegándome tortazos...
Pegarse tortazos constantemente no es un objetivo que debamos tener en la vida.
Ya no quiero que me traten de tonta y no quiero considerarme a mí misma como algo insignificante.
Quiero tomarme en serio. Confiar en mí.
Hago la solemne promesa de seguir en pie y avanzar. (...)
Sintió una especie de explosión de alegría interior.
Llovía alegría en su corazón. Oleadas de alegría, torrentes de paz, diluvios de fuerza. Se echó a reír en la oscuridad..."

(Ahora pinchad el enlace y seguid leyendo lentamente, una y otra vez, hasta que acabe la música)

(&)
Tengo talento. Debo atreverme.
Olvidar que me habían cortado las alas.
¡Nunca más! Soy un pianista, soy un pianista formidable y digno de tocar. Ya no pensaré más que todo el mundo es mejor que yo, más inteligente, más brillante y que yo soy poquita cosa...
Solo. Con mi propia música que no se parece a la de nadie. Si no soy capaz de estar orgulloso de mí..., si no tengo confianza en mí mismo..., me pasaré la vida dándome tortazos.
Quiero tomarme en serio. Confiar en mí..., seguir en pie y avanzar.
Llueve alegría en mi corazón. Oleadas de alegría, torrentes de paz, diluvios de fuerza. (Da Capo al &)