Cada vez que leía la biografía de un compositor o de un intérprete que merecieron que quedara por escrito y que se publicara, e incluso que se tradujera al castellano, lo que no deja de ser un regalo de los dioses a día de hoy, me gustaban en especial los capítulos dedicados a la época estival.
La idea que tenemos es que el verano es para descansar, obviamente, tras un curso apretado. Pero esta gente no paraba. No sé si era por obligación, el precio de la fama, o porque tenían tanto que decir en su interior que aprovechaban justamente esos parones de actividad frenética para retomar ideas antiguas y rematar el trabajo pendiente.
Lo que más me atraía era, por decirlo llanamente, lo bien que se lo montaban. Casi todos tenían amigos influyentes y de posición económica muy elevada, cuando no eran miembros de la aristocracia. Así, las invitaciones al personaje famoso, que siempre emanaban de una profunda admiración, eran habituales y consistían en pasar una buena temporada en las villas de verano, que para eso se construyeron. Allí, las veladas musicales se alargaban hasta altas horas de la madrugada, quedando el resto del día reservado para el descanso y el trabajo creativo.
¿Estáis pensando en Chopin y sus estancias en Nohant junto a George Sand? ¿O en los destinos tan hermosos que Brahms eligió en Suiza, Austria e Italia para trabajar en sus obras a la vez que realizaba grandes excursiones? ¿O la residencia en Echarvines, Francia, de Stravinsky, cerca de los Alpes y junto al lago D'Annecy? ¿O, por qué no, el más cercano pero no por ello menos placentero retiro Sanluqueño de Joaquín Turina?
Podría enumerar muchos más y sólo conseguiría que la envidia me hiciera daño. Un lugar idílico, buena compañía, todas las comodidades, nada que hacer..., y, sin embargo, ahí estaban todos y cada uno de ellos dando vida a tantas obras monumentales que han pasado a formar parte de la historia de la humanidad, es decir, trabajando. Supongo que esto sólo quiere decir que no es incompatible el descanso y el aire puro con la actividad mental. Muchos de ellos ni siquiera habrían tenido necesidad de hacerlo ya que alcanzaron en vida una magnífica posición, pero estoy seguro que no se trataba de eso.
El artista verdadero lo es siempre a pesar de las circunstancias, favorables o desfavorables. Igual también podemos aprender de sus vidas algo que aplicar a la nuestra, a ver si se nos pega algo.
Mostrando entradas con la etiqueta capacidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta capacidad. Mostrar todas las entradas
miércoles, 2 de julio de 2014
Verano (II)
Etiquetas:
aislamiento,
amigos,
artista,
capacidad,
descanso,
disciplina,
energía,
envidia,
ganas,
relajarse,
tiempo,
trabajo,
vacaciones,
verano,
vocación,
voz interior
domingo, 22 de junio de 2014
La edad
Durante mucho tiempo escuchaba a mis mayores decir que la vida pasaba volando, en un santiamén. Yo, incrédulo, me limitaba a constatar que los días, meses y años iban transcurriendo a su debida velocidad, que daban para mucho y que no había que agobiarse, que se podía uno hasta aburrir.
Claro que era así, porque cuando uno es joven cree que lo será para siempre. Y seguían cayendo los años y pensaba para mis adentros que aquello eran exageraciones de adultos, a cuyo mundo me iba incorporando.
Pero, ¡oh dioses!, todo llega en esta vida y, muy a mi pesar, cada vez que tengo que hacer cálculos para recordar la edad que tengo, no doy crédito. Y no hablo de hoy en concreto, sino de hace ya bastante. Lo primero que te empieza a abrumar es el número de años en sí. Las décadas han ido cumpliéndose y, aun cuando la cabeza no esté de acuerdo, con el D.N.I. delante, hay que aceptarlo. Cuando era pequeño o joven, miraba a la gente de mi edad como casi ancianos. Los tiempos han cambiado, y se viste y se piensa de otra manera, pero el número coincide, sin paliativos. Y ya son cincuenta y tres, por si os pica la curiosidad o no lo recordabais, que en alguna entrada lo he mencionado.
Aquí empiezan los picores y los escozores. No se puede vivir comparando, porque entonces te sientes menos que un mosquito, pero uno aspira a hacer las cosas lo mejor posible, aun sin grandes alardes ni soberbia, como algo de justicia: a tanto esfuerzo, tanto resultado. Estos pensamientos me vienen con frecuencia a causa del repertorio. Sé que todos pensamos que nunca es suficiente pues el del piano es infinito e inabarcable. Por muchas obras que toquemos, son más las que no y aquí sí he llegado a la conclusión (la sabiduría de la edad) de que es muy importante elegir pronto y bien el grueso de autores y partituras que queremos estudiar. Además de que la cabeza se va endureciendo imperceptiblemente para estos menesteres del estudio, la vida misma, con sus obligaciones, ocupaciones y distracciones, nos va restando tiempo y energía, modificando las reglas del juego, es decir, que no podemos pensar que siempre tendremos las mismas condiciones óptimas que cuando éramos indocumentados.
La manera más fácil de realizar la comprobación es comparar cualquier año de estudiante con cualquiera de adulto. Por muchas horas de obligado cumplimiento que tuviésemos años ha, nada comparable con la abrumadora densidad que la responsabilidad acarrea, incluso habiendo sido juicioso en exceso desde la pubertad.
Ahora tengo la certeza de que habrá obras que nunca tocaré. Muchas no me pesan porque, por un motivo o por otro, no acabaron de convencerme o de motivarme. Pero aquellas que se han quedado en la lista de espera, que de vez en cuando intento que pasen de la estantería al piano, y que una y otra vez requieren de un aplazamiento forzoso, comienzan a dolerme. Porque los años, que pensé que no pasarían tan rápidamente, lo han hecho y, mucho me temo, lo seguirán haciendo. Con un simple cálculo es fácil conocer el futuro.
O no. Que eso es lo mágico de seguir viviendo, que nunca sabes lo que te depara el destino y que igual, cuando parece que todo es declive, te regalan un paréntesis, una prórroga tan larga como uno sea capaz de estirar, y se encuentra el oasis del que disfrutar por pleno derecho.
Claro que era así, porque cuando uno es joven cree que lo será para siempre. Y seguían cayendo los años y pensaba para mis adentros que aquello eran exageraciones de adultos, a cuyo mundo me iba incorporando.
Pero, ¡oh dioses!, todo llega en esta vida y, muy a mi pesar, cada vez que tengo que hacer cálculos para recordar la edad que tengo, no doy crédito. Y no hablo de hoy en concreto, sino de hace ya bastante. Lo primero que te empieza a abrumar es el número de años en sí. Las décadas han ido cumpliéndose y, aun cuando la cabeza no esté de acuerdo, con el D.N.I. delante, hay que aceptarlo. Cuando era pequeño o joven, miraba a la gente de mi edad como casi ancianos. Los tiempos han cambiado, y se viste y se piensa de otra manera, pero el número coincide, sin paliativos. Y ya son cincuenta y tres, por si os pica la curiosidad o no lo recordabais, que en alguna entrada lo he mencionado.
Aquí empiezan los picores y los escozores. No se puede vivir comparando, porque entonces te sientes menos que un mosquito, pero uno aspira a hacer las cosas lo mejor posible, aun sin grandes alardes ni soberbia, como algo de justicia: a tanto esfuerzo, tanto resultado. Estos pensamientos me vienen con frecuencia a causa del repertorio. Sé que todos pensamos que nunca es suficiente pues el del piano es infinito e inabarcable. Por muchas obras que toquemos, son más las que no y aquí sí he llegado a la conclusión (la sabiduría de la edad) de que es muy importante elegir pronto y bien el grueso de autores y partituras que queremos estudiar. Además de que la cabeza se va endureciendo imperceptiblemente para estos menesteres del estudio, la vida misma, con sus obligaciones, ocupaciones y distracciones, nos va restando tiempo y energía, modificando las reglas del juego, es decir, que no podemos pensar que siempre tendremos las mismas condiciones óptimas que cuando éramos indocumentados.
La manera más fácil de realizar la comprobación es comparar cualquier año de estudiante con cualquiera de adulto. Por muchas horas de obligado cumplimiento que tuviésemos años ha, nada comparable con la abrumadora densidad que la responsabilidad acarrea, incluso habiendo sido juicioso en exceso desde la pubertad.
Ahora tengo la certeza de que habrá obras que nunca tocaré. Muchas no me pesan porque, por un motivo o por otro, no acabaron de convencerme o de motivarme. Pero aquellas que se han quedado en la lista de espera, que de vez en cuando intento que pasen de la estantería al piano, y que una y otra vez requieren de un aplazamiento forzoso, comienzan a dolerme. Porque los años, que pensé que no pasarían tan rápidamente, lo han hecho y, mucho me temo, lo seguirán haciendo. Con un simple cálculo es fácil conocer el futuro.
O no. Que eso es lo mágico de seguir viviendo, que nunca sabes lo que te depara el destino y que igual, cuando parece que todo es declive, te regalan un paréntesis, una prórroga tan larga como uno sea capaz de estirar, y se encuentra el oasis del que disfrutar por pleno derecho.
Etiquetas:
aciertos,
capacidad,
carrera,
certeza,
crecimiento,
energía,
estudio,
futuro,
ganas,
generación,
ilusión,
Imprevisto,
objetivo,
partitura,
relatividad,
repertorio,
ruta,
tiempo,
vivir
domingo, 15 de junio de 2014
Suite Francesa
"La anciana caminaba rápida y silenciosamente por la habitación. 'De nada sirve cerrar los ojos -murmuraba-. Lucile está a punto de arrojarse a los brazos de ese alemán'. (...) Cuando por fin todo dormía en la casa, hacía lo que ella llamaba 'su ronda'. En esas ocasiones no se le escapaba nada. (...) A menudo, oía las notas del piano y la voz, muy baja y muy suave, del alemán, que canturreaba o acompañaba una frase musical. Ese piano... ¿Cómo puede gustarles la música? Cada nota le martilleaba los nervios y le arrancaba un gemido. Antes que eso, prefería sus largas conversaciones, cuyo débil eco conseguía captar asomándose a la ventana, justo encima de la del despacho, que dejaban abierta durante esas hermosas noches de verano. Prefería incluso los silencios que se hacían entre ellos o la risa de Lucile (¡reír, teniendo al marido prisionero! ¡Desvergonzada, mujerzuela, alma vil!). Cualquier cosa era preferible a la música, porque sólo la música es capaz de abolir las diferencias de idioma o costumbres de dos seres humanos y tocar algo indestructible en su interior".
(Suite francesa. Irène Némirovsky. Ediciones Salamandra).
Cada vez que descubro en un libro un pasaje dedicado a la música y al piano, no dejo de sorprenderme por la variedad de definiciones y de los efectos que son capaces de llegar a producir. En este caso, me gusta la idea de pecado, no tan lejana ni ajena.
La escritora demuestra una cultura musical exquisita pues, en unas notas también publicadas, esboza la música de Beethoven que elegiría para el movimiento Adagio de esta Suite, que sería el de la Sonata opus 106, la variación XX de las Diabelli y el Benedictus de la Missa Solemnis.
Además, he descubierto a una mujer de una inteligencia absoluta. La claridad de pensamiento y la precisión con la que describe al género humano, en este caso, durante la invasión alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, me ha quitado el sueño en no pocas ocasiones. A menudo he sonreído con admiración al leer sus soluciones a situaciones trágicas concretas, como si un Deus ex Machina un poco particular se encargara de repartir justicia. Ése que fue injusto e implacable con ella al no impedir su muerte a los treinta y nueve años de edad en el campo de exterminio nazi de Auschwitz.
"Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y a las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo".
Sin comentarios.
(Suite francesa. Irène Némirovsky. Ediciones Salamandra).
Cada vez que descubro en un libro un pasaje dedicado a la música y al piano, no dejo de sorprenderme por la variedad de definiciones y de los efectos que son capaces de llegar a producir. En este caso, me gusta la idea de pecado, no tan lejana ni ajena.
La escritora demuestra una cultura musical exquisita pues, en unas notas también publicadas, esboza la música de Beethoven que elegiría para el movimiento Adagio de esta Suite, que sería el de la Sonata opus 106, la variación XX de las Diabelli y el Benedictus de la Missa Solemnis.
Además, he descubierto a una mujer de una inteligencia absoluta. La claridad de pensamiento y la precisión con la que describe al género humano, en este caso, durante la invasión alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, me ha quitado el sueño en no pocas ocasiones. A menudo he sonreído con admiración al leer sus soluciones a situaciones trágicas concretas, como si un Deus ex Machina un poco particular se encargara de repartir justicia. Ése que fue injusto e implacable con ella al no impedir su muerte a los treinta y nueve años de edad en el campo de exterminio nazi de Auschwitz.
"Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y a las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo".
Sin comentarios.
domingo, 18 de mayo de 2014
Fuerza
Me dirigía en coche a comprar comida para Camila al pueblo de al lado, que ella no come cualquier cosa a sus seis meses y veintisiete kilitos, y, como suelo acostumbrar, sintonicé Radio Clásica a ver qué se cocía por ahí.
Cuando suena un piano, me gusta jugar a intentar adivinar los mayores datos posibles del intérprete, incluso su nombre, lo que ya es para matrícula de honor. Hace mucho que sea una grabación en directo o en estudio, ya que en la primera no hay tanto artificio. No voy a alardear de mis cualidades adivinatorias, pero hasta yo mismo me sorprendo a menudo. Intento poner edad, cara, nacionalidad, escuela pianística, época de la grabación (el año no), tipo de sala, dedicación exclusiva..., y cosas por el estilo.
No me avergüenzo al reconocer que también tengo que intentar descubrir a menudo la obra que están interpretando, logrando estrechar el círculo casi hasta hacer diana. En fin, cosas que tiene uno mientras oye la música.
Pero bueno, a lo que voy no es tanto a los jueguecitos de viejo sino a lo que estaba oyendo ese día concreto. Sonaba la Tercera Sonata de Prokofiev, con la que en su día batallé hasta que nos hicimos amigos. Ya por los detalles intuí a alguien muy dotado y muy joven, con un futuro garantizado y, de momento, muy obediente hacia sus profesores (esto es como echar las cartas). No puedo explicar cómo lo sé, pero las aclaraciones de la locutora y la lectura de su intensa biografía me dieron la razón.
Conforme iba escuchando, notaba leves fluctuaciones de sonido, quizás imperceptibles si no se ha tocado la obra. Este Prokofiev nos ha dejado una buena caja de regalos envenenados: cuando abres una partitura suya la ves tan clarita, que no piensas que vas a derramar sangre para llegar a buen término. Cada vez que el joven pianista tenía que 'pegarle' al teclado, ya sabéis, esas demostraciones de fuerza y vigor tan característicos y que tanto contrastan con los momentos dulces y melódicos, se oía una masa sonora fuerte, sí, pero poco definida. O sea, el trallazo lo pegaba, pero no se distinguían los distintos planos, con lo que, desde mi modesta opinión, la interpretación se veía perjudicada en beneficio de la demostración externa cara a un público encantado.
He contemplado muchos pianistas que, con una apabullante agilidad en sus dedos, se venían abajo ante un piano gran cola cuyo teclado pesaba un poco más de lo normal. Y quiero pensar que es más un problema del instrumento que del músico. Lo que ocurre es que ya sabemos de antemano que vamos tener que lidiar con lo que nos echen, que todos tenemos un piano ideal en la cabeza y siempre nos estrellamos con la realidad.
Igual estaría bien que durante la carrera nos dieran algunos consejos (no voy a decir trucos) con los que abordar estos problemas. Seguro que cada uno ha ido elaborando a su manera la forma de salir del aprieto, pero quizás sea todo más sencillo. Quizás un comienzo sea (independientemente de haber estudiado in situ) no intentar tocar como siempre, de una sola manera, sino adaptando mínimamente esos pequeños momentos en los que vamos a sudar un poco más, para que no desentonen con el resto. No podemos coger un tempo y frenarlo porque llegan unas escalas en terceras, por ejemplo, o unos acordes llenos de notas que nos cansan. Así que, como conocemos los escollos, sólo tenemos que preparar el terreno con la suficiente antelación para que sea tan gradual que nadie lo note.
La juventud no es la mejor consejera para medir las fuerzas, de ahí los habituales excesos de velocidad y salidas en las curvas, pero el tiempo y la experiencia nos van aconsejando sabiamente y nos hacen crecer como pianistas y como músicos, eso sí, siempre que estemos en activo. Pero no vayamos a pensar que por cumplir años las interpretaciones van a perder ímpetu y vigor, en absoluto, es sólo un pequeño matiz que va a lograr que el todo resulte redondo aunque tengamos un piano en contra.
Cuando suena un piano, me gusta jugar a intentar adivinar los mayores datos posibles del intérprete, incluso su nombre, lo que ya es para matrícula de honor. Hace mucho que sea una grabación en directo o en estudio, ya que en la primera no hay tanto artificio. No voy a alardear de mis cualidades adivinatorias, pero hasta yo mismo me sorprendo a menudo. Intento poner edad, cara, nacionalidad, escuela pianística, época de la grabación (el año no), tipo de sala, dedicación exclusiva..., y cosas por el estilo.
No me avergüenzo al reconocer que también tengo que intentar descubrir a menudo la obra que están interpretando, logrando estrechar el círculo casi hasta hacer diana. En fin, cosas que tiene uno mientras oye la música.
Pero bueno, a lo que voy no es tanto a los jueguecitos de viejo sino a lo que estaba oyendo ese día concreto. Sonaba la Tercera Sonata de Prokofiev, con la que en su día batallé hasta que nos hicimos amigos. Ya por los detalles intuí a alguien muy dotado y muy joven, con un futuro garantizado y, de momento, muy obediente hacia sus profesores (esto es como echar las cartas). No puedo explicar cómo lo sé, pero las aclaraciones de la locutora y la lectura de su intensa biografía me dieron la razón.
Conforme iba escuchando, notaba leves fluctuaciones de sonido, quizás imperceptibles si no se ha tocado la obra. Este Prokofiev nos ha dejado una buena caja de regalos envenenados: cuando abres una partitura suya la ves tan clarita, que no piensas que vas a derramar sangre para llegar a buen término. Cada vez que el joven pianista tenía que 'pegarle' al teclado, ya sabéis, esas demostraciones de fuerza y vigor tan característicos y que tanto contrastan con los momentos dulces y melódicos, se oía una masa sonora fuerte, sí, pero poco definida. O sea, el trallazo lo pegaba, pero no se distinguían los distintos planos, con lo que, desde mi modesta opinión, la interpretación se veía perjudicada en beneficio de la demostración externa cara a un público encantado.
He contemplado muchos pianistas que, con una apabullante agilidad en sus dedos, se venían abajo ante un piano gran cola cuyo teclado pesaba un poco más de lo normal. Y quiero pensar que es más un problema del instrumento que del músico. Lo que ocurre es que ya sabemos de antemano que vamos tener que lidiar con lo que nos echen, que todos tenemos un piano ideal en la cabeza y siempre nos estrellamos con la realidad.
Igual estaría bien que durante la carrera nos dieran algunos consejos (no voy a decir trucos) con los que abordar estos problemas. Seguro que cada uno ha ido elaborando a su manera la forma de salir del aprieto, pero quizás sea todo más sencillo. Quizás un comienzo sea (independientemente de haber estudiado in situ) no intentar tocar como siempre, de una sola manera, sino adaptando mínimamente esos pequeños momentos en los que vamos a sudar un poco más, para que no desentonen con el resto. No podemos coger un tempo y frenarlo porque llegan unas escalas en terceras, por ejemplo, o unos acordes llenos de notas que nos cansan. Así que, como conocemos los escollos, sólo tenemos que preparar el terreno con la suficiente antelación para que sea tan gradual que nadie lo note.
La juventud no es la mejor consejera para medir las fuerzas, de ahí los habituales excesos de velocidad y salidas en las curvas, pero el tiempo y la experiencia nos van aconsejando sabiamente y nos hacen crecer como pianistas y como músicos, eso sí, siempre que estemos en activo. Pero no vayamos a pensar que por cumplir años las interpretaciones van a perder ímpetu y vigor, en absoluto, es sólo un pequeño matiz que va a lograr que el todo resulte redondo aunque tengamos un piano en contra.
Etiquetas:
aciertos,
Camila,
capacidad,
crecimiento,
dosificar,
energía,
Imprevisto,
Intérprete,
piano de cola,
Prokofiev,
público
domingo, 16 de marzo de 2014
Juego limpio
Creo que nunca he sabido hacer trampas porque, en definitiva, me las habría hecho a mí mismo, y ya sabemos lo difícil que es engañarse. Podremos mantener el tipo y disimular, pero nuestra cabecita siempre nos dirá la verdad en cada momento.
Por eso me gusta que haya unas regla de juego, para que, al compartir con otros cualquier actividad, no existan los equívocos. Quiero que las cartas estén sobre la mesa, que se compita en buena lid y que se disfrute independientemente al ganador.
Esto viene como introducción a los comportamientos que en ocasiones tenemos de manera inconsciente o, mucho peor, consciente. No es de recibo hacer trampas, nunca, sobre todo si aireamos medias verdades o medias mentiras, según se mire.
Las relaciones humanas son complicadas y es posible que no podamos vivir del todo relajados, que siempre nos puede venir el dardo por donde menos lo esperamos. En concreto, la relación que se establece en la enseñanza del piano, tan individual, tan personalizada, suele venir acompañada de distintas etapas que, como en el amor, sólo una delgada línea las separa del odio.
Es importante valorar aspectos como la edad, la sensibilidad, la fortaleza, la inteligencia, entre otros, para definir con exactitud el entramado emocional inherente a nuestro aprendizaje. Suele darse una entrega ciega del alumno hacia el profesor, acompañada de una idealización tan grande, que más que a un maestro veremos delante a un dios. Así, cada comentario que de su boca salga será interpretado al pie de la letra, lo que nos llenará de felicidad cuando es positivo y nos frustrará sobremanera cuando contenga alguna sombra.
Creo que, con el tiempo, vamos normalizando porque las ideas y apreciaciones de quien nos guía se van convirtiendo en repetitivas, lo que redunda en afianzar nuestra entendimiento del piano. De ahí que mantengamos las maneras por muchos años, incluso por siempre. Y cuando, llegado el día, como cualquier ser vivo, nos entren las ganas de alzar el vuelo, el buen profesor debe saber soltar y estar orgulloso de lo que ha ayudado a crecer y convertirse en pianista casi de la nada.
Quizás sea esto un muy breve resumen de lo que ojalá fuera norma. Pero no me gusta cuando de una parte o de otra se enturbia la relación porque malinterpretamos el lenguaje, verbal o corporal, y salimos corriendo a dar cuartos al pregonero para hacer pandilla. Si hay malentendidos hay que solucionarlos entre los implicados, cara a cara, inmediatamente. Si nos da un arrebato, tenemos que controlar la ira y la maledicencia, que después es muy difícil reparar el daño. Si queremos camuflar la impotencia de no dar la talla, por el motivo que sea pero es un problema nuestro, no está bien ir contando por ahí el infierno que nos están haciendo pasar sin antes haber meditado un poco las razones verdaderas.
Soy inflexible en cuanto a la responsabilidad que adquiere un profesor por el material que tiene en sus manos, sensible y de calidad, pero lo soy mucho más cuando un alumno pone en marcha el 'ventilador' para manchar una labor larga, dura y muchas veces ingrata, por una pataleta infantiloide incompatible con la madurez y el crecimiento.
Las reglas del juego son claras y sólo queda practicarlo con limpieza. Todo lo demás son fullerías que no sirven para nada.
Por eso me gusta que haya unas regla de juego, para que, al compartir con otros cualquier actividad, no existan los equívocos. Quiero que las cartas estén sobre la mesa, que se compita en buena lid y que se disfrute independientemente al ganador.
Esto viene como introducción a los comportamientos que en ocasiones tenemos de manera inconsciente o, mucho peor, consciente. No es de recibo hacer trampas, nunca, sobre todo si aireamos medias verdades o medias mentiras, según se mire.
Las relaciones humanas son complicadas y es posible que no podamos vivir del todo relajados, que siempre nos puede venir el dardo por donde menos lo esperamos. En concreto, la relación que se establece en la enseñanza del piano, tan individual, tan personalizada, suele venir acompañada de distintas etapas que, como en el amor, sólo una delgada línea las separa del odio.
Es importante valorar aspectos como la edad, la sensibilidad, la fortaleza, la inteligencia, entre otros, para definir con exactitud el entramado emocional inherente a nuestro aprendizaje. Suele darse una entrega ciega del alumno hacia el profesor, acompañada de una idealización tan grande, que más que a un maestro veremos delante a un dios. Así, cada comentario que de su boca salga será interpretado al pie de la letra, lo que nos llenará de felicidad cuando es positivo y nos frustrará sobremanera cuando contenga alguna sombra.
Creo que, con el tiempo, vamos normalizando porque las ideas y apreciaciones de quien nos guía se van convirtiendo en repetitivas, lo que redunda en afianzar nuestra entendimiento del piano. De ahí que mantengamos las maneras por muchos años, incluso por siempre. Y cuando, llegado el día, como cualquier ser vivo, nos entren las ganas de alzar el vuelo, el buen profesor debe saber soltar y estar orgulloso de lo que ha ayudado a crecer y convertirse en pianista casi de la nada.
Quizás sea esto un muy breve resumen de lo que ojalá fuera norma. Pero no me gusta cuando de una parte o de otra se enturbia la relación porque malinterpretamos el lenguaje, verbal o corporal, y salimos corriendo a dar cuartos al pregonero para hacer pandilla. Si hay malentendidos hay que solucionarlos entre los implicados, cara a cara, inmediatamente. Si nos da un arrebato, tenemos que controlar la ira y la maledicencia, que después es muy difícil reparar el daño. Si queremos camuflar la impotencia de no dar la talla, por el motivo que sea pero es un problema nuestro, no está bien ir contando por ahí el infierno que nos están haciendo pasar sin antes haber meditado un poco las razones verdaderas.
Soy inflexible en cuanto a la responsabilidad que adquiere un profesor por el material que tiene en sus manos, sensible y de calidad, pero lo soy mucho más cuando un alumno pone en marcha el 'ventilador' para manchar una labor larga, dura y muchas veces ingrata, por una pataleta infantiloide incompatible con la madurez y el crecimiento.
Las reglas del juego son claras y sólo queda practicarlo con limpieza. Todo lo demás son fullerías que no sirven para nada.
Etiquetas:
Alumnos,
autocrítica,
capacidad,
carrera,
comportamiento,
crecimiento,
excusa,
frustración,
hipocresía,
maestro,
profesor,
respeto
miércoles, 12 de marzo de 2014
Siempre me quedará París
Nada más llegar a París, a la cita que tenía concertada con Marian Ribycki, las vibraciones no pudieron ser más positivas. Nada de miedo, nada de nervios, nada de tensión. La entrevista estaba siendo de lo más agradable y fructífera, y sólo quedaba un pequeño requisito para que me admitiese en su clase de la École Normale de Musique: tenía que tocar para él, ya que la recomendación que llevaba era muy cariñosa pero podía no tener fundamento.
Dicho y hecho. En su casa, situada justo al lado de la Torre Eiffel, me senté ante uno de sus dos Steinway y comencé con la Segunda Sonata de Chopin. Estaba sintiendo algo desconocido para mí y era la tranquilidad más absoluta a la hora de interpretar lo que fuera para un profesor. Llegué a pensar que podía ser incluso un poco de aturdimiento por el viaje, la emoción, las ganas y todo eso, pero liquidado el primer movimiento, seguí en la misma tónica. Estaba, además, disfrutando.
Le toqué un par de piezas más, de otros estilos y, como no podía ser de otra manera, me acogió con los brazos abiertos. Acto seguido hicimos nuestros planes para cuadrar las agendas (yo iría cada mes a París en vez de residir allí; para eso era ya un poco tarde). Luego me invitó a comer al Bistró de la esquina donde supe pedir pero comprobé que aún tenía lagunas, y grandes, con el francés. El filete de ternera, de aspecto suculento, estaba 'al punto', es decir, rojo sanguinolento tras la vuelta y vuelta. Eso sí, uno está muy bien educado y, lejos de rechazarlo, y gracias a eso mismo, probé una de las carnes más tiernas y sabrosas de toda mi vida.
A lo largo de los meses, en los sucesivos encuentros, además de preparar repertorio nuevo, quise tener una segunda opinión de obras ya trabajadas. Conforme iba conociendo su manera de enseñar y su opinión musical, noté que conjugaba a la perfección el rigor más severo con la libertad más absoluta. Parece contradictorio pero tiene todo el sentido.
La base técnica que permite el discurso musical no podía tener ninguna fisura. Si eso estaba bien, mi opinión la valoraba tanto como si fuese la suya. O sea, que podía tocar tal y como lo sentía, siempre que no cometiese ninguna burrada. Hasta ese momento, el repertorio tenía prácticamente una sola manera de interpretarse, con márgenes muy cerrados, la mayoría de las veces por la diferencia innata a cada pianista, pero bien, lo que se dice bien, sólo estaba el modelo.
Marian me regañaba cariñosamente cada vez que me veía hacer algo que traía impuesto o aprendido de antiguo. Me exigía hacer valer mi manera de sentir. ¿Sabéis lo que es eso? ¡Un profesor de nivel valorando mi manera de tocar el piano y pidiéndome que fuese fiel a ella, es decir, a mí mismo!
Cada vez que salía de las clases necesitaba andar largamente por las calles parisinas (esto sólo lo pongo para dar un poco de envidia). La inseguridad que traía grabada a fuego no tenía sentido. Este hombre sólo me veía cosas buenas y positivas, y todo era posible. Sus comentarios, además, eran precisos y muy valiosos.
Tardé poco tiempo en comprender muchas cosas pero mucho en cambiar el chip cerebral. La educación recibida largamente había dejado una huella imperecedera y la lucha iba a ser larga y constante. No obstante, sentí que la correa que me ataba al pasado se soltaba y quedaba libre. No es lógico que tengamos una preparación tan exhaustiva y no nos consideremos capaces de volar solos.
Así lo entendí, y gracias a mucho esfuerzo y también a estos sabios consejos comprendí que tocar el piano era posible, ya que no hay sólo una única manera, y todos y cada uno de nosotros somos tan valiosos como el que más.
Dicho y hecho. En su casa, situada justo al lado de la Torre Eiffel, me senté ante uno de sus dos Steinway y comencé con la Segunda Sonata de Chopin. Estaba sintiendo algo desconocido para mí y era la tranquilidad más absoluta a la hora de interpretar lo que fuera para un profesor. Llegué a pensar que podía ser incluso un poco de aturdimiento por el viaje, la emoción, las ganas y todo eso, pero liquidado el primer movimiento, seguí en la misma tónica. Estaba, además, disfrutando.
Le toqué un par de piezas más, de otros estilos y, como no podía ser de otra manera, me acogió con los brazos abiertos. Acto seguido hicimos nuestros planes para cuadrar las agendas (yo iría cada mes a París en vez de residir allí; para eso era ya un poco tarde). Luego me invitó a comer al Bistró de la esquina donde supe pedir pero comprobé que aún tenía lagunas, y grandes, con el francés. El filete de ternera, de aspecto suculento, estaba 'al punto', es decir, rojo sanguinolento tras la vuelta y vuelta. Eso sí, uno está muy bien educado y, lejos de rechazarlo, y gracias a eso mismo, probé una de las carnes más tiernas y sabrosas de toda mi vida.
A lo largo de los meses, en los sucesivos encuentros, además de preparar repertorio nuevo, quise tener una segunda opinión de obras ya trabajadas. Conforme iba conociendo su manera de enseñar y su opinión musical, noté que conjugaba a la perfección el rigor más severo con la libertad más absoluta. Parece contradictorio pero tiene todo el sentido.
La base técnica que permite el discurso musical no podía tener ninguna fisura. Si eso estaba bien, mi opinión la valoraba tanto como si fuese la suya. O sea, que podía tocar tal y como lo sentía, siempre que no cometiese ninguna burrada. Hasta ese momento, el repertorio tenía prácticamente una sola manera de interpretarse, con márgenes muy cerrados, la mayoría de las veces por la diferencia innata a cada pianista, pero bien, lo que se dice bien, sólo estaba el modelo.
Marian me regañaba cariñosamente cada vez que me veía hacer algo que traía impuesto o aprendido de antiguo. Me exigía hacer valer mi manera de sentir. ¿Sabéis lo que es eso? ¡Un profesor de nivel valorando mi manera de tocar el piano y pidiéndome que fuese fiel a ella, es decir, a mí mismo!
Cada vez que salía de las clases necesitaba andar largamente por las calles parisinas (esto sólo lo pongo para dar un poco de envidia). La inseguridad que traía grabada a fuego no tenía sentido. Este hombre sólo me veía cosas buenas y positivas, y todo era posible. Sus comentarios, además, eran precisos y muy valiosos.
Tardé poco tiempo en comprender muchas cosas pero mucho en cambiar el chip cerebral. La educación recibida largamente había dejado una huella imperecedera y la lucha iba a ser larga y constante. No obstante, sentí que la correa que me ataba al pasado se soltaba y quedaba libre. No es lógico que tengamos una preparación tan exhaustiva y no nos consideremos capaces de volar solos.
Así lo entendí, y gracias a mucho esfuerzo y también a estos sabios consejos comprendí que tocar el piano era posible, ya que no hay sólo una única manera, y todos y cada uno de nosotros somos tan valiosos como el que más.
Etiquetas:
alas,
alumno,
capacidad,
carrera,
confianza,
crecimiento,
disfrutar,
estímulo,
ganas,
ilusión,
maestro,
Marian Ribycki,
nervios,
nosotros mismos,
positivo,
relajarse,
Seguridad,
sueños,
Versión
domingo, 9 de marzo de 2014
Tiempo al tiempo
La Gruta de las Maravillas, situada en Aracena (Huelva), contiene imágenes imborrables de estalactitas, estalagmitas, cortinas y otras formaciones geológicas que se han moldeado pacientemente desde el periodo Cámbrico, unos quinientos millones de años atrás.
Actualmente vivimos de una manera tan apresurada, tan frenética y tan práctica, que imagino que si fuésemos testigos directos del comienzo de la creación de una maravilla similar, inmediatamente llamaríamos a unos expertos cualificados para que nos eliminaran definitivamente esas manchas de humedad y las goteras correspondientes.
Cada vez me resulta más difícil conciliar el ritmo diario con lo que yo entiendo que debe ser el pausado discurrir de la vida artística. Tanto el estudio como la creatividad necesitan de paz interior y de, sobre todo, tiempo, eso que los americanos y sólo ellos saben valorar con una frase tan suya: 'gracias por su tiempo'. Por eso, por ejemplo, son capaces de apreciar la artesanía, el trabajo manual y, en nuestro caso, la música. Por aquí pensamos que ese trabajo añadido, el que no se ve, el que realizamos en casita, viene como por arte de magia y, como mucho, entra en ese saco de 'como a ti te gusta...'.
Por otro lado, el tiempo también nos es imprescindible a los pianistas (y músicos en general) para que la suma de las cualidades individuales con el estudio constante den su fruto. En alguna ocasión he comentado la ansiedad que puede llegar a crearnos el contemplar a determinados monstruitos engullir y digerir (aquí tengo yo mis dudas) a la velocidad de la luz esos obrones que nos cuestan sudor y lágrimas (la sangre la dejamos para el exceso de glissandi). Siempre he pensado y constatado que la velocidad no sirve para nada, en ninguna de sus acepciones. Ni es buena para interpretar como un caballo desbocado, que siempre acaba tropezando, ni tampoco para aprender y comprender en profundidad cualquier pieza de nuestro repertorio.
Si se aceptan estos pensamientos como premisas, cualquiera de nosotros puede llegar a ser pianista independientemente del ritmo de aprendizaje, así de sencillo. ¿Qué más da si tardo seis o siete meses en tocar, por ejemplo, la Sonata en si menor de Liszt? ¿Lo hará mejor el monstruito que se la engulla en quince días? ¿Su versión estará más cualificada que la mía?
Cuantos más años voy cumpliendo más observo lo absurdo de un sistema de enseñanza que premia el exhibicionismo y lo prodigioso, aunque por otro lado vaya pregonando que lo importante es hacer buena música. Sé de lo que estoy hablando. Si se tarda un poco más en entender un universo, que no está al alcance de cualquiera, qué importa. Lo fundamental es poder llegar a hacerlo y, más aún, poder desarrollar la práctica musical.
El problema viene cuando, por no aceptar esta posibilidad, multitud de jóvenes ilusionados ven frustrada su carrera, en muchas ocasiones autosugestionados, al cuantificar de manera física los resultados: si tengo equis semicorcheas por compás y el metrónomo a punto de reventar, la obra debe durar dos minutos y medio o me suicido. Y eso es lo que hacemos: semi-suicidarnos porque la vida que queríamos vivir la tiramos a la basura absurdamente.
Por favor, usemos la cabeza. El Arte no tiene edad. Ni siquiera comparación entre artistas. Cada uno debe valorar y medir sus capacidades, dedicar un sano esfuerzo para avanzar y permitirse a sí mismo, con el quizás mayor ejercicio de libertad y generosidad, la posibilidad de vivir como quiera.
Ya sabemos que, si no lo hacemos, los que llevan las riendas de todo el cotarro van a procurarnos la infelicidad más absoluta.
Actualmente vivimos de una manera tan apresurada, tan frenética y tan práctica, que imagino que si fuésemos testigos directos del comienzo de la creación de una maravilla similar, inmediatamente llamaríamos a unos expertos cualificados para que nos eliminaran definitivamente esas manchas de humedad y las goteras correspondientes.
Cada vez me resulta más difícil conciliar el ritmo diario con lo que yo entiendo que debe ser el pausado discurrir de la vida artística. Tanto el estudio como la creatividad necesitan de paz interior y de, sobre todo, tiempo, eso que los americanos y sólo ellos saben valorar con una frase tan suya: 'gracias por su tiempo'. Por eso, por ejemplo, son capaces de apreciar la artesanía, el trabajo manual y, en nuestro caso, la música. Por aquí pensamos que ese trabajo añadido, el que no se ve, el que realizamos en casita, viene como por arte de magia y, como mucho, entra en ese saco de 'como a ti te gusta...'.
Por otro lado, el tiempo también nos es imprescindible a los pianistas (y músicos en general) para que la suma de las cualidades individuales con el estudio constante den su fruto. En alguna ocasión he comentado la ansiedad que puede llegar a crearnos el contemplar a determinados monstruitos engullir y digerir (aquí tengo yo mis dudas) a la velocidad de la luz esos obrones que nos cuestan sudor y lágrimas (la sangre la dejamos para el exceso de glissandi). Siempre he pensado y constatado que la velocidad no sirve para nada, en ninguna de sus acepciones. Ni es buena para interpretar como un caballo desbocado, que siempre acaba tropezando, ni tampoco para aprender y comprender en profundidad cualquier pieza de nuestro repertorio.
Si se aceptan estos pensamientos como premisas, cualquiera de nosotros puede llegar a ser pianista independientemente del ritmo de aprendizaje, así de sencillo. ¿Qué más da si tardo seis o siete meses en tocar, por ejemplo, la Sonata en si menor de Liszt? ¿Lo hará mejor el monstruito que se la engulla en quince días? ¿Su versión estará más cualificada que la mía?
Cuantos más años voy cumpliendo más observo lo absurdo de un sistema de enseñanza que premia el exhibicionismo y lo prodigioso, aunque por otro lado vaya pregonando que lo importante es hacer buena música. Sé de lo que estoy hablando. Si se tarda un poco más en entender un universo, que no está al alcance de cualquiera, qué importa. Lo fundamental es poder llegar a hacerlo y, más aún, poder desarrollar la práctica musical.
El problema viene cuando, por no aceptar esta posibilidad, multitud de jóvenes ilusionados ven frustrada su carrera, en muchas ocasiones autosugestionados, al cuantificar de manera física los resultados: si tengo equis semicorcheas por compás y el metrónomo a punto de reventar, la obra debe durar dos minutos y medio o me suicido. Y eso es lo que hacemos: semi-suicidarnos porque la vida que queríamos vivir la tiramos a la basura absurdamente.
Por favor, usemos la cabeza. El Arte no tiene edad. Ni siquiera comparación entre artistas. Cada uno debe valorar y medir sus capacidades, dedicar un sano esfuerzo para avanzar y permitirse a sí mismo, con el quizás mayor ejercicio de libertad y generosidad, la posibilidad de vivir como quiera.
Ya sabemos que, si no lo hacemos, los que llevan las riendas de todo el cotarro van a procurarnos la infelicidad más absoluta.
Etiquetas:
alas,
Arte,
autocrítica,
capacidad,
confianza,
crecimiento,
esfuerzo,
frustración,
futuro,
individualidad,
intentarlo,
libertad,
No se puede,
nosotros mismos,
resistir,
sueños,
tiempo,
velocidad,
vivir,
vocación
miércoles, 5 de marzo de 2014
ALMACLARA (III)
No puedo reprimir la tentación de volver a comentar el proyecto que mi hija se trae entre manos, y no penséis que es por el vínculo indisoluble, que un poco también, sino mucho más por una actitud que con escasísima frecuencia se da entre los pianistas.
Nosotros siempre estamos dale que te pego a las teclas, que todo es dificilísimo y necesita estar un poco mejor todavía, así que, nunca tenemos tiempo para nada que no sea el estudio. Es verdad que después eso se nota a la hora de tocar: el pundonor, la seriedad, la rigurosidad..., eso es un pianista. En resumen, y ya lo he comentado muchas veces: un pringado.
Esta tarde, a las 20,30 y con entrada libre, en la Sala Joaquín Turina de la Fundación Cajasol, que está en la calle Laraña de Sevilla, la Orquesta de Cámara de Mujeres ALMACLARA cierra el ciclo de conciertos que desde el pasado verano 'gira' en torno a la figura de María Callas. Han sido tres encuentros, que por ahora es el sistema de trabajo de la plantilla orquestal, con sus correspondientes ensayos y conciertos.
Desde mi perspectiva de pianista, cuando observo el descomunal trabajo que implica este proyecto, no es que me resulte imposible, me resulta inimaginable. Nada más que el tiempo que debe pasarse contactando y coordinando al grupo de cuerda no me pasa ni por la cabeza.
Pero aquí no acaba la cosa: Almaclara también engloba otras ideas y realidades. Emanando de la propia orquesta, ha creado el Cuarteto Almaclara, que acaba de estrenarse este mismo lunes con una obra emocionante e insuperable: el Réquiem de Mozart, en transcripción para cuarteto de cuerda de Peter Lichtenthal (leéis bien, el cuarteto el lunes y el miércoles la orquesta).
Creo que está claro que es una cuestión mental. Ya lo he escrito muchas veces y no me cansaré. Si los pianistas tuviésemos el crecimiento con la seguridad que tienen otros instrumentistas, nadie podría pararnos y estaríamos en constante ejercicio de la profesión sin mayor problema. Pero no, nosotros nos pasamos la vida puliendo cada obra hasta el infinito y viendo sólo las pegas que nos impiden subir al escenario. Así, nunca estaremos preparados y no sabemos salir del círculo vicioso.
Hace unos días comenté que Almaclara también tiene su Coral Infantil, que crece poco a poco con cada concierto. Cada vez que actúa hay algún niño (o padre) interesado en apuntarse dado el resultado y el ambiente de disfrute que se respira.
Para completar un poco más, ha decidido poner en pie una línea pedagógica y otra de solista llamada Almaclara a Escena, pues los conciertos llevan un añadido teatral para crear un espectáculo más completo y, evidentemente, distinto a lo habitual. De esta manera consigue que un público a priori reacio a tragarse un concierto de violonchelo solo, ni se mueva de su butaca como hipnotizado por lo que contempla y oye.
Voy a parar, que aunque lo haya negado al principio, creo que se me está notando demasiado que es mi hija (y a mucha honra).
Los que tengáis tiempo y ganas, aún podéis escuchar el precioso programa de esta tarde en Sevilla. Si no es así, seguro que el nombre de Almaclara os lo iréis encontrado cada vez más a menudo.
Cuidado con lo que sueñas, que puede hacerse realidad.
Nosotros siempre estamos dale que te pego a las teclas, que todo es dificilísimo y necesita estar un poco mejor todavía, así que, nunca tenemos tiempo para nada que no sea el estudio. Es verdad que después eso se nota a la hora de tocar: el pundonor, la seriedad, la rigurosidad..., eso es un pianista. En resumen, y ya lo he comentado muchas veces: un pringado.
Esta tarde, a las 20,30 y con entrada libre, en la Sala Joaquín Turina de la Fundación Cajasol, que está en la calle Laraña de Sevilla, la Orquesta de Cámara de Mujeres ALMACLARA cierra el ciclo de conciertos que desde el pasado verano 'gira' en torno a la figura de María Callas. Han sido tres encuentros, que por ahora es el sistema de trabajo de la plantilla orquestal, con sus correspondientes ensayos y conciertos.
Desde mi perspectiva de pianista, cuando observo el descomunal trabajo que implica este proyecto, no es que me resulte imposible, me resulta inimaginable. Nada más que el tiempo que debe pasarse contactando y coordinando al grupo de cuerda no me pasa ni por la cabeza.
Pero aquí no acaba la cosa: Almaclara también engloba otras ideas y realidades. Emanando de la propia orquesta, ha creado el Cuarteto Almaclara, que acaba de estrenarse este mismo lunes con una obra emocionante e insuperable: el Réquiem de Mozart, en transcripción para cuarteto de cuerda de Peter Lichtenthal (leéis bien, el cuarteto el lunes y el miércoles la orquesta).
Creo que está claro que es una cuestión mental. Ya lo he escrito muchas veces y no me cansaré. Si los pianistas tuviésemos el crecimiento con la seguridad que tienen otros instrumentistas, nadie podría pararnos y estaríamos en constante ejercicio de la profesión sin mayor problema. Pero no, nosotros nos pasamos la vida puliendo cada obra hasta el infinito y viendo sólo las pegas que nos impiden subir al escenario. Así, nunca estaremos preparados y no sabemos salir del círculo vicioso.
Hace unos días comenté que Almaclara también tiene su Coral Infantil, que crece poco a poco con cada concierto. Cada vez que actúa hay algún niño (o padre) interesado en apuntarse dado el resultado y el ambiente de disfrute que se respira.
Para completar un poco más, ha decidido poner en pie una línea pedagógica y otra de solista llamada Almaclara a Escena, pues los conciertos llevan un añadido teatral para crear un espectáculo más completo y, evidentemente, distinto a lo habitual. De esta manera consigue que un público a priori reacio a tragarse un concierto de violonchelo solo, ni se mueva de su butaca como hipnotizado por lo que contempla y oye.
Voy a parar, que aunque lo haya negado al principio, creo que se me está notando demasiado que es mi hija (y a mucha honra).
Los que tengáis tiempo y ganas, aún podéis escuchar el precioso programa de esta tarde en Sevilla. Si no es así, seguro que el nombre de Almaclara os lo iréis encontrado cada vez más a menudo.
Cuidado con lo que sueñas, que puede hacerse realidad.
Etiquetas:
Almaclara,
capacidad,
carrera,
confianza,
disfrutar,
energía,
esfuerzo,
estímulo,
intentarlo,
mi hija Beatriz,
objetivo,
Orquesta de Mujeres Almaclara,
se puede,
Seguridad,
sueños
domingo, 23 de febrero de 2014
Padrinos
Estaba leyendo la biografía de Jacqueline du Pré y no daba crédito: en un momento dado, tras un exitoso concierto, se le acerca una señora (según leo en una página, sería su madrina, Ismena Holland) y le ofrece como regalo un violonchelo, así, por las buenas, pero no un chelo cualquiera, sino el Davidov, que no es otro que el Stradivarius que ahora toca Yo-Yo Ma. Ciencia ficción.
Es lo que me da coraje de las vidas contadas con una buena dosis de edulcorante en sus líneas. Todo parece ocurrir de manera espontánea, por las buenas, y a los demás sólo se nos queda la cara de tontos y la boca abierta. No puedo transcribir el párrafo porque presté el libro a una violonchelista, hará como quince años, y hasta hoy.
Cada vez que me he acercado a cualquier músico de primera fila de esta manera, he intentado aprender de sus pasos. Evidentemente, siempre hay un trabajo descomunal y un tesón sin límites, pero que no me cuenten que por la noche baja de donde sea el hada madrina, le toca con su varita mágica y al día siguiente todo es de color rosa (o dorado). Por supuesto que es gente dotada, músicos excepcionales, pero que desde muy pronto han tenido una senda marcada y han sido llevados de la mano hasta el sitio adecuado.
Tampoco significa que todos lo logren, que seguro que no, pero te cuentan que un buen día estaban fregando el desayuno (por ejemplo) cuando sonó el teléfono y tuvieron que acudir de inmediato al Carnegie Hall porque fulanito se había roto una uña y tenía que cancelar su actuación. Y, factor común a todos, la crítica no sólo los encumbró en una noche sino que descubrieron que le daban mil vueltas al sustituido. Aquí entran pianistas, violinistas, cantantes y todo lo que se os ocurra.
La verdad es que esto pasa en primera división y también en regional en su justa proporción. Yo siempre he pretendido ir por libre porque sé que cualquier prestación reclama, antes o después, su contraprestación. Además, quería saber que si me contrataban era porque gustaba mi manera de tocar y por nada más. Es cierto que circulan muchas leyendas urbanas acerca de la vida detrás del escenario, unas verdaderas y otras no tanto. Si añadimos la costumbre tan arraigada de pensar mal para acertar, ya tenemos el cóctel listo.
De cualquier manera, veo muy bien que, sobre todo al arrancar, alguien pueda venir a echarnos una mano. Es un mundo muy desconocido para cualquier recién licenciado que casi nunca sabe por dónde empezar. A veces, el padrinazgo se limita a orientar, a aconsejar desinteresadamente. Otras, a frenar alguna energía negativa, como puede ser esas ocasiones que en un concurso algún miembro del jurado pretende acaparar para sus alumnos toda la gloria y hay que ponerle freno.
Lo normal es que nosotros estemos estudiando sin parar, preparándonos para darlo todo. Entonces, paso a paso, peldaño a peldaño, iremos ampliando el círculo de actuaciones, sin mirar qué hacen los demás, a nuestro ritmo, según nuestras facultades. Si cumplimos con nuestro trabajo adecuadamente, nuestro nombre irá sonando, nos iremos haciendo un hueco y, un buen día, al volver la vista atrás, 'veremos' la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar. (Machado siempre tan preclaro. Ayer se cumplieron 75 años de su triste y dolorosa muerte).
(Y, por qué no, un abrazo enorme a mi ahijado, que siempre me lee en los pocos segundos que tiene libres).
Es lo que me da coraje de las vidas contadas con una buena dosis de edulcorante en sus líneas. Todo parece ocurrir de manera espontánea, por las buenas, y a los demás sólo se nos queda la cara de tontos y la boca abierta. No puedo transcribir el párrafo porque presté el libro a una violonchelista, hará como quince años, y hasta hoy.
Cada vez que me he acercado a cualquier músico de primera fila de esta manera, he intentado aprender de sus pasos. Evidentemente, siempre hay un trabajo descomunal y un tesón sin límites, pero que no me cuenten que por la noche baja de donde sea el hada madrina, le toca con su varita mágica y al día siguiente todo es de color rosa (o dorado). Por supuesto que es gente dotada, músicos excepcionales, pero que desde muy pronto han tenido una senda marcada y han sido llevados de la mano hasta el sitio adecuado.
Tampoco significa que todos lo logren, que seguro que no, pero te cuentan que un buen día estaban fregando el desayuno (por ejemplo) cuando sonó el teléfono y tuvieron que acudir de inmediato al Carnegie Hall porque fulanito se había roto una uña y tenía que cancelar su actuación. Y, factor común a todos, la crítica no sólo los encumbró en una noche sino que descubrieron que le daban mil vueltas al sustituido. Aquí entran pianistas, violinistas, cantantes y todo lo que se os ocurra.
La verdad es que esto pasa en primera división y también en regional en su justa proporción. Yo siempre he pretendido ir por libre porque sé que cualquier prestación reclama, antes o después, su contraprestación. Además, quería saber que si me contrataban era porque gustaba mi manera de tocar y por nada más. Es cierto que circulan muchas leyendas urbanas acerca de la vida detrás del escenario, unas verdaderas y otras no tanto. Si añadimos la costumbre tan arraigada de pensar mal para acertar, ya tenemos el cóctel listo.
De cualquier manera, veo muy bien que, sobre todo al arrancar, alguien pueda venir a echarnos una mano. Es un mundo muy desconocido para cualquier recién licenciado que casi nunca sabe por dónde empezar. A veces, el padrinazgo se limita a orientar, a aconsejar desinteresadamente. Otras, a frenar alguna energía negativa, como puede ser esas ocasiones que en un concurso algún miembro del jurado pretende acaparar para sus alumnos toda la gloria y hay que ponerle freno.
Lo normal es que nosotros estemos estudiando sin parar, preparándonos para darlo todo. Entonces, paso a paso, peldaño a peldaño, iremos ampliando el círculo de actuaciones, sin mirar qué hacen los demás, a nuestro ritmo, según nuestras facultades. Si cumplimos con nuestro trabajo adecuadamente, nuestro nombre irá sonando, nos iremos haciendo un hueco y, un buen día, al volver la vista atrás, 'veremos' la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar. (Machado siempre tan preclaro. Ayer se cumplieron 75 años de su triste y dolorosa muerte).
(Y, por qué no, un abrazo enorme a mi ahijado, que siempre me lee en los pocos segundos que tiene libres).
Etiquetas:
Antonio Machado,
capacidad,
carrera,
concurso,
contactos,
crítica,
esfuerzo,
nosotros mismos,
objetivo,
regalos,
relaciones,
sueños,
talento,
violonchelo
domingo, 9 de febrero de 2014
Sí..., quiero
Tras el concierto que di junto al violinista Pedro León en el Conservatorio de Sevilla con motivo del Cincuentenario de su fundación, y pasados unos meses, recibí una llamada suya para proponerme que lo acompañara a tocar a Colombia, ya que su pianista habitual, Julián López Jimeno, tenía comprometidas las fechas con la Orquesta Nacional. A mis veintitrés añitos y codeándome con los grandes. Fantástico.
Todo fue que sí, sin ninguna pega, aunque realmente sí la había. Resulta que, casualidades de la vida, la semana que debíamos pasar en el continente americano comenzaba sólo dos días después de mi regreso a España de mi viaje de recién casado (lo de 'luna de miel' mejor para las novelas y series de televisión). Realmente no se pisaban, por la teoría que rige el mundo, al menos el mío, de que todo cuadra, pero para un agonía del estudio como yo, con un programa de música española nada fácil, eso de pasar unos quince días sin coger un piano, dar un repasito en Madrid y estar a punto, era, por entonces, impensable.
Esto me supuso jornadas intensivas previas en las que tenía que compaginar las clases en el conservatorio, los preparativos propios de la boda y recoger unas obras aún verdes en mi repertorio además de montar otro puñado de piezas nuevas. Todo muy relajado. A la ilusión de los viajes estaba empezando a añadirse una sensación de arrepentimiento (por el concierto, no seáis mal pensados).
Mi querida Beatriz, que sólo mira por mi bien desde el principio de los tiempos, supo dar con la solución que aliviaría mi conciencia. El hotel en que nos alojábamos tenía un viejo piano de cola adornando uno de sus salones. Ni corta ni perezosa, se dirigió a hablar con los responsables para pedirles el favor de que me dejasen tocar algunas horas para que los dedos no se atrofiasen. Nos miraron incrédulos, que aún éramos dos pipiolos, pero fueron todo amabilidad y comprensión. Así que, ahí me tenéis, en plena escapada romántica, estudiando como el pringado número uno del mundo.
Pero como, ahora ya lo sé pues con los años uno se da cuenta de todo, el problema era más psicológico que real, bastó con unos pocos momentos en el teclado para tranquilizarme y confiar en que todo iría bien. Unos ratitos después de comer, con toda la modorra encima, y listo para seguir disfrutando del viaje.
La verdad es que tuve muy fácil, por lo de la boda, renunciar a los conciertos, pero estas oportunidades no se dan con frecuencia. Y de una cosa viene otra, y surgen nuevas posibilidades, y conoces gente, y acumulas experiencia...
En fin que, ¡sí..., quiero!
Todo fue que sí, sin ninguna pega, aunque realmente sí la había. Resulta que, casualidades de la vida, la semana que debíamos pasar en el continente americano comenzaba sólo dos días después de mi regreso a España de mi viaje de recién casado (lo de 'luna de miel' mejor para las novelas y series de televisión). Realmente no se pisaban, por la teoría que rige el mundo, al menos el mío, de que todo cuadra, pero para un agonía del estudio como yo, con un programa de música española nada fácil, eso de pasar unos quince días sin coger un piano, dar un repasito en Madrid y estar a punto, era, por entonces, impensable.
Esto me supuso jornadas intensivas previas en las que tenía que compaginar las clases en el conservatorio, los preparativos propios de la boda y recoger unas obras aún verdes en mi repertorio además de montar otro puñado de piezas nuevas. Todo muy relajado. A la ilusión de los viajes estaba empezando a añadirse una sensación de arrepentimiento (por el concierto, no seáis mal pensados).
Mi querida Beatriz, que sólo mira por mi bien desde el principio de los tiempos, supo dar con la solución que aliviaría mi conciencia. El hotel en que nos alojábamos tenía un viejo piano de cola adornando uno de sus salones. Ni corta ni perezosa, se dirigió a hablar con los responsables para pedirles el favor de que me dejasen tocar algunas horas para que los dedos no se atrofiasen. Nos miraron incrédulos, que aún éramos dos pipiolos, pero fueron todo amabilidad y comprensión. Así que, ahí me tenéis, en plena escapada romántica, estudiando como el pringado número uno del mundo.
Pero como, ahora ya lo sé pues con los años uno se da cuenta de todo, el problema era más psicológico que real, bastó con unos pocos momentos en el teclado para tranquilizarme y confiar en que todo iría bien. Unos ratitos después de comer, con toda la modorra encima, y listo para seguir disfrutando del viaje.
La verdad es que tuve muy fácil, por lo de la boda, renunciar a los conciertos, pero estas oportunidades no se dan con frecuencia. Y de una cosa viene otra, y surgen nuevas posibilidades, y conoces gente, y acumulas experiencia...
En fin que, ¡sí..., quiero!
Etiquetas:
aciertos,
Beatriz,
capacidad,
carrera,
confianza,
contactos,
disponibilidad,
estudio,
ganas,
juventud,
Pedro León,
se puede,
Seguridad
miércoles, 29 de enero de 2014
A corto plazo
Estaba releyendo antiguas entradas (tras dos años y doscientas quince entradas a mis espaldas, ya puedo decir antiguas) y paré mi vista sobre Un respiro. (Creo que yo mismo voy a tener que leerme con más detenimiento y hacerme caso, que parece a veces que el que escribe es uno y el que toca es otro).
El caso es que estaba recordando cómo organicé mi último curso de carrera, el famoso 10º, para el que tan sólo conté con poco más de seis meses. Decidí que la mejor manera sería dividir las semanas en función de las obras que tenía que preparar, ya fueran sueltas o por movimientos. De esta manera establecí unos plazos muy ajustados en los que tenía, sin más remedio, que obtener el resultado previsto. De no ser así, el examen tendría que esperar para septiembre o, en el peor de los casos, para el curso siguiente, algo para lo que ya no me quedaban fuerzas ni ilusión (cuando todo te suena familiar y repetitivo es difícil conservar el estímulo).
Años después he necesitado en muchas ocasiones recurrir a este sistema cuando el encargo de concierto tenía una fecha próxima. Y he comprobado sistemáticamente que se puede hacer cualquier cosa, o casi. No sólo tocar de un día para otro recogiendo alguna obra olvidada, sino preparar un recital completo para sustituir algún imprevisto. Y digo completo porque quien llamaba ya contaba conmigo en la programación y no era cuestión de ofrecer dos programas idénticos.
Para estas alteraciones en el estudio (y en la vida) no sé si estamos preparados porque hasta que no sucede y nos ponemos a ello no podemos comprobarlo. De lo que sí estoy seguro es que, si hemos sido capaces de organizarnos en un corto periodo de tiempo y alcanzar la meta, tenemos capacidad de eso y mucho más.
El problema viene cuando los miedos o, sencillamente, la pereza, nos invaden el ánimo y reculamos con el pretexto del escaso margen temporal. No digo que haya que pasarse la vida entera a este ritmo, no fuéramos a agotar el repertorio pianístico, pero sí que durante esa larga (pero limitada) temporada llamada juventud, en la que las ilusiones y las ganas son infinitas, todo el rendimiento que se pueda sacar nos vendrá de lujo para cuando la grasa comience a establecerse alrededor de nuestro ombligo.
Vuelvo a insistir en lo necesario de tener claros los objetivos desde muy pronto para no dar palos de ciego. Imaginad esos deportes de competición en los que con dieciocho años ya eres demasiado mayor, del tipo gimnasia rítmica. Una previsión deficiente sólo logrará que se nos quede la cara de pasmados.
Aunque un buen profesor estará al tanto de todo, entre otras cosas porque ya pasó por ahí, es conveniente que nosotros tomemos las riendas lo antes posible, y se puede porque ya, desde muy pronto, hemos tomado conciencia del contenido de esta larga carrera.
No hace falta abarcarlo todo, para qué, pero igual podríamos empezar a medir nuestras capacidades con pequeños retos. Comenzar un largo curso con un largo programa puede llevarnos a sorpresas negativas cuando nos queda un mes escaso para el final.
Total, ya que hay que estudiar, al menos que nos cunda.
El caso es que estaba recordando cómo organicé mi último curso de carrera, el famoso 10º, para el que tan sólo conté con poco más de seis meses. Decidí que la mejor manera sería dividir las semanas en función de las obras que tenía que preparar, ya fueran sueltas o por movimientos. De esta manera establecí unos plazos muy ajustados en los que tenía, sin más remedio, que obtener el resultado previsto. De no ser así, el examen tendría que esperar para septiembre o, en el peor de los casos, para el curso siguiente, algo para lo que ya no me quedaban fuerzas ni ilusión (cuando todo te suena familiar y repetitivo es difícil conservar el estímulo).
Años después he necesitado en muchas ocasiones recurrir a este sistema cuando el encargo de concierto tenía una fecha próxima. Y he comprobado sistemáticamente que se puede hacer cualquier cosa, o casi. No sólo tocar de un día para otro recogiendo alguna obra olvidada, sino preparar un recital completo para sustituir algún imprevisto. Y digo completo porque quien llamaba ya contaba conmigo en la programación y no era cuestión de ofrecer dos programas idénticos.
Para estas alteraciones en el estudio (y en la vida) no sé si estamos preparados porque hasta que no sucede y nos ponemos a ello no podemos comprobarlo. De lo que sí estoy seguro es que, si hemos sido capaces de organizarnos en un corto periodo de tiempo y alcanzar la meta, tenemos capacidad de eso y mucho más.
El problema viene cuando los miedos o, sencillamente, la pereza, nos invaden el ánimo y reculamos con el pretexto del escaso margen temporal. No digo que haya que pasarse la vida entera a este ritmo, no fuéramos a agotar el repertorio pianístico, pero sí que durante esa larga (pero limitada) temporada llamada juventud, en la que las ilusiones y las ganas son infinitas, todo el rendimiento que se pueda sacar nos vendrá de lujo para cuando la grasa comience a establecerse alrededor de nuestro ombligo.
Vuelvo a insistir en lo necesario de tener claros los objetivos desde muy pronto para no dar palos de ciego. Imaginad esos deportes de competición en los que con dieciocho años ya eres demasiado mayor, del tipo gimnasia rítmica. Una previsión deficiente sólo logrará que se nos quede la cara de pasmados.
Aunque un buen profesor estará al tanto de todo, entre otras cosas porque ya pasó por ahí, es conveniente que nosotros tomemos las riendas lo antes posible, y se puede porque ya, desde muy pronto, hemos tomado conciencia del contenido de esta larga carrera.
No hace falta abarcarlo todo, para qué, pero igual podríamos empezar a medir nuestras capacidades con pequeños retos. Comenzar un largo curso con un largo programa puede llevarnos a sorpresas negativas cuando nos queda un mes escaso para el final.
Total, ya que hay que estudiar, al menos que nos cunda.
Etiquetas:
aciertos,
avance,
capacidad,
carrera,
concentración,
disciplina,
dosificar,
energía,
esfuerzo,
estudio,
ilusión,
Imprevisto,
juventud,
No se puede,
objetivo,
profesor,
programa,
repertorio,
tiempo
miércoles, 11 de diciembre de 2013
Crecimiento auténtico
"Su rostro, de un dorado marfileño contra el difuso crepúsculo que pugnaba por dejarse ver a través de la lluvia, encerraba una promesa que Dick veía ahora por primera vez: los pómulos salientes, la ligera palidez, más fresca que febril, hacían pensar en un potro de raza en el que ya se percibían las formas del futuro caballo, un ser cuya vida no prometía ser únicamente una proyección de la juventud sobre una pantalla cada vez más gris, sino un proceso de crecimiento auténtico. Ese rostro seguiría siendo hermoso al llegar a la madurez, y sería hermoso en la vejez, porque tenía todo lo esencial: el dibujo de los rasgos y la estructura ósea."
(Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald).
Esta misma mañana estaba releyendo este párrafo porque no he podido dejar de trasladarlo a nuestra profesión. Creo que podemos aprender un par de cosas:
La primera, que en la mayoría de nosotros, desde muy pronto, de niños quizás, ya se podían observar unas cualidades que han permanecido a lo largo de los años porque tenían todo lo esencial. Al igual que comentamos el sonido característico de tal o cual pianista, rara vez pensamos en nosotros mismos como poseedores de algunas diferencias. A veces, al escuchar grabaciones propias de hace más de treinta años, me reconozco tal cual soy. Es cierto que cambian aspectos superfluos y profundos, sería absurdo negarlo, pero el yo de cincuenta y dos años ya estaba presente en el de trece.
Por eso perderé la voz gritando a todos y cada uno de los profesores de música (y en realidad de cualquier materia) que se paren con cada alumno un poco más para conocerlos, para simplemente 'verlos' y así poder apreciar las virtudes y cualidades que ni siquiera ellos saben que poseen y poderlas desarrollar y sacar a la luz. Cada alumno encierra una promesa.
La segunda es algo más profunda y tiene que ver con un ser cuya vida no prometía ser únicamente una proyección de la juventud sobre una pantalla cada vez más gris, sino un proceso de crecimiento auténtico. Aquí tuve un ligero estremecimiento. Realmente es un asunto estrictamente personal y cada cual es libre de hacer con su vida lo que le dé la gana, pero la potencia de este pensamiento no puede ser pasada por alto. Tenemos la obligación de crecer y no estancarnos en esa pequeña cima a la que logramos ascender con esfuerzo un día ya lejano, pues el peligro radica en que nuestra luz se irá apagando poco a poco, imperceptible pero inexorablemente.
Si somos valientes, lograremos ese crecimiento auténtico con la sencilla premisa de creer en nosotros mismos. Parece fácil y no lo es, aunque debería serlo. Sólo depende de nosotros y de nadie más. Por eso es tan importante que nos conozcamos y que no dejemos que nadie nos haga daño, ni nos haga dudar, ni nos tambalee y, ni mucho menos, nos derrumbe.
Así seguiría siendo hermoso al llegar a la madurez, y sería hermoso en la vejez.
(Suave es la noche, de Francis Scott Fitzgerald).
Esta misma mañana estaba releyendo este párrafo porque no he podido dejar de trasladarlo a nuestra profesión. Creo que podemos aprender un par de cosas:
La primera, que en la mayoría de nosotros, desde muy pronto, de niños quizás, ya se podían observar unas cualidades que han permanecido a lo largo de los años porque tenían todo lo esencial. Al igual que comentamos el sonido característico de tal o cual pianista, rara vez pensamos en nosotros mismos como poseedores de algunas diferencias. A veces, al escuchar grabaciones propias de hace más de treinta años, me reconozco tal cual soy. Es cierto que cambian aspectos superfluos y profundos, sería absurdo negarlo, pero el yo de cincuenta y dos años ya estaba presente en el de trece.
Por eso perderé la voz gritando a todos y cada uno de los profesores de música (y en realidad de cualquier materia) que se paren con cada alumno un poco más para conocerlos, para simplemente 'verlos' y así poder apreciar las virtudes y cualidades que ni siquiera ellos saben que poseen y poderlas desarrollar y sacar a la luz. Cada alumno encierra una promesa.
La segunda es algo más profunda y tiene que ver con un ser cuya vida no prometía ser únicamente una proyección de la juventud sobre una pantalla cada vez más gris, sino un proceso de crecimiento auténtico. Aquí tuve un ligero estremecimiento. Realmente es un asunto estrictamente personal y cada cual es libre de hacer con su vida lo que le dé la gana, pero la potencia de este pensamiento no puede ser pasada por alto. Tenemos la obligación de crecer y no estancarnos en esa pequeña cima a la que logramos ascender con esfuerzo un día ya lejano, pues el peligro radica en que nuestra luz se irá apagando poco a poco, imperceptible pero inexorablemente.
Si somos valientes, lograremos ese crecimiento auténtico con la sencilla premisa de creer en nosotros mismos. Parece fácil y no lo es, aunque debería serlo. Sólo depende de nosotros y de nadie más. Por eso es tan importante que nos conozcamos y que no dejemos que nadie nos haga daño, ni nos haga dudar, ni nos tambalee y, ni mucho menos, nos derrumbe.
Así seguiría siendo hermoso al llegar a la madurez, y sería hermoso en la vejez.
Etiquetas:
capacidad,
confianza,
crecimiento,
educación,
futuro,
individualidad,
juventud,
nosotros mismos,
Profesores,
Viaje interior,
vivir
domingo, 8 de diciembre de 2013
Tirar la toalla (II)
Seguro que muchas personas nos han comentado que dejaron de estudiar piano por razones diversas. La mayoría de las veces era porque, al ir pasando de curso, el nivel se volvía cada vez más exigente. Otras por falta de tiempo para acudir al instituto o a la universidad. Otras porque era incompatible con las salidas y la diversión propias de la edad. Y, por desgracia no pocas, debido a la desmotivación de los profesores, por decirlo de una manera educada.
Cada vez que escribo, intento que no sea de oídas, sino que todo lo que cuento sea algo personal, la única manera que conozco para que sea medianamente interesante y, sobre todo, veraz y creíble. Por eso me gusta mencionar mis vivencias, porque sé que muchas son comunes.
Como yo estudiaba en el Conservatorio de Jerez de la Frontera, que era elemental, tuve que realizar quinto y sexto por libre (del Plan del 66, cuando grado medio iba desde quinto a octavo). En vez de continuar en Cádiz, relativamente cerca (entonces no existía el puente que cruzaba la Bahía), mi profesor, don Joaquín Villatoro, decidió que haría los exámenes en el superior de Córdoba, saltándonos a la piola el de Sevilla.
La primera vez que acudimos al tribunal, con doce años recién cumplidos, la recuerdo vagamente. Me viene a la memoria más claramente el examen de Conjunto Coral que el de Piano, ya que, de todo el repertorio que llevaba preparado, los señores catedráticos decidieron que no servía ninguna pieza, por lo que no tuvieron mejor ocurrencia que imponernos (mi hermano mayor también iba en el lote) unas obras nuevas a primera vista. Claro, que no sabían con quién se las estaban viendo. Otra cosa no, pero a lectura y a entonación no me ganaba nadie. Así que, su boca se quedó más abierta que la mía cantando.
En el mes de junio del año siguiente, el examen era de sexto de Piano. Éste sí lo recuerdo mucho mejor, sobre todo por los daños colaterales. El bueno de Rafael Quero, jovencito todavía, no tuvo otra ocurrencia que la de pedirnos, para calentar, una escala, la que quisiéramos (reitero el plural anterior). Mi hermano sufrió una especie de parálisis mental, comenzó a sudar, miró a mis sufridos padres y les dijo que ahí terminaba su relación con la música. Y hasta hoy. Cada vez que recuerdo este episodio me acuerdo de otra ocasión en la que lo acompañé al dentista y, al escuchar desde fuera sus gritos, sentí pánico por simpatía, como los armónicos.
Cuando llegó mi turno, que fue enseguida pues no hubo forma humana de convencerle de que tocara incluso sin la dichosa escala, me miró y me pidió lo mismo: una escalita. Yo flipo conmigo mismo. Calladito, buenecito y responsabilito, pero con más agallas, llegado el momento, que el caballo de Espartero. Fue como tirarse de un trampolín. Te pones en el borde, miras hacia abajo, te entran ganas de dar media vuelta pero algo en tu interior te dice que puedes, que no pasa nada. Y así fue. Sol mayor, ni frío ni calor, pero muy cómoda para el cuarto dedo. Hacia arriba, cuatro octavas, y hacia abajo otras cuatro. Después vino el examen propiamente dicho, hasta el final y listo (no hay que olvidar el pánico por simpatía).
Como se suele decir, salvé la honra familiar. Cuando oí a mi hermano decir que abandonaba la carrera vi las puertas abiertas: ¡yo también, yo también! Desde entonces sé lo que es y cómo funciona el chantaje emocional. Obviamente, tuve que ceder en mis reivindicaciones. Lo que no sabía es que este incidente puntual iba a ser una pamplina con respecto a mi nuevo horizonte: el Conservatorio de Sevilla. Pero eso es otra historia.
Cada vez que escribo, intento que no sea de oídas, sino que todo lo que cuento sea algo personal, la única manera que conozco para que sea medianamente interesante y, sobre todo, veraz y creíble. Por eso me gusta mencionar mis vivencias, porque sé que muchas son comunes.
Como yo estudiaba en el Conservatorio de Jerez de la Frontera, que era elemental, tuve que realizar quinto y sexto por libre (del Plan del 66, cuando grado medio iba desde quinto a octavo). En vez de continuar en Cádiz, relativamente cerca (entonces no existía el puente que cruzaba la Bahía), mi profesor, don Joaquín Villatoro, decidió que haría los exámenes en el superior de Córdoba, saltándonos a la piola el de Sevilla.
La primera vez que acudimos al tribunal, con doce años recién cumplidos, la recuerdo vagamente. Me viene a la memoria más claramente el examen de Conjunto Coral que el de Piano, ya que, de todo el repertorio que llevaba preparado, los señores catedráticos decidieron que no servía ninguna pieza, por lo que no tuvieron mejor ocurrencia que imponernos (mi hermano mayor también iba en el lote) unas obras nuevas a primera vista. Claro, que no sabían con quién se las estaban viendo. Otra cosa no, pero a lectura y a entonación no me ganaba nadie. Así que, su boca se quedó más abierta que la mía cantando.
En el mes de junio del año siguiente, el examen era de sexto de Piano. Éste sí lo recuerdo mucho mejor, sobre todo por los daños colaterales. El bueno de Rafael Quero, jovencito todavía, no tuvo otra ocurrencia que la de pedirnos, para calentar, una escala, la que quisiéramos (reitero el plural anterior). Mi hermano sufrió una especie de parálisis mental, comenzó a sudar, miró a mis sufridos padres y les dijo que ahí terminaba su relación con la música. Y hasta hoy. Cada vez que recuerdo este episodio me acuerdo de otra ocasión en la que lo acompañé al dentista y, al escuchar desde fuera sus gritos, sentí pánico por simpatía, como los armónicos.
Cuando llegó mi turno, que fue enseguida pues no hubo forma humana de convencerle de que tocara incluso sin la dichosa escala, me miró y me pidió lo mismo: una escalita. Yo flipo conmigo mismo. Calladito, buenecito y responsabilito, pero con más agallas, llegado el momento, que el caballo de Espartero. Fue como tirarse de un trampolín. Te pones en el borde, miras hacia abajo, te entran ganas de dar media vuelta pero algo en tu interior te dice que puedes, que no pasa nada. Y así fue. Sol mayor, ni frío ni calor, pero muy cómoda para el cuarto dedo. Hacia arriba, cuatro octavas, y hacia abajo otras cuatro. Después vino el examen propiamente dicho, hasta el final y listo (no hay que olvidar el pánico por simpatía).
Como se suele decir, salvé la honra familiar. Cuando oí a mi hermano decir que abandonaba la carrera vi las puertas abiertas: ¡yo también, yo también! Desde entonces sé lo que es y cómo funciona el chantaje emocional. Obviamente, tuve que ceder en mis reivindicaciones. Lo que no sabía es que este incidente puntual iba a ser una pamplina con respecto a mi nuevo horizonte: el Conservatorio de Sevilla. Pero eso es otra historia.
Etiquetas:
adrenalina,
bolos. carrera,
capacidad,
confianza,
conservatorio,
examen,
intentarlo,
miedo,
nervios,
resistir
domingo, 1 de diciembre de 2013
Y yo también...
Ha vuelto a suceder: estaba mi hija haciendo publicidad de la nueva gira con su Orquesta de Cámara de Mujeres Almaclara, cuando su interlocutor exclamó alto y claro 'yo también soy violonchelista'. Ella mostró amablemente su grata sorpresa y le hizo la típica pregunta de indagación a lo que, con todo su orgullo, le respondió que estaba en tercero de grado elemental.
Claro, si soy consecuente con lo que llevo escrito hasta hoy en mis 199 entradas, así tendríamos que responder todos. Si toco el instrumento, me convierto inmediatamente en un intérprete. Lo único que ocurre es que todos sabemos que ni es así ni es tan simple.
Casos similares que han provocado mi sonrisa he tenido muchos en tantos años. Basta que acudas a cualquier reunión ajena a la música (muy recomendable, por cierto, que hay que airearse), para que, al ser presentado como pianista (no digo ya concertista) alguna voz surja, igualmente alta y clara, erigiéndose automáticamente en colega. Reconozco que no tengo ningún problema al respecto, es más, me producen hasta una pequeña envidia al contemplarlos tan inconscientes y seguros de sí mismos. Lo embarazoso de la situación viene cuando el/la protagonista comienza a enumerar sus méritos y casi siempre sobran dedos de una mano para contar los años de estudio.
Un gerente de una importante orquesta comenzó a valorar su puesto en función de sus conocimientos musicales, consistentes en tres años de Solfeo y dos de Clarinete. ¿Realmente era necesario sacarlos a relucir? Me estaba contratando como solista y él se regodeaba en su amplia butaca. Ni yo le había preguntado al respecto ni necesitaba saberlo.
En otra ocasión, una joven amiga venía de ganar un concurso infantil con todas las bendiciones, tribunal incluido. La niña prometía y era un buen estímulo de los que siempre estamos necesitados. Claro, quizás su madre no contaba con que yo también estuviera recién llegado con un flamante primer premio de otro concurso, a lo mejor un pelín más complicado (y ya tenía varios más acumulados). Su alegría dio para que saliera por su boca la expresión 'mi niña ya es como tú'. En estos casos coloco mi media sonrisa, muevo la cabeza de arriba a abajo repetidamente y me quedo mudo, por si acaso. A ver, que yo me alegraba mucho por ellas, pero es que había todavía un abismo.
A veces te ponen en el compromiso las parejas respectivas, o sea, que el susodicho ni pía pero su media naranja lo cuenta a boca llena. Exagera el mérito, iguala la profesión e incluso supera la calidad. Uno se queda expectante pensando que va a conocer a su futuro maestro y pasa a la decepción, nuevamente, cuando te enteras de que su repertorio habitual lo componen Bertini, Cramer y Hanon.
En fin, anécdotas como estas recuerdo a puñados, pero nunca se me quitará de la cabeza el forcejeo (que ya conté hace tiempo) entre una cualificada sindicalista, esposa de un senador, que durante una barbacoa dada por unos amigos comunes fue incapaz de admitir que yo podía ser pianista y mucho menos vivir de ello.
¡Lo que hay que aguantar!
Claro, si soy consecuente con lo que llevo escrito hasta hoy en mis 199 entradas, así tendríamos que responder todos. Si toco el instrumento, me convierto inmediatamente en un intérprete. Lo único que ocurre es que todos sabemos que ni es así ni es tan simple.
Casos similares que han provocado mi sonrisa he tenido muchos en tantos años. Basta que acudas a cualquier reunión ajena a la música (muy recomendable, por cierto, que hay que airearse), para que, al ser presentado como pianista (no digo ya concertista) alguna voz surja, igualmente alta y clara, erigiéndose automáticamente en colega. Reconozco que no tengo ningún problema al respecto, es más, me producen hasta una pequeña envidia al contemplarlos tan inconscientes y seguros de sí mismos. Lo embarazoso de la situación viene cuando el/la protagonista comienza a enumerar sus méritos y casi siempre sobran dedos de una mano para contar los años de estudio.
Un gerente de una importante orquesta comenzó a valorar su puesto en función de sus conocimientos musicales, consistentes en tres años de Solfeo y dos de Clarinete. ¿Realmente era necesario sacarlos a relucir? Me estaba contratando como solista y él se regodeaba en su amplia butaca. Ni yo le había preguntado al respecto ni necesitaba saberlo.
En otra ocasión, una joven amiga venía de ganar un concurso infantil con todas las bendiciones, tribunal incluido. La niña prometía y era un buen estímulo de los que siempre estamos necesitados. Claro, quizás su madre no contaba con que yo también estuviera recién llegado con un flamante primer premio de otro concurso, a lo mejor un pelín más complicado (y ya tenía varios más acumulados). Su alegría dio para que saliera por su boca la expresión 'mi niña ya es como tú'. En estos casos coloco mi media sonrisa, muevo la cabeza de arriba a abajo repetidamente y me quedo mudo, por si acaso. A ver, que yo me alegraba mucho por ellas, pero es que había todavía un abismo.
A veces te ponen en el compromiso las parejas respectivas, o sea, que el susodicho ni pía pero su media naranja lo cuenta a boca llena. Exagera el mérito, iguala la profesión e incluso supera la calidad. Uno se queda expectante pensando que va a conocer a su futuro maestro y pasa a la decepción, nuevamente, cuando te enteras de que su repertorio habitual lo componen Bertini, Cramer y Hanon.
En fin, anécdotas como estas recuerdo a puñados, pero nunca se me quitará de la cabeza el forcejeo (que ya conté hace tiempo) entre una cualificada sindicalista, esposa de un senador, que durante una barbacoa dada por unos amigos comunes fue incapaz de admitir que yo podía ser pianista y mucho menos vivir de ello.
¡Lo que hay que aguantar!
Etiquetas:
aficionado,
Alumnos,
bolos. carrera,
capacidad,
confianza,
humor,
Intérprete,
mi hija Beatriz,
normalidad,
Orquesta de Mujeres Almaclara,
pianista,
relatividad,
vergüenza
domingo, 24 de noviembre de 2013
¡Mamá, quiero ser artista!
No hace mucho tiempo, quince o veinte años quizás, tomar la decisión de dedicarse al artisteo y vivir de él era, como poco, infrecuente. Esto era más una afición que una profesión y sólo esa mínima parte de la sociedad que frecuentaba la mala vida podría tener algún interés en tirar por la borda los esfuerzos paternos para que el niño o la niña fuesen personas de provecho.
Si echamos la vista un poco más hacia atrás, prácticamente la totalidad de los artistas se podían definir como pecadores con pasaporte directo al infierno (que debe estar de lo más ambientado). De hecho, casi todos pasaban por vagos y maleantes, es decir, gente sin oficio.
Puede parecer que los músicos tenían una especie de salvoconducto ante la ley ya que, al menos en teoría, tocar un instrumento requería una buena dosis de estudio. Es verdad que dentro de este saco habría que crear como una escala con la que se podría dibujar una pirámide, en cuyo vértice superior, cómo no, se situarían los clásicos, la élite. Pero no es de esta 'tontería' de la que quiero escribir hoy.
Elegir ser artista incluye muchas parcelas para las que la sociedad actual aún no está preparada. Hablo de sociedad en el sentido de admitir que esto sea un profesión completa, que no necesita de complementos, de que nadie se asuste ni sorprenda cuando somos presentados como músicos, que nuestras abuelas no saquen el rosario invocando a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, cuando se enteran de a qué pensamos dedicarnos y un largo etcétera.
Gracias a la televisión, muchos jóvenes son presa de un fervor repentino por esta vida. Yo recuerdo cómo en los años 80, la serie Fama logró aumentar significativamente la matrícula en los conservatorios y en las escuelas de danza. Hoy el tirón lo tienen los cientos de programas concurso que se nutren de miles de principiantes ilusionados de usar y tirar, así es el mercado.
Pero yo siempre oí que esto del piano era distinto. A mucha gente, cuando se le pregunta qué le hubiera gustado hacer en la vida, responde que tocar el piano. Es verdad que tenemos, en proporción, el mayor número de aficionados con respecto a cualquier otro instrumento. Esto obliga, ya que el nivel de exigencia ha crecido, a mantenerse a base de estudio, no hay otro secreto.
Cuando se levanta el telón, se apagan las luces de la sala y el escenario toma brillo, el público queda cautivado mágicamente, incluso antes de oír siquiera una nota. Lo que venga después dependerá del arte y buen hacer de cada uno, obviamente. Lo que casi nadie puede imaginar es el camino recorrido hasta llegar a ese instante. Mucho esfuerzo, mucho sacrificio, mucha tensión, mucha inversión, muchas privaciones..., mucho de todo. Y aquí llegamos a lo interesante. Cuando se ha caminado a conciencia, paso a paso, se han seguido los consejos recibidos y se ha hecho la tarea a diario, año tras año, alcanzamos un objetivo, loable en sí mismo. Pero todo ese largo peregrinaje toma sentido sólo si la música la tenemos dentro sin mirar ninguna otra faceta. Hay algo que no tiene explicación y que nos pertenece en exclusiva de manera individual.
Lo que a día de hoy no consigo explicarme es por qué la mayoría de artistas se consideran tales por el mero hecho de actuar ante el público, y los pianistas tenemos que agarrarnos siempre a la sexta acepción del diccionario de la RAE: persona que hace algo con suma perfección. Así, tenemos el disfrute un poquito más alejado que los demás.
Si echamos la vista un poco más hacia atrás, prácticamente la totalidad de los artistas se podían definir como pecadores con pasaporte directo al infierno (que debe estar de lo más ambientado). De hecho, casi todos pasaban por vagos y maleantes, es decir, gente sin oficio.
Puede parecer que los músicos tenían una especie de salvoconducto ante la ley ya que, al menos en teoría, tocar un instrumento requería una buena dosis de estudio. Es verdad que dentro de este saco habría que crear como una escala con la que se podría dibujar una pirámide, en cuyo vértice superior, cómo no, se situarían los clásicos, la élite. Pero no es de esta 'tontería' de la que quiero escribir hoy.
Elegir ser artista incluye muchas parcelas para las que la sociedad actual aún no está preparada. Hablo de sociedad en el sentido de admitir que esto sea un profesión completa, que no necesita de complementos, de que nadie se asuste ni sorprenda cuando somos presentados como músicos, que nuestras abuelas no saquen el rosario invocando a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, cuando se enteran de a qué pensamos dedicarnos y un largo etcétera.
Gracias a la televisión, muchos jóvenes son presa de un fervor repentino por esta vida. Yo recuerdo cómo en los años 80, la serie Fama logró aumentar significativamente la matrícula en los conservatorios y en las escuelas de danza. Hoy el tirón lo tienen los cientos de programas concurso que se nutren de miles de principiantes ilusionados de usar y tirar, así es el mercado.
Pero yo siempre oí que esto del piano era distinto. A mucha gente, cuando se le pregunta qué le hubiera gustado hacer en la vida, responde que tocar el piano. Es verdad que tenemos, en proporción, el mayor número de aficionados con respecto a cualquier otro instrumento. Esto obliga, ya que el nivel de exigencia ha crecido, a mantenerse a base de estudio, no hay otro secreto.
Cuando se levanta el telón, se apagan las luces de la sala y el escenario toma brillo, el público queda cautivado mágicamente, incluso antes de oír siquiera una nota. Lo que venga después dependerá del arte y buen hacer de cada uno, obviamente. Lo que casi nadie puede imaginar es el camino recorrido hasta llegar a ese instante. Mucho esfuerzo, mucho sacrificio, mucha tensión, mucha inversión, muchas privaciones..., mucho de todo. Y aquí llegamos a lo interesante. Cuando se ha caminado a conciencia, paso a paso, se han seguido los consejos recibidos y se ha hecho la tarea a diario, año tras año, alcanzamos un objetivo, loable en sí mismo. Pero todo ese largo peregrinaje toma sentido sólo si la música la tenemos dentro sin mirar ninguna otra faceta. Hay algo que no tiene explicación y que nos pertenece en exclusiva de manera individual.
Lo que a día de hoy no consigo explicarme es por qué la mayoría de artistas se consideran tales por el mero hecho de actuar ante el público, y los pianistas tenemos que agarrarnos siempre a la sexta acepción del diccionario de la RAE: persona que hace algo con suma perfección. Así, tenemos el disfrute un poquito más alejado que los demás.
Etiquetas:
artista,
capacidad,
carrera,
disciplina,
disfrutar,
entrega,
estudio,
fama,
música,
objetivo,
público,
sueños,
vocación,
voz interior
domingo, 17 de noviembre de 2013
Pesadilla hecha realidad
Me ha mandado mi hija el enlace a un video que es probable que conozcáis, pues ya tiene muchas visitas. Es toda una lección de María Joao Pires al comienzo de un concierto (o quizás sea un ensayo con público). En el momento en que la orquesta Concertgebouw, al mando de Ricardo Chailly, acaricia los primeros compases del KV 466 en Re menor de Mozart, ella se da cuenta de que no es el que trae preparado. Lejos de detener la música y tras una breve negociación (el director sonriente y confiado, y ella con unas caras que no tienen descripción y es mejor verlas), la Pires comienza a tocar con un sonido impresionante y su pulsación característica.
¿Somos capaces de ponernos en su lugar? La respuesta debería ser afirmativa pero mucho me temo que todos habríamos entrado en pánico, nos habríamos levantado a pedir al director que frenase en seco, habríamos culpado al sursuncorda y, lo más probable, en vez de intentar adaptarnos habríamos exigido que fuese la orquesta la que cambiase los papeles. Me apuesto lo que queráis.
Para mí, la actitud adoptada por la idolatrada pianista es todo un acto de valentía, de pundonor, de responsabilidad y de grandeza. Chailly comenta en el video cómo parecía que ella había recibido una descarga eléctrica. ¿Imagináis el chutazo de adrenalina? Justo en ese momento es cuando la cabeza, tras el susto inicial, tras la impresión, realiza un escaneo frenético buscando el asidero al que hay que agarrarse.
Está claro que hablamos de un referente en cuanto a Mozart, pero eso de recomponerse en cuestión de segundos no es cualquier cosa. El año pasado dediqué una entrada a las pesadillas musicales, que nos alegran el sueño con una serie de situaciones difíciles e imposibles con un realismo tal que el corazón se acelera igual que si estuviésemos en la cama con la niña del Exorcista. Pero eran eso, pesadillas. Esto sí es real.
La lección que podríamos sacar de esta situación es muy sencilla: realmente todos seríamos capaces de hacerlo si nuestra cabeza estuviese lo suficientemente bien amueblada y no roída por la carcoma. Si desde el comienzo nos infundieran ánimo, seguridad y soltura, estaríamos preparados para esto y mucho más. Lo sé por experiencia propia. He vivido casos parecidos y no he tenido más remedio que confiar en mis posibilidades. Una de ellas, por ejemplo, consistió en tocar una pieza más, sobre la marcha, para una grabación de televisión porque faltaban cinco minutos para completar el programa (por un error de cálculo de la productora). Estamos en lo mismo: era la Danza Ritual del Fuego, de Manuel de Falla, que tenía trillada, pero que llevaba sin tocar mucho tiempo. Negarme habría sido fácil pues no era mi responsabilidad, pero también me recompuse del susto, apreté los dientes y recibí un monumental aplauso de todos los que en ese momento participaban en la grabación.
Todos hemos tocado de memoria y de principio a fin muchas obras, pasados meses y años, pero solitos y en nuestra casa. El problema viene cuando hay público, cuando alguien nos puede juzgar por un lapsus, cuando reaparecen los fantasmas con los que nos han minado durante lustros. Si sintiésemos esta carrera con un puntito más lúdico, menos trascendente, quizás lograríamos desarrollar nuestras verdaderas capacidades, todo ese potencial que en verdad sabemos que poseemos pero que, por miedo, siempre por miedo, no hacemos más que ocultar y frenar.
Me encanta esta mujer. La adoro. Y ahora mucho más.

Para mí, la actitud adoptada por la idolatrada pianista es todo un acto de valentía, de pundonor, de responsabilidad y de grandeza. Chailly comenta en el video cómo parecía que ella había recibido una descarga eléctrica. ¿Imagináis el chutazo de adrenalina? Justo en ese momento es cuando la cabeza, tras el susto inicial, tras la impresión, realiza un escaneo frenético buscando el asidero al que hay que agarrarse.
Está claro que hablamos de un referente en cuanto a Mozart, pero eso de recomponerse en cuestión de segundos no es cualquier cosa. El año pasado dediqué una entrada a las pesadillas musicales, que nos alegran el sueño con una serie de situaciones difíciles e imposibles con un realismo tal que el corazón se acelera igual que si estuviésemos en la cama con la niña del Exorcista. Pero eran eso, pesadillas. Esto sí es real.
La lección que podríamos sacar de esta situación es muy sencilla: realmente todos seríamos capaces de hacerlo si nuestra cabeza estuviese lo suficientemente bien amueblada y no roída por la carcoma. Si desde el comienzo nos infundieran ánimo, seguridad y soltura, estaríamos preparados para esto y mucho más. Lo sé por experiencia propia. He vivido casos parecidos y no he tenido más remedio que confiar en mis posibilidades. Una de ellas, por ejemplo, consistió en tocar una pieza más, sobre la marcha, para una grabación de televisión porque faltaban cinco minutos para completar el programa (por un error de cálculo de la productora). Estamos en lo mismo: era la Danza Ritual del Fuego, de Manuel de Falla, que tenía trillada, pero que llevaba sin tocar mucho tiempo. Negarme habría sido fácil pues no era mi responsabilidad, pero también me recompuse del susto, apreté los dientes y recibí un monumental aplauso de todos los que en ese momento participaban en la grabación.
Todos hemos tocado de memoria y de principio a fin muchas obras, pasados meses y años, pero solitos y en nuestra casa. El problema viene cuando hay público, cuando alguien nos puede juzgar por un lapsus, cuando reaparecen los fantasmas con los que nos han minado durante lustros. Si sintiésemos esta carrera con un puntito más lúdico, menos trascendente, quizás lograríamos desarrollar nuestras verdaderas capacidades, todo ese potencial que en verdad sabemos que poseemos pero que, por miedo, siempre por miedo, no hacemos más que ocultar y frenar.
Me encanta esta mujer. La adoro. Y ahora mucho más.
Etiquetas:
adrenalina,
capacidad,
concentración,
confianza,
Falla,
Imprevisto,
improvisar,
María Joao Pires,
memoria,
miedo,
música en directo,
pesadilla,
relatividad,
Seguridad
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Repertorio (III)
A la hora de estudiar repertorio nuevo, siempre tengo la tentación de hacerlo rellenando huecos, es decir, intentando completar alguna colección, sea del tipo que sea y del compositor que sea. Pero me topo con el mismo problema una y otra vez: si los huecos están ahí es porque en su día hubo algún motivo para no taparlo. Lo normal es que dicho motivo sea musical, con lo que no hago más que tropezar en la misma piedra.
La época en la que teníamos que estudiar determinadas obras por imposición del profesor se limita al conservatorio, ya que, aunque la inercia siga durante unos años más, la rebeldía que hemos ido acumulando, en especial en los últimos cursos, nos hace ser dueños de nuestras decisiones. Creo que todos hemos pasado momentos de tedio al tener que leer, poner en pie y memorizar según qué partituras.
También ocurre que, a menudo, una buena pieza musical requiere de bastante tiempo para desentrañarla. Si no somos constantes, puede que nos perdamos el placer de disfrutar no sólo el resultado sonoro sino las tripas, es decir, su estructura, su lenguaje y todos los elementos que la componen. Y no necesariamente me refiero al siglo XX, que también hay creaciones muy densas en el XIX.
Cuando llega el momento de tener preparado algún monográfico, ya sea por un aniversario o porque nos gusta especialmente, se ve perfectamente que tendemos a estudiar lo que nos es más afín. Escuchamos a otro pianista tocando y pensamos que hemos encontrado con qué completar el programa. Nos ponemos a ello y todo va bien hasta que, sin saber cómo, una pequeña desazón nos va invadiendo. Levantamos las manos, cogemos la partitura, empezamos a pasar sus páginas en busca de algo que nos atrape, un segundo movimiento maravilloso quizás, y nada de nada. Pensamos que igual es mala hora para seguir, que estamos cansados (pero si acabamos de empezar), que no estamos tocando bien... Lo dicho, nada de nada.
Voy a soltar la burrada de turno: he llegado a pensar que esos pianistas (con muy pocas excepciones) capaces de empezar por un primer tomo de obras completas y llegar hasta la última sin despeinarse, no sienten lo que están haciendo, son como autómatas. Sólo dedos y nada más que dedos. Eso no es ser músico y se nota en el resultado. Aburrimiento a más no poder.
Después de tantos años estudiando, leyendo y oyendo la música escrita para piano, sigo sin sentirme capaz de montar determinadas obras, ni siquiera por obligación (ahora mucho menos). Me gusta leer, conscientemente o al azar, y hay de todo: verdaderos descubrimientos y verdaderos tostones, incluyendo a todos los compositores habidos y por haber (¿es esto otra burrada?).
Ya que vamos a pasar mucho tiempo en compañía del repertorio que hemos elegido, al menos que nos guste mucho, pero mucho, si no, habrá que recurrir al divorcio exprés.

También ocurre que, a menudo, una buena pieza musical requiere de bastante tiempo para desentrañarla. Si no somos constantes, puede que nos perdamos el placer de disfrutar no sólo el resultado sonoro sino las tripas, es decir, su estructura, su lenguaje y todos los elementos que la componen. Y no necesariamente me refiero al siglo XX, que también hay creaciones muy densas en el XIX.
Cuando llega el momento de tener preparado algún monográfico, ya sea por un aniversario o porque nos gusta especialmente, se ve perfectamente que tendemos a estudiar lo que nos es más afín. Escuchamos a otro pianista tocando y pensamos que hemos encontrado con qué completar el programa. Nos ponemos a ello y todo va bien hasta que, sin saber cómo, una pequeña desazón nos va invadiendo. Levantamos las manos, cogemos la partitura, empezamos a pasar sus páginas en busca de algo que nos atrape, un segundo movimiento maravilloso quizás, y nada de nada. Pensamos que igual es mala hora para seguir, que estamos cansados (pero si acabamos de empezar), que no estamos tocando bien... Lo dicho, nada de nada.
Voy a soltar la burrada de turno: he llegado a pensar que esos pianistas (con muy pocas excepciones) capaces de empezar por un primer tomo de obras completas y llegar hasta la última sin despeinarse, no sienten lo que están haciendo, son como autómatas. Sólo dedos y nada más que dedos. Eso no es ser músico y se nota en el resultado. Aburrimiento a más no poder.
Después de tantos años estudiando, leyendo y oyendo la música escrita para piano, sigo sin sentirme capaz de montar determinadas obras, ni siquiera por obligación (ahora mucho menos). Me gusta leer, conscientemente o al azar, y hay de todo: verdaderos descubrimientos y verdaderos tostones, incluyendo a todos los compositores habidos y por haber (¿es esto otra burrada?).
Ya que vamos a pasar mucho tiempo en compañía del repertorio que hemos elegido, al menos que nos guste mucho, pero mucho, si no, habrá que recurrir al divorcio exprés.
Etiquetas:
belleza,
capacidad,
compositor,
disciplina,
disfrutar,
estímulo,
estudio,
objetivo,
obras,
placer,
programa,
repertorio,
voz interior
domingo, 10 de noviembre de 2013
Jubilatio
Para no transcribir literalmente un texto que no es mío, os remito a la página que explica históricamente el Jubileo y la Jubilatio. Es curioso y describe unas cuantas cosas que han llegado a nuestros días desde las leyes hebreas del tiempo de Moisés.
El caso es que esto de la jubilación, cuando los trabajos tienen una carga física deslomante, se recibe con una inmensa alegría, sobre todo ahora que la expectativa de vida ha aumentado considerablemente (más de cuarenta años en sólo un siglo, que se dice pronto). O sea, que lo normal era morirse antes de jubilarse o casi inmediatamente. Lo que viene siendo el famoso 'usar y tirar'.
Pero no nos preocupemos, que esto de disfrutar del tiempo libre, del ocio, con buena salud y, lo que es más importante, ganas de hacerlo, también nos lo acabarán quitando, que para eso nos dejamos.
Hasta aquí, creo que podemos estar de acuerdo. Ahora, me gustaría animar el patio un poquito con una pequeña percepción personal. A ver si soy capaz de explicarme. Hace poco coincidí con varios antiguos compañeros que trabajan en distintos conservatorios (de diferentes provincias españolas). Tras los saludos alegres y la breve puesta al día de rigor, la frase que salió de la boca de casi todos ellos/as (aquí voy a usar la políticamente correcta diferenciación de géneros, algo que no suelo hacer) venía a indicar que el sueño máximo, el mayor deseo, el único anhelo que les quedaba por delante era jubilarse. Y, salvo dos o tres, al resto aún le queda para alcanzar los sesenta.
La verdad, no sé qué decir. Me quedé un poco estupefacto. Cuando no hace mucho se permitió en determinadas profesiones, entre las que se encuentra la enseñanza, alargar la vida laboral hasta los setenta años de manera voluntaria, creo que fue debido a que, gracias a la susodicha longevidad con cabeza despejada incluida, al personal le podía apetecer sentirse útil, activo y creativo. Así al menos lo entendí yo.
¿Tanto han cambiado las tornas para que nadie quiera permanecer una micra de segundo más de la necesaria compartiendo su saber con los jóvenes estudiantes? ¿Quién o quiénes han logrado desilusionar a tantos profesionales variopintos de una manera tan drástica? ¿Es a causa de la enseñanza o también a causa de la Música?
Pensaba que dedicarse a una profesión cuya materia base es el Arte nos ponía a salvo de fechas y calendarios.
Como Beatriz sabía que iba a tocar este tema, me ha pasado una chuleta con un nombre: Minna Keal.
"Minna nació en Londres en 1909, hija de emigrantes judíos rusos. Le encantaba la música y empezó a estudiar en la Real Academia, pero su padre murió y tuvo que abandonar la carrera a los diecinueve años para ponerse a trabajar. En 1939 entró en el partido comunista y en 1957 se salió tras la invasión de Hungría; se casó dos veces, tuvo un hijo. Durante la guerra, montó una organización para sacar niños judíos de Alemania. La mayor parte de su vida trabajó como secretaria en diversos y aburridos empleos administrativos; a los sesenta años se jubiló y decidió retomar las clases de música y después estudiar composición. Su primera sinfonía fue estrenada en 1989 en los BBC Proms, unos prestigiosos conciertos anuales que se celebran en Royal Albert Hall de Londres. Fue un clamoroso éxito. Minna Keal tenía ochenta años. A partir de entonces, y hasta su muerte, Minna se dedicó intensamente a la música y se convirtió en una de las más notables compositoras contemporáneas europeas. "Creí que estaba llegando al final de mi vida, pero ahora siento como si estuviera empezando. Es como si estuviera viviendo mi vida al revés" dijo tras estrenar en los Proms."
(Rosa Montero, de la novela "La ridícula idea de no volver a verte")
El caso es que esto de la jubilación, cuando los trabajos tienen una carga física deslomante, se recibe con una inmensa alegría, sobre todo ahora que la expectativa de vida ha aumentado considerablemente (más de cuarenta años en sólo un siglo, que se dice pronto). O sea, que lo normal era morirse antes de jubilarse o casi inmediatamente. Lo que viene siendo el famoso 'usar y tirar'.
Pero no nos preocupemos, que esto de disfrutar del tiempo libre, del ocio, con buena salud y, lo que es más importante, ganas de hacerlo, también nos lo acabarán quitando, que para eso nos dejamos.
Hasta aquí, creo que podemos estar de acuerdo. Ahora, me gustaría animar el patio un poquito con una pequeña percepción personal. A ver si soy capaz de explicarme. Hace poco coincidí con varios antiguos compañeros que trabajan en distintos conservatorios (de diferentes provincias españolas). Tras los saludos alegres y la breve puesta al día de rigor, la frase que salió de la boca de casi todos ellos/as (aquí voy a usar la políticamente correcta diferenciación de géneros, algo que no suelo hacer) venía a indicar que el sueño máximo, el mayor deseo, el único anhelo que les quedaba por delante era jubilarse. Y, salvo dos o tres, al resto aún le queda para alcanzar los sesenta.
La verdad, no sé qué decir. Me quedé un poco estupefacto. Cuando no hace mucho se permitió en determinadas profesiones, entre las que se encuentra la enseñanza, alargar la vida laboral hasta los setenta años de manera voluntaria, creo que fue debido a que, gracias a la susodicha longevidad con cabeza despejada incluida, al personal le podía apetecer sentirse útil, activo y creativo. Así al menos lo entendí yo.
¿Tanto han cambiado las tornas para que nadie quiera permanecer una micra de segundo más de la necesaria compartiendo su saber con los jóvenes estudiantes? ¿Quién o quiénes han logrado desilusionar a tantos profesionales variopintos de una manera tan drástica? ¿Es a causa de la enseñanza o también a causa de la Música?
Pensaba que dedicarse a una profesión cuya materia base es el Arte nos ponía a salvo de fechas y calendarios.
Como Beatriz sabía que iba a tocar este tema, me ha pasado una chuleta con un nombre: Minna Keal.
"Minna nació en Londres en 1909, hija de emigrantes judíos rusos. Le encantaba la música y empezó a estudiar en la Real Academia, pero su padre murió y tuvo que abandonar la carrera a los diecinueve años para ponerse a trabajar. En 1939 entró en el partido comunista y en 1957 se salió tras la invasión de Hungría; se casó dos veces, tuvo un hijo. Durante la guerra, montó una organización para sacar niños judíos de Alemania. La mayor parte de su vida trabajó como secretaria en diversos y aburridos empleos administrativos; a los sesenta años se jubiló y decidió retomar las clases de música y después estudiar composición. Su primera sinfonía fue estrenada en 1989 en los BBC Proms, unos prestigiosos conciertos anuales que se celebran en Royal Albert Hall de Londres. Fue un clamoroso éxito. Minna Keal tenía ochenta años. A partir de entonces, y hasta su muerte, Minna se dedicó intensamente a la música y se convirtió en una de las más notables compositoras contemporáneas europeas. "Creí que estaba llegando al final de mi vida, pero ahora siento como si estuviera empezando. Es como si estuviera viviendo mi vida al revés" dijo tras estrenar en los Proms."
(Rosa Montero, de la novela "La ridícula idea de no volver a verte")
Etiquetas:
alegría,
Alumnos,
Beatriz,
capacidad,
disfrutar,
entrega,
ganas,
ilusión,
jubilación,
música,
nosotros mismos,
placer,
Profesores,
sueños,
vivir
miércoles, 4 de septiembre de 2013
Almaclara (II)
Aunque parezca mentira, y después de tanto trabajo, la gira que la Orquesta de Cámara de Mujeres Almaclara ha realizado durante el mes de agosto ha concluido felizmente.
He sido testigo privilegiado de los ensayos, de la convivencia y de los conciertos. Si ya dije en mi anterior entrada dedicada a ellas que sentía un poco de envidia sana, ahora sólo puedo ratificarme. Es que se lo pasan muy bien y, por supuesto, suenan muy bien.
El programa, dedicado a María Callas, ha sido todo un acierto. La transcripción de cada Aria ha sido de mi hija Beatriz que, como ya apunté, es la directora, con la particularidad que lo hace desde su silla tocando el violonchelo. Parece fácil, lo hace fácil, pero hay mucha concentración y mucha entrega por parte de todas. Ya sabemos que en las orquestas normales, con el director delante de los músicos, se pueden ir añadiendo o recordando los detalles de los ensayos. Con este sistema tiene que estar todo más claro y se necesita que cada intérprete esté pendiente de sí misma y de sus compañeras.
La acogida en cada concierto ha sido abrumadora. Todas las salas se llenaron de público, algo no tan obvio si pensamos que había que pagar la correspondiente entrada. Siempre se ponían en pie para aplaudir y siempre pidieron un bis e incluso dos. Cuando se toca en directo no hay nada garantizado, que al respetable hay que ganárselo. Y que buena parte de las piezas fuesen conocidas sólo servía para poner el listón más alto.
Es impresionante, con la perspectiva de los años, comprobar que de nuestros conservatorios salen chicas tan bien preparadas. No hace tanto que era casi imposible encontrar algún instrumentista de cuerda y, de haberlo, que tocase más que decentemente. Esta orquesta ha tenido un sonido propio exquisito, una afinación perfecta y un ir todas a una que aún me sigue dejando perplejo. Y era complicado porque, como esencia de toda la interpretación, estaba el alma de María Callas, tan única e inimitable.
El último concierto en Sanlúcar de Barrameda tuvo el añadido de emoción del homenaje al pianista José Manuel de Diego, tan buen amigo. Qué mejor que música para un músico. Él lo valoró perfectamente y lo agradeció, señalando que a muchas de las chicas que allí estaban sentadas tocando las reconocía de su paso por el Conservatorio de Sevilla.
En fin, tan contentas han quedado que ya están organizando la siguiente gira para finales de noviembre y otra posterior para marzo de 2014. Para poder estar al tanto de sus movimientos, han creado una página en Facebook en la que, poco a poco, irán subiendo las noticias más recientes, fotos y videos. Os dejo también el enlace para que podáis participar.
Si cuando toquen os pilla cerca no dudéis en asistir. Se aprende mucho y se disfruta mucho. Y, de paso, allí nos vemos.
He sido testigo privilegiado de los ensayos, de la convivencia y de los conciertos. Si ya dije en mi anterior entrada dedicada a ellas que sentía un poco de envidia sana, ahora sólo puedo ratificarme. Es que se lo pasan muy bien y, por supuesto, suenan muy bien.
El programa, dedicado a María Callas, ha sido todo un acierto. La transcripción de cada Aria ha sido de mi hija Beatriz que, como ya apunté, es la directora, con la particularidad que lo hace desde su silla tocando el violonchelo. Parece fácil, lo hace fácil, pero hay mucha concentración y mucha entrega por parte de todas. Ya sabemos que en las orquestas normales, con el director delante de los músicos, se pueden ir añadiendo o recordando los detalles de los ensayos. Con este sistema tiene que estar todo más claro y se necesita que cada intérprete esté pendiente de sí misma y de sus compañeras.
La acogida en cada concierto ha sido abrumadora. Todas las salas se llenaron de público, algo no tan obvio si pensamos que había que pagar la correspondiente entrada. Siempre se ponían en pie para aplaudir y siempre pidieron un bis e incluso dos. Cuando se toca en directo no hay nada garantizado, que al respetable hay que ganárselo. Y que buena parte de las piezas fuesen conocidas sólo servía para poner el listón más alto.
Es impresionante, con la perspectiva de los años, comprobar que de nuestros conservatorios salen chicas tan bien preparadas. No hace tanto que era casi imposible encontrar algún instrumentista de cuerda y, de haberlo, que tocase más que decentemente. Esta orquesta ha tenido un sonido propio exquisito, una afinación perfecta y un ir todas a una que aún me sigue dejando perplejo. Y era complicado porque, como esencia de toda la interpretación, estaba el alma de María Callas, tan única e inimitable.
El último concierto en Sanlúcar de Barrameda tuvo el añadido de emoción del homenaje al pianista José Manuel de Diego, tan buen amigo. Qué mejor que música para un músico. Él lo valoró perfectamente y lo agradeció, señalando que a muchas de las chicas que allí estaban sentadas tocando las reconocía de su paso por el Conservatorio de Sevilla.
En fin, tan contentas han quedado que ya están organizando la siguiente gira para finales de noviembre y otra posterior para marzo de 2014. Para poder estar al tanto de sus movimientos, han creado una página en Facebook en la que, poco a poco, irán subiendo las noticias más recientes, fotos y videos. Os dejo también el enlace para que podáis participar.
Si cuando toquen os pilla cerca no dudéis en asistir. Se aprende mucho y se disfruta mucho. Y, de paso, allí nos vemos.
Etiquetas:
alegría,
capacidad,
carrera,
compartir,
concierto,
disfrutar,
energía,
envidia,
giras,
juventud,
María Callas,
mi hija Beatriz,
música en directo,
Orquesta de Mujeres Almaclara,
público,
transcripciones
domingo, 18 de agosto de 2013
Las mismas teclas
En el año 2000 (lo acabo de comprobar), exactamente el 21 de marzo, el pianista Marcus Roberts actuó en Cádiz, en la sala Central Lechera, dentro del ciclo Campus Jazz que organiza la Universidad gaditana, la UCA. Venía con sus dos acompañantes habituales, bajo y batería, esta última tocada por Jason Marsalis, el hermano pequeño del increíble trompetista Wynton Marsalis.
Tuve que asistir, irremediablemente, porque vi en televisión un concierto suyo, en el que interpretaba la Rhapsody in Blue, de Gershwin. La he buscado pero 'sólo' he encontrado esta versión más reciente. Juzgad vosotros mismos.
Siempre me atrajo la música de Jazz, sobre todo la tradicional, la de armonías más clásicas. La contemporánea no me transmite las mismas sensaciones, uno es así. Por desgracia no llegué a estudiarla como es debido, creo que en parte debido a la armonía. Antes no había tantas partituras y se aprendía con la práctica o con alguien al lado que te dirigiera. De hecho tuve un comienzo fugaz con un compañero, Rafael Marinelli, teclista del grupo de rock andaluz Alameda, quien en un descanso de clase comenzó a 'ponerme las manos'. Lo que prometía ser una puerta abierta se cerró de golpe pues coincidió con su éxito como banda y dejó de venir por el conservatorio.
Si nos ponemos a mirar la cantidad de pianistas de Jazz que tocan como verdaderos dioses, la lista es interminable. Casi todos proceden de una formación clásica, pues tocar hay que tocar y no hay truco. Y cuanto mejores son más fondo tienen. Podemos comprobarlo, por ejemplo, con Keith Jarrett, que tiene grabaciones que podemos disfrutar de El Clave bien Temperado, las Variaciones Goldberg o los Preludios y Fugas de Shostakovich, entre otras.
Qué me decís de Bill Evans, otro de los grandes. O de Chick Corea, aquí con Bobby McFerrin, un monstruo. O del francés Claude Bolling, tan ligado a la clásica también. Estos son sólo una pincelada, que tiene que haber miles.
Al final todo es música. Un piano y uno mismo ante él, solos. Pasar horas y horas tocando, buscando, improvisando, recordando. Hay algo mágico que nos atrapa y que nos obliga a sentarnos para acariciar las teclas, da igual lo que toquemos. El caso es pasar el tiempo en compañía de la música, que por eso somos músicos.
Estos pianistas tienen algo que te hace mover manos y pies, sonreír, llevar el ritmo con la cabeza convulsivamente. Y aunque lo hagan parecer muy fácil, cualquiera que sepa ver lo que se traen 'entre manos' comprobará que hay mucho estudio detrás. Cuando se dice que improvisan es después de mucho trabajo, que eso no sale solo.
Aunque sea por curiosidad, echad un vistazo a estos otros pianistas y disfrutadlos. Sin complejos. Aún recuerdo el concierto de Friedrich Gulda en el Teatro Real de Madrid con el público sorprendido porque tocó unas piezas de Chick Corea (¡oh, sacrilegio!).
Él sí que sabe pasarlo bien. Tomemos nota.
Tuve que asistir, irremediablemente, porque vi en televisión un concierto suyo, en el que interpretaba la Rhapsody in Blue, de Gershwin. La he buscado pero 'sólo' he encontrado esta versión más reciente. Juzgad vosotros mismos.
Siempre me atrajo la música de Jazz, sobre todo la tradicional, la de armonías más clásicas. La contemporánea no me transmite las mismas sensaciones, uno es así. Por desgracia no llegué a estudiarla como es debido, creo que en parte debido a la armonía. Antes no había tantas partituras y se aprendía con la práctica o con alguien al lado que te dirigiera. De hecho tuve un comienzo fugaz con un compañero, Rafael Marinelli, teclista del grupo de rock andaluz Alameda, quien en un descanso de clase comenzó a 'ponerme las manos'. Lo que prometía ser una puerta abierta se cerró de golpe pues coincidió con su éxito como banda y dejó de venir por el conservatorio.
Si nos ponemos a mirar la cantidad de pianistas de Jazz que tocan como verdaderos dioses, la lista es interminable. Casi todos proceden de una formación clásica, pues tocar hay que tocar y no hay truco. Y cuanto mejores son más fondo tienen. Podemos comprobarlo, por ejemplo, con Keith Jarrett, que tiene grabaciones que podemos disfrutar de El Clave bien Temperado, las Variaciones Goldberg o los Preludios y Fugas de Shostakovich, entre otras.
Qué me decís de Bill Evans, otro de los grandes. O de Chick Corea, aquí con Bobby McFerrin, un monstruo. O del francés Claude Bolling, tan ligado a la clásica también. Estos son sólo una pincelada, que tiene que haber miles.
Al final todo es música. Un piano y uno mismo ante él, solos. Pasar horas y horas tocando, buscando, improvisando, recordando. Hay algo mágico que nos atrapa y que nos obliga a sentarnos para acariciar las teclas, da igual lo que toquemos. El caso es pasar el tiempo en compañía de la música, que por eso somos músicos.
Estos pianistas tienen algo que te hace mover manos y pies, sonreír, llevar el ritmo con la cabeza convulsivamente. Y aunque lo hagan parecer muy fácil, cualquiera que sepa ver lo que se traen 'entre manos' comprobará que hay mucho estudio detrás. Cuando se dice que improvisan es después de mucho trabajo, que eso no sale solo.
Aunque sea por curiosidad, echad un vistazo a estos otros pianistas y disfrutadlos. Sin complejos. Aún recuerdo el concierto de Friedrich Gulda en el Teatro Real de Madrid con el público sorprendido porque tocó unas piezas de Chick Corea (¡oh, sacrilegio!).
Él sí que sabe pasarlo bien. Tomemos nota.
Etiquetas:
a dos pianos,
adrenalina,
alegría,
capacidad,
compartir,
disfrutar,
Jazz,
magia,
música,
pianista,
repertorio,
solo
Suscribirse a:
Entradas (Atom)