Pues bien, sólo recibía consejos catastrofistas de mal augurio sobre la posibilidad real de fastidiarme una mano (o las dos) si seguía practicando tan salvaje actividad. Y a mí sólo me sentaba de maravilla, por lo que los consejos no encontraban obstáculo alguno entre una oreja y la otra.
Hace poco leí una entrevista (que queriendo ser optimista me entristeció) a un niño de once años en la que decía que jugaba al fútbol con guantes especiales para protegerse las manos. No creo que ningún pianista conocido haya hecho cosas raras. Lo normal es vivir y llegar a viejo con las manos intactas, salvo artrosis o similar. Y si hay un percance, se arregla y listo (aunque me maree de sólo pensarlo; ¿no os gustan esos dedos rotos hacia atrás o machacados en las películas de mafiosos?).
Un pianista debe cocinar, limpiar, arreglar lo que sea, cargar bultos..., es decir, llevar una vida normal. He conocido algún que otro descerebrado (y él sabe quién es) que solía llegar accidentado cada dos por tres, pero era de puro nervio y pura prisa (incluidos los cortes del cuchillo jamonero que tanto tendón se ha llevado por delante).
Hoy, simbólicamente, quiero invitaros a un trocito de ese Roscón de Reyes (cuya receta he seguido de esta magnífica página) que ha sido amasado pacientemente, decorado con primor (naranjas confitadas incluidas) y horneado a pie de cañón por este vuestro servidor, con sus manos de pianista, y devorado con fervor ansioso entre la cena y el desayuno. Una delicia.
Igual otro día os cuento más habilidades de las manos de pianista.
¡Feliz día de Reyes!
No hay comentarios:
Publicar un comentario