domingo, 20 de enero de 2013

Sin...vergüenza

Salí muy contento el miércoles pasado del encuentro que tuve con los estudiantes de piano del Conservatorio 'Francisco Guerrero' de Sevilla. Cinco horas seguidas, con una breve pausa, sin parar de hablar de esto, de lo nuestro, de la música en general y de la carrera en particular. Si me lo cuentan hace unos años no me lo habría creído. Yo, solo ante el peligro, hablando sin parar. ¡Ver para creer!
En un momento dado comparé a esta nueva generación con la mía (treinta años nos separan, redondeando) y les hice ver cómo ellos tenían a su favor una soltura y una familiaridad en el trato con los adultos que en mis tiempos no existía. Y me gusta hacerles la broma de llamarlos sinvergüenzas, para aclarar inmediatamente que se escribe separado: sin vergüenza. No tienen la misma definición, obviamente, siendo peyorativo si lo decimos 'todo ligado'.
Pero voy a lo serio: no sólo este sentimiento se ha perdido casi en su totalidad, sino que quien pueda tener un poco no es ni comparable al pasado. ¿Y esto es bueno? Por supuesto, es fantástico. Aclaro antes que la vergüenza o la timidez no tienen nada que ver con ser educados, que enseguida nos gusta mezclar conceptos. Las relaciones personales se han vuelto más sencillas porque nos cuesta menos trabajo decir lo que pensamos o sentimos (hablo en general, que ya sé que todavía quedan/quedamos tímidos sueltos). Hasta el contacto físico es ya parte del lenguaje de estas generaciones, algo prácticamente tabú no hace tanto.
¿Dónde quiero ir a parar? Muy sencillo, a trasladar esta falta casi innata de pudor a nuestro querido y omnipresente instrumento. Tocar el piano no deja de ser una manera de comunicarse. En el momento en que tocamos para otros establecemos un canal de comunicación, buscado tanto por el intérprete como por el oyente. De ahí las expresiones me ha emocionado o me ha dejado frío, no me ha dicho nada. Si los tiempos tienen cambios, porque se ha evolucionado, hay que ser consciente del potencial y aprovecharlo.
La gran mayoría de pianistas que no toca es por este profundo y arraigado sentimiento de vergüenza, mezclado con el miedo, la inseguridad y otros tantos elementos añadidos en una educación bastante castradora. Puestos así, quién se va a atrever a exponerse encima de un escenario para que le juzguen (si nos contaran las cosas tan claritas durante la larga carrera, la vida podría ser maravillosa). ¿Sabéis que lo normal es que no nos juzguen, sino más bien lo contrario, que nos animen, que nos alaben, que nos aplaudan? Entonces, ¿por qué no aprovechar esta nueva situación para animarnos a dar conciertos? ¿Por qué no aprovechamos para quitar hierro? ¿Por qué no aprovechamos para, de una vez por todas, perder el miedo no sólo a tocar sino a vivir?
Mi querida Beatriz fue la primera persona que me hizo ver la necesidad de vivir sin miedo. Ella no le teme a nada ni a nadie: ¿por qué?, ¿para qué? ¿Quién tiene derecho alguno sobre nosotros? ¿Quién es más que nosotros? La vida está toda entera a nuestra disposición y si hemos elegido pasarla junto a un piano, qué menos que lo hagamos disfrutando y no sufriendo.

Así que, adelante y mucho ánimo, sin...vergüenzas.

2 comentarios:

  1. Lamento comentar algo tan triste, pero José Antonio Peñalosa Vega, el director del conservatorio Francisco Guerrero aquí citado, ha fallecido y será incinerado hoy a las nueve de la noche en el tanatorio de Mairena del Aljarafe.
    (Espero que al coincidir con uno de sus días de publicación pueda verlo a tiempo, por si le interesase asistir.)
    Saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Agradezco que me haya escrito. Me ha cogido por sorpresa ya que la última información que tenía era sobre su mejoría.
      Un saludo.

      Eliminar