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domingo, 23 de marzo de 2014

La Primavera

¡Ay, qué relumbres y olores!
¡Ay, cómo ríen los prados!
¡Ay, qué alboradas se oyen!

ROMANCE POPULAR.

En mi duermevela matinal, me malhumora una endiablada chillería de chiquillos. Por fin, sin poder dormir más, me echo, desesperado, de la cama. Entonces, al mirar el campo por la ventana abierta, me doy cuenta de que los que alborotan son los pájaros.
Salgo al huerto y canto gracias al Dios del día azul. ¡Libre concierto de picos, fresco y sin fin! La golondrina riza, caprichosa, su gorjeo en el pozo; silba el mirlo sobre la naranja caída; de fuego, la oropéndola charla, de chaparro en chaparro; el chamariz ríe larga y menudamente en la cima del eucalipto; y, en el pino grande, los gorriones discuten desaforadamente.
¡Cómo está la mañana! El sol pone en la tierra su alegría de plata y oro; mariposas de cien colores juegan por todas partes, entre las flores, por la casa -ya dentro, ya fuera-, en el manantial. Por doquiera, el campo se abre en estallidos, en crujidos, en un hervidero de vida sana y nueva.
Parece que estuviéramos dentro de un gran panal de luz, que fuese el interior de una inmensa y cálida rosa encendida.

(Juan Ramón Jiménez. Platero y Yo. Capítulo XXV, La Primavera).

miércoles, 2 de octubre de 2013

A través del piano

Puede suceder que una persona crezca con una buena dosis de timidez. Nada raro. Con los años no hay más remedio que superarla o, al menos, controlarla. No podemos pasar la vida retraídos por una falsa percepción de casi todo.
Otro aspecto, que forma parte del carácter de cada uno, es la necesidad de mantener lo que nos pasa a nivel privado. Hay gente que no tiene secretos, que todo lo cuenta, y gente que es más reservada, no como algo negativo sino entendiendo su existencia como algo personal que sólo le incumbe a ellos.
El exceso de lo uno y el extremo de lo otro, sumados, pueden crear una persona huidiza, con pocas relaciones y negada para cualquier manifestación pública. No digo nada si de tocar el piano se trata.
Reflexionando sobre esto, ya comenté que mi carácter fue (y es) más bien tímido aunque, obviamente, bastante controlado. Se limita a un acto mental, como una reacción primaria, y, si acaso, a un primer paso, que nunca se queda sin dar. Buena prueba es mi profesión y, por qué no, este blog. Para quien sepa leer, aquí estoy bastante expuesto y no me pesa en absoluto.
El caso es que me encontraba estudiando ayer por la mañana y, como ya sabéis que la cabeza cuando se concentra está en veinte sitios a la vez, recordé escenas vividas a lo largo de todos estos años, incluida la larga carrera. Me costó mucho llegar a expresarme a través de las teclas. No fue nada fácil. De hecho, creo que tengo un mérito tremendo, así de claro lo digo. Un buen día, como por arte de magia, o porque ya no podía más, harto de sufrir en silencio, logré que algo mío desde el interior saliera en forma de música. Lo recuerdo con tanta nitidez como si fuera ayer y sucedió exactamente en el año 1977, en el mes de octubre. Tenía que tocar en clase el segundo movimiento del KV 466 de Mozart, la obra con la que me estrené en el 75 con orquesta, con sólo trece años. No sé dónde apreté o qué interruptor accioné. Sólo me sigo viendo tocando con mucho afán, haciendo y dominando lo que quería y oyendo lo que salía. Era yo, ése sí era yo. Por fin. Fue como romper un envoltorio que bloqueaba tanta energía.
Desde entonces nada fue igual. No puedo explicarlo con palabras a modo de teoría universal. Ojalá pudiera. Yo soy transparente y en mi cara se puede leer sin dificultad, y eso mismo ocurrió con la música. A través del piano se puede oír lo que siento y cómo me siento.
En su día le di bastantes vueltas pues no acababa de entender cómo había sucedido y por qué no lo había resuelto mucho antes. Es posible que simplemente fuera un proceso de crecimiento, de madurez. La preocupación por que los niños toquen obras de envergadura puede retrasar lo que sólo el tiempo es capaz de dar. Igual deberíamos elegir los programas de una manera más adecuada y no sólo en función de un lucimiento temprano.
Si pensamos que la Música es un Arte, una cosa es tener aptitudes o cualidades y otra, muy distinta, es llegar a expresarse a través de ella. Hacen falta muchos años de esfuerzo para dominar el instrumento, el vehículo a través del cual nos comunicaremos. Pero, una vez conseguido, todo resultará más fácil, más espontáneo, casi natural. Y ni la timidez ni la reserva podrán ensombrecer nuestra creatividad. Toda nuestra fuerza interior, esa que hemos acumulado por no exteriorizar, saldrá vigorosa y resplandeciente. Y el público lo notará, enseguida, nada más poner las manos sobre el teclado.

domingo, 18 de agosto de 2013

Las mismas teclas

En el año 2000 (lo acabo de comprobar), exactamente el 21 de marzo, el pianista Marcus Roberts actuó en Cádiz, en la sala Central Lechera, dentro del ciclo Campus Jazz que organiza la Universidad gaditana, la UCA. Venía con sus dos acompañantes habituales, bajo y batería, esta última tocada por Jason Marsalis, el hermano pequeño del increíble trompetista Wynton Marsalis.
Tuve que asistir, irremediablemente, porque vi en televisión un concierto suyo, en el que interpretaba la Rhapsody in Blue, de Gershwin. La he buscado pero 'sólo' he encontrado esta versión más reciente. Juzgad vosotros mismos.
Siempre me atrajo la música de Jazz, sobre todo la tradicional, la de armonías más clásicas. La contemporánea no me transmite las mismas sensaciones, uno es así. Por desgracia no llegué a estudiarla como es debido, creo que en parte debido a la armonía. Antes no había tantas partituras y se aprendía con la práctica o con alguien al lado que te dirigiera. De hecho tuve un comienzo fugaz con un compañero, Rafael Marinelli, teclista del grupo de rock andaluz Alameda, quien en un descanso de clase comenzó a 'ponerme las manos'. Lo que prometía ser una puerta abierta se cerró de golpe pues coincidió con su éxito como banda y dejó de venir por el conservatorio.
Si nos ponemos a mirar la cantidad de pianistas de Jazz que tocan como verdaderos dioses, la lista es interminable. Casi todos proceden de una formación clásica, pues tocar hay que tocar y no hay truco. Y cuanto mejores son más fondo tienen. Podemos comprobarlo, por ejemplo, con Keith Jarrett, que tiene grabaciones que podemos disfrutar de El Clave bien Temperado, las Variaciones Goldberg o los Preludios y Fugas de Shostakovich, entre otras.
Qué me decís de Bill Evans, otro de los grandes. O de Chick Corea, aquí con Bobby McFerrin, un monstruo. O del francés Claude Bolling, tan ligado a la clásica también. Estos son sólo una pincelada, que tiene que haber miles.
Al final todo es música. Un piano y uno mismo ante él, solos. Pasar horas y horas tocando, buscando, improvisando, recordando. Hay algo mágico que nos atrapa y que nos obliga a sentarnos para acariciar las teclas, da igual lo que toquemos. El caso es pasar el tiempo en compañía de la música, que por eso somos músicos.
Estos pianistas tienen algo que te hace mover manos y pies, sonreír, llevar el ritmo con la cabeza convulsivamente. Y aunque lo hagan parecer muy fácil, cualquiera que sepa ver lo que se traen 'entre manos' comprobará que hay mucho estudio detrás. Cuando se dice que improvisan es después de mucho trabajo, que eso no sale solo.
Aunque sea por curiosidad, echad un vistazo a estos otros pianistas y disfrutadlos. Sin complejos. Aún recuerdo el concierto de Friedrich Gulda en el Teatro Real de Madrid con el público sorprendido porque tocó unas piezas de Chick Corea (¡oh, sacrilegio!).
Él sí que sabe pasarlo bien. Tomemos nota.  

miércoles, 14 de agosto de 2013

Belleza

Hay siempre un momento, en la playa, en el que me quedo extasiado contemplando cómo rompen suavemente las olas en la orilla. Ayer estaba bajo la sombrilla, con el libro de Thomas Mann entre las manos, cuando al levantar un poco la vista me atrapó la espuma blanca. Seguí leyendo. Más tarde, cuando los rayos del sol ya no queman y la luz va llenándose de matices dorados, tras esa breve siesta de la tarde, abrí los ojos desde la toalla para volver a disfrutar de ese sencillo pero mágico espectáculo.
En esa niebla mental, y no me preguntéis por qué, me planteé si la belleza de este momento necesitaba de mi contemplación.
Recordé la sopa primigenia, donde se piensa que tuvo lugar el origen de la vida en la Tierra hará poco más de 3.500 millones de años, con todo su verdor. Y de ahí pasé al constante batir de olas que simultáneamente se producen en todas las costas del planeta. Me quedé visualmente con el que muestran los documentales en la tele de las zonas polares, con el agua color de acero chocando con el hielo o con las rocas negras (he dicho que me estaba despertando de la siesta).
Y de ahí la pregunta: si no contemplamos ese hecho tan repetitivo aunque único cada vez (un amigo biólogo marino especialista en mareas me contó que no hay dos olas iguales), si no estamos delante para apreciar su belleza, ¿deja de ser bello? Las continuas muestras de belleza de la Naturaleza ¿sólo lo son cuando son contempladas? (Esto me huele a Estética pura y dura y con este calor mis sesos no dan para más).
De mirar la orilla a pensar en la Música sólo pasaron dos segundos. ¿Cuándo es bella una obra musical? ¿La Novena Sinfonía de Beethoven sigue siendo una obra sublime a pesar de estar colocada en la estantería en modo partitura? ¿Hasta que no suenan las trompas y los seisillos de semicorcheas en los violines segundos y los violonchelos no podemos dar fe de su belleza? Si la leo en vez de tocarla y la oigo en mi cabeza, ¿es bella? ¿Se necesita de un público que la admire y valore, que la sienta y la disfrute para completar el círculo? (¿es necesario todo esto cuando uno está tumbado en la arena plácidamente?).
La discusión tan antigua de si el pianista (el músico) es el recreador de la obra musical compuesta, o sólo el estricto lector, o más importante que el mismo compositor, es algo que nunca me ha quitado el sueño. Bastante tenía con estudiar para encima plantearme cuál era mi papel. A esto se dedican los que no tocan, los teóricos.
Yo sólo sé que la belleza nos asalta en cualquier momento, inesperadamente. Da igual qué velo la cubra, ya sea Pintura, Música, Literatura, Naturaleza... Entonces tenemos que activar la burbuja que nos aísla del ruido para no perder detalle, para zambullirnos sin miramientos, para perder el control y llegar al éxtasis, para sentirnos personas vivas y plenas.
Si nos perdemos con todos los males que a diario llevan este mundo hacia un destino que no nos gusta, nos quedaremos sin ese balón de oxígeno que nos hace recobrar el sentido de la vida. No estamos en situación de despreciar todos los destellos que continuamente se nos ofrecen al alcance de la mano, pues necesitamos energía estética.
Anoche acabé el día tumbado en la azotea viendo la lluvia de estrellas de las Perseidas. Un auténtico placer.

domingo, 16 de junio de 2013

Madrigal


A la caída de la tarde, cuando la temperatura permite exponerse al sol sin cuidado, Beatriz y yo salimos a dar un largo paseo por el campo que da sentido al pueblo. Sólo basta enfilar la cuesta hacia la iglesia y, en menos de un minuto, desaparecen las casas y la vista se pierde entre verdes y dorados. Pronto será un océano amarillo.
El camino no es liso. Serpentea a capricho de las lindes, sube y baja en suaves olas y penetra en grandes surcos que los siglos han formado. Es allí donde la umbría refresca el cuerpo, donde el aroma reconcilia con la vida, donde la sombra...

"Mírala, Platero. Ha dado, como el caballito del circo por la pista, tres vueltas en redondo por todo el jardín, blanca como la leve ola única de un dulce mar de luz, y ha vuelto a pasar la tapia. Me la figuro en el rosal silvestre que hay del otro lado y casi la veo a través de la cal. Mírala. Ya está aquí otra vez. En realidad, son dos mariposas; una blanca, ella, otra negra, su sombra."

Sin esperarlo, de repente, a cada paso emergían de la nada silvestre pequeños grupos de mariposas blancas. Parecían darnos la bienvenida, alegremente. Las siluetas se dibujaban temblorosas sobre el verde frondoso y los colores de las florecillas.
Como si un mago las llamara a nuestro encuentro, brotaban por decenas, a cientos. La vista adelante, atrás. Un silencioso aletear sobre ramas milimétricas...

"Hay, Platero, bellezas culminantes que en vano pretenden otras ocultar. Como en el rostro tuyo los ojos son el primer encanto, la estrella es el de la noche y la rosa y la mariposa lo son del jardín matinal.
Platero, ¡mira qué bien vuela! ¡Qué regocijo debe ser para ella volar así! Será como es para mí, poeta verdadero, el deleite del verso. Toda se interna en su vuelo, de ella misma a su alma, y se creyera que nada más le importa en el mundo, digo, en el jardín.
Cállate, Platero... Mírala. ¡Qué delicia verla volar así, pura y sin ripio!"

¡Qué regocijo tocar así! Será como es para mí, músico verdadero, el deleite del piano. Todo se interna en mi interpretación, de mí mismo a mi alma, y se creyera que nada más me importa en el mundo. Cállate, Platero... Mírame. ¡Qué delicia verme tocar así, puro y sin ripio!
Hay momentos en la vida en los que todo parece posible. Todo es hermoso, fácil, verdadero. Entonces, desaparecen las nubes de tormenta. No hay miedo. Ni siquiera sabemos que somos felices, lo estamos sin más.

(Madrigal: Capítulo CXXXI de Platero y Yo, de Juan Ramón Jiménez.
Música: Cuaderno de Notas para Platero y Yo, de Alberto González Calderón).

domingo, 13 de enero de 2013

Éxtasis

"Estado del alma enteramente embargada por un intenso sentimiento de admiración, alegría, etc."
Las calles del centro de Sevilla estaban en plena efervescencia debido a las famosas rebajas tras el periodo navideño. A descambiar que se ha dicho. Mi intención era pasear entre el bullicio para, a base de ruido, entretenerme sin más y dejar de pensar. Pero los empujones y la observación del ansia consumista dan para un rato, así que mi otro yo propuso una visita al Museo de Bellas Artes. Gloria bendita.
En total podría haber unos diez visitantes, repartidos por las distintas salas. Nosotros íbamos a tiro hecho, aunque nos desviamos para conocer la exposición temporal dedicada al sevillano José García Ramos, pintor, dibujante, ilustrador y cartelista, de raíz romántica y plenamente costumbrista. Otro desconocido (para mí) de tantos, con una calidad elevadísima.
Decir que conozco de sobra el museo sería un poco osado, entre otras cosas porque se renuevan las obras tirando de los fondos. Esa tarde nos apetecía volver a contemplar los Murillo, que llenan la antigua iglesia de lo que fue el Convento de la Merced Calzada y que pintó para los Capuchinos. Aún tengo fresco en la memoria el concierto que escuché en directo en esta sala a la Academy of St-Martin in the Fields, dirigidos por Iona Brown (que, por cierto, acabo de descubrir que falleció en 2004).
Sólo estaba el vigilante, con su móvil conectado al auricular (los 'oficiales de gestión y servicios comunes' ya no leen, ahora todo lo tienen en su teléfono).
Ni un ruido, ningún grupo con prisas, cero turistas... Ahí delante, para nosotros dos, las paredes repletas de las pinturas de Bartolomé Esteban Murillo. Las he contemplado muchas veces pero debió ser la atmósfera de una tranquila y soleada tarde de invierno la que produjo el milagro. De repente me fue embargando una sensación extraña, difícil de definir. La sola contemplación de tanta obra de arte, el ser consciente de un estado superior, el rendirme ante la grandiosidad de lo creado por un artista. El propio Stendhal lo describió mucho mejor tras su visita a Florencia: "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".
En ese instante entendí, comprendí, que cuando hablamos de Arte como un estado superior del espíritu es verdad. El éxtasis. Pude sentir y visualizar la emoción, casi hipnótica, que produce la presencia de una obra insuperable, y automáticamente lo trasladé a la música, que tantas veces me ha hecho gozar de los mismos sentimientos.
Qué afortunados somos por tener tan cerca y a diario, y como modo de vida, la música. Tenemos que abandonarnos más a menudo al disfrute y al placer de la audición de esas obras imperecederas. Y abandonarnos al tocar e interpretar dichas obras. Muy a menudo, con las prisas, el estrés y la productividad nos olvidamos que nuestro trabajo es a la vez una misión artística. Si despojamos al piano de su vertiente espiritual y lo ceñimos al trabajo mecánico, es probable que algún día nos encontremos buscándole el sentido a pasar horas y horas ante unas teclas que, como digo, únicamente están para servir al Arte. Y nada más.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Pollo con ciruelas

La tarde del día de Navidad me gusta recalar en el sofá y disfrutar de una película en compañía de los míos (en este caso, las mías). Le tocó el turno a una historia ambientada en Irán titulada Poulet aux prunes (Pollo con ciruelas). Era más bien un cuento con algo de realismo mágico, arropado por una música espléndida de Olivier Bernet y Roman Vinuesa, con el violín de Renaud Capuçon, basada en las historietas de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud.
El protagonista es un violinista casado por insistencia de su madre con una profesora de matemáticas a la que no quería, que pasó su vida enamorado de la hija de un relojero que prohibió la boda por tratarse de un músico (a partir de aquí esbozo una leve sonrisa y el estómago empieza a revelarse). Transcribo parte del diálogo, que no tiene desperdicio:
- ¿Cómo se atreve a venir a mi casa a pedir la mano de mi hija? Conozco la pasión pero la realidad de la vida es otra. Usted es músico, por Dios. ¡No tiene dinero! ¿Cómo hará para mantener a mi hija? ¿Ya lo ha pensado?
- Trabajaré, ganaré dinero.
- ¿Con qué medios? ¿Con qué trabajo? ¿Desde cuándo un artista se gana la vida decentemente?
- Señor, la quiero.
- Pues demuéstrelo. Salga de su vida. No le estropee el futuro.

La mirada de Beatriz y su sonrisa espléndida hacen que se normalice mi aparato digestivo. Ya lo dije hace unos días, que no se puede estar tranquilo en ningún sitio pues, cuando menos te lo esperas, te asalta un diálogo conocido.
Previa a esta escena, una voz en off relata que desde la infancia tenía una única pasión, la música. Así que, a los 21 años, su madre lo envió a estudiar con el mejor maestro de la época. A veces el maestro lo desorientaba porque parecía tener ideas terriblemente negativas sobre él:
- No tengo nada que decir de la técnica, es excelente. Pero tu música ¡es una mierda! Cualquier idiota puede tener la técnica, no se trata de eso, se trata de arte, porque gracias a él comprendemos la vida. El instrumento sólo está aquí para hacer brotar la luz. Tus dedos se mueven y salen sonidos, pero están vacíos, es la nada. No hay nada. La vida es un aliento, la vida es un suspiro y debes apoderarte de ese suspiro.
(Tras la negativa del relojero a la boda es cuando comienza a tocar con pasión).

Me parece que voy a tener que cambiar el hábito de ver películas y dedicarme a mirar el cielo desde la azotea disfrutando del vuelo de los pájaros, la formación de las nubes y el trabajo incesante de las cigüeñas.
Contemplemos la vida y vivámosla. Pero no tengo nada claro que del dolor pueda salir el arte verdadero. Siempre se le ha atribuido poderes mágicos a la tragedia, tanto para pintores, músicos y escritores. Yo prefiero que el arte conviva con la felicidad, con el bienestar, con la paz. Lo otro queda muy poético pero el sufrimiento cuanto más escaso mucho mejor. Así que, a vivir y a disfrutar para llegar a ser buenos músicos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Algo de magia


Hay una frase de Mozart que dice así: “Vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas. Y la segunda, sin algo de magia, seguramente no me ocurrirá”.
Estaba a punto de escribir una nueva entrada, desperezándome de una breve siesta, cuando un ángel me la sopló al oído (más bien me la introdujo hasta depositarla en el epicentro de la cabeza). A bote pronto pensé en otra de las frases que más me impactó de este genio, que sólo quería que le quisiesen (no es poco pedir), pero vi el potencial atemporal que encerraba la primera.
Traslademos a nuestros días esas palabras y veremos que la globalización nos ha hecho instalarnos en el primer objetivo, vivir bien. Todo, absolutamente todo, se traduce en dinero. Vivir bien implica una buena casa (o, mejor, varias), coches de gama alta, ropas de diseño, joyas, relojes deslumbrantes (o pelucos)… (no sigo porque me aburre esta enumeración propia de horteras televisivos).
Parece que éste y no otro ha de ser el principal objetivo de nuestras vidas, cuando no el único.
Añadamos los tiempos convulsos que parecen eternos y esta crisis cuyos beneficiarios no están dispuestos a ponerle fin. Con estos ingredientes, lo de la buena vida está un poco más lejos de nuestro alcance. Pero ya nos está diciendo Mozart que no tiene nada que ver con ser felices, que esto necesita de algo de magia para que suceda.
Junto con la frase inicial, el ángel me sopló un añadido en forma de cuento escrito por Milena Agus en el que la felicidad había llegado a los miembros de una familia en forma de pérdida de bienes materiales junto con su mudanza a una parcela de tierra en medio de unos montes que daban al mar. La subsistencia primaria obtenida de la tierra y unas pocas gallinas, la relación pacífica con los vecinos y el alejamiento de la gran ciudad habían significado para estas personas, antes acomodadas y con buen nivel intelectual, el regreso a su camino adecuado.
Hace unos años que me trasladé a vivir a un pequeño pueblo. El mayor inconveniente es justamente el alejarse de todo lo que ofrece una urbe desarrollada, pero nada más. El jardín que disfruto no está en mi casa, sino que son cientos de hectáreas llenas de olivos, girasoles, trigales, flores silvestres, naranjos, eucaliptos, pinos, vides e innumerables hortalizas. Los animales de compañía son los pájaros, las ovejas, los caballos, los perros, las hormigas, las abejas, las mariposas, los grillos, los gatos y todo lo que podáis imaginar.
Si a este escenario le añadimos una ocupación como la nuestra, la música, y si somos receptivos y estamos alertas ante la aparición de algún hecho mágico, es muy probable que sintamos frecuentes momentos de destello luminoso. Pero estoy seguro de que la magia no necesita siquiera de un decorado. Es verdad que ayuda pero no es imprescindible. La magia nos puede llegar cuando menos la esperamos al abrir un libro, al ver una película, en torno a una buena mesa o sentados al piano. La cabeza que tanto nos cuesta dominar es la que tiene que dejarnos disfrutar con total plenitud esos momentos cotidianos que, sumados y acumulados, escribirán nuestra vida.
La magia, la felicidad, suelen llegar de manera inesperada, sin previo aviso. Tenemos que intentar que nuestro espíritu se calme, lograr un estado más o menos estable de serenidad e hilar una sucesión de vivencias, pasadas y presentes, para que el materialismo de este mundo no empañe nuestra sensibilidad y nos haga estar ciegos ante los dones que nos han sido concedidos y que nos rodean.
 
El ángel siempre me recuerda que el dinero no es más que ‘papelitos de colores’, que nos permiten comprar cosas, pero nada más. Lo importante es lo que hagamos con nuestra vida, cómo la rellenemos y con quién la compartamos. Entonces veremos que la magia existe y nos rodea. Entonces, igual comenzamos a vislumbrar la felicidad.