Mostrando entradas con la etiqueta esfuerzo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta esfuerzo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 11 de junio de 2014

Notas

Creo que estaremos de acuerdo en que el uso de las calificaciones sirve para estimular al alumno, como premio si son buenas, y como revulsivo si son flojas. Al menos, eso es lo que se defiende en la pedagogía tradicional. Hace ya mucho tiempo que no califico a nadie, por lo que tengo oxidada la percepción a la hora de medir.
Me conformo con el me gusta o no, y no necesito más.
Pero sí tengo frescos en la memoria muchos recuerdos al respecto. Durante mi paso por los grado profesional y superior, se me hizo creer que la nota era lo de menos, que lo importante era tocar. Y yo me lo creí porque, en efecto, el piano al final hay que tocarlo. Eso estaría bien cuando todos los baremos del mundo funcionaran de esa manera, es decir, obviando las calificaciones, algo que todos sabemos que no ocurrirá en la vida.
Pongamos por ejemplo las famosas oposiciones, que parecen pertenecer a una era pasada como el Pleistoceno. A la hora de baremar, una milésima puede decidir que vivas junto a las praderas donde pastan las vacas lecheras o rodeado de dióxido de carbono y ruido las veinticuatro horas del día. Ahí echamos de menos no haber protestado en su día aquella nota injusta o haber pasado de puntillas por alguna asignatura teórica. Lo mismo ocurre a la hora de calcular la nota media, que queremos rascar décimas de donde ya no hay. Y todo debido a una general laxitud, ya que lo importante era ir tirando como fuera hacia delante.
Aún conservo las espinas clavadas (en un frasquito, no en el alma) de lo que yo consideraba injusticias, y es que ciertos profesores se permitían manejar su juicio con total ausencia del mismo. De ahí los números inflados si les caías bien o la rigurosidad más improcedente sin venir a cuento. Todos sabemos de lo que hablo aunque no sea políticamente correcto y absolutamente todos los docentes lo negarán ante un tribunal de la Santa Inquisición a punto de condenarlos a la hoguera.
La pena de todo este asunto, que podría no tener mayor trascendencia, es que, en la práctica, la tiene y mucha. Un compañero de fatigas, al que admiraba mucho, dejó la carrera en octavo curso al sentir todo el desprecio de un tribunal al que le fastidiaba trabajar en septiembre. Un simple aprobado para alguien sobresaliente fue demasiado difícil de asumir y digerir. Y, al revés, he visto el enfado del beneficiario por una nota demasiado alta para compensar una situación familiar difícil.
Visto desde fuera, un porcentaje altísimo de universitarios se conforma y alegra con poder aprobar sus asignaturas e ir promocionando año tras año. Nosotros no. Los pianistas somos tan soberbios que no aceptamos ni siquiera un notable. Como poco, matrícula de honor. Aunque también todos conocemos cátedras de las que emanaban dieces a mansalva frente a las que los escatimaban aun cuando el resultado objetivo era superior.
En fin, este tema da para otras entradas y para muchos comentarios. Lo que sí me gustaría concluir es que la música tiene difícil calificación e igual sería razonable ser algo más permisivos y generosos para probar si un estímulo inculcado desde la niñez funciona en positivo mejor que castigando a las distintas generaciones con el latiguillo de 'no hay nivel'.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Tesón

Desde muy pequeño entendí que, hiciera lo que hiciera, lo haría de manera constante, a base de empeño y, sobre todo, tesón. Parece que puede resultar fácil pero os puedo asegurar que no siempre se está a gusto teniendo que anteponer la obligación a todo lo demás.
Es muy probable que el carácter marque definitivamente la forma que tenemos de enfrentarnos a la vida, empeñada en ponernos a prueba constantemente. La suma cotidiana de nuestras reacciones son las que van a marcar el resultado o, si no, las que van a explicar el que nos encontremos en un punto o en otro.
Cuando comencé a escribir este blog no sabía a dónde me iba a llevar. Simplemente dejé que las ideas fuesen fluyendo sin ser especialmente cauto ni poner demasiadas trabas, es decir, sin autocensurarme salvo en un mínimo de sentido común. Es muy fácil que se nos caliente la lengua (o el teclado) y despellejar a todo ser vivo con el que no estemos de acuerdo. Yo he preferido moderarme en este aspecto para que las ideas que muestro estén claras y no contaminadas por el estado de ánimo enardecido que a veces no podemos remediar.
Así, tacita a tacita, me encuentro con que esta entrada supone la número 250 (doscientas cincuenta, una a una). Ni yo me lo creo, no porque dudara de mi cabezonería, sino por poder dar contenido a cada una de ellas.
En el fondo, el primer beneficiario he sido yo. Quizás, de manera inconsciente, he ido recordando y analizando distintas etapas de mi vida para que me reforzaran sólidamente de cara al futuro. Y digo inconsciente porque el compartirlo para que pudiera servir de estímulo, de salvaguarda o de prevención, sí lo he hecho totalmente consciente. Al final, las experiencias por las que tenemos que pasar son muy similares y, si puedo dejar alguna nota para el que venga detrás que le pueda ayudar, creo que no está mal en esta vorágine de sálvese quien pueda.
He de decir que me han ayudado mucho los comentarios y correos recibidos, tanto que en muchas ocasiones me he emocionado de verdad (y sobre todo, el modelo que a diario me demuestra lo que es tener una voluntad de hierro). No dudo que, si pudiésemos sentar unas bases claras en torno a la enseñanza y desarrollo de la carrera pianística, todo sería mucho más placentero y eliminaríamos tanto sufrimiento estéril. Igual algún día, quién sabe. Sobre todo, educar en la ausencia de miedo inculcando una absoluta seguridad.
En fin, a ver si en las próximas 250 entradas sacamos algunas cosillas más en claro y conseguimos que los pianistas seamos una plaga indestructible.
Gracias.

domingo, 25 de mayo de 2014

Errores

Las musas me han vuelto a soplar una frase que puede aplicarse a buena parte de nuestra vida. Pertenece al modisto y diseñador Charles James y la tenía colgada en lugar bien visible en su taller de costura: No me importa que cometáis errores pero, por favor, que sean errores nuevos.
Me parece una frase espectacular viniendo de un creador considerado por muchos el más sobresaliente del siglo XX y que hizo de la perfección su bandera. Es toda una declaración de principios porque está dispuesto a admitir que somos falibles. Lo que quizás ya no sea de recibo es una actitud más bien pasota, que considere el 'qué más da' como algo positivo en detrimento del esfuerzo y la consecución del objetivo.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue la queja sempiterna de muchos profesores, por no decir todos, con respecto a los alumnos a los que hay que repetir las mismas correcciones una y mil veces. Todos sabemos de lo que hablo: que si el pedal se usa así, que si las manos no deben caer hacia los lados, que no hundas los nudillos, que no aporrees las teclas, que estudies..., y muchos latiguillos más que retumbarán de por vida en los conservatorios del mundo.
Evidentemente, buena parte del cansancio de los docentes viene de esta práctica repetitiva que hace imposible el más mínimo avance. Si no se encuentra en el alumno un interés, demostrado en la corrección más o menos inmediata de dichos errores advertidos, a base de trabajo y estudio, que no hay otro sistema, es lógico que la vez número veintisiete que haya que repetirlo te entren ganas de mandarlo a hacer puñetas (incluso en la veintiséis). De ahí lo estimulantes que son aquellos que vienen a cada clase con el programa mejorado y corregido.
En el sentido inverso, también podríamos decir que hay profesores que, demostrada su incapacidad de sacar alumnos medianamente preparados, y que se dedican a suspender a diestro y siniestro como única táctica pedagógica, igual deberían pararse en seco y admitir su error. Si el sistema usado en clase no llega (dando por hecho que exista ese sistema), habría que reconducir los consejos y los hábitos para que los alumnos se sintiesen estimulados y tuviesen ganas de trabajar. Creo que me explico y que no necesito extenderme más.
En los dos casos tenemos que añadir que hablamos de una enseñanza y una profesión elegidas voluntariamente y, casi siempre, vocacionales, por lo que no parece tener cabida la indolencia sin afán de superación.
Así que, para no ser reiterativo, os recomiendo releer la frase y analizarla brevemente. Seguro que sacamos algo positivo.

P.S.:  De paso, echad un vistazo a los diseños creados por Charles James. Puro arte.


domingo, 27 de abril de 2014

Vocación (II)

Esta semana he tenido concierto ante chavales de un instituto, de entre catorce y dieciséis años, y mantuvimos un rato de charla al final del mismo. En estos encuentros las preguntas suelen ser variadas, muchas referidas al instrumento, ya que es frecuente que sea la primera vez que asisten a escuchar un piano en directo.
En esta ocasión me llamó la atención que una chica me preguntara si era famoso. Parece contradictorio pues si lo fuera no tendría que preguntármelo. Obviamente, se refería a si lo era dentro del mundo clásico. Le dije lo que pensaba, que era bastante conocido (sé que incluso más de lo que creo). No obstante, procedí a enumerarle una serie de nombres de los pesos pesados, por edad y por marketing, y no le sonaba nadie, ni Lang-Lang, ni Rubinstein, ni Plácido Domingo, ni muchos otros, pasados o actuales.
Acto seguido intenté hacerle ver que esto de la fama era una cuestión más de los medios y de las casas discográficas, empeñadas en vender a su abuela si hiciera falta. En cualquier disciplina, el mundo está lleno de gente magníficamente preparada de las que nos moriremos sin escuchar sus apellidos ni una sola vez. Y qué más da. Qué importa. Ella siguió diciendo que sí era importante porque eso traía adherida una buena y bonita suma de dinero, que, en definitiva, era el objetivo.
A lo largo de muchos años, éste ha sido un tema recurrente. Parece que la vida sólo merece la pena vivirla en función de lo material, de lo que seamos capaces de amasar. No hay más que poner la tele, abrir una revista o echar un vistazo a un periódico: sólo se te reconoce si tu cuenta corriente no es corriente. Y vengan listas de Forbes, señores y señoras más elegantes, los más guapos, los más..., de todo. También es verdad que cada día nos enteramos de que muchos de ellos lo han conseguido de manera ilícita, pero no importa, el dinero y el lujo bien lo valen.
Quise hacerle ver que, aparte de cuestiones éticas o morales, casi nadie de los allí presentes (por no decir tajantemente que nadie), iba a triunfar en esos términos. Entonces sólo tenían una salida y era, en mi opinión, prepararse y estudiar duro para, al menos, tener su vida en sus manos y poderse dedicar a lo que eligieran. Eso sí es un triunfo hoy día, cuando ya nos estamos acostumbrando (qué peligro) a sueldos que ni merecen ese nombre, horarios de la Edad Media, y, por supuesto, trabajos que jamás imaginamos que pudiésemos desempeñar ni en el peor de los casos.
Los más pesimistas ya hablan de que estudiar lo que a uno le gusta se acabó, que pertenece a otra época. Pero, si el futuro está tan negro, ¿de dónde sacaremos las fuerzas para seguir? Creo que sólo las sacaremos si dedicamos nuestra existencia a algo que nos atraiga, que nos llene y que nos insufle energía. No quita que podamos tener crisis, dudas y caídas, pero imaginad un horizonte en el que nada nos estimule.
Se quedó sin palabras, al igual que sus compañeros (y profesores). No es que yo sea muy listo, pero sí me reconozco un privilegiado. Si tenemos una vocecita interior queriéndose hacer oír, vamos a aislarnos por un momento del ruido general y a escucharla con atención. Igual nos da una alegría y nos arregla el futuro, que no sólo de pan vive el hombre.

domingo, 9 de marzo de 2014

Tiempo al tiempo

La Gruta de las Maravillas, situada en Aracena (Huelva), contiene imágenes imborrables de estalactitas, estalagmitas, cortinas y otras formaciones geológicas que se han moldeado pacientemente desde el periodo Cámbrico, unos quinientos millones de años atrás. 
Actualmente vivimos de una manera tan apresurada, tan frenética y tan práctica, que imagino que si fuésemos testigos directos del comienzo de la creación de una maravilla similar, inmediatamente llamaríamos a unos expertos cualificados para que nos eliminaran definitivamente esas manchas de humedad y las goteras correspondientes.
Cada vez me resulta más difícil conciliar el ritmo diario con lo que yo entiendo que debe ser el pausado discurrir de la vida artística. Tanto el estudio como la creatividad necesitan de paz interior y de, sobre todo, tiempo, eso que los americanos y sólo ellos saben valorar con una frase tan suya: 'gracias por su tiempo'. Por eso, por ejemplo, son capaces de apreciar la artesanía, el trabajo manual y, en nuestro caso, la música. Por aquí pensamos que ese trabajo añadido, el que no se ve, el que realizamos en casita, viene como por arte de magia y, como mucho, entra en ese saco de 'como a ti te gusta...'.
Por otro lado, el tiempo también nos es imprescindible a los pianistas (y músicos en general) para que la suma de las cualidades individuales con el estudio constante den su fruto. En alguna ocasión he comentado la ansiedad que puede llegar a crearnos el contemplar a determinados monstruitos engullir y digerir (aquí tengo yo mis dudas) a la velocidad de la luz esos obrones que nos cuestan sudor y lágrimas (la sangre la dejamos para el exceso de glissandi). Siempre he pensado y constatado que la velocidad no sirve para nada, en ninguna de sus acepciones. Ni es buena para interpretar como un caballo desbocado, que siempre acaba tropezando, ni tampoco para aprender y comprender en profundidad cualquier pieza de nuestro repertorio.
Si se aceptan estos pensamientos como premisas, cualquiera de nosotros puede llegar a ser pianista independientemente del ritmo de aprendizaje, así de sencillo. ¿Qué más da si tardo seis o siete meses en tocar, por ejemplo, la Sonata en si menor de Liszt? ¿Lo hará mejor el monstruito que se la engulla en quince días? ¿Su versión estará más cualificada que la mía?
Cuantos más años voy cumpliendo más observo lo absurdo de un sistema de enseñanza que premia el exhibicionismo y lo prodigioso, aunque por otro lado vaya pregonando que lo importante es hacer buena música. Sé de lo que estoy hablando. Si se tarda un poco más en entender un universo, que no está al alcance de cualquiera, qué importa. Lo fundamental es poder llegar a hacerlo y, más aún, poder desarrollar la práctica musical.
El problema viene cuando, por no aceptar esta posibilidad, multitud de jóvenes ilusionados ven frustrada su carrera, en muchas ocasiones autosugestionados, al cuantificar de manera física los resultados: si tengo equis semicorcheas por compás y el metrónomo a punto de reventar, la obra debe durar dos minutos y medio o me suicido. Y eso es lo que hacemos: semi-suicidarnos porque la vida que queríamos vivir la tiramos a la basura absurdamente.
Por favor, usemos la cabeza. El Arte no tiene edad. Ni siquiera comparación entre artistas. Cada uno debe valorar y medir sus capacidades, dedicar un sano esfuerzo para avanzar y permitirse a sí mismo, con el quizás mayor ejercicio de libertad y generosidad, la posibilidad de vivir como quiera.
Ya sabemos que, si no lo hacemos, los que llevan las riendas de todo el cotarro van a procurarnos la infelicidad más absoluta.

miércoles, 5 de marzo de 2014

ALMACLARA (III)

No puedo reprimir la tentación de volver a comentar el proyecto que mi hija se trae entre manos, y no penséis que es por el vínculo indisoluble, que un poco también, sino mucho más por una actitud que con escasísima frecuencia se da entre los pianistas.
Nosotros siempre estamos dale que te pego a las teclas, que todo es dificilísimo y necesita estar un poco mejor todavía, así que, nunca tenemos tiempo para nada que no sea el estudio. Es verdad que después eso se nota a la hora de tocar: el pundonor, la seriedad, la rigurosidad..., eso es un pianista. En resumen, y ya lo he comentado muchas veces: un pringado.
Esta tarde, a las 20,30 y con entrada libre, en la Sala Joaquín Turina de la Fundación Cajasol, que está en la calle Laraña de Sevilla, la Orquesta de Cámara de Mujeres ALMACLARA cierra el ciclo de conciertos que desde el pasado verano 'gira' en torno a la figura de María Callas. Han sido tres encuentros, que por ahora es el sistema de trabajo de la plantilla orquestal, con sus correspondientes ensayos y conciertos.
Desde mi perspectiva de pianista, cuando observo el descomunal trabajo que implica este proyecto, no es que me resulte imposible, me resulta inimaginable. Nada más que el tiempo que debe pasarse contactando y coordinando al grupo de cuerda no me pasa ni por la cabeza.
Pero aquí no acaba la cosa: Almaclara también engloba otras ideas y realidades. Emanando de la propia orquesta, ha creado el Cuarteto Almaclara, que acaba de estrenarse este mismo lunes con una obra emocionante e insuperable: el Réquiem de Mozart, en transcripción para cuarteto de cuerda de Peter Lichtenthal (leéis bien, el cuarteto el lunes y el miércoles la orquesta).
Creo que está claro que es una cuestión mental. Ya lo he escrito muchas veces y no me cansaré. Si los pianistas tuviésemos el crecimiento con la seguridad que tienen otros instrumentistas, nadie podría pararnos y estaríamos en constante ejercicio de la profesión sin mayor problema. Pero no, nosotros nos pasamos la vida puliendo cada obra hasta el infinito y viendo sólo las pegas que nos impiden subir al escenario. Así, nunca estaremos preparados y no sabemos salir del círculo vicioso.
Hace unos días comenté que Almaclara también tiene su Coral Infantil, que crece poco a poco con cada concierto. Cada vez que actúa hay algún niño (o padre) interesado en apuntarse dado el resultado y el ambiente de disfrute que se respira.
Para completar un poco más, ha decidido poner en pie una línea pedagógica y otra de solista llamada Almaclara a Escena, pues los conciertos llevan un añadido teatral para crear un espectáculo más completo y, evidentemente, distinto a lo habitual. De esta manera consigue que un público a priori reacio a tragarse un concierto de violonchelo solo, ni se mueva de su butaca como hipnotizado por lo que contempla y oye.
Voy a parar, que aunque lo haya negado al principio, creo que se me está notando demasiado que es mi hija (y a mucha honra).
Los que tengáis tiempo y ganas, aún podéis escuchar el precioso programa de esta tarde en Sevilla. Si no es así, seguro que el nombre de Almaclara os lo iréis encontrado cada vez más a menudo.

Cuidado con lo que sueñas, que puede hacerse realidad.

domingo, 23 de febrero de 2014

Padrinos

Estaba leyendo la biografía de Jacqueline du Pré y no daba crédito: en un momento dado, tras un exitoso concierto, se le acerca una señora (según leo en una página, sería su madrina, Ismena Holland) y le ofrece como regalo un violonchelo, así, por las buenas, pero no un chelo cualquiera, sino el Davidov, que no es otro que el Stradivarius que ahora toca Yo-Yo Ma. Ciencia ficción.
Es lo que me da coraje de las vidas contadas con una buena dosis de edulcorante en sus líneas. Todo parece ocurrir de manera espontánea, por las buenas, y a los demás sólo se nos queda la cara de tontos y la boca abierta. No puedo transcribir el párrafo porque presté el libro a una violonchelista, hará como quince años, y hasta hoy.
Cada vez que me he acercado a cualquier músico de primera fila de esta manera, he intentado aprender de sus pasos. Evidentemente, siempre hay un trabajo descomunal y un tesón sin límites, pero que no me cuenten que por la noche baja de donde sea el hada madrina, le toca con su varita mágica y al día siguiente todo es de color rosa (o dorado). Por supuesto que es gente dotada, músicos excepcionales, pero que desde muy pronto han tenido una senda marcada y han sido llevados de la mano hasta el sitio adecuado.
Tampoco significa que todos lo logren, que seguro que no, pero te cuentan que un buen día estaban fregando el desayuno (por ejemplo) cuando sonó el teléfono y tuvieron que acudir de inmediato al Carnegie Hall porque fulanito se había roto una uña y tenía que cancelar su actuación. Y, factor común a todos, la crítica no sólo los encumbró en una noche sino que descubrieron que le daban mil vueltas al sustituido. Aquí entran pianistas, violinistas, cantantes y todo lo que se os ocurra.
La verdad es que esto pasa en primera división y también en regional en su justa proporción. Yo siempre he pretendido ir por libre porque sé que cualquier prestación reclama, antes o después, su contraprestación. Además, quería saber que si me contrataban era porque gustaba mi manera de tocar y por nada más. Es cierto que circulan muchas leyendas urbanas acerca de la vida detrás del escenario, unas verdaderas y otras no tanto. Si añadimos la costumbre tan arraigada de pensar mal para acertar, ya tenemos el cóctel listo.
De cualquier manera, veo muy bien que, sobre todo al arrancar, alguien pueda venir a echarnos una mano. Es un mundo muy desconocido para cualquier recién licenciado que casi nunca sabe por dónde empezar. A veces, el padrinazgo se limita a orientar, a aconsejar desinteresadamente. Otras, a frenar alguna energía negativa, como puede ser esas ocasiones que en un concurso algún miembro del jurado pretende acaparar para sus alumnos toda la gloria y hay que ponerle freno.
Lo normal es que nosotros estemos estudiando sin parar, preparándonos para darlo todo. Entonces, paso a paso, peldaño a peldaño, iremos ampliando el círculo de actuaciones, sin mirar qué hacen los demás, a nuestro ritmo, según nuestras facultades. Si cumplimos con nuestro trabajo adecuadamente, nuestro nombre irá sonando, nos iremos haciendo un hueco y, un buen día, al volver la vista atrás, 'veremos' la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar. (Machado siempre tan preclaro. Ayer se cumplieron 75 años de su triste y dolorosa muerte).
(Y, por qué no, un abrazo enorme a mi ahijado, que siempre me lee en los pocos segundos que tiene libres). 

miércoles, 29 de enero de 2014

A corto plazo

Estaba releyendo antiguas entradas (tras dos años y doscientas quince entradas a mis espaldas, ya puedo decir antiguas) y paré mi vista sobre Un respiro. (Creo que yo mismo voy a tener que leerme con más detenimiento y hacerme caso, que parece a veces que el que escribe es uno y el que toca es otro).
El caso es que estaba recordando cómo organicé mi último curso de carrera, el famoso 10º, para el que tan sólo conté con poco más de seis meses. Decidí que la mejor manera sería dividir las semanas en función de las obras que tenía que preparar, ya fueran sueltas o por movimientos. De esta manera establecí unos plazos muy ajustados en los que tenía, sin más remedio, que obtener el resultado previsto. De no ser así, el examen tendría que esperar para septiembre o, en el peor de los casos, para el curso siguiente, algo para lo que ya no me quedaban fuerzas ni ilusión (cuando todo te suena familiar y repetitivo es difícil conservar el estímulo).
Años después he necesitado en muchas ocasiones recurrir a este sistema cuando el encargo de concierto tenía una fecha próxima. Y he comprobado sistemáticamente que se puede hacer cualquier cosa, o casi. No sólo tocar de un día para otro recogiendo alguna obra olvidada, sino preparar un recital completo para sustituir algún imprevisto. Y digo completo porque quien llamaba ya contaba conmigo en la programación y no era cuestión de ofrecer dos programas idénticos.
Para estas alteraciones en el estudio (y en la vida) no sé si estamos preparados porque hasta que no sucede y nos ponemos a ello no podemos comprobarlo. De lo que sí estoy seguro es que, si hemos sido capaces de organizarnos en un corto periodo de tiempo y alcanzar la meta, tenemos capacidad de eso y mucho más.
El problema viene cuando los miedos o, sencillamente, la pereza, nos invaden el ánimo y reculamos con el pretexto del escaso margen temporal. No digo que haya que pasarse la vida entera a este ritmo, no fuéramos a agotar el repertorio pianístico, pero sí que durante esa larga (pero limitada) temporada llamada juventud, en la que las ilusiones y las ganas son infinitas, todo el rendimiento que se pueda sacar nos vendrá de lujo para cuando la grasa comience a establecerse alrededor de nuestro ombligo. 
Vuelvo a insistir en lo necesario de tener claros los objetivos desde muy pronto para no dar palos de ciego. Imaginad esos deportes de competición en los que con dieciocho años ya eres demasiado mayor, del tipo gimnasia rítmica. Una previsión deficiente sólo logrará que se nos quede la cara de pasmados.
Aunque un buen profesor estará al tanto de todo, entre otras cosas porque ya pasó por ahí, es conveniente que nosotros tomemos las riendas lo antes posible, y se puede porque ya, desde muy pronto, hemos tomado conciencia del contenido de esta larga carrera.
No hace falta abarcarlo todo, para qué, pero igual podríamos empezar a medir nuestras capacidades con pequeños retos. Comenzar un largo curso con un largo programa puede llevarnos a sorpresas negativas cuando nos queda un mes escaso para el final. 
Total, ya que hay que estudiar, al menos que nos cunda.

domingo, 5 de enero de 2014

Invictus

El mes pasado, la muerte de Nelson Mandela me llevó a ver la película que Clint Eastwood le dedicó y me emocionó el texto que le entregó al capitán del equipo de rugby sudafricano. Navegando un poco por aquí y allá, encontré un esclarecedor artículo al respecto de Javier Brandoli en el blog Viajes al pasado.
Al parecer todos dan por hecho que le dio el poema escrito por William Ernest Henley, titulado Invictus, cuando en realidad era un fragmento del discurso que Theodore Roosevelt pronunció en 1910 en la Sorbona de París, que encabezó con la frase The man in the Arena. De cualquier manera, creo que los dos textos merecen una lectura y un par de vueltas en el coco.
Abusando de la facilidad encontrada, echaré mano de las traducciones ya existentes ya que no es suficiente con una transcripción literal.
En primer lugar, vamos con el original, con el que en verdad recibió François Pienaar de manos de Mandela:

"No importan las críticas; ni aquellos que muestran las carencias de los hombres, o en qué ocasiones aquellos que hicieron algo podrían haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece a los hombres que se encuentran en la arena, con los rostros manchados de polvo, sudor y sangre; aquellos que perseveran con valentía; aquellos que yerran, que dan un traspié tras otro, ya que no hay ninguna victoria sin tropiezo, esfuerzo sin error ni defecto.
Aquellos que realmente se empeñan en lograr su cometido; quienes conocen el entusiasmo, la devoción; aquellos que se entregan a una noble causa; quienes en el mejor de los casos encuentran al final el triunfo inherente al logro grandioso; y que en el peor de los casos, si fracasan, al menos caerán con la frente bien en alto, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas que, frías y tímidas, no conocen ni victoria ni fracaso".

Y en segundo, para no dejar duda alguna en cuanto a la épica, el poema Invictus, cuyos dos versos finales hacen temblar a cualquier humano:

"En medio de la noche que me cubre,
negra como el abismo de polo a polo,
agradezco a cualquier dios que pudiera existir
por mi alma inconquistable.
En las feroces garras de las circunstancias
no me he lamentado ni he llorado.
Bajo los golpes del azar
mi cabeza sangra, pero no se doblega.
Más allá de este lugar de ira y lágrimas
se acerca inminente el Horror de la sombra,
y aun así la amenaza de los años
me encuentra y me encontrará sin miedo.
No importa cuán estrecha sea la puerta,
cuán cargada de castigos la sentencia.
Soy el amo de mi destino:
Soy el capitán de mi alma".

Creo que no hace falta añadir nada. Ojalá los pianistas tuviésemos las cosas tan claras para perder el miedo a intentarlo y tomar las riendas de nuestra propia vida para que nadie nos la gobierne. Igual es un buen propósito para el 2014.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

Paraíso

La luz de la tarde se colaba dorada por la ventana, iluminando la partitura. Pocos momentos hay más mágicos en el día. Tras haber pasado la mañana entre mil asuntos y sintiendo que me faltaba algo, me senté al piano para comenzar a desmenuzar nuevamente una obra hace mucho aprendida: el opus 118 de Brahms.
Sin darme cuenta, perdí la noción del tiempo, incluso la del espacio. Las notas me iban atrapando y mi cabeza se iba cerrando al mundo exterior para abrirse a otro universo. No sé si puedo describir con palabras esta especie de traslación.
A la vez iban acudiendo toda esa cantidad de recuerdos de tantos años (comencé a estudiarla a los catorce años, en 1975). Desde las clases a los conciertos, desde las audiciones a los concursos. Y presidiendo mi estudio, el magnífico retrato del compositor amado. Cada una de las seis piezas con su carácter, con su historia, con su dificultad, con su pasado. Y las manos a lo suyo, intentando limpiar las telarañas.
Pero había algo más. Sin apenas esperarla, apareció como un enorme regalo: era la felicidad. Desaparecieron todos los ruidos mundanos. Sólo tenía ojos y oídos para Brahms. Y consciencia plena. Su música iba llenándome cada vez más. Lo que yo pienso que él imaginó estaba ahí, al menos eso creo. Es la explicación que encuentro.
Realmente, si existe un paraíso, ésta debe ser la sensación que produce. No quería parar, no quería salir de ese estado. Notaba cómo una fuerza, que no siempre acude cuando la queremos, me invadía reluciente. Más que fuerza era energía, la que necesitamos a diario para seguir con nuestro camino.
Todo cobró sentido, una vez más. Nos cuentan una y otra vez que hay que estar muy loco para vivir por y para la Música, pero eso lo dicen quienes no han conocido esta emoción. La cordura en su máxima expresión es la que tienes al constatar que tu vida es plena, que has acertado. Ni nos prepararon para los momentos difíciles, para los largos desiertos, ni tampoco lo hicieron para los buenos, los mágicos, los sublimes.
Hoy escribo la entrada número doscientos. En todas y cada una de ellas quiero buscar y mostrar el sentido de nuestra existencia como pianistas. Tocar el piano no es una exhibición circense, no es un trabajo más, no es un castigo (al menos no debería). Pero si no nos paramos en seco a poner en pie este todo en el que nos movemos y logramos que el esfuerzo casi infinito que realizamos tenga un claro fruto, será muy difícil que salgamos indemnes. No sólo es posible sino que es mucho más fácil de lo que creemos. Y nosotros mismos tenemos la llave. Nadie más. Por eso no debemos pasar la mitad de nuestra existencia esperando que alguien ajeno nos conceda algo que ni tiene ni le pertenece.
Vuelvo a citar a Almudena Grandes: "La alegría hace fuerte. No existe trabajo, ni esfuerzo, ni culpa, ni problemas, ni pleitos, ni siquiera errores que no merezca la pena afrontar cuando la meta, al fin, es la alegría".

domingo, 25 de agosto de 2013

Reinventarse

¡No puedo más! Estoy hasta el gorro de escuchar la dichosa palabrita por todos lados. Ésta es la única salida que se les ha ocurrido a nuestros nunca bien calificados dirigentes, esos a los que les hemos dado el poder para llevar nuestros asuntos y encargarse de que nuestra vida fuera mejor, esos que no hay manera de que se les caiga la cara de vergüenza cada vez que mienten o se les pilla trincando.
Pero lo que peor llevo es que ahora no son sólo ellos los que nos animan a darnos la vuelta como un calcetín, ahora es cualquiera, y cuando digo cualquiera entra en el saco el 99,99% de la población.Estupendo, objetivo conseguido. Y, por supuesto, una vez más, demostrado que somos tontos a rabiar y así nos va. ¡Viva el rebaño! Resulta que una persona pasa su infancia, adolescencia y juventud, es decir, los mejores años de la vida en cuanto que la responsabilidad es muy limitada y escasa, y todo es ilusión, quitando horas al ocio, a la diversión, al descanso y al estudio obligatorio para hacer crecer en su interior un mundo nuevo y mágico con el que tener una concepción de la existencia bastante más elevada de la común y corriente (vamos a poner por ejemplo la del caracol, que saca sus cuernos al sol). Ni siquiera esa personita se plantea dedicar su tramo adulto a vivir de su arte. Estudia, compagina, goza, sufre... Un año tras otro va construyendo una elevación, primero una loma y luego una montaña, que no está sola pues hay muchas otras. Pero, comparativamente, en la llanura convive la inmensa mayoría de seres que pueblan la tierra. Entonces se da cuenta de que, gracias a su esfuerzo continuado, es un privilegiado. Su vida algo más elevada le permite tener otra percepción de prácticamente todo ya que, lo quiera o no, ya está un poco más arriba y eso imprime carácter. Y un buen día decide que no quiere bajar más, que aunque ver con claridad el fondo y el horizonte puede resultar más duro que no levantar la vista del suelo, eso significa tomar conciencia de uno mismo como persona.
Si echamos cuentas, esta dedicación no puede medirse con la medida de tiempo estándar, es imposible. A cualquier pianista que le preguntes cuántas horas dedica a su profesión te responderá lo mismo: sentado ante el piano, tantas, pero con la cabeza puesta en él, casi veinticuatro diarias.
Un buen día te da por quejarte, sólo un poquito: mires para donde mires el gobierno se ha dedicado a poner trabas por doquier y a destruir todo lo que funcionaba y todo cuesta cada día más trabajo. Ojo, que aquí entra todo dios, desde el más simple 'paleta', a los mecánicos, a los tenderos, a los feriantes, a los dentistas, a los arquitectos, a los músicos, a los sastres, a los actores, a los vendedores ambulantes, a los oficinistas, a los dependientes, a los empresarios... Todo dios. Pues va el que sea y te suelta el verbo de rigor.
La respuesta a este cataclismo no puede ser un eslogan publicitario: reinvéntate. Primero y fundamental: en qué. Y segundo y más fundamental todavía: por qué.
Por favor, si mantenéis una conversación de este tipo en cualquier círculo, no le hagáis el juego a estos seres sin alma que nos tratan con total desprecio y que sólo velan por su interés. No digáis que la solución es reinventarse. La lucha debe estar en mantener nuestra dignidad, nuestra individualidad, nuestra libertad. Cada vez que alguien repite semejante estupidez, sin darse cuenta se deteriora e insulta al otro.
No nos regalaron nada. Lo que se consiguió fue a base de esfuerzo y de quedarse mucha gente en el camino. Parece que nuestra memoria olvida fácilmente cómo las generaciones anteriores lo tuvieron muy negro y entre todos se logró que pudiésemos distinguirnos de los animales de manera clara.
Insisto: no lo digáis nunca más, que atenta contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

domingo, 28 de julio de 2013

Responsable

Es curioso pero, por más memoria que hago, sólo consigo recordarme, ya desde muy niño, como un ser absolutamente responsable. Las contadas ocasiones en las que conscientemente decidí dejar de serlo, siempre vinieron acompañadas de una sensación parecida a la alerta que provoca el peligro (excepto la primera que recuerdo: con cuatro años le solté una trola a la profesora del preescolar para correr a ver mi serie favorita de entonces, Daniel Boone; ni la reprimenda posterior de mi madre tras el chivatazo insolidario de mi hermano mayor, ni el castigo con 'orejas de burro' en el cole pudieron con mi íntima satisfacción).
Desde que tenemos uso de razón vamos configurando nuestra cabeza y en poco tiempo ya discurrimos de determinada manera y actuamos en consecuencia. No sé si se debe a que lo traemos de fábrica, a que nos lo inculcan por activa y por pasiva, o a la mezcla de un poco de todo. Ahora bien, pasados cincuenta años con esta actitud, he de reconocer que estoy un poco cansado.
Sé que esta cualidad (no sé si calificarla como virtud o defecto) es la que me ha hecho llegar a concertista. No hace falta que diga cuántos años de nuestra vida requieren una constancia y un esfuerzo grande para lograr que la cosa suene decentemente. Entonces ocurre que todo se va mimetizando. Parece como que hasta para elegir una barra de pan hubiese que cribar analíticamente. Claro, en este plan, resulta agotador.
Empiezas por ser responsable en casa, de muy pequeño, ante tus padres; luego en el colegio, intentando no desmerecer del manantial de sabiduría al que acudes a diario; sigues con las relaciones personales con compañeros y amigos, a los que jamás se te ocurriría defraudar; cuando tomas la decisión de volar solo y tomar las riendas, sientes como si mil pares de ojos vigilaran cada una de tus acciones; ni os cuento el día en que, junto a Beatriz, decidimos abandonar la senda adecuada, ya con una hija en el mundo, para vivir de la música; quieres que de cada concierto el público salga convencido de haber escuchado el programa de una manera auténtica; no regateas en esfuerzos aun sabiendo que las condiciones no van a ser las más adecuadas; intentas razonar las infinitas distintas situaciones según tu propio comportamiento... (podría seguir pero creo que se entiende el mensaje).
Resulta que cada mañana, no ahora, que no hay nada nuevo, sino desde siempre, te levantas y observas multitud de comportamientos totalmente contrarios al tuyo. No importa, te dices, es una decisión absolutamente propia y no me dejo influir por lo que hagan otros. Pero va en aumento y notas que, quieras o no, te va influyendo en tu círculo íntimo y privado, se va inmiscuyendo irremediablemente porque son acciones supra personales. Vas viendo cómo se va extendiendo una laxitud en el cumplimiento de cada misión (no digo obligación porque entiendo que es de libre elección), mires para donde mires, y crece la sensación de que sólo los tontos hacen lo que deben. Si no lo piensas ya se encargará algún voluntario de decírtelo con mucha sorna. Y esto en prácticamente todos los planos de la sociedad, por lo que, como ya he dicho, te acaba salpicando.
Pero ya no sabes ser de otra manera, no puedes, no quieres. Tan sencillo como que cada uno hiciera más o menos lo que tiene que hacer, sin pedir peras al olmo, sin esperar llegar a una situación límite o tener que recurrir a levantar el tono de voz. No es una misión imposible. Vivimos encadenados (en el sentido de concatenar) y las omisiones de los demás acaban notándose en tu diario.
Prefiero ser responsable de mis actos. Prefiero tener la culpa de mis errores, porque así podré enmendarlos y asumir las consecuencias. Prefiero que por mí no quede. Prefiero que en la sociedad en la que me muevo haya mucha gente que piense y actúe así. Y prefiero que la alternativa no sea la irresponsabilidad, que no se trata de contrarios.

(Esta tarde realizaré mi último acto de responsabilidad no dejando ni una miga de la tarta de queso que está preparando Beatriz, y que irá recubierta con las moras que ayer tarde recogimos en nuestro paseo).

domingo, 9 de junio de 2013

La vida pasa

Si la memoria no me falla, exactamente hoy, a la misma hora en la que escribo, hace treinta años que realicé mi último examen en el conservatorio, concretamente el de Pedagogía Musical, con Francisco García Nieto, ya fallecido. El título superior al bolsillo (es un decir, porque tardaban más de un año en enviarlo) y la calle para correr.
Sólo hay una materia que eché de menos a lo largo de tantos años, y es por donde van los tiros de este blog. Quizás podría llamarse ¿Qué puñetas hago ahora que he terminado?, o Y ahora, ¿qué?, o algo parecido. Nadie te cuenta nada, nadie te prepara para nada. Año tras año sin levantar la vista del teclado y, de repente, te encuentras desamparado (mal que bien, el conservatorio y sus planes de estudio te marcan un camino). La inercia colectiva es la que manda y ni te atreves a sacar los pies de la línea amarilla que hay que seguir.
Tengo otro pasaje del libro de Katherine Pancol Las ardillas de Central Park... reservado para la ocasión, como los buenos vinos. Ahí va, sin anestesia (cuidado que duele):
"De repente, en mitad de la noche, su soledad le parecía insoportable. Su libertad también le parecía insoportable. Su hermosa casa, sus cuadros, sus obras de arte, su éxito. Era como si todo eso no sirviese de nada.
Como si su vida fuera inútil... Insoportable.
(...) De qué sirve vivir, pues, si no se vive para nada. Si vivir es simplemente añadir un día al anterior y decirse, como tanta gente, qué rápido pasa el tiempo... En un fogonazo, entrevió la imagen de una vida lisa, plana, que se hundía en el vacío, y otra llena de altibajos e incertidumbres en los que el hombre se comprometía, luchaba por mantenerse en pie. Y, curiosamente, era la primera la que le aterrorizaba...
No era la primera vez que se abría en él el gran precipicio, pero esta vez era demasiado grande, demasiado profundo. Quería gritar, pero de su boca no salía ningún sonido.
En un fogonazo, atisbó la lucha por vivir, el valor que eso exige, y se preguntó si tendría ese valor. La imagen de esa carrera sin final que lleva a la humanidad hacia su destino. Voy a morir y no habré hecho nada que exija un poco de valor y determinación. No habré hecho más que seguir dócilmente el curso de mi vida, tal y como estaba trazado desde mi nacimiento, el colegio, buena formación, una bonita boda, un hermoso hijo y después...
Y después..., ¿qué he decidido que exija un poco de valor?
Nada. No he tenido ningún valor. He sido un hombre que trabaja, que gana dinero, pero no he corrido ningún riesgo.
Sintió una oleada de terror que le oprimía el corazón y empezó a transpirar un sudor helado.
(...) Mi vida pasa y yo la dejo pasar. Descubría con espanto un futuro de noches semejantes, de días semejantes, en los que no pasaba nada, en los que no hacía nada, y no sabía cómo detener esa visión que le dejaba helado.
Esperó, con el corazón en un puño, a que el día se filtrase a través de las cortinas. Los primeros ruidos de la calle... Él también tendría que levantarse. Olvidar la pesadilla.
No olvidaría la pesadilla, lo sabía."

No todos tienen la inmensa suerte de que se cruce en su camino una persona tan especial, tan generosa y tan valiente como me ocurrió a mí. Ella me dio clases particulares intensivas aunque, a la hora de la verdad, como también me enseñó, depende de uno mismo. 
Siempre llega ese día en el que nos preguntamos si mereció la pena, si algo nos hizo sentir orgullosos de nosotros mismos, si nos atrevimos a vivir.
Es paradójico, pues tenemos una profesión que por sí sola ya responde afirmativamente a esta cuestión. Dedicarse al piano ya es ser valiente, ya tiene altibajos e incertidumbres, ya llena la vida, al menos una buena parte. ¿A qué esperamos? 
Ánimo. 

domingo, 10 de febrero de 2013

Cultura

Si os sobra un ratito, por favor, releed la entrada que escribí en mayo del año pasado, Adelante. No es que esté vigente, sino que parece estancada para siempre.
Anoche fui al teatro a ver una obra interpretada por Antonio Dechent y, aparte de salir asombrado, pude sacar algunas conclusiones. La primera, dada la temática (Queipo, el sueño de un general), es que todavía estamos sufriendo restos de un pasado no tan lejano que no ha sido ni mínimamente limpiado y ¡ay de aquel que se atreva! Lo paradójico es que comienza citando al propio Queipo de Llano quien en sus memorias decía que la Historia hay que contarla para que no se olvide.
La segunda me vino tras asistir a dicha función en una sala, La Fundición, con capacidad para unas 140 personas (por cierto, en marzo reponen Peter Pan ya no vive aquí, con mi querido y admirado Alejandro Rojas-Marcos, pedazo de pianista, metido a actor). Entre el 'apenas visible' ministro de Cultura y el 'a ver cuándo nos deja en paz' ministro de Hacienda han sentado unas bases para que el acceso a los espectáculos sea cada vez más difícil, entre otras cosas, porque los condenan a desaparecer.
Pero, aquí mi alegría, estos 'pintas' no lo van a conseguir porque los artistas, por muy mala fama que tengan, son (somos) gente seria, trabajadora y honesta. Impresionaba ver cómo Dechent y tres actores más se dejaban el alma haciendo su trabajo. Lo de 'vagos y maleantes' se debería aplicar en la dirección contraria a la que ha venido siendo usado hasta ahora. ¡Cuánta dignidad! Durante hora y media lograron clavar al público en sus asientos y que ni una tos perturbara el ambiente creado. Un texto muy difícil de memorizar era expuesto como si nada y eso sólo se logra con estudio.
El esfuerzo conjunto de los organizadores y de los artistas es el que está sosteniendo el tejido cultural. Enlazando con nuestro pasado reciente, veo claramente que un pueblo sin cultura es más fácilmente manejable que un pueblo ilustrado. Si no nos damos cuenta de cómo nos engañan, además estaremos agradecidos.
El papel de la cultura es decisivo. Ya sé que se sube al carro más gente de la que debiera, pero no importa, mejor que sobre. No es momento de juzgar lo que es adecuado, lo que tiene calidad, lo que es verdadero Arte, pues el tiempo siempre se ha encargado de poner en su sitio a todo el mundo, sin excepciones. Es verdad que el presente y el diario de muchos artistas se hace cuesta arriba pero esta profesión lleva una parte importante de vocación y es ésa la que mantiene a flote la ilusión y las ganas de seguir adelante. Al menos así lo veo yo.
Por eso me emocionó ver la fuerza de una interpretación en directo y la respuesta del público que llenaba la sala. La gente nos necesita. Puede sonar a iluso, me da igual. Cada vez que termino un concierto, y es así desde que comencé a darlos, muchos de los comentarios son de agradecimiento por el buen rato pasado y por lograr despejar la cabeza de los problemas. Es entretenimiento y mucho más. La Cultura nos ayuda a vivir, nos muestra lo que otros que nos precedían han creado, sus pensamientos, sus soluciones, sus limitaciones... Estamos inmersos en un todo artístico continuo que nos hace mantener la cabeza alta, la vista despejada y los sentidos alertas. Ser culto requiere esfuerzo y no siempre es gratificante, por todo lo que contemplamos conscientemente, pero es condición inherente al ser humano, al Homo Sapiens.
Hagamos lo posible para que no nos devuelvan al Pleistoceno Medio y nos conviertan en Neandertales.

domingo, 20 de enero de 2013

Sin...vergüenza

Salí muy contento el miércoles pasado del encuentro que tuve con los estudiantes de piano del Conservatorio 'Francisco Guerrero' de Sevilla. Cinco horas seguidas, con una breve pausa, sin parar de hablar de esto, de lo nuestro, de la música en general y de la carrera en particular. Si me lo cuentan hace unos años no me lo habría creído. Yo, solo ante el peligro, hablando sin parar. ¡Ver para creer!
En un momento dado comparé a esta nueva generación con la mía (treinta años nos separan, redondeando) y les hice ver cómo ellos tenían a su favor una soltura y una familiaridad en el trato con los adultos que en mis tiempos no existía. Y me gusta hacerles la broma de llamarlos sinvergüenzas, para aclarar inmediatamente que se escribe separado: sin vergüenza. No tienen la misma definición, obviamente, siendo peyorativo si lo decimos 'todo ligado'.
Pero voy a lo serio: no sólo este sentimiento se ha perdido casi en su totalidad, sino que quien pueda tener un poco no es ni comparable al pasado. ¿Y esto es bueno? Por supuesto, es fantástico. Aclaro antes que la vergüenza o la timidez no tienen nada que ver con ser educados, que enseguida nos gusta mezclar conceptos. Las relaciones personales se han vuelto más sencillas porque nos cuesta menos trabajo decir lo que pensamos o sentimos (hablo en general, que ya sé que todavía quedan/quedamos tímidos sueltos). Hasta el contacto físico es ya parte del lenguaje de estas generaciones, algo prácticamente tabú no hace tanto.
¿Dónde quiero ir a parar? Muy sencillo, a trasladar esta falta casi innata de pudor a nuestro querido y omnipresente instrumento. Tocar el piano no deja de ser una manera de comunicarse. En el momento en que tocamos para otros establecemos un canal de comunicación, buscado tanto por el intérprete como por el oyente. De ahí las expresiones me ha emocionado o me ha dejado frío, no me ha dicho nada. Si los tiempos tienen cambios, porque se ha evolucionado, hay que ser consciente del potencial y aprovecharlo.
La gran mayoría de pianistas que no toca es por este profundo y arraigado sentimiento de vergüenza, mezclado con el miedo, la inseguridad y otros tantos elementos añadidos en una educación bastante castradora. Puestos así, quién se va a atrever a exponerse encima de un escenario para que le juzguen (si nos contaran las cosas tan claritas durante la larga carrera, la vida podría ser maravillosa). ¿Sabéis que lo normal es que no nos juzguen, sino más bien lo contrario, que nos animen, que nos alaben, que nos aplaudan? Entonces, ¿por qué no aprovechar esta nueva situación para animarnos a dar conciertos? ¿Por qué no aprovechamos para quitar hierro? ¿Por qué no aprovechamos para, de una vez por todas, perder el miedo no sólo a tocar sino a vivir?
Mi querida Beatriz fue la primera persona que me hizo ver la necesidad de vivir sin miedo. Ella no le teme a nada ni a nadie: ¿por qué?, ¿para qué? ¿Quién tiene derecho alguno sobre nosotros? ¿Quién es más que nosotros? La vida está toda entera a nuestra disposición y si hemos elegido pasarla junto a un piano, qué menos que lo hagamos disfrutando y no sufriendo.

Así que, adelante y mucho ánimo, sin...vergüenzas.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Voy a clase

Estoy leyendo la biografía de María Callas que escribió Arianna Stassinopoulos. He decidido hacerlo con un lápiz ya que estoy encontrando pasajes muy jugosos y que, más que comentar, prefiero transcribir. No tienen desperdicio y hablan por sí solos (éste es el ingreso de María en el principal conservatorio de Atenas, el Odeon Athenon, para estudiar canto con la reconocida soprano española Elvira de Hidalgo).

"Elvira de Hidalgo habría de ser el primer Pigmalión en la vida de María. Desde el momento en que llegó María para su clase de las diez, Elvira de Hidalgo inició el largo, duro y a menudo doloroso proceso que consistía en liberar toda clase de cualidades en su alumna, en descubrir todas las capacidades notables que estaban encerradas en María, no sólo los dones musicales obvios sino la inteligencia, la pasión, la fuerza de voluntad y la audacia que habrían de constituir su singularidad. En cuanto a María, bajo la dirección de Elvira se sorprendía constantemente a sí misma. Descubrió músculos musicales y fuerzas musicales que ignoraba tener, y los hizo trabajar. Hasta la llegada de Elvira de Hidalgo a su vida, la extensión de su voz era tan estrecha que muchos maestros del Conservatorio estaban convencidos de que no era soprano sino mezzo. Ahora comenzó a desarrollar sus notas altas y a descubrir sus bajas de pecho. Era absorbente y, en ocasiones, vivificante. 'Yo era como un atleta -contó años después- que disfruta utilizando y desarrollando sus músculos, como el muchachito que corre y salta, disfrutando y creciendo a la vez, como la niña que baila gozando de la danza por sí misma y aprendiendo a bailar al mismo tiempo'.
María llegaba al Conservatorio a las diez de la mañana y, excepto una breve pausa para comer, trabajaba con Elvira hasta las ocho de la noche. 'Habría sido inconcebible permanecer en casa -dijo-. No habría sabido qué hacer allí'. Pero no sólo era que no habría sabido qué hacer allí. Si el hogar es el lugar donde está el amor, entonces el 'hogar' nunca había sido el hogar para María. Había sido 'allí', y su estrecha relación con Elvira de Hidalgo le facilitó el mantenerse alejada de 'allí' durante los periodos cada día más prolongados. (...) Elvira despertó en ella la comprensión de la grandeza y el esplendor de su arte. También dio al patito feo la primera visión del cisne en que habría de transformarse. E hizo algo más: cerró el abismo entre la visión y la realidad, no sólo con su enseñanza sino con su comprensión, sus alientos y su amor".

¿Es posible todavía establecer esta relación entre un profesor y un alumno? ¿Hay tiempo? ¿Hay ganas? Puede parecer exagerado, pero lo que sí tengo claro es la obligación inherente al profesor de saber sacar las cualidades ocultas de cualquier alumno e infundirle pasión y audacia. A menudo un alumno no deja de cuestionarse el porqué y el para qué de tanto esfuerzo y dedicación, y sólo la persona que le ha precedido y lo tiene bajo su tutela puede responderle y convencerle.

domingo, 25 de noviembre de 2012

No es lo mismo

Durante muchos años no he dejado de pensar en que, a pesar de todos los pesares (en sentido literal), la etapa final del conservatorio no acaba de prepararnos para lo que nos vamos a encontrar una vez salgamos a explorar la jungla (también en sentido literal).
Aunque siempre con matices, dependiendo de los profesores, lo habitual es seleccionar un programa variado en estilo para trabajarlo durante el curso académico: un puñado de estudios, una obra barroca, una sonata clásica, algo romántico, una pieza a elegir entre todos los 'ismos' del siglo XX y un concierto para piano y orquesta. ¡Qué largo!, o..., ¡qué corto! Todo es relativo, os lo puedo asegurar.
Lo que quiero comentar es cómo disponemos de mucho tiempo para hacernos con un número concreto de obras. El curso viene a durar unos ocho meses, de octubre a mayo, si acaso algo de junio (es un poco desperdicio cuatro meses en blanco que cada uno debe rellenar a su albedrío). Además, el número de clases se reduce con vacaciones intermedias, puentes, festivos y enfermedades, reales o imaginarias, que de todo hay.
Es verdad, añadamos en la coctelera el elevado número de asignaturas complementarias y presenciales que nos 'roban' esas preciosas horas que pasaríamos torturando a vecinos y familiares. Así que, sin saber muy bien cómo, siempre vamos asfixiados y con un estrés más propio de un agente de bolsa neoyorquino.
Bueno, pues a pesar de que el grado superior parece pensado para una reducida élite, me parece un paseo con lo que viene después. Y ahora que recuerdo el pasado, el concertismo me parece un paseo comparado con aquellos años. ¿En qué quedamos? ¿Qué es mejor? ¿Qué es peor?
Creo que, como todo, es algo mental y, también, una cuestión de perspectiva.
Los años de estudio van inevitablemente ligados a la repetición, al machaqueo, sobre todo por falta de entendimiento: hay que entender la obra, el estilo y el autor, y entender el sistema o el método de estudio. Todo es nuevo y por eso nos entra la sensación de que no vamos a poder, de que no es lo nuestro, de que es mejor abandonar. ¡Ojo!, ocurre en todas las carreras y profesiones, que siempre pensamos que somos únicos. Pero tienen como ventaja que, con sus inconvenientes, tenemos dedicación exclusiva y nos cunde, y montamos obras con una solidez que va a durar toda la vida gracias a tantos meses de insistencia. Además somos jóvenes, ilusos, estamos llenos de energía y la cabeza está centrada en una labor concreta.
¿Por qué somos tan inseguros cuando realmente deberíamos ir sobrados al examen o a la audición? La cabeza... Esa bola que parece que se rellena por sorteo, al azar, con la que tenemos que conformarnos. El profesor... Esa ¿bola? que parece que nos toca por sorteo, al azar, con el que tenemos que conformarnos. Si logramos que las dos 'bolas' caminen con ánimo hacia el mismo objetivo, entonces sí podremos hablar de un verdadero y placentero paseo.
Recordemos que un estudiante (casi) siempre tiene la intendencia cubierta. No es poco. Supone tiempo y energía. Por contra, un profesional tiene toda su vida para él, pero para gestionarla tiene que ordenar el horario y ahí es donde empieza a echarse de menos la libertad inconsciente. Comienzan a entremezclarse las obligaciones haciendo que los días corran de dos en dos. Ahora sí que es complicado seguir montando programas completos con el sistema recién abandonado. Es necesario cambiar el chip pues debemos optimizar las horas de estudio. Hay que mantener repertorio, incorporar obras nuevas, interpretar varios programas simultáneamente... ¿Quién me manda a mí meterme en este jaleo?
Mi compañera de viaje es quien mejor me ha hecho comprender que el uso de la cabeza lo es todo. Ahí está la clave y la solución. Cada etapa es distinta de la anterior, y en vez de quejarnos tenemos que sacar lo positivo y aprender de verdad. Afortunadamente, nada va a ser igual, nada va a ser lo mismo.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Antes de tiempo

Siempre me pasa lo mismo: tengo que tener listo el programa de concierto para una fecha concreta y nunca apuro hasta el final, necesito una antelación prudente que me dé seguridad. Así, puede ocurrir que unas dos semanas antes lo tenga a punto de caramelo. ¿Qué pasa a partir de entonces? Pues lo normal, que me canso, que me aburro, que necesito mantener el nivel demasiado tiempo, un extra que llega a ser, si no agotador, sí innecesario.
Pero, ¿qué hago? ¿Cómo se calcula que las obras estén listas para el recital justo dos días antes, ni uno más ni uno menos? Creo que no es posible. Me gusta recordar que tenemos mucha más capacidad de trabajo, de concentración y de obtener resultados positivos de la que nos creemos o de la que nos han hecho creer. Por eso, cuando arranco con un objetivo a vista, suelo lograrlo siempre antes de lo previsto.

Justo estaba en esta situación este lunes pasado. Tenía que seguir manteniendo lo que ya estaba harto de machacar y, claro, los años te van diciendo que ya está bien de hacer el indio. Por mi cerebro (alucinaríais con su funcionamiento) circulaba a toda velocidad, a punto de provocar un accidente, una frase lejana que me recordaba que no se puede dejar de estudiar, de tocar, pero sí se puede cambiar de obra. Es decir, si sigo sentado al piano con otro repertorio, no necesariamente para el concierto, pero que me estimule, que me haga disfrutar y haga que los dedos continúen su gimnasia necesaria, no me perjudicará en absoluto. Al contrario, hará que esté más tiempo tocando que si el hastío me llegara a cubrir de pies a cabeza.
Y eso hice: abrí el segundo tomo de las Sonatas de Beethoven y comencé a leer y a releer. Como si nada (el estar en dedos es lo que tiene) fueron cayendo la 21, la 27, la 28 y la 30. Con sus fallos y roces por las telarañas, pero eché una tarde 'enmimismado' gracias a estas obras inconmensurables. La otra alternativa era no tocar y vaguear cerca del instrumento por aquello del remordimiento. Tengo que reconocer también que intenté echar el rato con Schubert y Chopin pero no estaba yo para ellos. Beethoven nunca falla pues si no es una será otra la sonata que nos atrape.
Me temo que nunca conseguiré calcular el día y la hora exacta en la que tendré listo un 'encargo', pero si, como siempre me ocurre, llego antes de tiempo, sé que no importa, que eso es bueno porque la cabeza no para de trabajar, pero también sé que no debo dejar que la pereza que causa la repetición me haga bajar el listón alcanzado. Para eso sirve ese montón de partituras que siempre están sobre el piano, para esos momentos en que nos apetece más romper la rutina que obedecer a la obligación.
Y eso también es ser pianista, disfrutar con tantas y tantas obras que nunca vemos el momento de incorporarlas a nuestro repertorio aunque lo estemos deseando.

miércoles, 24 de octubre de 2012

El artesano

Me enseñaron que la única manera de lograr dominar una obra era con tiempo y dedicación. La labor requería paciencia y detalle. Los años, la madurez, la constancia, el rigor y la entrega irían añadiendo a cada partitura un poso que no se puede obtener de ninguna otra forma. De ahí mi idea de comparar nuestro oficio de pianistas con el de un artesano, a la manera antigua.
Parece claro que las prisas que acompañan la vida moderna no colaboran, así como la necesidad urgente de rentabilizar el más mínimo esfuerzo. La producción en cadena está asociada a la optimización de los recursos y quien no lo entienda está desfasado.

Pues bien, yo me resisto, y creo que lo haré siempre, a montar programas como churros, a medio leer cualquier composición para presentarla inmediatamente al público, a no dar vueltas a mi cabeza mañana, tarde y noche en torno a una idea, a ensayar de prisa en un fin de semana escatimando las horas, en definitiva, a no respetar la creación de autores que merecen nuestra admiración.
Cuando abrimos por primera vez las páginas de una obra pianística, se produce un sobrecogimiento casi religioso. Hay una emoción contenida por embarcarnos en una nueva aventura. Aunque podamos tener referencias previas, hasta que nuestros dedos se van deslizando por las teclas no somos conscientes de si esa nueva pieza va a pasar a formar parte de nosotros. Es preciso hacer antes un recorrido visual, más o menos detallado e inteligente, para que los músculos no guíen al intelecto (al igual que en la vida). La impaciencia nos hará sentarnos frente al teclado para 'ver' cómo suena. Enseguida nos atrapará una melodía o, mejor aún, una armonía. Sonidos nuevos aunque familiares, leves descargas eléctricas que nos inducirán al trabajo.
Ahora comienza ese proceso, lento, en el que tendremos que desmenuzar para luego reconstruir. Es posible que, si tenemos facilidad de lectura, en pocos minutos u horas, aquello suene más o menos, pero siempre es engañoso. Hay que llegar al fondo, profundizar, y ya todos sabemos que podemos hablar de años. No significa que no podamos tocar una obra al poco de tenerla en dedos, al contrario, que el rodarla nos va a ir descubriendo multitud de recovecos, de posibilidades distintas, de flaquezas o puntos débiles, de errores de planteamiento. A la vez, los aciertos se reafirmarán y se irán haciendo sólidos. Después llegará una etapa de reposo, de maduración, un tiempo largo en el que olvidaremos, con la distracción de otros trabajos, lo que nos parecía claro. Al retomar, comprobaremos que hasta la velocidad ha cambiado. Todo lo que nos parecía insuperable se volverá asequible. Es el momento de reestudiar, si no nota a nota, al menos frase a frase. Los pedales, la articulación, la línea melódica, los matices, los acentos, la tensión, los puntos culminantes... Todo al detalle para construir el conjunto a la vez que fortalecemos nuestra seguridad.
Y así una y otra vez, año tras año, década tras década, que dicen los que saben que nunca se termina de aprender. Ésa es la grandeza de nuestra profesión, que la música está viva a través de nuestro entendimiento y nuestro arte, eso sí, siempre que la entendamos como una labor de artesanía, como dije al comienzo, sin prisas, con dedicación y con respeto, todo ello fruto de nuestro constante buen hacer.

miércoles, 10 de octubre de 2012

La fiebre

Siempre he pensado que los años de grandes atracones de estudio se deben a un ataque de fiebre, en sentido figurado, obviamente. Así se lo decía a cuantos pianistas futuros me preguntaban cuándo iban a despuntar o a superar cierto nivel. Mi respuesta era la misma: llegará un día en el que entrarás en un estado febril y sólo existirá en tu vida el piano; las horas pasarán volando, las partituras serán devoradas, no habrá compositor que no quieras conocer y se te olvidará que existen el día y la noche.
La única advertencia era que cuidaran de no excederse. Debería durar lo que el cuerpo pidiese. Es como en las películas, las caras llenas de sudor y la mente delirando, hasta que una buena mañana se oye el canto de los pájaros, alguien descorre las cortinas y volvemos a tener ganas de desayunar.
Si todo es natural, sólo conoceremos las ventajas de haber dedicado una buena temporada al estudio con las capacidades al máximo de concentración. Es el momento de aprovechar para hacernos con obras difíciles, muy difíciles, de completar grupos sueltos de piezas breves, de preparar varios programas aptos para el concierto, de arreglar las patas cojas de nuestro repertorio, de poner a prueba nuestra seguridad, de recoger obras antiguas y pasarlas por chapa y pintura, de escuchar múltiples versiones de una misma obra juzgando hasta la más mínima respiración...
Las fuerzas para mantener una actividad física y mental muy intensa salen de la juventud, con lo que veo fundamental que este periodo se pase durante esa edad en la que tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros y no tenemos otra actividad que nos distraiga.
Por supuesto, dado que hemos realizado previamente nuestro Viaje Interior, calibraremos con exactitud el punto de partida y el de llegada, que no queremos que la fiebre deje marcas en nuestro espíritu.
Si alguien no sabe reconocer el límite, debe tomar medidas preventivas para no caer en el famoso tópico 'se pasó de rosca'. Llevo muchas entradas dedicadas a la salud mental de los pianistas y la conclusión es que el único remedio para no desvariar es compatibilizar el piano con la vida. ¡Es que el piano es mi vida! Como frase es muy bonita, pero como declaración se queda corta. Hay vida fuera del piano, hay personas, hay actividades, hay ocio, hay alegría, hay obligaciones. Sí, ya sé que también entran ganas de no salir del estudio para no ver cómo está todo, pero eso no puede ser. Tenemos que ser capaces de distinguir lo que nos quieren vender de lo que nosotros mismos somos capaces de construir y mantener. Ésta debe ser nuestra vida, la que creemos a nuestro alrededor, y no la que indiquen los periódicos o los Telediarios.

Por tanto, tengamos a mano la caja de Paracetamol por si el delirio nos hace perder la realidad y así bajar la temperatura a sólo unas décimas. Sólo hablo de aprovechar esa etapa maravillosa en la que la ilusión aún no ha empezado siquiera a empañarse y brilla en nuestro rostro cual enamorados. En realidad, un acto de amor.