Andaba echando un vistazo a la Wikipedia sobre los Illuminati, cuando me sorprendí al leer los ideales que los impulsó a crear su orden en el año 1776: se oponían a la superstición, los prejuicios, la influencia religiosa sobre el ser humano, los abusos de poder del Estado, y apoyaban la educación de la mujer y la igualdad de sexos, junto con la ruptura de las barreras políticas, todo ello con el fin de crear un nuevo orden mundial. Después de escasos veinte años prohibieron la Orden, y hasta nuestros días, a través de la literatura de ficción y de las películas, nos hemos hecho una idea general en la que los vemos, principalmente, como conspiradores que todos imaginamos que gobiernan el mundo en la sombra por medio de sus sociedades secretas.
Bueno, no deja de ser curioso y digno de admiración que siempre haya gente idealista, que crea en la utopía y que arriesgue bastante en su lucha. Al menos ellos lo intentan y no se quedan en la barrera, ese deporte tan nuestro.
Pero también quería mencionar a los iluminados que a diario nos cruzamos por nuestras vidas y que nos afectan por razones varias. Cada día es más fácil encontrarlos porque, gracias a las comunicaciones y a la globalización (es un eufemismo), cualquiera que se sube a una mínima tarima cree que puede manejar los designios de las personas que tiene a su alcance. Claro, según el puesto de responsabilidad que ocupe, su radio de acción será proporcional.
Realmente habría una lista muy grande, demasiado grande, de gente como nosotros, mortalitos de a pie, que desde el más mínimo cargo, incluyendo el de presidente de la comunidad de vecinos, sólo buscan imponer su opinión y su autoridad. Y esto también nos alcanza a nosotros, cuando ilusionados con nuestros estudios pianísticos, nos topamos con un iluminado que decide que él es Dios (sí, con mayúsculas). Sólo hay una opinión, sólo hay que obedecer, sólo hay que dejarse guiar y, por supuesto, sólo hay un dios verdadero. Así que, hemos de sentirnos dichosos y privilegiados por haber sido conducidos por la gracia divina (la suya) hasta su clase. El problema viene al cabo de algunos años con los efectos de su iluminación.
Intento no ser demagogo y no generalizar, que todo hay que aclararlo, pero creo que sabemos de lo que hablo sin entrar en demasiados detalles, que son siempre dolorosos. Por eso creo que, si de verdad viviésemos en una sociedad avanzada, democrática y culta, estos personajillos de medio pelo (y de media talla) serían fácilmente identificables e, inmediatamente, neutralizados, sin mayor importancia ni dilación.
A ver cuándo somos capaces realmente de creer en la libertad del individuo, en su grandeza, sin que nadie venga a aguarnos la fiesta y sin que nosotros tampoco se la agüemos, claro está.
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domingo, 6 de julio de 2014
Iluminados
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domingo, 1 de junio de 2014
Matrícula gratuita
A lo largo de mi larga carrera como estudiante, tanto mis padres como yo mismo pasamos por distintas etapas: primero el conservatorio de Jerez, que no era público y se mantenía con las tasas (ahora no recuerdo si eran mensuales o anuales, que era yo muy chico); y luego el de Sevilla, público pero con pago de matrícula de cada asignatura, excepto cuando mis calificaciones me eximían de ellas o eran cubiertas por la beca. Hasta ahí, poco que objetar ya que, en honor a la verdad, no eran exageradas.
El caso que quiero contar viene un poco después, cuando comencé a dar clases en este último conservatorio. Recuerdo nítidamente cómo el equipo directivo y varios catedráticos (los de antes sí que imponían), en un claustro especial, expusieron la necesidad de incrementar considerablemente la cuantía de las matrículas con un fin claro: frenar la avalancha de alumnos que se estaba acercando al centro. Tal como suena y tal como lo escribo.
Aquello rechinó en mis aún puros tímpanos, que estaba uno todavía rompiendo el cascarón, ya que yo siempre creí que los profesores querían que hubiera muchos alumnos para garantizar el futuro de la enseñanza y, cómo no, de la música. Nuestra profesión era tan minoritaria que había asignaturas que recibí de manera unitaria, y no quiero decir solo en la clase, sino que era el único alumno matriculado.
Recuerdo también la vehemencia de un profesor en concreto, quien se quejaba de que, si la cosa seguía en aumento, se corría el riesgo de convertir el conservatorio en guardería. Y yo, dale que te pego, seguía pensando que qué más daba, que sería cuestión de enseñarles música, que para eso estábamos allí, y que sería como en Rusia, que los niños por miles inundarían las casas de pianos, violines, flautas y voces, para disfrute de las familias y, en un plazo razonable, de una sociedad que llevaba con demasiado retraso este asunto con respecto a otros países.
Supongo que esto sólo se explica por mi ingenuidad. Casi el claustro al completo aplaudió la medida y, a partir del curso siguiente, el precio que había que pagar por matricularse en el conservatorio se disparó, lo que se tradujo en una desbandada masiva.
Ahora ya me estoy perdiendo porque me canso de leer noticias sobre el carterista de Educación y Cultura (o sea, el ministro que lleva las carteras, que dicho de la otra manera puede sonar un poco mal). De nuevo parece que se quieren desviar los dineros públicos para donde sea menos para un destino que, por ley, debería ser sagrado e intocable por nadie. Es muy fácil, desde su privilegiada posición, pregonar que, si de verdad se desea, las familias sacarán los medios de cualquier sitio, cuando todos sabemos que no es nada fácil cuando no imposible. Y estoy harto de oír que el que valga siempre tendrá garantizada la educación. Pero, qué pasa si el que no vale lo es de manera muy transitoria y sólo necesita un poco de adaptación. Lo digo no por nada, sino porque mis dos primeros años en Sevilla fueron de tortura continuada, de desánimo constante y de consejos de portera (o sea, vete por donde has venido), y mira tú a lo que me dedico.
Me da pena pensar que tantos años de bonanza y de avance en las ideas se están echando a perder a la velocidad de la luz, pero también me da mucha más, incluso rabia, recordar y concluir que la culpa, como casi siempre, no es de uno sólo y no es cuestión de clases, sino que 'entre todos la mataron y ella sola se murió'.
El caso que quiero contar viene un poco después, cuando comencé a dar clases en este último conservatorio. Recuerdo nítidamente cómo el equipo directivo y varios catedráticos (los de antes sí que imponían), en un claustro especial, expusieron la necesidad de incrementar considerablemente la cuantía de las matrículas con un fin claro: frenar la avalancha de alumnos que se estaba acercando al centro. Tal como suena y tal como lo escribo.
Aquello rechinó en mis aún puros tímpanos, que estaba uno todavía rompiendo el cascarón, ya que yo siempre creí que los profesores querían que hubiera muchos alumnos para garantizar el futuro de la enseñanza y, cómo no, de la música. Nuestra profesión era tan minoritaria que había asignaturas que recibí de manera unitaria, y no quiero decir solo en la clase, sino que era el único alumno matriculado.
Recuerdo también la vehemencia de un profesor en concreto, quien se quejaba de que, si la cosa seguía en aumento, se corría el riesgo de convertir el conservatorio en guardería. Y yo, dale que te pego, seguía pensando que qué más daba, que sería cuestión de enseñarles música, que para eso estábamos allí, y que sería como en Rusia, que los niños por miles inundarían las casas de pianos, violines, flautas y voces, para disfrute de las familias y, en un plazo razonable, de una sociedad que llevaba con demasiado retraso este asunto con respecto a otros países.
Supongo que esto sólo se explica por mi ingenuidad. Casi el claustro al completo aplaudió la medida y, a partir del curso siguiente, el precio que había que pagar por matricularse en el conservatorio se disparó, lo que se tradujo en una desbandada masiva.
Ahora ya me estoy perdiendo porque me canso de leer noticias sobre el carterista de Educación y Cultura (o sea, el ministro que lleva las carteras, que dicho de la otra manera puede sonar un poco mal). De nuevo parece que se quieren desviar los dineros públicos para donde sea menos para un destino que, por ley, debería ser sagrado e intocable por nadie. Es muy fácil, desde su privilegiada posición, pregonar que, si de verdad se desea, las familias sacarán los medios de cualquier sitio, cuando todos sabemos que no es nada fácil cuando no imposible. Y estoy harto de oír que el que valga siempre tendrá garantizada la educación. Pero, qué pasa si el que no vale lo es de manera muy transitoria y sólo necesita un poco de adaptación. Lo digo no por nada, sino porque mis dos primeros años en Sevilla fueron de tortura continuada, de desánimo constante y de consejos de portera (o sea, vete por donde has venido), y mira tú a lo que me dedico.
Me da pena pensar que tantos años de bonanza y de avance en las ideas se están echando a perder a la velocidad de la luz, pero también me da mucha más, incluso rabia, recordar y concluir que la culpa, como casi siempre, no es de uno sólo y no es cuestión de clases, sino que 'entre todos la mataron y ella sola se murió'.
domingo, 13 de abril de 2014
La casa sin barrer
Ayer por la tarde me llamó Beatriz porque estaba oyendo en la radio un especial dedicado a los actores en España. Básicamente se trataba de pequeñas entrevistas enlazadas, formando entre todas un retrato de la situación actual. Evidentemente, tal como iban hablando, todo era trasladable a nuestro terreno musical, pues giraba en torno a la profesión artística y a la vida del artista.
No sé si alguna vez os habéis parado a pensar que la música es como la hermana menor de las Artes Escénicas. Sólo hay que comparar números, y no hablo de dinero, sino de cantidad de funciones, profesionales y espectáculos. Por cada concierto celebrado hay multitud de obras teatrales en cartel. Así que, lo que les pase a ellos también nos incumbe, aunque sea por simpatía (fenómeno físico-armónico).
Era impresionante oír a personas contar su experiencia actual y pasada. Personas que podían llevar más de treinta años viviendo dignamente de su profesión (no tendremos que volver a explicar que vivir del Arte está considerado un trabajo, ¿verdad?), que se negaban a renunciar a su pasión. Personas que necesitan tanto pisar un escenario como respirar. Personas que pasan la angustia de esperar una llamada que no llega. Personas que están dispuestas a trabajar de lo que sea, como tantos otros, sin que se les caigan los anillos. Personas que se preocupan más por los compañeros que por ellos mismos. Personas que entienden que vamos todos en el mismo barco y que sólo entre todos podremos salir a flote.
Las Artes Escénicas han existido desde los griegos, que ya es decir. A través de ellas la civilización ha alcanzado cotas elevadas y la sociedad ha comprendido de qué va todo esto de la existencia. En los peores momentos de la humanidad, los hombres han buscado refugio y calma en las manifestaciones artísticas: el Arte contra la barbarie.
En los momentos peores de crisis, el ser humano ha necesitado algún asidero para no hundirse.
¿Y qué panorama tenemos aquí? Pues el de siempre. ¿Y por qué? Pues porque nunca (y ya son siglos) hemos hecho una buena limpieza y ya no caben más residuos en la fosa séptica. Arrastramos un desfase en comparación con otros países que nos hace estar siempre en los vagones de cola, a pesar del tremendo potencial del que siempre hemos hecho gala. No se entiende que las mejores cabezas tengan que salir de España por falta de recursos. No se entiende tampoco que la única salida ofrecida a todos los jóvenes (y los no tanto) sea la emigración. Pero, ¿en manos de quiénes estamos?
Esta gente que sólo quiere mandar no pisa un teatro ni una sala de concierto ni por equivocación. A no ser que salir en la foto con un artista renombrado le pueda proporcionar algún beneficio, ni hablar del tema. Por eso les ha costado tan poco tomar una medida tan perjudicial como el incremento del IVA hasta el 21%, que no sólo castiga a los artistas sino al público, o sea, a la sociedad que, por cierto, cuanto más inculta más fácil de amedrentar y manejar.
Los artistas siempre son (somos) el blanco fácil de su demagogia barata y a estas alturas de la película ya no me creo que exista el 7º de Caballería ni que, mucho menos, vaya a venir a rescatarnos. Por eso, la única solución es que nos arremanguemos y comencemos a baldear, a pasar la escoba y la fregona, y con una buena dosis de insecticida ahuyentemos a estos políticos que sólo se dedican a pelearse tirándose a la cara la basura que ellos mismos han generado.
Nos merecemos una vida mejor, nos merecemos elegir cómo queremos vivir y nos merecemos todos los derechos que nuestra Constitución nos otorga. El día que seamos conscientes de que nadie nos va a dar nada igual empezamos a salir de nuestro caparazón para asir con fuerza las riendas de nuestra propia existencia, al menos así dejaremos de quejarnos y de esperar al Deus ex machina.
No sé si alguna vez os habéis parado a pensar que la música es como la hermana menor de las Artes Escénicas. Sólo hay que comparar números, y no hablo de dinero, sino de cantidad de funciones, profesionales y espectáculos. Por cada concierto celebrado hay multitud de obras teatrales en cartel. Así que, lo que les pase a ellos también nos incumbe, aunque sea por simpatía (fenómeno físico-armónico).
Era impresionante oír a personas contar su experiencia actual y pasada. Personas que podían llevar más de treinta años viviendo dignamente de su profesión (no tendremos que volver a explicar que vivir del Arte está considerado un trabajo, ¿verdad?), que se negaban a renunciar a su pasión. Personas que necesitan tanto pisar un escenario como respirar. Personas que pasan la angustia de esperar una llamada que no llega. Personas que están dispuestas a trabajar de lo que sea, como tantos otros, sin que se les caigan los anillos. Personas que se preocupan más por los compañeros que por ellos mismos. Personas que entienden que vamos todos en el mismo barco y que sólo entre todos podremos salir a flote.
Las Artes Escénicas han existido desde los griegos, que ya es decir. A través de ellas la civilización ha alcanzado cotas elevadas y la sociedad ha comprendido de qué va todo esto de la existencia. En los peores momentos de la humanidad, los hombres han buscado refugio y calma en las manifestaciones artísticas: el Arte contra la barbarie.
En los momentos peores de crisis, el ser humano ha necesitado algún asidero para no hundirse.
¿Y qué panorama tenemos aquí? Pues el de siempre. ¿Y por qué? Pues porque nunca (y ya son siglos) hemos hecho una buena limpieza y ya no caben más residuos en la fosa séptica. Arrastramos un desfase en comparación con otros países que nos hace estar siempre en los vagones de cola, a pesar del tremendo potencial del que siempre hemos hecho gala. No se entiende que las mejores cabezas tengan que salir de España por falta de recursos. No se entiende tampoco que la única salida ofrecida a todos los jóvenes (y los no tanto) sea la emigración. Pero, ¿en manos de quiénes estamos?
Esta gente que sólo quiere mandar no pisa un teatro ni una sala de concierto ni por equivocación. A no ser que salir en la foto con un artista renombrado le pueda proporcionar algún beneficio, ni hablar del tema. Por eso les ha costado tan poco tomar una medida tan perjudicial como el incremento del IVA hasta el 21%, que no sólo castiga a los artistas sino al público, o sea, a la sociedad que, por cierto, cuanto más inculta más fácil de amedrentar y manejar.
Los artistas siempre son (somos) el blanco fácil de su demagogia barata y a estas alturas de la película ya no me creo que exista el 7º de Caballería ni que, mucho menos, vaya a venir a rescatarnos. Por eso, la única solución es que nos arremanguemos y comencemos a baldear, a pasar la escoba y la fregona, y con una buena dosis de insecticida ahuyentemos a estos políticos que sólo se dedican a pelearse tirándose a la cara la basura que ellos mismos han generado.
Nos merecemos una vida mejor, nos merecemos elegir cómo queremos vivir y nos merecemos todos los derechos que nuestra Constitución nos otorga. El día que seamos conscientes de que nadie nos va a dar nada igual empezamos a salir de nuestro caparazón para asir con fuerza las riendas de nuestra propia existencia, al menos así dejaremos de quejarnos y de esperar al Deus ex machina.
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jueves, 7 de noviembre de 2013
El poder y la gloria
Hoy hace cien años que nació Albert Camus y esta mañana me leía Beatriz una reseña de las muchas que se han publicado. Hacía alusión a la invitación recibida por parte del Elíseo francés (entiéndase por el presidente de la República) a causa del reconocimiento internacional que Camus recibió por su honestidad e imparcialidad, no siempre bien entendida, por supuesto. Al comunicarle la noticia a su madre, analfabeta y casi sorda, tras repetírsela, ésta le contestó: "Eso no es para nosotros. No vayas hijo, no te fíes. Eso no es para nosotros".
Esto me ha hecho recordar algunas situaciones vividas y oídas, en las que el poder quiere tener cerca a la gente del Arte, de la Cultura. No voy a entrar en el uso político que estos últimos años (demasiados ya) se da en España a los cantantes, actores y escritores. Da igual que sean de derechas o de izquierdas. El caso es que aún no tenemos la suficiente madurez para que, cuando un artista manifiesta públicamente su ideología como ciudadano, no se le castigue o premie en su trabajo. Eso, por ejemplo, no pasa en EE.UU., un pelín más acostumbrados a la democracia.
Parece que un artista no triunfa hasta que no se codea con las altas esferas. Tiene que ser invitado a determinadas galas, tiene que actuar ante ellos ¿de tú a tú?, tiene que reír todas las gracias y ocurrencias de los susodichos, etc... Por otro lado, las crónicas periodísticas tienen más trascendencia y mayor eco cuando reúnen en la foto a un grupito variopinto.
En uno de mis primeros conciertos en Cádiz, en el desaparecido Teatro Andalucía (tendría yo veinticinco años), actué ante un numeroso público con un programa variado (cual bandeja de pescaíto frito). Al día siguiente, o quizás al otro, abrí el Diario de Cádiz en busca de alguna crítica o reseña, foto incluida. Así fue. Se mencionaba el acto, se desglosaba el programa y se comentaba la asistencia de público. Pero lo que más me llamó la atención fue el titular del artículo, en negrita y ocupando el ancho de la página: "El Almirante Jefe de la Zona del Estrecho asiste al concierto de González Calderón". (Acabo de ejercer la autocensura con un par de expresiones que venían a colación).
He actuado ante presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes, embajadores, generales, diputados... En más de una ocasión la anunciada asistencia de la reina ocasionó innumerables incomodidades, subsanadas con la conveniente declinación de la invitación a última hora. Hasta un potentísimo empresario rodeado de cuatro guardaespaldas acudió a oírme.
Pero siempre he pensado que un concierto es un acto cultural en el que un artista actúa para el público, independientemente de su cargo. Qué más da quién sea si lo que importa es la música. Se supone que, si asiste, es porque le gusta la música y no para figurar, así que, no hay cargo que valga. Igual que no entiendo la reserva de localidades que, a mayor nivel social mayor probabilidad de permanecer vacías. No hombre, no, que somos todos iguales, al menos en el concierto (y después también).
Supongo que igual soy un bicho raro, pero tampoco me gustan los palcos presidenciales de los teatros (casi siempre sin ocupar). La época en la que los reyes perseguían a las coristas creí que había terminado, pero, al parecer, todo sigue creando mucho morbo.
Bueno, que cada uno haga lo que le dé la gana. Total, lo mismo va a dar, que nadie aprende en cabeza ajena.
Esto me ha hecho recordar algunas situaciones vividas y oídas, en las que el poder quiere tener cerca a la gente del Arte, de la Cultura. No voy a entrar en el uso político que estos últimos años (demasiados ya) se da en España a los cantantes, actores y escritores. Da igual que sean de derechas o de izquierdas. El caso es que aún no tenemos la suficiente madurez para que, cuando un artista manifiesta públicamente su ideología como ciudadano, no se le castigue o premie en su trabajo. Eso, por ejemplo, no pasa en EE.UU., un pelín más acostumbrados a la democracia.
Parece que un artista no triunfa hasta que no se codea con las altas esferas. Tiene que ser invitado a determinadas galas, tiene que actuar ante ellos ¿de tú a tú?, tiene que reír todas las gracias y ocurrencias de los susodichos, etc... Por otro lado, las crónicas periodísticas tienen más trascendencia y mayor eco cuando reúnen en la foto a un grupito variopinto.
En uno de mis primeros conciertos en Cádiz, en el desaparecido Teatro Andalucía (tendría yo veinticinco años), actué ante un numeroso público con un programa variado (cual bandeja de pescaíto frito). Al día siguiente, o quizás al otro, abrí el Diario de Cádiz en busca de alguna crítica o reseña, foto incluida. Así fue. Se mencionaba el acto, se desglosaba el programa y se comentaba la asistencia de público. Pero lo que más me llamó la atención fue el titular del artículo, en negrita y ocupando el ancho de la página: "El Almirante Jefe de la Zona del Estrecho asiste al concierto de González Calderón". (Acabo de ejercer la autocensura con un par de expresiones que venían a colación).
He actuado ante presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes, embajadores, generales, diputados... En más de una ocasión la anunciada asistencia de la reina ocasionó innumerables incomodidades, subsanadas con la conveniente declinación de la invitación a última hora. Hasta un potentísimo empresario rodeado de cuatro guardaespaldas acudió a oírme.
Pero siempre he pensado que un concierto es un acto cultural en el que un artista actúa para el público, independientemente de su cargo. Qué más da quién sea si lo que importa es la música. Se supone que, si asiste, es porque le gusta la música y no para figurar, así que, no hay cargo que valga. Igual que no entiendo la reserva de localidades que, a mayor nivel social mayor probabilidad de permanecer vacías. No hombre, no, que somos todos iguales, al menos en el concierto (y después también).
Supongo que igual soy un bicho raro, pero tampoco me gustan los palcos presidenciales de los teatros (casi siempre sin ocupar). La época en la que los reyes perseguían a las coristas creí que había terminado, pero, al parecer, todo sigue creando mucho morbo.
Bueno, que cada uno haga lo que le dé la gana. Total, lo mismo va a dar, que nadie aprende en cabeza ajena.
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domingo, 20 de octubre de 2013
Televisión Local
Puede que aún esté calentando o que acabe de dejarlo todo preparado: la banqueta a la distancia adecuada, el atril quitado o con la partitura colocada, dependiendo del caso, una última comprobación a la afinación, un vistazo a la sala y listo.
Entonces, oigo el chasquido, como una claqueta, como un latigazo metálico. Luego otro y después un tercero. Clavas la mirada intentando recibir otra como respuesta. Nada. Observas cómo una persona desconocida está dedicándose a montar un trípode sobre el que instalará el maquinón (léase cámara de vídeo profesional) con el que tú no sabes muy bien qué piensa hacer. Bueno, sí, un mínimo de inteligencia es capaz de entender que va a grabar imagen y sonido de tu concierto. Obvio.
Aún recuerdo los días en los que comenzaban a florecer las televisiones locales, por no decir las generalistas, que todo fue a la vez, y se acercaban uno o dos jóvenes a comentarte (literalmente: mira, te comento...) que les gustaría grabar unos minutos de tu recital para las noticias de su cadena. O, si no, se te acercaba el técnico de cultura a presentarte al cámara que quería pedirte permiso para grabar todo porque así tenían material para emitir.
Pero poco a poco, imperceptiblemente, se fueron perdiendo las buenas maneras y la educación, incluso el respeto por tu trabajo. Hoy es frecuente que la escena comience tal y como he relatado arriba. Ni te mira, ni te saluda, ni te habla. A lo suyo. Después de muchos años pidiendo a cambio sólo una copia de la grabación para tenerla de recuerdo, ya que la empresa se iba a beneficiar de mi trabajo de manera gratuita, conseguir una respuesta afirmativa y tener en mi poder como mucho dos cintas de VHS, comencé a hacer como los grandes, los que salen en las noticias de las tres, es decir, advertirles de que sólo podrían grabar cinco minutos.
Os podéis imaginar las respuestas. En honor a la verdad, diré que hay gente muy amable y comprensiva que entiende lo que propongo y se limitan a cumplirlo, abandonando la sala en el momento oportuno para molestar lo menos posible. Pero mis preferidos son los que, en plan americano, te gritan que estamos en un sitio público y que ellos cumplen con una labor informativa. Cuando les repito que no puede ser, recurren a argumentos peregrinos que de nada les valen. Entonces sí me quedo esperando el momento en el que estoy tocando con toda mi atención puesta en la obra, para no sobresaltarme cuando oiga de nuevo los tres chasquidos, esta vez a la inversa, todos los golpes posibles con la cámara y el macuto, así como los pasos firmes hacia la salida, portazo incluido.
¿De verdad sirve para algo que te graben las locales? En el mejor de los casos se limitan a repetir hasta el hartazgo tu concierto, lo que no quiere decir que la gente lo vea. Como consecuencia, la próxima vez que vayas a dicha localidad a actuar no se van a formar colas para ir a verte gracias a tanta publicidad, sino que, si alguno se ha enterado de quién eres y lo que haces, preferirá hacerlo cómodamente desde su butaca con la cena en una bandeja (aunque me temo que esto raya con la ciencia ficción).
La grabación para televisión ha de hacerse bien, al igual que las de radio. Es nuestra tarjeta de visita y, repito, nuestro trabajo.
Y si los políticos usan el medio para pregonar lo bien que lo hacen, al menos que te pidan permiso y no lleguen abusando de su autoridad. Hasta ahí podíamos llegar.
Entonces, oigo el chasquido, como una claqueta, como un latigazo metálico. Luego otro y después un tercero. Clavas la mirada intentando recibir otra como respuesta. Nada. Observas cómo una persona desconocida está dedicándose a montar un trípode sobre el que instalará el maquinón (léase cámara de vídeo profesional) con el que tú no sabes muy bien qué piensa hacer. Bueno, sí, un mínimo de inteligencia es capaz de entender que va a grabar imagen y sonido de tu concierto. Obvio.
Aún recuerdo los días en los que comenzaban a florecer las televisiones locales, por no decir las generalistas, que todo fue a la vez, y se acercaban uno o dos jóvenes a comentarte (literalmente: mira, te comento...) que les gustaría grabar unos minutos de tu recital para las noticias de su cadena. O, si no, se te acercaba el técnico de cultura a presentarte al cámara que quería pedirte permiso para grabar todo porque así tenían material para emitir.
Pero poco a poco, imperceptiblemente, se fueron perdiendo las buenas maneras y la educación, incluso el respeto por tu trabajo. Hoy es frecuente que la escena comience tal y como he relatado arriba. Ni te mira, ni te saluda, ni te habla. A lo suyo. Después de muchos años pidiendo a cambio sólo una copia de la grabación para tenerla de recuerdo, ya que la empresa se iba a beneficiar de mi trabajo de manera gratuita, conseguir una respuesta afirmativa y tener en mi poder como mucho dos cintas de VHS, comencé a hacer como los grandes, los que salen en las noticias de las tres, es decir, advertirles de que sólo podrían grabar cinco minutos.
Os podéis imaginar las respuestas. En honor a la verdad, diré que hay gente muy amable y comprensiva que entiende lo que propongo y se limitan a cumplirlo, abandonando la sala en el momento oportuno para molestar lo menos posible. Pero mis preferidos son los que, en plan americano, te gritan que estamos en un sitio público y que ellos cumplen con una labor informativa. Cuando les repito que no puede ser, recurren a argumentos peregrinos que de nada les valen. Entonces sí me quedo esperando el momento en el que estoy tocando con toda mi atención puesta en la obra, para no sobresaltarme cuando oiga de nuevo los tres chasquidos, esta vez a la inversa, todos los golpes posibles con la cámara y el macuto, así como los pasos firmes hacia la salida, portazo incluido.
¿De verdad sirve para algo que te graben las locales? En el mejor de los casos se limitan a repetir hasta el hartazgo tu concierto, lo que no quiere decir que la gente lo vea. Como consecuencia, la próxima vez que vayas a dicha localidad a actuar no se van a formar colas para ir a verte gracias a tanta publicidad, sino que, si alguno se ha enterado de quién eres y lo que haces, preferirá hacerlo cómodamente desde su butaca con la cena en una bandeja (aunque me temo que esto raya con la ciencia ficción).
La grabación para televisión ha de hacerse bien, al igual que las de radio. Es nuestra tarjeta de visita y, repito, nuestro trabajo.
Y si los políticos usan el medio para pregonar lo bien que lo hacen, al menos que te pidan permiso y no lleguen abusando de su autoridad. Hasta ahí podíamos llegar.
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Recortes
Pues sí, que parece que los músicos nos estamos enterando ahora porque sale publicado en los periódicos, pero esto se viene arrastrando desde hace demasiado tiempo ya.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/23/actualidad/1379951454_123071.html
http://www.20minutos.es/noticia/1927120/0/orquestas-musica/recortes-despidos/escuelas-municipales/

Creo que no voy a entrar en análisis manidos y que, a juzgar por los comentarios que siguen a las noticias, parece que no le importan demasiado al personal. Si todavía seguimos poniendo en duda el papel de la Cultura en la Sociedad tenemos muy difícil el entendimiento. Al final, como he podido leer, si están recortando en todo tipo de empresas, privadas y públicas, ¿por qué van a ser menos las orquestas? Es que se está yendo todo al garete y nos dedicamos a, como siempre, tirarnos los trastos a la cabeza unos a otros ante la babeante sonrisa de los que lo han provocado.
Yo tengo mi propia opinión de todo esto, como casi todo el mundo. Lo que pasa es que sería larguísimo y me da pereza hasta empezar. No creo que se pueda resumir con un titular ni que todo se haya hecho de la mejor manera posible. No creo que todo sea tan naíf. No creo que no se supiera que este sistema era insostenible. No creo que no se pudiese haber previsto mucho antes una solución. No creo que no estuviera detrás del boom orquestal el rédito político. No creo que todos tuvieran en mente acercarse al pueblo llano. No creo que no se hayan montado chiringuitos particulares. No creo que estas orquestas se creasen para dar cabida a las magníficas oleadas de músicos españoles. No creo que el fin último fuese el cultural. No creo que a bastantes de estos músicos les importase cambiar la silla por una cómoda butaca en el escenario. No creo que los mejores directores estén al mando. No creo que haya dolido tirar millones en figureo en vez de invertirlos. No creo que baste con acercar a los colegios un día al año para que vean y oigan lo que después no van a ver ni oír...
Pero sí creo que hay muchos músicos que creen de verdad en lo que hacen y se dejan lo mejor de ellos mismos en cada actuación. Sí creo que es mejor que haya orquestas que eliminarlas. Sí creo que hemos vivido dos décadas de ensueño. Sí creo que el dinero público debe apoyar la Cultura. Sí creo que la subida del IVA ha supuesto un perjuicio muy grave. Sí creo que hay que facilitar la entrada de todo el mundo a los teatros y auditorios. Sí creo que hace mucho que los pantalones vaqueros entraron en las salas aunque sigamos viendo visones. Sí creo que algunas funciones huelen a rancio pero que las programaciones son mucho más completas que eso. Sí creo que hay que pelear para no retroceder. Sí creo que la música eleva el espíritu y alivia las penas...
En fin, difícil batalla por la desproporción de fuerzas. Sólo me conformaría con que nuestros queridos dirigentes recortasen un poco sus sonrisas.
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/09/23/actualidad/1379951454_123071.html
http://www.20minutos.es/noticia/1927120/0/orquestas-musica/recortes-despidos/escuelas-municipales/

Creo que no voy a entrar en análisis manidos y que, a juzgar por los comentarios que siguen a las noticias, parece que no le importan demasiado al personal. Si todavía seguimos poniendo en duda el papel de la Cultura en la Sociedad tenemos muy difícil el entendimiento. Al final, como he podido leer, si están recortando en todo tipo de empresas, privadas y públicas, ¿por qué van a ser menos las orquestas? Es que se está yendo todo al garete y nos dedicamos a, como siempre, tirarnos los trastos a la cabeza unos a otros ante la babeante sonrisa de los que lo han provocado.
Yo tengo mi propia opinión de todo esto, como casi todo el mundo. Lo que pasa es que sería larguísimo y me da pereza hasta empezar. No creo que se pueda resumir con un titular ni que todo se haya hecho de la mejor manera posible. No creo que todo sea tan naíf. No creo que no se supiera que este sistema era insostenible. No creo que no se pudiese haber previsto mucho antes una solución. No creo que no estuviera detrás del boom orquestal el rédito político. No creo que todos tuvieran en mente acercarse al pueblo llano. No creo que no se hayan montado chiringuitos particulares. No creo que estas orquestas se creasen para dar cabida a las magníficas oleadas de músicos españoles. No creo que el fin último fuese el cultural. No creo que a bastantes de estos músicos les importase cambiar la silla por una cómoda butaca en el escenario. No creo que los mejores directores estén al mando. No creo que haya dolido tirar millones en figureo en vez de invertirlos. No creo que baste con acercar a los colegios un día al año para que vean y oigan lo que después no van a ver ni oír...
Pero sí creo que hay muchos músicos que creen de verdad en lo que hacen y se dejan lo mejor de ellos mismos en cada actuación. Sí creo que es mejor que haya orquestas que eliminarlas. Sí creo que hemos vivido dos décadas de ensueño. Sí creo que el dinero público debe apoyar la Cultura. Sí creo que la subida del IVA ha supuesto un perjuicio muy grave. Sí creo que hay que facilitar la entrada de todo el mundo a los teatros y auditorios. Sí creo que hace mucho que los pantalones vaqueros entraron en las salas aunque sigamos viendo visones. Sí creo que algunas funciones huelen a rancio pero que las programaciones son mucho más completas que eso. Sí creo que hay que pelear para no retroceder. Sí creo que la música eleva el espíritu y alivia las penas...
En fin, difícil batalla por la desproporción de fuerzas. Sólo me conformaría con que nuestros queridos dirigentes recortasen un poco sus sonrisas.
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miércoles, 18 de septiembre de 2013
Desayuno, almuerzo, merienda y cena
Ni siquiera se pueden garantizar las cuatro comidas. Como mucho tres y sólo allí donde un gobierno autonómico, una asociación de padres y madres, una ONG o cualquiera con el mínimo de vergüenza que se le supone al ser humano, está dispuesto a no dejar a ningún niño o adolescente sin alimentar adecuadamente.
Ya no tengo calificativos. Sólo siento un inmenso desprecio. Y mucha impotencia. Esto no es demagogia, ni ataque político, ni nada parecido. Esto es una realidad que arrastramos y crece cada día que pasa. Sólo me entran ganas de llorar ante este panorama. Y lo que más me duele es el mutismo de la mayoría de hogares en los que no es posible cubrir estas necesidades: orgullo, dignidad, vergüenza... ¿Qué más da? ¿A quién le importa? Que cada palo aguante su vela.
Bromeaba en mis dos pasadas entradas con el famoso bollycao ofrecido como dádiva al profesor. Pues ya ni eso. Cada vez son más numerosos los testimonios de profesores que observan las debilidades de sus alumnos. Pero, ¿dónde vivimos? ¿En qué manos estamos?
¿Por qué escribo esto aquí? ¿Qué tiene que ver con la música? Supongo que, como una idea lleva a otra, al final cada tema acaba influyendo en el terreno propio. Tengo comprobado que el gremio musical no es precisamente solidario (un momento, no os sintáis ofendidos todavía, dejad que me extienda). Sí lo es en cuanto que no paran de requerir los servicios de los músicos para actuaciones benéficas y muy pocos son los que se niegan. De hecho, más bien hay abuso. Hasta aquí, chapeau. Pero mi comentario va más en el sentido de la individualidad.
Son demasiados los años en que los pianistas nos pasamos el día con la cabeza metida en el teclado, sin levantarla para nada ni para nadie. Estamos a lo nuestro. Estamos totalmente absorbidos por una actividad que requiere nuestra total atención. Y es fantástico y loable. Nos entregamos de corazón a la música y pocas cosas hay más elevadas. Pero suele suceder que nos convertimos en avestruces, de tanto bajar la cabeza. No podemos escuchar a nadie, no podemos interesarnos en nada, no podemos participar de nada porque tenemos que estudiar. ¿Tampoco ahora?
Hay problemas y realidades que no podemos ignorar. Es probable que en un conservatorio se note menos esta carencia básica..., o no. ¿Qué pensamos, que sólo los pobres de siempre lo están pasando mal? Sólo hay que mirar por encima las estadísticas de los comedores sociales y ver quiénes están incrementando el número.
La frase manida es 'a grandes males, grandes remedios'. Yo soy más del granito de arena. Que cada uno ponga lo que pueda de su parte, que mire a quien tiene al lado, o a su cargo, que no haga la vista gorda, que no diga que no es su problema. La solución pasa por todos y cada uno de nosotros, no por los que algún día ojalá sean juzgados como criminales y condenados.
A esta sociedad sólo podemos salvarla desde abajo, nosotros mismos. Para los que se les llena la boca con la palabra España (acompañada de langostinos, jamón de bellota y botellas de mil euros, que son catetos hasta para eso), ya lo he dicho: todo mi desprecio y un recuerdo a la revolución francesa de 1789 (Liberté, Égalité, Fraternité y...).
http://www.educo.org/media/img/medios/1.jpg
http://www.educo.org/media/img/medios/2.jpg
http://www.educo.org/
Ya no tengo calificativos. Sólo siento un inmenso desprecio. Y mucha impotencia. Esto no es demagogia, ni ataque político, ni nada parecido. Esto es una realidad que arrastramos y crece cada día que pasa. Sólo me entran ganas de llorar ante este panorama. Y lo que más me duele es el mutismo de la mayoría de hogares en los que no es posible cubrir estas necesidades: orgullo, dignidad, vergüenza... ¿Qué más da? ¿A quién le importa? Que cada palo aguante su vela.
Bromeaba en mis dos pasadas entradas con el famoso bollycao ofrecido como dádiva al profesor. Pues ya ni eso. Cada vez son más numerosos los testimonios de profesores que observan las debilidades de sus alumnos. Pero, ¿dónde vivimos? ¿En qué manos estamos?
¿Por qué escribo esto aquí? ¿Qué tiene que ver con la música? Supongo que, como una idea lleva a otra, al final cada tema acaba influyendo en el terreno propio. Tengo comprobado que el gremio musical no es precisamente solidario (un momento, no os sintáis ofendidos todavía, dejad que me extienda). Sí lo es en cuanto que no paran de requerir los servicios de los músicos para actuaciones benéficas y muy pocos son los que se niegan. De hecho, más bien hay abuso. Hasta aquí, chapeau. Pero mi comentario va más en el sentido de la individualidad.
Son demasiados los años en que los pianistas nos pasamos el día con la cabeza metida en el teclado, sin levantarla para nada ni para nadie. Estamos a lo nuestro. Estamos totalmente absorbidos por una actividad que requiere nuestra total atención. Y es fantástico y loable. Nos entregamos de corazón a la música y pocas cosas hay más elevadas. Pero suele suceder que nos convertimos en avestruces, de tanto bajar la cabeza. No podemos escuchar a nadie, no podemos interesarnos en nada, no podemos participar de nada porque tenemos que estudiar. ¿Tampoco ahora?
Hay problemas y realidades que no podemos ignorar. Es probable que en un conservatorio se note menos esta carencia básica..., o no. ¿Qué pensamos, que sólo los pobres de siempre lo están pasando mal? Sólo hay que mirar por encima las estadísticas de los comedores sociales y ver quiénes están incrementando el número.
La frase manida es 'a grandes males, grandes remedios'. Yo soy más del granito de arena. Que cada uno ponga lo que pueda de su parte, que mire a quien tiene al lado, o a su cargo, que no haga la vista gorda, que no diga que no es su problema. La solución pasa por todos y cada uno de nosotros, no por los que algún día ojalá sean juzgados como criminales y condenados.
A esta sociedad sólo podemos salvarla desde abajo, nosotros mismos. Para los que se les llena la boca con la palabra España (acompañada de langostinos, jamón de bellota y botellas de mil euros, que son catetos hasta para eso), ya lo he dicho: todo mi desprecio y un recuerdo a la revolución francesa de 1789 (Liberté, Égalité, Fraternité y...).
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domingo, 25 de agosto de 2013
Reinventarse
¡No puedo más! Estoy hasta el gorro de escuchar la dichosa palabrita por todos lados. Ésta es la única salida que se les ha ocurrido a nuestros nunca bien calificados dirigentes, esos a los que les hemos dado el poder para llevar nuestros asuntos y encargarse de que nuestra vida fuera mejor, esos que no hay manera de que se les caiga la cara de vergüenza cada vez que mienten o se les pilla trincando.
Pero lo que peor llevo es que ahora no son sólo ellos los que nos animan a darnos la vuelta como un calcetín, ahora es cualquiera, y cuando digo cualquiera entra en el saco el 99,99% de la población.Estupendo, objetivo conseguido. Y, por supuesto, una vez más, demostrado que somos tontos a rabiar y así nos va. ¡Viva el rebaño! Resulta que una persona pasa su infancia, adolescencia y juventud, es decir, los mejores años de la vida en cuanto que la responsabilidad es muy limitada y escasa, y todo es ilusión, quitando horas al ocio, a la diversión, al descanso y al estudio obligatorio para hacer crecer en su interior un mundo nuevo y mágico con el que tener una concepción de la existencia bastante más elevada de la común y corriente (vamos a poner por ejemplo la del caracol, que saca sus cuernos al sol). Ni siquiera esa personita se plantea dedicar su tramo adulto a vivir de su arte. Estudia, compagina, goza, sufre... Un año tras otro va construyendo una elevación, primero una loma y luego una montaña, que no está sola pues hay muchas otras. Pero, comparativamente, en la llanura convive la inmensa mayoría de seres que pueblan la tierra. Entonces se da cuenta de que, gracias a su esfuerzo continuado, es un privilegiado. Su vida algo más elevada le permite tener otra percepción de prácticamente todo ya que, lo quiera o no, ya está un poco más arriba y eso imprime carácter. Y un buen día decide que no quiere bajar más, que aunque ver con claridad el fondo y el horizonte puede resultar más duro que no levantar la vista del suelo, eso significa tomar conciencia de uno mismo como persona.
Si echamos cuentas, esta dedicación no puede medirse con la medida de tiempo estándar, es imposible. A cualquier pianista que le preguntes cuántas horas dedica a su profesión te responderá lo mismo: sentado ante el piano, tantas, pero con la cabeza puesta en él, casi veinticuatro diarias.
Un buen día te da por quejarte, sólo un poquito: mires para donde mires el gobierno se ha dedicado a poner trabas por doquier y a destruir todo lo que funcionaba y todo cuesta cada día más trabajo. Ojo, que aquí entra todo dios, desde el más simple 'paleta', a los mecánicos, a los tenderos, a los feriantes, a los dentistas, a los arquitectos, a los músicos, a los sastres, a los actores, a los vendedores ambulantes, a los oficinistas, a los dependientes, a los empresarios... Todo dios. Pues va el que sea y te suelta el verbo de rigor.
La respuesta a este cataclismo no puede ser un eslogan publicitario: reinvéntate. Primero y fundamental: en qué. Y segundo y más fundamental todavía: por qué.
Por favor, si mantenéis una conversación de este tipo en cualquier círculo, no le hagáis el juego a estos seres sin alma que nos tratan con total desprecio y que sólo velan por su interés. No digáis que la solución es reinventarse. La lucha debe estar en mantener nuestra dignidad, nuestra individualidad, nuestra libertad. Cada vez que alguien repite semejante estupidez, sin darse cuenta se deteriora e insulta al otro.
No nos regalaron nada. Lo que se consiguió fue a base de esfuerzo y de quedarse mucha gente en el camino. Parece que nuestra memoria olvida fácilmente cómo las generaciones anteriores lo tuvieron muy negro y entre todos se logró que pudiésemos distinguirnos de los animales de manera clara.
Insisto: no lo digáis nunca más, que atenta contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Pero lo que peor llevo es que ahora no son sólo ellos los que nos animan a darnos la vuelta como un calcetín, ahora es cualquiera, y cuando digo cualquiera entra en el saco el 99,99% de la población.Estupendo, objetivo conseguido. Y, por supuesto, una vez más, demostrado que somos tontos a rabiar y así nos va. ¡Viva el rebaño! Resulta que una persona pasa su infancia, adolescencia y juventud, es decir, los mejores años de la vida en cuanto que la responsabilidad es muy limitada y escasa, y todo es ilusión, quitando horas al ocio, a la diversión, al descanso y al estudio obligatorio para hacer crecer en su interior un mundo nuevo y mágico con el que tener una concepción de la existencia bastante más elevada de la común y corriente (vamos a poner por ejemplo la del caracol, que saca sus cuernos al sol). Ni siquiera esa personita se plantea dedicar su tramo adulto a vivir de su arte. Estudia, compagina, goza, sufre... Un año tras otro va construyendo una elevación, primero una loma y luego una montaña, que no está sola pues hay muchas otras. Pero, comparativamente, en la llanura convive la inmensa mayoría de seres que pueblan la tierra. Entonces se da cuenta de que, gracias a su esfuerzo continuado, es un privilegiado. Su vida algo más elevada le permite tener otra percepción de prácticamente todo ya que, lo quiera o no, ya está un poco más arriba y eso imprime carácter. Y un buen día decide que no quiere bajar más, que aunque ver con claridad el fondo y el horizonte puede resultar más duro que no levantar la vista del suelo, eso significa tomar conciencia de uno mismo como persona.
Si echamos cuentas, esta dedicación no puede medirse con la medida de tiempo estándar, es imposible. A cualquier pianista que le preguntes cuántas horas dedica a su profesión te responderá lo mismo: sentado ante el piano, tantas, pero con la cabeza puesta en él, casi veinticuatro diarias.
Un buen día te da por quejarte, sólo un poquito: mires para donde mires el gobierno se ha dedicado a poner trabas por doquier y a destruir todo lo que funcionaba y todo cuesta cada día más trabajo. Ojo, que aquí entra todo dios, desde el más simple 'paleta', a los mecánicos, a los tenderos, a los feriantes, a los dentistas, a los arquitectos, a los músicos, a los sastres, a los actores, a los vendedores ambulantes, a los oficinistas, a los dependientes, a los empresarios... Todo dios. Pues va el que sea y te suelta el verbo de rigor.
La respuesta a este cataclismo no puede ser un eslogan publicitario: reinvéntate. Primero y fundamental: en qué. Y segundo y más fundamental todavía: por qué.
Por favor, si mantenéis una conversación de este tipo en cualquier círculo, no le hagáis el juego a estos seres sin alma que nos tratan con total desprecio y que sólo velan por su interés. No digáis que la solución es reinventarse. La lucha debe estar en mantener nuestra dignidad, nuestra individualidad, nuestra libertad. Cada vez que alguien repite semejante estupidez, sin darse cuenta se deteriora e insulta al otro.
No nos regalaron nada. Lo que se consiguió fue a base de esfuerzo y de quedarse mucha gente en el camino. Parece que nuestra memoria olvida fácilmente cómo las generaciones anteriores lo tuvieron muy negro y entre todos se logró que pudiésemos distinguirnos de los animales de manera clara.
Insisto: no lo digáis nunca más, que atenta contra la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
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domingo, 10 de febrero de 2013
Cultura
Si os sobra un ratito, por favor, releed la entrada que escribí en mayo del año pasado, Adelante. No es que esté vigente, sino que parece estancada para siempre.
Anoche fui al teatro a ver una obra interpretada por Antonio Dechent y, aparte de salir asombrado, pude sacar algunas conclusiones. La primera, dada la temática (Queipo, el sueño de un general), es que todavía estamos sufriendo restos de un pasado no tan lejano que no ha sido ni mínimamente limpiado y ¡ay de aquel que se atreva! Lo paradójico es que comienza citando al propio Queipo de Llano quien en sus memorias decía que la Historia hay que contarla para que no se olvide.
La segunda me vino tras asistir a dicha función en una sala, La Fundición, con capacidad para unas 140 personas (por cierto, en marzo reponen Peter Pan ya no vive aquí, con mi querido y admirado Alejandro Rojas-Marcos, pedazo de pianista, metido a actor). Entre el 'apenas visible' ministro de Cultura y el 'a ver cuándo nos deja en paz' ministro de Hacienda han sentado unas bases para que el acceso a los espectáculos sea cada vez más difícil, entre otras cosas, porque los condenan a desaparecer.
Pero, aquí mi alegría, estos 'pintas' no lo van a conseguir porque los artistas, por muy mala fama que tengan, son (somos) gente seria, trabajadora y honesta. Impresionaba ver cómo Dechent y tres actores más se dejaban el alma haciendo su trabajo. Lo de 'vagos y maleantes' se debería aplicar en la dirección contraria a la que ha venido siendo usado hasta ahora. ¡Cuánta dignidad! Durante hora y media lograron clavar al público en sus asientos y que ni una tos perturbara el ambiente creado. Un texto muy difícil de memorizar era expuesto como si nada y eso sólo se logra con estudio.
El esfuerzo conjunto de los organizadores y de los artistas es el que está sosteniendo el tejido cultural. Enlazando con nuestro pasado reciente, veo claramente que un pueblo sin cultura es más fácilmente manejable que un pueblo ilustrado. Si no nos damos cuenta de cómo nos engañan, además estaremos agradecidos.
El papel de la cultura es decisivo. Ya sé que se sube al carro más gente de la que debiera, pero no importa, mejor que sobre. No es momento de juzgar lo que es adecuado, lo que tiene calidad, lo que es verdadero Arte, pues el tiempo siempre se ha encargado de poner en su sitio a todo el mundo, sin excepciones. Es verdad que el presente y el diario de muchos artistas se hace cuesta arriba pero esta profesión lleva una parte importante de vocación y es ésa la que mantiene a flote la ilusión y las ganas de seguir adelante. Al menos así lo veo yo.
Por eso me emocionó ver la fuerza de una interpretación en directo y la respuesta del público que llenaba la sala. La gente nos necesita. Puede sonar a iluso, me da igual. Cada vez que termino un concierto, y es así desde que comencé a darlos, muchos de los comentarios son de agradecimiento por el buen rato pasado y por lograr despejar la cabeza de los problemas. Es entretenimiento y mucho más. La Cultura nos ayuda a vivir, nos muestra lo que otros que nos precedían han creado, sus pensamientos, sus soluciones, sus limitaciones... Estamos inmersos en un todo artístico continuo que nos hace mantener la cabeza alta, la vista despejada y los sentidos alertas. Ser culto requiere esfuerzo y no siempre es gratificante, por todo lo que contemplamos conscientemente, pero es condición inherente al ser humano, al Homo Sapiens.
Hagamos lo posible para que no nos devuelvan al Pleistoceno Medio y nos conviertan en Neandertales.
Anoche fui al teatro a ver una obra interpretada por Antonio Dechent y, aparte de salir asombrado, pude sacar algunas conclusiones. La primera, dada la temática (Queipo, el sueño de un general), es que todavía estamos sufriendo restos de un pasado no tan lejano que no ha sido ni mínimamente limpiado y ¡ay de aquel que se atreva! Lo paradójico es que comienza citando al propio Queipo de Llano quien en sus memorias decía que la Historia hay que contarla para que no se olvide.
La segunda me vino tras asistir a dicha función en una sala, La Fundición, con capacidad para unas 140 personas (por cierto, en marzo reponen Peter Pan ya no vive aquí, con mi querido y admirado Alejandro Rojas-Marcos, pedazo de pianista, metido a actor). Entre el 'apenas visible' ministro de Cultura y el 'a ver cuándo nos deja en paz' ministro de Hacienda han sentado unas bases para que el acceso a los espectáculos sea cada vez más difícil, entre otras cosas, porque los condenan a desaparecer.
Pero, aquí mi alegría, estos 'pintas' no lo van a conseguir porque los artistas, por muy mala fama que tengan, son (somos) gente seria, trabajadora y honesta. Impresionaba ver cómo Dechent y tres actores más se dejaban el alma haciendo su trabajo. Lo de 'vagos y maleantes' se debería aplicar en la dirección contraria a la que ha venido siendo usado hasta ahora. ¡Cuánta dignidad! Durante hora y media lograron clavar al público en sus asientos y que ni una tos perturbara el ambiente creado. Un texto muy difícil de memorizar era expuesto como si nada y eso sólo se logra con estudio.
El esfuerzo conjunto de los organizadores y de los artistas es el que está sosteniendo el tejido cultural. Enlazando con nuestro pasado reciente, veo claramente que un pueblo sin cultura es más fácilmente manejable que un pueblo ilustrado. Si no nos damos cuenta de cómo nos engañan, además estaremos agradecidos.
El papel de la cultura es decisivo. Ya sé que se sube al carro más gente de la que debiera, pero no importa, mejor que sobre. No es momento de juzgar lo que es adecuado, lo que tiene calidad, lo que es verdadero Arte, pues el tiempo siempre se ha encargado de poner en su sitio a todo el mundo, sin excepciones. Es verdad que el presente y el diario de muchos artistas se hace cuesta arriba pero esta profesión lleva una parte importante de vocación y es ésa la que mantiene a flote la ilusión y las ganas de seguir adelante. Al menos así lo veo yo.
Por eso me emocionó ver la fuerza de una interpretación en directo y la respuesta del público que llenaba la sala. La gente nos necesita. Puede sonar a iluso, me da igual. Cada vez que termino un concierto, y es así desde que comencé a darlos, muchos de los comentarios son de agradecimiento por el buen rato pasado y por lograr despejar la cabeza de los problemas. Es entretenimiento y mucho más. La Cultura nos ayuda a vivir, nos muestra lo que otros que nos precedían han creado, sus pensamientos, sus soluciones, sus limitaciones... Estamos inmersos en un todo artístico continuo que nos hace mantener la cabeza alta, la vista despejada y los sentidos alertas. Ser culto requiere esfuerzo y no siempre es gratificante, por todo lo que contemplamos conscientemente, pero es condición inherente al ser humano, al Homo Sapiens.
Hagamos lo posible para que no nos devuelvan al Pleistoceno Medio y nos conviertan en Neandertales.
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domingo, 3 de febrero de 2013
Yo decido
Al próximo que me diga que hay que reinventarse o que hay que marcharse al extranjero (Alemania, China o América del Sur preferiblemente) no sé si voy a poder contenerme. ¿De qué estamos hablando? Ya he dejado muy claro a lo largo de este centenar de entradas que nadie debe tener poder sobre nuestra vida por una razón muy sencilla: es nuestra.
Pero no hay manera de relajarse, nunca se puede bajar la guardia. Continuamente surgen iluminados con la solución a todos los problemas en forma de varita mágica (que, dado el cabreo que tengo, os podéis imaginar lo que les deseo que hagan con la susodicha varita). Si en su día decidí dedicar mi vida al piano, quién tiene la poca vergüenza de venir a decirme en mi cara que como hay crisis lo mejor es dedicarse a otra cosa, reciclarse o lo que sea. A ver si nos enteramos: ésta no es la primera crisis económica que soportamos y la cultura es la que se resiente enseguida ya que no es una necesidad sino 'un lujo'. Pero siempre hay salida y hay mucha gente deseando oír buena música que no dejará que la cosa decaiga.

Todos tenemos que enterarnos de lo que está ocurriendo y no ser pasivos. En esto nos va mucho pues está en juego nuestra vida y no es una frase hecha. Insisto en que nuestra vida lo es en tanto que elegimos cómo queremos rellenarla, a qué queremos dedicarla. Porque lo digan unos seres amorales e indignos de nosotros no tenemos que abandonar nuestros sueños y volver a una época sin derechos ni libertades. Nos quieren robar todo y no hablo de dinero.
Ayer toqué otro concierto con mi hija. A sus veintisiete años, que ha vivido viendo a sus padres dedicarse a lo que querían, tiene claro que quiere tocar el violonchelo. Si va a dar clases o no está en el aire, pero no está de brazos cruzados. Ya en 2008 decidió fundar y dirigir una orquesta de cuerda integrada sólo por mujeres, Almaclara. Aunque no es fácil, sigue trabajando para ella sin descanso. Además toca sola esas joyas para el violonchelo que escribió J.S. Bach, las Suites. Y, para no aburrirse, toca conmigo. Pues bien, en el concierto de anoche el público disfrutó de lo lindo, nosotros nos divertimos y nada de lo que ocurría fuera de la sala parecía estar ocurriendo.
Oigo a mi hija y a sus amigos decir que van a ser una generación sin futuro, que se lo están robando. Es la generación mejor preparada, la que menos miedo tiene pues ha crecido en libertad y la que más ganas tiene de comerse el mundo. No podemos dejar, que nos afecta a todos, que los dictadores de siempre, disfrazados de demócratas, nos condenen a vivir sin alegría, sin ilusión, sin derechos, sin sanidad, sin educación, sin justicia, sin techo... Parece que cada ministro se encargara de hacer justo lo contrario de lo que debiera: el de Educación y Cultura encarecerla para que desaparezca, el de Hacienda proteger a los chorizos, el de Justicia dejarla sólo para los ricos, la de Empleo para devaluarlo más, la de Sanidad...
Que se vayan a su casa y disfruten de lo amasado (a la cárcel por lo visto no será) y nos dejen vivir nuestras vidas como nosotros queramos. Y no sólo ya por mi quinta sino por la generación de mi hija, nuestros hijos, el verdadero futuro. Que se reinventen ellos.
Sin miedo: nosotros decidimos..., yo decido.
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domingo, 14 de octubre de 2012
Alto Standing
Estaba ayer mirando algunas páginas web dedicadas a la música cuando apareció ante mí una referencia al 3º de Rachmaninoff. Se trataba de la grabación en directo que, en 1958, se hizo de la final del Concurso Tchaikovsky, contando con la participación al piano de Van Cliburn (aquí podéis oír y ver la Cadencia del primer movimiento). Tenía 23 años. Los que ya hemos doblado esa edad vemos a los jóvenes como muy jóvenes, pero los que la tienen o están cerca para nada se ven así, sino mucho más maduros (al menos yo pensaba así a mis 23). Supongo que esa es la relatividad y no lo que dijo Einstein.
Leí la breve reseña biográfica que aparece en la Wikipedia y me llamó particularmente la atención el párrafo en el que menciona su actuación ante todos los presidentes de Estados Unidos desde Truman.
Ahí me vinieron a la cabeza ejemplos varios como el que ya cité de las actuaciones de Rostropovich ante la reina Sofía o del concierto de Reyes que se inventó Plácido Domingo para festejar el cumpleaños del rey Juan Carlos, al que poco o nada le gusta la música. También Pau Casals actuó ante la ONU y en la Casa Blanca para Kennedy.
Parece que hay una especial atracción por aparecer ante el poder, ante los poderosos, como si eso concediera un certificado extra de calidad. Yo me echo a temblar cada vez que me anuncian que va a asistir cualquier pez gordo al concierto. Entre las medidas de seguridad y la tensión que genera al personal parece que la música pasara al último lugar. En una ocasión prohibieron el acceso de mi mujer y mi hija al ensayo previo con una orquesta porque no estaban en el listado de músicos y sólo podían entrar los acreditados. A protestar, a llamar al superior, a recibir excusas, que si un exceso de celo, que si los nervios... ¡Cuánta chorrada! Ahora va a resultar que no somos todos iguales.
Todavía recuerdo un concierto en el que se esperaba la visita de un riquísimo y poderoso hombre de negocios (a mí me daba exactamente igual que viniera o que no pues iba a formar parte del público y nada más) y apareció rodeado ¡por cuatro guardaespaldas!
También me alucina el efecto en cadena que produce el anuncio de asistencia de alguien de arriba (no, Dios no viene a mis conciertos). Era en uno de esos festivales que se empeñan en nombrar a la reina presidenta de honor. Parecía que iba a asistir y, de repente, el teatro se quedaba corto para las invitaciones a cargos políticos, militares y civiles, siendo imposible conseguir una entrada normal. Ante la repentina suspensión de su real presencia, sin el más mínimo decoro por ninguna de las partes, las autoridades se relajaron y dedicaron la tarde a otras ocupaciones más productivas o, si no, más placenteras que tragarse un concierto de música clásica. Afortunadamente, quedaba el terreno, o sea, el patio de butacas, despejado para los aficionados de verdad.
Yo pensaba que Mozart y Beethoven habían marcado un antes y un después con respecto al vasallaje y la sumisión pero veo que no. Me entristece contemplar cómo se trata a grandes músicos como mercancía (de calidad, eso sí, que arriba sólo se consume en plan gourmet) y mucho más cómo ellos se prestan. Si los conciertos se desarrollan en los teatros o auditorios, pues que asistan como público, si quieren a su palco privado, pero que no den una imagen frívola de 'lo quiero, lo tengo' porque está de moda.
Eso no quita ser educados si vienen a saludar, que forma parte del juego social, pero sin perder de vista que hay un mínimo que respetar. Que asista tal o cual persona no debería ser el titular de la noticia en el periódico sino el músico que ha protagonizado el recital. Al menos, eso pienso yo.

Ahí me vinieron a la cabeza ejemplos varios como el que ya cité de las actuaciones de Rostropovich ante la reina Sofía o del concierto de Reyes que se inventó Plácido Domingo para festejar el cumpleaños del rey Juan Carlos, al que poco o nada le gusta la música. También Pau Casals actuó ante la ONU y en la Casa Blanca para Kennedy.
Parece que hay una especial atracción por aparecer ante el poder, ante los poderosos, como si eso concediera un certificado extra de calidad. Yo me echo a temblar cada vez que me anuncian que va a asistir cualquier pez gordo al concierto. Entre las medidas de seguridad y la tensión que genera al personal parece que la música pasara al último lugar. En una ocasión prohibieron el acceso de mi mujer y mi hija al ensayo previo con una orquesta porque no estaban en el listado de músicos y sólo podían entrar los acreditados. A protestar, a llamar al superior, a recibir excusas, que si un exceso de celo, que si los nervios... ¡Cuánta chorrada! Ahora va a resultar que no somos todos iguales.
Todavía recuerdo un concierto en el que se esperaba la visita de un riquísimo y poderoso hombre de negocios (a mí me daba exactamente igual que viniera o que no pues iba a formar parte del público y nada más) y apareció rodeado ¡por cuatro guardaespaldas!
También me alucina el efecto en cadena que produce el anuncio de asistencia de alguien de arriba (no, Dios no viene a mis conciertos). Era en uno de esos festivales que se empeñan en nombrar a la reina presidenta de honor. Parecía que iba a asistir y, de repente, el teatro se quedaba corto para las invitaciones a cargos políticos, militares y civiles, siendo imposible conseguir una entrada normal. Ante la repentina suspensión de su real presencia, sin el más mínimo decoro por ninguna de las partes, las autoridades se relajaron y dedicaron la tarde a otras ocupaciones más productivas o, si no, más placenteras que tragarse un concierto de música clásica. Afortunadamente, quedaba el terreno, o sea, el patio de butacas, despejado para los aficionados de verdad.
Yo pensaba que Mozart y Beethoven habían marcado un antes y un después con respecto al vasallaje y la sumisión pero veo que no. Me entristece contemplar cómo se trata a grandes músicos como mercancía (de calidad, eso sí, que arriba sólo se consume en plan gourmet) y mucho más cómo ellos se prestan. Si los conciertos se desarrollan en los teatros o auditorios, pues que asistan como público, si quieren a su palco privado, pero que no den una imagen frívola de 'lo quiero, lo tengo' porque está de moda.
Eso no quita ser educados si vienen a saludar, que forma parte del juego social, pero sin perder de vista que hay un mínimo que respetar. Que asista tal o cual persona no debería ser el titular de la noticia en el periódico sino el músico que ha protagonizado el recital. Al menos, eso pienso yo.
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