Creo que una buena manera de elegir el repertorio a interpretar en un concierto es preguntarse si uno mismo iría a oírse, o sea, si el programa es lo suficientemente interesante como para dejar todo lo que se esté haciendo y planear pasar la tarde en la sala oportuna.
A menudo, por no decir siempre, damos por hecho que el público puede tragarse lo que le echen, sin rechistar y sin anestesia. Para eso es público y le gusta la música. Pero nosotros también somos público y sabemos lo que es aburrirse soberanamente o mirar reiteradamente unas manecillas estáticas en nuestro reloj de pulsera.
Así que, pienso que cada vez que seleccionamos un puñado de obras, nuestra mira debería contemplar, aunque sea en un pequeño porcentaje, el gusto del respetable. Esta afirmación sé que hace que muchos eruditos se tiren de los pelos pues para ellos cuanto más raro y difícil de escuchar, mejor. Eso de que te guste Chopin o Albéniz no es que esté desfasado sino que demuestra un nivel ínfimo. La cantidad de tonterías que he tenido que soportar de gente que quiere hacerse notar con la 'música gourmet'.
Hablaba por teléfono hace un par de días con una muy querida amiga, y coincidimos en que a la hora de elegir una nueva partitura que abordar era casi imprescindible que nos gustara, pero mucho. Ya han pasado por nuestras manos demasiadas obras con escaso interés, por obligación o por encargo, para seguir perdiendo el tiempo de una vida no tan larga como al principio parecía. Qué menos que pasar las horas en compañía de un buen autor y de una pieza que nos emocione, que nos haga sentir el trabajo como un placer y no como un suplicio.
Creo que en el momento en que se den a la vez las dos circunstancias, que nos guste y que pueda gustar al público, el concierto tendrá el éxito garantizado. Es verdad que en cuestión de gustos cada uno decidirá según el suyo, pero también lo es que, al tratarse de una música que llamamos 'clásica', la mayoría del repertorio ha superado la criba del tiempo y de las múltiples y variadas opiniones, lo que hace que tengamos bastante donde elegir.
Tampoco estoy diciendo que no debamos salir de 'sota, caballo y rey', que a base de más de lo mismo podría empobrecerse la actividad musical. Por eso tenemos que estar en búsqueda constante, con los oídos alertas, para descubrir tantas partituras que duermen esperándonos. Además, nosotros tenemos el inconveniente de lo ilimitado de la literatura pianística.
Pasamos muchos años durante la carrera influenciados por los profesores y por unos programas más o menos estándares, pero tenemos que ser capaces de formarnos un criterio propio que refleje lo mucho que tenemos dentro y, sobre todo, lo mucho que tenemos que decir. Siempre habrá muchos pianistas tocando las mismas obras que nosotros y eso no debe echarnos para atrás, lo mismo que debe alentarnos elegir obras poco frecuentadas que parecen escritas para nosotros.
El equilibrio es lo difícil. Y ante la duda lo tengo claro: prefiero tocar algo que me apasione que seguir una moda o una corriente que seguro pasará sin que deje huella en mí. El público lo nota todo y, queramos o no, a él nos debemos.
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miércoles, 16 de abril de 2014
A mi gusto
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miércoles, 2 de abril de 2014
Realismo
Cada vez tengo más claro que es imprescindible incrustar en los programas académicos de los conservatorios una asignatura que dote a todos los alumnos, cualquiera que sea su especialidad, de la capacidad de poner los pies en la Tierra (y lo pongo con mayúsculas en contraste con la Luna).
La carrera de música no ha cambiado demasiado a lo largo de los años, a pesar de los distintos planes que modifican su estructura. Según quien dirija la correspondiente reforma se potenciarán más unos valores que otros, resumidos en tocar o no tocar, that's the question, que no hará otra cosa que reflejar el desarrollo profesional del o de los individuos que redactaron el tocho.
De la idea inicial, incluso de la que vamos modelando en nuestra cabeza, de lo que debe ser el ejercicio de la música, es decir, ser músico, a lo que después nos encontramos hay sustanciales diferencias. En principio y en teoría, todo está idealizado y magnificado, y no quiero decir con esto que no deba serlo. ¡Ojalá! Pero las circunstancias que van parejas al hecho de un concierto son ignoradas, por puro desconocimiento, por la mayoría de los primerizos y por la no tan minoría de los profesionales.
Por concretar: un pianista piensa que su única misión es estudiar para estar preparado suficientemente el día D, y no voy a negar esta premisa, por supuesto. El problema es que, si se ignora el cúmulo de gestiones y preparativos que acarrean llegar hasta ese punto, puede que llegue a tener un comportamiento, cuando menos, inadecuado.
En los mejores sueños, habitualmente potenciados por el cine y la televisión, el pianista comienza sus triunfos como quien no quiere la cosa, es llevado en volandas a los mejores teatros del mundo mundial y sólo tiene que ocuparse de estudiar, alternar en las posteriores fiestas de aclamación y descansar (aquí entra un poco de turismo y algún que otro escarceo amoroso) tras ser depositado por una limusina en un hotel de lujo. Así dibujado, ¿dónde hay que firmar?
Pero el diario, la vida cotidiana, obliga al intérprete a estar un poco más implicado en aspectos más mundanos, desde ayudar a diseñar el programa de mano y el cartel anunciador, a mover el piano de su rincón para llevarlo al centro del escenario. Y no pasa nada. Pero esto no es porque se esté escatimando en todos los campos, que también, sino por empatía con esa abnegada multitud de aficionados que roban de su descanso muchas horas para llevar adelante el hecho musical. ¿Nos hemos planteado alguna vez que si no hay gente que organice conciertos estos no se podrían celebrar?
Existen muchas sociedades musicales que son gestionadas por poco más de dos personas aunque estén formadas por cientos de socios. Muchas no disponen de sede propia y tienen que hacer malabarismos para encajar sus fechas con las de los sala-donantes. Muchas no tienen dinero casi ni para encargar los programas a una imprenta, saliendo de la impresora casera. En algunos casos he visto llegar a los miembros de la junta directiva con las botellitas de agua, una toalla y jabón de manos, carencias del local. Los días previos los pasan colgados al teléfono para recordar a cada socio que deberían asistir para no verse solos como casi siempre. Muchos te ofrecen su propia casa para descansar o incluso pasar la noche, además de invitarte de su bolsillo a cenar o tomar unas tapitas. La mayoría, gente de una edad, deben colocar y recoger las sillas de la sala.
Podría seguir enumerando decenas de detalles que no nos molestamos ni siquiera en imaginar porque nos creemos merecedores de las máximas comodidades. Si bajásemos un poco del Olimpo seríamos más felices porque estaríamos tratando con gente que ama la música por encima de todo, y ahí encontraríamos el sentido a nuestra existencia artística.
Lo demás, el engreimiento, la estupidez, la altivez, el orgullo, la vanagloria..., intentemos desterrarlo de una vez por todas. A ningún músico se le van a caer los anillos por convertirse en mortal.
La carrera de música no ha cambiado demasiado a lo largo de los años, a pesar de los distintos planes que modifican su estructura. Según quien dirija la correspondiente reforma se potenciarán más unos valores que otros, resumidos en tocar o no tocar, that's the question, que no hará otra cosa que reflejar el desarrollo profesional del o de los individuos que redactaron el tocho.
De la idea inicial, incluso de la que vamos modelando en nuestra cabeza, de lo que debe ser el ejercicio de la música, es decir, ser músico, a lo que después nos encontramos hay sustanciales diferencias. En principio y en teoría, todo está idealizado y magnificado, y no quiero decir con esto que no deba serlo. ¡Ojalá! Pero las circunstancias que van parejas al hecho de un concierto son ignoradas, por puro desconocimiento, por la mayoría de los primerizos y por la no tan minoría de los profesionales.
Por concretar: un pianista piensa que su única misión es estudiar para estar preparado suficientemente el día D, y no voy a negar esta premisa, por supuesto. El problema es que, si se ignora el cúmulo de gestiones y preparativos que acarrean llegar hasta ese punto, puede que llegue a tener un comportamiento, cuando menos, inadecuado.
En los mejores sueños, habitualmente potenciados por el cine y la televisión, el pianista comienza sus triunfos como quien no quiere la cosa, es llevado en volandas a los mejores teatros del mundo mundial y sólo tiene que ocuparse de estudiar, alternar en las posteriores fiestas de aclamación y descansar (aquí entra un poco de turismo y algún que otro escarceo amoroso) tras ser depositado por una limusina en un hotel de lujo. Así dibujado, ¿dónde hay que firmar?
Pero el diario, la vida cotidiana, obliga al intérprete a estar un poco más implicado en aspectos más mundanos, desde ayudar a diseñar el programa de mano y el cartel anunciador, a mover el piano de su rincón para llevarlo al centro del escenario. Y no pasa nada. Pero esto no es porque se esté escatimando en todos los campos, que también, sino por empatía con esa abnegada multitud de aficionados que roban de su descanso muchas horas para llevar adelante el hecho musical. ¿Nos hemos planteado alguna vez que si no hay gente que organice conciertos estos no se podrían celebrar?
Existen muchas sociedades musicales que son gestionadas por poco más de dos personas aunque estén formadas por cientos de socios. Muchas no disponen de sede propia y tienen que hacer malabarismos para encajar sus fechas con las de los sala-donantes. Muchas no tienen dinero casi ni para encargar los programas a una imprenta, saliendo de la impresora casera. En algunos casos he visto llegar a los miembros de la junta directiva con las botellitas de agua, una toalla y jabón de manos, carencias del local. Los días previos los pasan colgados al teléfono para recordar a cada socio que deberían asistir para no verse solos como casi siempre. Muchos te ofrecen su propia casa para descansar o incluso pasar la noche, además de invitarte de su bolsillo a cenar o tomar unas tapitas. La mayoría, gente de una edad, deben colocar y recoger las sillas de la sala.
Podría seguir enumerando decenas de detalles que no nos molestamos ni siquiera en imaginar porque nos creemos merecedores de las máximas comodidades. Si bajásemos un poco del Olimpo seríamos más felices porque estaríamos tratando con gente que ama la música por encima de todo, y ahí encontraríamos el sentido a nuestra existencia artística.
Lo demás, el engreimiento, la estupidez, la altivez, el orgullo, la vanagloria..., intentemos desterrarlo de una vez por todas. A ningún músico se le van a caer los anillos por convertirse en mortal.
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miércoles, 26 de febrero de 2014
Coral Infantil Almaclara
Dentro de un ratito estrenamos programa nuevo, y uso el plural porque mi hija, que es la directora de esta recién creada escolanía, echa mano de mí en cuanto tiene ocasión, y bien que hace.
A final de 2013 se le ocurrió poner en pie este proyecto, tan ilusionante y gratificante, de la nada. Hizo una convocatoria, se fue al colegio a captar voces blancas y, sin poner ninguna traba, en Navidad ya estaban dejando con la boca abierta a todos los vecinos y familiares que abarrotaron la iglesia del pueblo. El programa navideño salió de maravilla, más cuando las voces un poquitín toscas de los ensayos se vieron disminuidas en cuanto vieron delante a cientos de personas, obteniendo el matiz justo y logrando la candidez adecuada al programa. Parecían ángeles repartiendo lágrimas entre los oyentes.
Pues bien, hoy, con motivo de la celebración del Día de Andalucía, que será el próximo 28, van a cantar las Canciones Españolas Antiguas, de Federico García Lorca, casi todas. Yo tengo en repertorio este conjunto de piezas desde ya ni me acuerdo y además, mi hija y yo las tenemos transcritas para violonchelo y piano, por lo que no me ha supuesto el más mínimo esfuerzo.
Es impresionante ver y oír a un grupo de niños y niñas, de entre seis y doce años, cantar unas canciones que resuenan en la memoria colectiva. Se lo han pasado en grande aprendiéndolas y sintiendo los ritmos y melodías que ellos, sin saber por qué, daban por conocidas.
Y ahí estoy yo, recibiendo sólo sonrisas y comentarios graciosos de unos niños llenos de vitalidad que, a la voz de ya (casi siempre) se transforman en cantores de lo más formales.
No llevan ni cuatro meses cantando y se les nota, con cada ensayo que pasa, el avance en la calidad sonora. Son esponjas y ya tienen como rutina los ejercicios de calentamiento. Hace una semana quisimos probar el límite de su tesitura y nos quedamos atónitos. El primer día no había forma de que superaran una octava y hoy han más que duplicado el registro. Da gusto, la verdad.
Así que, pianistas del mundo que leéis este blog: si tenéis la mínima ocasión de integraros en un conjunto vocal, ya sea infantil o adulto, no lo dudéis. Es muy fácil tocar el repertorio comparado con cualquier obra de solista y sólo obtendréis satisfacciones. El ambiente festivo de los ensayos nos servirá para conseguir que la práctica musical tenga un sentido menos pesante y claustrofóbico que el que solemos tener con tanta soledad y aislamiento. El contacto con personas o personitas que no tienen conocimientos musicales pero que, con facilidad, resuelven las peticiones de la dirección, nos hace pensar que, después de todo, por mucha dificultad que conlleve nuestro instrumento, llegar a la música es más sencillo de lo que pensamos.
Y eso es lo único que al final importa: disfrutar con la música, algo que con demasiada frecuencia olvidamos.
A final de 2013 se le ocurrió poner en pie este proyecto, tan ilusionante y gratificante, de la nada. Hizo una convocatoria, se fue al colegio a captar voces blancas y, sin poner ninguna traba, en Navidad ya estaban dejando con la boca abierta a todos los vecinos y familiares que abarrotaron la iglesia del pueblo. El programa navideño salió de maravilla, más cuando las voces un poquitín toscas de los ensayos se vieron disminuidas en cuanto vieron delante a cientos de personas, obteniendo el matiz justo y logrando la candidez adecuada al programa. Parecían ángeles repartiendo lágrimas entre los oyentes.
Pues bien, hoy, con motivo de la celebración del Día de Andalucía, que será el próximo 28, van a cantar las Canciones Españolas Antiguas, de Federico García Lorca, casi todas. Yo tengo en repertorio este conjunto de piezas desde ya ni me acuerdo y además, mi hija y yo las tenemos transcritas para violonchelo y piano, por lo que no me ha supuesto el más mínimo esfuerzo.
Es impresionante ver y oír a un grupo de niños y niñas, de entre seis y doce años, cantar unas canciones que resuenan en la memoria colectiva. Se lo han pasado en grande aprendiéndolas y sintiendo los ritmos y melodías que ellos, sin saber por qué, daban por conocidas.
Y ahí estoy yo, recibiendo sólo sonrisas y comentarios graciosos de unos niños llenos de vitalidad que, a la voz de ya (casi siempre) se transforman en cantores de lo más formales.
No llevan ni cuatro meses cantando y se les nota, con cada ensayo que pasa, el avance en la calidad sonora. Son esponjas y ya tienen como rutina los ejercicios de calentamiento. Hace una semana quisimos probar el límite de su tesitura y nos quedamos atónitos. El primer día no había forma de que superaran una octava y hoy han más que duplicado el registro. Da gusto, la verdad.
Así que, pianistas del mundo que leéis este blog: si tenéis la mínima ocasión de integraros en un conjunto vocal, ya sea infantil o adulto, no lo dudéis. Es muy fácil tocar el repertorio comparado con cualquier obra de solista y sólo obtendréis satisfacciones. El ambiente festivo de los ensayos nos servirá para conseguir que la práctica musical tenga un sentido menos pesante y claustrofóbico que el que solemos tener con tanta soledad y aislamiento. El contacto con personas o personitas que no tienen conocimientos musicales pero que, con facilidad, resuelven las peticiones de la dirección, nos hace pensar que, después de todo, por mucha dificultad que conlleve nuestro instrumento, llegar a la música es más sencillo de lo que pensamos.
Y eso es lo único que al final importa: disfrutar con la música, algo que con demasiada frecuencia olvidamos.
domingo, 1 de diciembre de 2013
Y yo también...
Ha vuelto a suceder: estaba mi hija haciendo publicidad de la nueva gira con su Orquesta de Cámara de Mujeres Almaclara, cuando su interlocutor exclamó alto y claro 'yo también soy violonchelista'. Ella mostró amablemente su grata sorpresa y le hizo la típica pregunta de indagación a lo que, con todo su orgullo, le respondió que estaba en tercero de grado elemental.
Claro, si soy consecuente con lo que llevo escrito hasta hoy en mis 199 entradas, así tendríamos que responder todos. Si toco el instrumento, me convierto inmediatamente en un intérprete. Lo único que ocurre es que todos sabemos que ni es así ni es tan simple.
Casos similares que han provocado mi sonrisa he tenido muchos en tantos años. Basta que acudas a cualquier reunión ajena a la música (muy recomendable, por cierto, que hay que airearse), para que, al ser presentado como pianista (no digo ya concertista) alguna voz surja, igualmente alta y clara, erigiéndose automáticamente en colega. Reconozco que no tengo ningún problema al respecto, es más, me producen hasta una pequeña envidia al contemplarlos tan inconscientes y seguros de sí mismos. Lo embarazoso de la situación viene cuando el/la protagonista comienza a enumerar sus méritos y casi siempre sobran dedos de una mano para contar los años de estudio.
Un gerente de una importante orquesta comenzó a valorar su puesto en función de sus conocimientos musicales, consistentes en tres años de Solfeo y dos de Clarinete. ¿Realmente era necesario sacarlos a relucir? Me estaba contratando como solista y él se regodeaba en su amplia butaca. Ni yo le había preguntado al respecto ni necesitaba saberlo.
En otra ocasión, una joven amiga venía de ganar un concurso infantil con todas las bendiciones, tribunal incluido. La niña prometía y era un buen estímulo de los que siempre estamos necesitados. Claro, quizás su madre no contaba con que yo también estuviera recién llegado con un flamante primer premio de otro concurso, a lo mejor un pelín más complicado (y ya tenía varios más acumulados). Su alegría dio para que saliera por su boca la expresión 'mi niña ya es como tú'. En estos casos coloco mi media sonrisa, muevo la cabeza de arriba a abajo repetidamente y me quedo mudo, por si acaso. A ver, que yo me alegraba mucho por ellas, pero es que había todavía un abismo.
A veces te ponen en el compromiso las parejas respectivas, o sea, que el susodicho ni pía pero su media naranja lo cuenta a boca llena. Exagera el mérito, iguala la profesión e incluso supera la calidad. Uno se queda expectante pensando que va a conocer a su futuro maestro y pasa a la decepción, nuevamente, cuando te enteras de que su repertorio habitual lo componen Bertini, Cramer y Hanon.
En fin, anécdotas como estas recuerdo a puñados, pero nunca se me quitará de la cabeza el forcejeo (que ya conté hace tiempo) entre una cualificada sindicalista, esposa de un senador, que durante una barbacoa dada por unos amigos comunes fue incapaz de admitir que yo podía ser pianista y mucho menos vivir de ello.
¡Lo que hay que aguantar!
Claro, si soy consecuente con lo que llevo escrito hasta hoy en mis 199 entradas, así tendríamos que responder todos. Si toco el instrumento, me convierto inmediatamente en un intérprete. Lo único que ocurre es que todos sabemos que ni es así ni es tan simple.
Casos similares que han provocado mi sonrisa he tenido muchos en tantos años. Basta que acudas a cualquier reunión ajena a la música (muy recomendable, por cierto, que hay que airearse), para que, al ser presentado como pianista (no digo ya concertista) alguna voz surja, igualmente alta y clara, erigiéndose automáticamente en colega. Reconozco que no tengo ningún problema al respecto, es más, me producen hasta una pequeña envidia al contemplarlos tan inconscientes y seguros de sí mismos. Lo embarazoso de la situación viene cuando el/la protagonista comienza a enumerar sus méritos y casi siempre sobran dedos de una mano para contar los años de estudio.
Un gerente de una importante orquesta comenzó a valorar su puesto en función de sus conocimientos musicales, consistentes en tres años de Solfeo y dos de Clarinete. ¿Realmente era necesario sacarlos a relucir? Me estaba contratando como solista y él se regodeaba en su amplia butaca. Ni yo le había preguntado al respecto ni necesitaba saberlo.
En otra ocasión, una joven amiga venía de ganar un concurso infantil con todas las bendiciones, tribunal incluido. La niña prometía y era un buen estímulo de los que siempre estamos necesitados. Claro, quizás su madre no contaba con que yo también estuviera recién llegado con un flamante primer premio de otro concurso, a lo mejor un pelín más complicado (y ya tenía varios más acumulados). Su alegría dio para que saliera por su boca la expresión 'mi niña ya es como tú'. En estos casos coloco mi media sonrisa, muevo la cabeza de arriba a abajo repetidamente y me quedo mudo, por si acaso. A ver, que yo me alegraba mucho por ellas, pero es que había todavía un abismo.
A veces te ponen en el compromiso las parejas respectivas, o sea, que el susodicho ni pía pero su media naranja lo cuenta a boca llena. Exagera el mérito, iguala la profesión e incluso supera la calidad. Uno se queda expectante pensando que va a conocer a su futuro maestro y pasa a la decepción, nuevamente, cuando te enteras de que su repertorio habitual lo componen Bertini, Cramer y Hanon.
En fin, anécdotas como estas recuerdo a puñados, pero nunca se me quitará de la cabeza el forcejeo (que ya conté hace tiempo) entre una cualificada sindicalista, esposa de un senador, que durante una barbacoa dada por unos amigos comunes fue incapaz de admitir que yo podía ser pianista y mucho menos vivir de ello.
¡Lo que hay que aguantar!
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miércoles, 30 de octubre de 2013
Concierto didáctico
Este lunes pasado he tenido la ocasión de actuar en la misma localidad y con la misma obra para dos públicos diferentes. Por la mañana fue para cerca de quinientos escolares y por la tarde/noche para el público adulto. Y, como estamos de gira, pues fue con la ya mencionada en otras entradas Imágenes para El Principito, para violonchelo y piano.
El enfoque que hay que dar a un concierto cuando se dirige a los niños admite variantes, aunque pienso que cuanto más cerca de la realidad esté lo que se ofrece, mejor. De toda la vida, un concierto didáctico consistía en que, previa a la interpretación de las obras, el o los músicos explicaban de una manera clara y sencilla algún aspecto destacado de la música, del compositor, del instrumento o de cualquier otra cosa que sirviera para atraer la atención de esos nuevos oyentes. Se usaban ejemplos inmediatos y se atendían a las variopintas preguntas que del auditorio emanaban.
Ahora parece que, además, hay que disfrazarse, actuar exageradamente, representar un papel o, incluso, hacer de cómico. Programas de televisión hay que dan fe de lo que digo. Y no sé yo si esto al final beneficia o perjudica.
Por mucho que nos empeñemos, lo que necesita la música es tiempo para oírla. Toda esa teoría de que hay que entenderla, comprenderla, visualizarla, analizarla..., me parece que va por otros derroteros. A mí, de siempre, sólo me ha gustado oírla y sentirla. Lo demás forma parte del estudio; pero como público, como oyente, creo que no necesita de ayuda alguna.
Por eso pienso que lo esencial en un concierto didáctico es lograr que los chavales presten atención a lo que allí ocurre, delante de ellos, en vivo y en directo. En este caso concreto, la lectura de unos fragmentos del libro les prepara la audición. Entre pieza y pieza, se les dice qué viene a continuación, y cuando acaba cada una, estallan en aplausos, silbidos y gritos, con lo que logramos que desfoguen antes de pasar a la siguiente, que escuchan atentamente. Es decir, objetivo conseguido.
Con otro tipo de obras, creo que no es aconsejable dar clases de Formas Musicales, de Armonía o de Historia y Estética. Realmente no hace falta. Si pretendemos que la música les atraiga será mejor que no les aburramos de antemano. De ser así, no pararán de mirar el reloj, de moverse incómodos en las butacas y, por supuesto, de comenzar a charlar que, más que molestar, sólo servirá para que no escuchen nada de nada.
Por eso, insisto, si lo que hacemos se acerca a la realidad, poco a poco lograremos que se habitúen a prestar atención a lo que más adelante contemplarán como espectadores, a lo que de verdad se van a encontrar, y a descubrir paulatinamente todos los placeres que puede provocar ir a un concierto en directo. Que lo que comenten al salir sea sobre la música.
Todo menos que dentro de nada, en cualquier recital, nos pidan actuar vestidos de época o que los niños puedan salir al escenario a saltar, bailar o a toquetearlo todo.
Un poquito de por favor...
El enfoque que hay que dar a un concierto cuando se dirige a los niños admite variantes, aunque pienso que cuanto más cerca de la realidad esté lo que se ofrece, mejor. De toda la vida, un concierto didáctico consistía en que, previa a la interpretación de las obras, el o los músicos explicaban de una manera clara y sencilla algún aspecto destacado de la música, del compositor, del instrumento o de cualquier otra cosa que sirviera para atraer la atención de esos nuevos oyentes. Se usaban ejemplos inmediatos y se atendían a las variopintas preguntas que del auditorio emanaban.
Ahora parece que, además, hay que disfrazarse, actuar exageradamente, representar un papel o, incluso, hacer de cómico. Programas de televisión hay que dan fe de lo que digo. Y no sé yo si esto al final beneficia o perjudica.
Por mucho que nos empeñemos, lo que necesita la música es tiempo para oírla. Toda esa teoría de que hay que entenderla, comprenderla, visualizarla, analizarla..., me parece que va por otros derroteros. A mí, de siempre, sólo me ha gustado oírla y sentirla. Lo demás forma parte del estudio; pero como público, como oyente, creo que no necesita de ayuda alguna.
Por eso pienso que lo esencial en un concierto didáctico es lograr que los chavales presten atención a lo que allí ocurre, delante de ellos, en vivo y en directo. En este caso concreto, la lectura de unos fragmentos del libro les prepara la audición. Entre pieza y pieza, se les dice qué viene a continuación, y cuando acaba cada una, estallan en aplausos, silbidos y gritos, con lo que logramos que desfoguen antes de pasar a la siguiente, que escuchan atentamente. Es decir, objetivo conseguido.
Con otro tipo de obras, creo que no es aconsejable dar clases de Formas Musicales, de Armonía o de Historia y Estética. Realmente no hace falta. Si pretendemos que la música les atraiga será mejor que no les aburramos de antemano. De ser así, no pararán de mirar el reloj, de moverse incómodos en las butacas y, por supuesto, de comenzar a charlar que, más que molestar, sólo servirá para que no escuchen nada de nada.
Por eso, insisto, si lo que hacemos se acerca a la realidad, poco a poco lograremos que se habitúen a prestar atención a lo que más adelante contemplarán como espectadores, a lo que de verdad se van a encontrar, y a descubrir paulatinamente todos los placeres que puede provocar ir a un concierto en directo. Que lo que comenten al salir sea sobre la música.
Todo menos que dentro de nada, en cualquier recital, nos pidan actuar vestidos de época o que los niños puedan salir al escenario a saltar, bailar o a toquetearlo todo.
Un poquito de por favor...
domingo, 14 de julio de 2013
Música
Tras la ventana, el viento de Levante está dejando una temperatura de 42º centígrados. El cerebro está pronto a derretirse y a mí no se me ocurre otra cosa que seguir leyendo La montaña mágica, de Thomas Mann (allí arriba, en Davos-Platz, en el Sanatorio Bergohf para tuberculosos, están a sólo 6º en pleno mes de agosto):
- Bien, pues... lo acepto, soy un aficionado a la música, lo que no significa que la estime particularmente, como estimo y amo por ejemplo la palabra, el vehículo del espíritu, el instrumento, el arado resplandeciente del progreso... La música es lo informulado, lo equívoco, lo irresponsable, lo indiferente. Tal vez quieran objetar que puede ser clara, pero la naturaleza también puede serlo al igual que un simple arroyuelo, ¿y de qué nos sirve eso? No es la claridad verdadera, es una claridad engañosa que no significa nada y no compromete a nada, una claridad sin consecuencias y, por tanto, peligrosa, puesto que nos lleva a contentarnos... Dejad tomar a la música una actitud magnánima. Bien..., así inflamará nuestros sentimientos. ¡Pero se trata de inflamar nuestra razón! La música parece ser el movimiento mismo, pero a pesar de eso, sospecho en ella un atisbo de estatismo. Déjeme llevar mi tesis hasta el extremo. Tengo contra la música una antipatía de orden político.
Hans Castorp no pudo contenerse, golpeó con la mano sus rodillas y exclamó que en toda su vida jamás había oído nada semejante.
- Piénselo, ingeniero. La música es inapreciable como medio supremo de provocar el entusiasmo, como fuerza que nos arrastra hacia adelante, cuando encuentra el espíritu preparado para sus efectos. Pero la literatura debe haberla precedido. La música sola no hace avanzar el mundo. La música sola es peligrosa. Para usted personalmente, ingeniero, es sin duda peligrosa. Su propia fisonomía me lo demostró cuando llegué. (...)
- Me parece que debemos estar agradecidos a la dirección con estos conciertos - dijo Joachim con aire reflexivo -. Usted considera el asunto desde un punto de vista superior, señor Settembrini, en cierto modo como escritor, y no puedo contradecirle en ese plano. Pero a pesar de todo, creo que debe mostrarse agradecido por un poco de música. No soy, en modo alguno, músico, y además las obras interpretadas no son muy notables, ni clásicas ni modernas; es sencillamente música de banda, pero a pesar de todo, constituye un cambio agradable, que llena unas horas de algo diferente; las distribuye y las llena, una detrás de otra, de tal manera que rompe la monotonía, mientras que de lo contrario los días y las semanas pasan espantosamente. Mire, cada una de esas piezas musicales sin pretensiones dura unos siete minutos, ¿no es verdad? Pues bien, esos minutos constituyen algo en sí, tienen un principio y un fin, se destacan, de alguna forma evitan el deshacerse imperceptiblemente en el ritmo monótono del tiempo. Además, esas obras están divididas en ellas mismas por tiempos y medidas, de manera que siempre ocurre algo y cada instante tiene un cierto sentido al cual uno puede referirse, mientras que en otros casos... No sé si me he...
- ¡Bravo! - exclamó Settembrini -. ¡Bravo, teniente! Ha definido a la perfección un aspecto incontestablemente moral de la música, a saber: que ella presta al transcurso del tiempo, midiéndolo de un modo particularmente vivo, una realidad, un sentido y un valor. La música despierta el tiempo, nos despierta al disfrute más refinado del tiempo... La música despierta..., y en este sentido es moral..., ética. El arte es moral en la medida en que despierta. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando entorpece, adormece y contrarresta la actividad y el progreso? También la música puede hacerlo, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes. Una influencia diabólica, señores. La droga pertenece al diablo, pues provoca la letargia, el estancamiento, la pasividad, el servilismo... Les aseguro que hay algo de inquietante en la música. Sostengo que es de naturaleza ambigua. No me excedo al calificarla de políticamente sospechosa.
Continuó esa diatriba y Hans Castorp le escuchaba; pero no consiguió comprenderle del todo a causa de su fatiga. (...)
La banda tocaba una polka.

Hans Castorp no pudo contenerse, golpeó con la mano sus rodillas y exclamó que en toda su vida jamás había oído nada semejante.
- Piénselo, ingeniero. La música es inapreciable como medio supremo de provocar el entusiasmo, como fuerza que nos arrastra hacia adelante, cuando encuentra el espíritu preparado para sus efectos. Pero la literatura debe haberla precedido. La música sola no hace avanzar el mundo. La música sola es peligrosa. Para usted personalmente, ingeniero, es sin duda peligrosa. Su propia fisonomía me lo demostró cuando llegué. (...)
- Me parece que debemos estar agradecidos a la dirección con estos conciertos - dijo Joachim con aire reflexivo -. Usted considera el asunto desde un punto de vista superior, señor Settembrini, en cierto modo como escritor, y no puedo contradecirle en ese plano. Pero a pesar de todo, creo que debe mostrarse agradecido por un poco de música. No soy, en modo alguno, músico, y además las obras interpretadas no son muy notables, ni clásicas ni modernas; es sencillamente música de banda, pero a pesar de todo, constituye un cambio agradable, que llena unas horas de algo diferente; las distribuye y las llena, una detrás de otra, de tal manera que rompe la monotonía, mientras que de lo contrario los días y las semanas pasan espantosamente. Mire, cada una de esas piezas musicales sin pretensiones dura unos siete minutos, ¿no es verdad? Pues bien, esos minutos constituyen algo en sí, tienen un principio y un fin, se destacan, de alguna forma evitan el deshacerse imperceptiblemente en el ritmo monótono del tiempo. Además, esas obras están divididas en ellas mismas por tiempos y medidas, de manera que siempre ocurre algo y cada instante tiene un cierto sentido al cual uno puede referirse, mientras que en otros casos... No sé si me he...
- ¡Bravo! - exclamó Settembrini -. ¡Bravo, teniente! Ha definido a la perfección un aspecto incontestablemente moral de la música, a saber: que ella presta al transcurso del tiempo, midiéndolo de un modo particularmente vivo, una realidad, un sentido y un valor. La música despierta el tiempo, nos despierta al disfrute más refinado del tiempo... La música despierta..., y en este sentido es moral..., ética. El arte es moral en la medida en que despierta. Pero, ¿qué pasa cuando ocurre lo contrario: cuando entorpece, adormece y contrarresta la actividad y el progreso? También la música puede hacerlo, es decir, ejercer la misma influencia que los estupefacientes. Una influencia diabólica, señores. La droga pertenece al diablo, pues provoca la letargia, el estancamiento, la pasividad, el servilismo... Les aseguro que hay algo de inquietante en la música. Sostengo que es de naturaleza ambigua. No me excedo al calificarla de políticamente sospechosa.
Continuó esa diatriba y Hans Castorp le escuchaba; pero no consiguió comprenderle del todo a causa de su fatiga. (...)
La banda tocaba una polka.
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miércoles, 10 de julio de 2013
Los discos (II)
A ver si logro explicarme de una manera clara sin perder el hilo, ya que en la entrada anterior acabé rememorando mis compras discográficas cuando en realidad pretendía comentar otros aspectos.
Que hay discos, intérpretes y versiones para todos los gustos quedó demostrado cuando escribí sobre el Preludio y Fuga nº 1, en Do mayor, BWV 846, de J.S. Bach. Pero el tema da para mucho, en eso estaremos de acuerdo, y todos hemos sido partidarios o detractores de tal o cual grabación.
Ya hay una discrepancia grande en cuanto que los hay que reniegan de los registros de estudio, admitiendo sólo las tomas en directo. De éstas alaban la fuerza, la emoción, la transmisión y la verdad, sintiendo que en un estudio de grabación, a base de repetir treinta y cuatro veces determinados compases y pegarlos para que no se note, es imposible que aparezca la música. Entrar en este debate sería igual de estéril que elegir para el verano playa o montaña: al que le gusta sólo una de las dos no habrá manera de convencerlo.
Por eso voy a ir directamente al punto que más me interesa, dando por sentado que la cuestión técnica está superada (algo también discutible). Grabar, editar y distribuir un disco hoy en día es algo no demasiado complicado, lo que nos lleva a un aluvión imposible de abarcar. Pero aún nos queda una reminiscencia en el cerebro de que no hace tanto sólo grababan los mejores. De ahí emana la idea de que si alguien ha grabado un disco, por un simple silogismo (fulanito ha sacado un disco/ un disco sólo se graba en Primera División = fulanito 'juega' en Primera División), ha de ser bueno, como poco.
Por otro lado, casas discográficas (igual debería usar el singular) como Naxos, tienen como meta registrar toda la música del mundo mundial: loable y plausible, aunque nos faltará vida para oírla. Para semejante tarea hay que recurrir a una legión de músicos que estén dispuestos y deseosos de participar. Dios me libre de tirar la primera piedra contra ninguno, faltaría más, al contrario, por fin se abre la puerta a magníficos pianistas que no tendrían nada que hacer en Emi, Sony, Decca, Deutsche Grammophon...
Pero, y ahí viene el 'pero', es posible que hacer una grabación por encargo, de una obra que estudiamos expresamente para dicha grabación, no tengo muy claro que pueda quedar como referencia a seguir. Y aquí enlazo con lo de tomar un disco como referencia para estudiar. A veces me da la impresión que un disco se queda sólo para 'ver' cómo suena una obra, es decir, para oír a alguien que se ha tomado la molestia de estudiarla antes que nosotros, lo que viene a sustituir a la audición más incómoda que deberíamos saber sacar de la lectura de la partitura, que para eso estudiamos durante muchos años Solfeo.
Y en ya demasiadas ocasiones me está ocurriendo con los nuevos discos que salen al mercado, que son lecturas de mucho nivel, de impecable ejecución, de claridad extrema, pero de contenido flojo. Que me dejan indiferente, vamos. Es algo muy similar a lo que me ocurre cuando oigo a esos fabulosos teclistas ganadores de concursos que son incapaces de hacer música ni por equivocación. La mayor decepción viene cuando se repite esta historia con los que se consideran los number one.
Por todo esto (que no sé si ha quedado claro, que ya sabía yo que me iba a liar), cuando nos metemos de cabeza a estudiar una obra, creo que es mejor hacerlo con la partitura. Una audición o dos nos da una idea de por dónde van los tiros, pero el resto debe salir de nosotros. Todo está escrito en la partitura y, si buscamos un intérprete que nos sirva de modelo, el mejor será el que más haya respetado la partitura. Todo lo demás serán aportaciones personales e, incluso, extravagancias.
Así que, lo mejor que podemos hacer con los discos es usarlos como melómanos: sentarnos con los cascos, o tumbarnos, cerrar los ojos, y disfrutar de la música, sólo de la música, dejando fuera la técnica, los dedos y todas las tonterías que nos hacen olvidar que el principio y el fin de todo esto sólo se llama Música.
Que hay discos, intérpretes y versiones para todos los gustos quedó demostrado cuando escribí sobre el Preludio y Fuga nº 1, en Do mayor, BWV 846, de J.S. Bach. Pero el tema da para mucho, en eso estaremos de acuerdo, y todos hemos sido partidarios o detractores de tal o cual grabación.
Ya hay una discrepancia grande en cuanto que los hay que reniegan de los registros de estudio, admitiendo sólo las tomas en directo. De éstas alaban la fuerza, la emoción, la transmisión y la verdad, sintiendo que en un estudio de grabación, a base de repetir treinta y cuatro veces determinados compases y pegarlos para que no se note, es imposible que aparezca la música. Entrar en este debate sería igual de estéril que elegir para el verano playa o montaña: al que le gusta sólo una de las dos no habrá manera de convencerlo.
Por eso voy a ir directamente al punto que más me interesa, dando por sentado que la cuestión técnica está superada (algo también discutible). Grabar, editar y distribuir un disco hoy en día es algo no demasiado complicado, lo que nos lleva a un aluvión imposible de abarcar. Pero aún nos queda una reminiscencia en el cerebro de que no hace tanto sólo grababan los mejores. De ahí emana la idea de que si alguien ha grabado un disco, por un simple silogismo (fulanito ha sacado un disco/ un disco sólo se graba en Primera División = fulanito 'juega' en Primera División), ha de ser bueno, como poco.
Por otro lado, casas discográficas (igual debería usar el singular) como Naxos, tienen como meta registrar toda la música del mundo mundial: loable y plausible, aunque nos faltará vida para oírla. Para semejante tarea hay que recurrir a una legión de músicos que estén dispuestos y deseosos de participar. Dios me libre de tirar la primera piedra contra ninguno, faltaría más, al contrario, por fin se abre la puerta a magníficos pianistas que no tendrían nada que hacer en Emi, Sony, Decca, Deutsche Grammophon...
Pero, y ahí viene el 'pero', es posible que hacer una grabación por encargo, de una obra que estudiamos expresamente para dicha grabación, no tengo muy claro que pueda quedar como referencia a seguir. Y aquí enlazo con lo de tomar un disco como referencia para estudiar. A veces me da la impresión que un disco se queda sólo para 'ver' cómo suena una obra, es decir, para oír a alguien que se ha tomado la molestia de estudiarla antes que nosotros, lo que viene a sustituir a la audición más incómoda que deberíamos saber sacar de la lectura de la partitura, que para eso estudiamos durante muchos años Solfeo.
Y en ya demasiadas ocasiones me está ocurriendo con los nuevos discos que salen al mercado, que son lecturas de mucho nivel, de impecable ejecución, de claridad extrema, pero de contenido flojo. Que me dejan indiferente, vamos. Es algo muy similar a lo que me ocurre cuando oigo a esos fabulosos teclistas ganadores de concursos que son incapaces de hacer música ni por equivocación. La mayor decepción viene cuando se repite esta historia con los que se consideran los number one.
Por todo esto (que no sé si ha quedado claro, que ya sabía yo que me iba a liar), cuando nos metemos de cabeza a estudiar una obra, creo que es mejor hacerlo con la partitura. Una audición o dos nos da una idea de por dónde van los tiros, pero el resto debe salir de nosotros. Todo está escrito en la partitura y, si buscamos un intérprete que nos sirva de modelo, el mejor será el que más haya respetado la partitura. Todo lo demás serán aportaciones personales e, incluso, extravagancias.
Así que, lo mejor que podemos hacer con los discos es usarlos como melómanos: sentarnos con los cascos, o tumbarnos, cerrar los ojos, y disfrutar de la música, sólo de la música, dejando fuera la técnica, los dedos y todas las tonterías que nos hacen olvidar que el principio y el fin de todo esto sólo se llama Música.
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miércoles, 1 de mayo de 2013
Aficionados
Leía una noticia sobre la programación cultural conjunta que planean tres ayuntamientos para 'optimizar' recursos. Ya he escuchado iniciativas similares por varias provincias y tiene sentido porque al artista se le ofrecen varias actuaciones y, por ese mismo motivo, resulta más asequible para los organizadores al facturar por lotes, para que nos entendamos.
Pero el texto iba un poco más allá pues, al comentar en qué podría consistir dicha programación, los concejales de cultura mencionaban a grupos locales, tanto de música como de teatro. O sea, ofrecer escenario y oportunidad a quienes dedican sus ratos libres a estudiar y ensayar. Y no pude dejar de enlazar con otra idea que me ronda la cabeza desde hace bastante tiempo.
Vengo observando, y hablo de años, que los profesionales tenemos mucho que aprender de los llamados aficionados (la distinción por el término no pretendo que sea peyorativa, en absoluto). ¿Habéis notado que hay una diferencia abismal en cuanto al disfrute en el ejercicio del artisteo? Existen infinidad de corales, bandas y agrupaciones que se reúnen por amor a la música, por pasar un buen rato, por intercambiarse con las homónimas de cuanto más lejos mejor. Están deseando que lleguen los días de ensayo y los fines de semana para dar rienda suelta a toda su vena artística. Y son felices.
Por otro lado, también es frecuente observar a esas orquestas que ya salen al escenario arrastrando los pies, que se repanchingan en sus sillas y que reprimen constantemente los bostezos, si es que no están charlando con el de al lado de temas más interesantes que lo que allí está sonando. Estos son los profesionales (es el momento de explicar que no todos son así y blablablá, que siempre hay alguno que se pica y ofende).
Nosotros, los pianistas, también deberíamos tomar nota de la actitud de los aficionados. Para ellos cualquier avance es un triunfo y un motivo de alegría; nosotros nunca vemos el motivo de satisfacción ya que siempre puede estar mejor. Aunque sepan que no van a poder con una obra, la tocan por el gusto de la música en sí; nosotros siempre ponemos la venda antes que la herida y así tenemos una buena excusa ante el fracaso. Ellos son capaces de valorar a cada músico que se sube a un escenario pues conocen el pellizco, que no se los quita nadie; nosotros asistimos a un concierto cargados de cerbatana, ballesta, soga, navaja albaceteña, guillotina y rifle con mira telescópica (para no entrar en armamento pesado), que ya tenemos listo de antemano el pulgar hacia abajo en plan romano. La música les sirve para elevar sus vidas, para sentirse mejor ante la cotidianeidad y sus circunstancias; a nosotros nos causa malestar, frustración, pesar y sólo es motivo de queja perenne.
Recuerdo cómo en España hace muchos años el tejido musical y artístico en general se mantenía gracias a los aficionados, entre otras cosas porque esto no daba ni para pipas. Poco a poco fue creciendo el gusto por el estudio, crecieron los conservatorios, se crearon orquestas, se construyeron teatros y auditorios, se celebraron festivales y aumentó la dotación económica dedicada a la música. No era mala perspectiva.
Pero no debemos olvidar que hemos llegado hasta aquí gracias a tanta gente que hizo lo que hizo por amor, por amor al arte, gente que luchó contra viento y marea, que invirtió tiempo y ganas, y que no dejó que la coyuntura marcara lo que debían o no hacer. A ver si tomamos nota.
Pero el texto iba un poco más allá pues, al comentar en qué podría consistir dicha programación, los concejales de cultura mencionaban a grupos locales, tanto de música como de teatro. O sea, ofrecer escenario y oportunidad a quienes dedican sus ratos libres a estudiar y ensayar. Y no pude dejar de enlazar con otra idea que me ronda la cabeza desde hace bastante tiempo.
Vengo observando, y hablo de años, que los profesionales tenemos mucho que aprender de los llamados aficionados (la distinción por el término no pretendo que sea peyorativa, en absoluto). ¿Habéis notado que hay una diferencia abismal en cuanto al disfrute en el ejercicio del artisteo? Existen infinidad de corales, bandas y agrupaciones que se reúnen por amor a la música, por pasar un buen rato, por intercambiarse con las homónimas de cuanto más lejos mejor. Están deseando que lleguen los días de ensayo y los fines de semana para dar rienda suelta a toda su vena artística. Y son felices.
Por otro lado, también es frecuente observar a esas orquestas que ya salen al escenario arrastrando los pies, que se repanchingan en sus sillas y que reprimen constantemente los bostezos, si es que no están charlando con el de al lado de temas más interesantes que lo que allí está sonando. Estos son los profesionales (es el momento de explicar que no todos son así y blablablá, que siempre hay alguno que se pica y ofende).
Nosotros, los pianistas, también deberíamos tomar nota de la actitud de los aficionados. Para ellos cualquier avance es un triunfo y un motivo de alegría; nosotros nunca vemos el motivo de satisfacción ya que siempre puede estar mejor. Aunque sepan que no van a poder con una obra, la tocan por el gusto de la música en sí; nosotros siempre ponemos la venda antes que la herida y así tenemos una buena excusa ante el fracaso. Ellos son capaces de valorar a cada músico que se sube a un escenario pues conocen el pellizco, que no se los quita nadie; nosotros asistimos a un concierto cargados de cerbatana, ballesta, soga, navaja albaceteña, guillotina y rifle con mira telescópica (para no entrar en armamento pesado), que ya tenemos listo de antemano el pulgar hacia abajo en plan romano. La música les sirve para elevar sus vidas, para sentirse mejor ante la cotidianeidad y sus circunstancias; a nosotros nos causa malestar, frustración, pesar y sólo es motivo de queja perenne.
Recuerdo cómo en España hace muchos años el tejido musical y artístico en general se mantenía gracias a los aficionados, entre otras cosas porque esto no daba ni para pipas. Poco a poco fue creciendo el gusto por el estudio, crecieron los conservatorios, se crearon orquestas, se construyeron teatros y auditorios, se celebraron festivales y aumentó la dotación económica dedicada a la música. No era mala perspectiva.
Pero no debemos olvidar que hemos llegado hasta aquí gracias a tanta gente que hizo lo que hizo por amor, por amor al arte, gente que luchó contra viento y marea, que invirtió tiempo y ganas, y que no dejó que la coyuntura marcara lo que debían o no hacer. A ver si tomamos nota.
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