miércoles, 1 de mayo de 2013

Aficionados

Leía una noticia sobre la programación cultural conjunta que planean tres ayuntamientos para 'optimizar' recursos. Ya he escuchado iniciativas similares por varias provincias y tiene sentido porque al artista se le ofrecen varias actuaciones y, por ese mismo motivo, resulta más asequible para los organizadores al facturar por lotes, para que nos entendamos.
Pero el texto iba un poco más allá pues, al comentar en qué podría consistir dicha programación, los concejales de cultura mencionaban a grupos locales, tanto de música como de teatro. O sea, ofrecer escenario y oportunidad a quienes dedican sus ratos libres a estudiar y ensayar. Y no pude dejar de enlazar con otra idea que me ronda la cabeza desde hace bastante tiempo.
Vengo observando, y hablo de años, que los profesionales tenemos mucho que aprender de los llamados aficionados (la distinción por el término no pretendo que sea peyorativa, en absoluto). ¿Habéis notado que hay una diferencia abismal en cuanto al disfrute en el ejercicio del artisteo? Existen infinidad de corales, bandas y agrupaciones que se reúnen por amor a la música, por pasar un buen rato, por intercambiarse con las homónimas de cuanto más lejos mejor. Están deseando que lleguen los días de ensayo y los fines de semana para dar rienda suelta a toda su vena artística. Y son felices.
Por otro lado, también es frecuente observar a esas orquestas que ya salen al escenario arrastrando los pies, que se repanchingan en sus sillas y que reprimen constantemente los bostezos, si es que no están charlando con el de al lado de temas más interesantes que lo que allí está sonando. Estos son los profesionales (es el momento de explicar que no todos son así y blablablá, que siempre hay alguno que se pica y ofende).
Nosotros, los pianistas, también deberíamos tomar nota de la actitud de los aficionados. Para ellos cualquier avance es un triunfo y un motivo de alegría; nosotros nunca vemos el motivo de satisfacción ya que siempre puede estar mejor. Aunque sepan que no van a poder con una obra, la tocan por el gusto de la música en sí; nosotros siempre ponemos la venda antes que la herida y así tenemos una buena excusa ante el fracaso. Ellos son capaces de valorar a cada músico que se sube a un escenario pues conocen el pellizco, que no se los quita nadie; nosotros asistimos a un concierto cargados de cerbatana, ballesta, soga, navaja albaceteña, guillotina y rifle con mira telescópica (para no entrar en armamento pesado), que ya tenemos listo de antemano el pulgar hacia abajo en plan romano. La música les sirve para elevar sus vidas, para sentirse mejor ante la cotidianeidad y sus circunstancias; a nosotros nos causa malestar, frustración, pesar y sólo es motivo de queja perenne.
Recuerdo cómo en España hace muchos años el tejido musical y artístico en general se mantenía gracias a los aficionados, entre otras cosas porque esto no daba ni para pipas. Poco a poco fue creciendo el gusto por el estudio, crecieron los conservatorios, se crearon orquestas, se construyeron teatros y auditorios, se celebraron festivales y aumentó la dotación económica dedicada a la música. No era mala perspectiva.
Pero no debemos olvidar que hemos llegado hasta aquí gracias a tanta gente que hizo lo que hizo por amor, por amor al arte, gente que luchó contra viento y marea, que invirtió tiempo y ganas, y que no dejó que la coyuntura marcara lo que debían o no hacer. A ver si tomamos nota.

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