domingo, 13 de abril de 2014

La casa sin barrer

Ayer por la tarde me llamó Beatriz porque estaba oyendo en la radio un especial dedicado a los actores en España. Básicamente se trataba de pequeñas entrevistas enlazadas, formando entre todas un retrato de la situación actual. Evidentemente, tal como iban hablando, todo era trasladable a nuestro terreno musical, pues giraba en torno a la profesión artística y a la vida del artista.
No sé si alguna vez os habéis parado a pensar que la música es como la hermana menor de las Artes Escénicas. Sólo hay que comparar números, y no hablo de dinero, sino de cantidad de funciones, profesionales y espectáculos. Por cada concierto celebrado hay multitud de obras teatrales en cartel. Así que, lo que les pase a ellos también nos incumbe, aunque sea por simpatía (fenómeno físico-armónico).
Era impresionante oír a personas contar su experiencia actual y pasada. Personas que podían llevar más de treinta años viviendo dignamente de su profesión (no tendremos que volver a explicar que vivir del Arte está considerado un trabajo, ¿verdad?), que se negaban a renunciar a su pasión. Personas que necesitan tanto pisar un escenario como respirar. Personas que pasan la angustia de esperar una llamada que no llega. Personas que están dispuestas a trabajar de lo que sea, como tantos otros, sin que se les caigan los anillos. Personas que se preocupan más por los compañeros que por ellos mismos. Personas que entienden que vamos todos en el mismo barco y que sólo entre todos podremos salir a flote.
Las Artes Escénicas han existido desde los griegos, que ya es decir. A través de ellas la civilización ha alcanzado cotas elevadas y la sociedad ha comprendido de qué va todo esto de la existencia. En los peores momentos de la humanidad, los hombres han buscado refugio y calma en las manifestaciones artísticas: el Arte contra la barbarie.
En los momentos peores de crisis, el ser humano ha necesitado algún asidero para no hundirse.
¿Y qué panorama tenemos aquí? Pues el de siempre. ¿Y por qué? Pues porque nunca (y ya son siglos) hemos hecho una buena limpieza y ya no caben más residuos en la fosa séptica. Arrastramos un desfase en comparación con otros países que nos hace estar siempre en los vagones de cola, a pesar del tremendo potencial del que siempre hemos hecho gala. No se entiende que las mejores cabezas tengan que salir de España por falta de recursos. No se entiende tampoco que la única salida ofrecida a todos los jóvenes (y los no tanto) sea la emigración. Pero, ¿en manos de quiénes estamos?
Esta gente que sólo quiere mandar no pisa un teatro ni una sala de concierto ni por equivocación. A no ser que salir en la foto con un artista renombrado le pueda proporcionar algún beneficio, ni hablar del tema. Por eso les ha costado tan poco tomar una medida tan perjudicial como el incremento del IVA hasta el 21%, que no sólo castiga a los artistas sino al público, o sea, a la sociedad que, por cierto, cuanto más inculta más fácil de amedrentar y manejar. 
Los artistas siempre son (somos) el blanco fácil de su demagogia barata y a estas alturas de la película ya no me creo que exista el 7º de Caballería ni que, mucho menos, vaya a venir a rescatarnos. Por eso, la única solución es que nos arremanguemos y comencemos a baldear, a pasar la escoba y la fregona, y con una buena dosis de insecticida ahuyentemos a estos políticos que sólo se dedican a pelearse tirándose a la cara la basura que ellos mismos han generado.
Nos merecemos una vida mejor, nos merecemos elegir cómo queremos vivir y nos merecemos todos los derechos que nuestra Constitución nos otorga. El día que seamos conscientes de que nadie nos va a dar nada igual empezamos a salir de nuestro caparazón para asir con fuerza las riendas de nuestra propia existencia, al menos así dejaremos de quejarnos y de esperar al Deus ex machina.

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