Mostrando entradas con la etiqueta frustración. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta frustración. Mostrar todas las entradas

domingo, 13 de julio de 2014

Feliz viaje

Echo la vista atrás y tengo la sensación de haber realizado un viaje maravilloso. Durante dos años y medio, dos veces a la semana, me he sentado a contar y compartir muchas de las vivencias que he tenido en mi carrera de concertista. Como no podía ser de otra manera, era necesario tratar el tema más delicado y, quizás, el más importante, como es el de la enseñanza. De ahí emana todo y su huella perdura siempre.
Son muchas entradas y, modestia aparte, creo que algunas me han quedado redondas. Yo mismo, tras escribirlas, las he releído pasado algún tiempo y me he dado cuenta de que he sido el primer beneficiario. Sí, he aprendido ordenando ideas, recordando y analizando hechos trascendentes, reviviendo tantos buenos momentos... A menudo dejamos que todo pase sin más, sin darle su verdadero valor, y olvidamos que en esta vida cada detalle cuenta. Somos el resultado de una suma continua e ilimitada.
El día que comencé a escribir dejé claro que todo aquel que estudie piano puede tocar, y ahí entran el concertismo de altura y tantas variantes de actuaciones en directo como podamos imaginar. Siempre tuve un leitmotiv: se puede. Todo el mundo puede. Los problemas surgen desde muy temprano, cuando las ilusiones que llevamos se empiezan a truncar durante el periodo de estudiantes, tan largo por cierto, ya que se crea la sensación de meta inalcanzable. De ahí tantos abandonos y tantas frustraciones.
Por eso he dirigido mi discurso hacia la fortaleza que debemos crear, a tener las ideas muy claras y a luchar por lo que es nuestra vida (la única, que sepamos) y que nada ni nadie tiene el más mínimo derecho a estropear. Estos conceptos, aparentemente tan sencillos, son muy difíciles de mantener y de llevar a la práctica. Hay demasiados vicios heredados y muy poca voluntad de eliminarlos.
Cada uno es dueño de sí mismo y tiene el derecho y el deber de vivir según sus creencias, deseos y principios. Tocar el piano es una ocupación maravillosa y puede compaginar la devoción y la obligación. Sólo tenemos que marcar los límites para que nos haga feliz.
Creo que he cubierto una etapa que es necesario terminar. Lo que quería decir escrito está. Igual podría empezar a repetirme o, lo que sería peor, a aburrir a los que me habéis seguido y leído paciente y cariñosamente. En definitiva, es como si hubiese escrito un libro, que siempre necesita un final.

Ojalá este blog haya aliviado alguna carga, evitado algún tropiezo y curado algún dolor. Eso me haría sentir dichoso.
Muchas gracias a todos y hasta siempre.
Feliz viaje, feliz aventura.
Alberto.

miércoles, 18 de junio de 2014

Celos

La vida artística es compleja, a veces, incluso, agotadora. El artista, en un porcentaje muy alto, también es complejo y, al cien por cien, agotador. No tenemos una ocupación mecánica o despreocupada, y a diario ponemos en el tapete los sentimientos y las sensaciones, lo que, de alguna manera, nos diferencia del resto de los mortales.
Por eso tenemos una sensibilidad especial y nos afectan más de la cuenta los hechos cotidianos, desde unas noticias leídas en el periódico u oídas en el Telediario, al comportamiento que con nosotros tienen los que nos rodean.
Pero hay algo que nunca he entendido y me cuesta todavía concebir: los celos. Supongo que es porque ni he sido celoso ni lo soy, ni un ápice. Esto no quita para que los haya notado hacia mí y me hayan hecho mucho daño por inesperados.
En nuestra etapa de crecimiento musical, tan terriblemente larga, nos relacionamos transversalmente, o mejor dicho, en todas direcciones: profesores, compañeros, familia, amigos y alumnos. Entiendo que cada uno es como es y que no todos vivimos la película de la misma manera. De ahí las susceptibilidades y malentendidos que acaban con tantos vínculos. Sólo hay que volver un poco la vista atrás para que comiencen a llegar esos recuerdos y esas personas que pasaron de la intensidad más viva al olvido más absoluto (y también doloroso).
Lo peor de todo es que uno no sabe qué es lo que está haciendo mal porque simplemente se está comportando tal y como es. Y lo que hasta un día, hora, minuto y segundo concretos era estupendo y divertido, cual hilo invisible que se cortara, pasa a oscurecerse sin remedio. Y, peor aún, es que el roce va a seguir, que la convivencia va a continuar como si nada mientras en el interior del celoso va a crecer una visión tergiversada siempre en aumento.
Como todo esto ocurre dentro de un ámbito social, es decir, no hay dos individuos aislados en una remota isla desierta, lo que comienza a salir por la boquita del celoso, que sólo debería tener como destino el inodoro, poco a poco va calando en las mentes perezosas y ávidas de entretenimiento cual romanos en el circo.
Lo que más triste me parece es la destrucción de amistades largas, de posibles parejas y de compañeros para una vida. Es una batalla perdida. Los celos no te dejan pensar con claridad y, aunque se diga que el que más pierde es el celoso, lo cierto es que perdemos todos.
Lo recomendable es mantener la cabeza serena, no buscar ni sentir culpabilidad y, llegado un límite prudente, cortar por lo sano, que a partir de ahí comienza lo peligroso.

domingo, 8 de junio de 2014

Estricto

Riguroso, ajustado exactamente a la norma o a la ley, sin admitir excepciones ni concesiones. (Diccionario de la lengua española. Espasa Calpe).
Que no digo yo que no haya que ser estrictos a la hora de afrontar los retos, resolver problemas o comportarnos en cualquier momento. Lo que ocurre es que, si no aflojamos alguna vez, aunque sea un poquito, y admitimos alguna excepción o realizamos alguna concesión, igual creamos una tensión que aumentará exponencialmente hasta que se produzca un estallido superior en magnitud a la fisión nuclear, que ya es decir.
Llevo un tiempo observando una actitud demasiado estricta en una niña de ocho o nueve años, que acata inmediatamente y de forma literal cualquier orden, consejo o sugerencia que se le da al grupo, en este caso, un coro infantil. Mientras los compañeros van llegando y hasta que comienza el ensayo, ella adopta su posición de inicio y se queda clavada cual estatua, que es lo que deberían hacer todos una vez que se les requiere la atención.
Yo la observo en su rigidez e intento imaginar lo que pasa por su cabecita. Supongo que será una mezcla de satisfacción por cumplir estrictamente con su obligación y una turbación cercana al enfado porque sus compañeros ríen y chillan antes de que suene la campana.
El problema que comienzo a ver es que la incomodidad va ganando al disfrute, en esa batalla interior en la que el prisma quizás esté excesivamente enfocado y no admita ni una milésima de dioptría.
Y es posible, quizás un futurible demasiado pesimista, que teniendo cualidades y ganas de superación, abandone el grupo por llegar a sentirse aislada e incomprendida. Ojalá me equivoque.
En demasiadas ocasiones los pianistas, alumnos, profesores, aficionados y profesionales, usamos una vara de medir demasiado rígida, lo que, imperceptiblemente, va creando una pátina de desánimo y de frustración que debería ser incompatible con el esfuerzo realizado, pero que va calando y haciendo mella. En vez de mirar adelante con cierto optimismo, cada mota de polvo se convierte en roca, lo que hace que el camino sea impracticable.
Como siempre, hago hincapié en la educación. Si esta niña no recibe la información adecuada y es informada de que por relajarse de vez en cuando, o incluso siempre, no va a perder calidad, ni la opinión que de ella se tenga (que de eso hay mucho) va a verse mermada, es muy posible que, habiendo logrado cumplir sus objetivos gracias a su constancia y esfuerzo, nunca llegue a disfrutarlos.
Por eso, cuando los jóvenes pianistas que muestran este comportamiento no reciben los consejos precisos, ya que gracias a ser extremos son dignos de ser mostrados cual reclamo publicitario, van de cabeza sin remisión a la soledad y a la tristeza. Cuando el tiempo haya pasado y comprueben que en su infancia y en su juventud no tuvieron la parte divertida e inconsciente, con la ausencia de responsabilidad que es lo que nos hace añorarlas ya adultos, comenzarán las preguntas sin respuesta que tanto daño hacen.
Creo que esto también es educar.


P.S.: No puedo dejar de enlazar a la página de EDUCO. Ni a la entrada que escribí a principios de curso. Ojalá los malditos bastardos que gobiernan se pareciesen un poco a los de Tarantino.

domingo, 16 de marzo de 2014

Juego limpio

Creo que nunca he sabido hacer trampas porque, en definitiva, me las habría hecho a mí mismo, y ya sabemos lo difícil que es engañarse. Podremos mantener el tipo y disimular, pero nuestra cabecita siempre nos dirá la verdad en cada momento.
Por eso me gusta que haya unas regla de juego, para que, al compartir con otros cualquier actividad, no existan los equívocos. Quiero que las cartas estén sobre la mesa, que se compita en buena lid y que se disfrute independientemente al ganador.
Esto viene como introducción a los comportamientos que en ocasiones tenemos de manera inconsciente o, mucho peor, consciente. No es de recibo hacer trampas, nunca, sobre todo si aireamos medias verdades o medias mentiras, según se mire.
Las relaciones humanas son complicadas y es posible que no podamos vivir del todo relajados, que siempre nos puede venir el dardo por donde menos lo esperamos. En concreto, la relación que se establece en la enseñanza del piano, tan individual, tan personalizada, suele venir acompañada de distintas etapas que, como en el amor, sólo una delgada línea las separa del odio.
Es importante valorar aspectos como la edad, la sensibilidad, la fortaleza, la inteligencia, entre otros, para definir con exactitud el entramado emocional inherente a nuestro aprendizaje. Suele darse una entrega ciega del alumno hacia el profesor, acompañada de una idealización tan grande, que más que a un maestro veremos delante a un dios. Así, cada comentario que de su boca salga será interpretado al pie de la letra, lo que nos llenará de felicidad cuando es positivo y nos frustrará sobremanera cuando contenga alguna sombra.
Creo que, con el tiempo, vamos normalizando porque las ideas y apreciaciones de quien nos guía se van convirtiendo en repetitivas, lo que redunda en afianzar nuestra entendimiento del piano. De ahí que mantengamos las maneras por muchos años, incluso por siempre. Y cuando, llegado el día, como cualquier ser vivo, nos entren las ganas de alzar el vuelo, el buen profesor debe saber soltar y estar orgulloso de lo que ha ayudado a crecer y convertirse en pianista casi de la nada.
Quizás sea esto un muy breve resumen de lo que ojalá fuera norma. Pero no me gusta cuando de una parte o de otra se enturbia la relación porque malinterpretamos el lenguaje, verbal o corporal, y salimos corriendo a dar cuartos al pregonero para hacer pandilla. Si hay malentendidos hay que solucionarlos entre los implicados, cara a cara, inmediatamente. Si nos da un arrebato, tenemos que controlar la ira y la maledicencia, que después es muy difícil reparar el daño. Si queremos camuflar la impotencia de no dar la talla, por el motivo que sea pero es un problema nuestro, no está bien ir contando por ahí el infierno que nos están haciendo pasar sin antes haber meditado un poco las razones verdaderas.
Soy inflexible en cuanto a la responsabilidad que adquiere un profesor por el material que tiene en sus manos, sensible y de calidad, pero lo soy mucho más cuando un alumno pone en marcha el 'ventilador' para manchar una labor larga, dura y muchas veces ingrata, por una pataleta infantiloide incompatible con la madurez y el crecimiento.
Las reglas del juego son claras y sólo queda practicarlo con limpieza. Todo lo demás son fullerías que no sirven para nada.

domingo, 9 de marzo de 2014

Tiempo al tiempo

La Gruta de las Maravillas, situada en Aracena (Huelva), contiene imágenes imborrables de estalactitas, estalagmitas, cortinas y otras formaciones geológicas que se han moldeado pacientemente desde el periodo Cámbrico, unos quinientos millones de años atrás. 
Actualmente vivimos de una manera tan apresurada, tan frenética y tan práctica, que imagino que si fuésemos testigos directos del comienzo de la creación de una maravilla similar, inmediatamente llamaríamos a unos expertos cualificados para que nos eliminaran definitivamente esas manchas de humedad y las goteras correspondientes.
Cada vez me resulta más difícil conciliar el ritmo diario con lo que yo entiendo que debe ser el pausado discurrir de la vida artística. Tanto el estudio como la creatividad necesitan de paz interior y de, sobre todo, tiempo, eso que los americanos y sólo ellos saben valorar con una frase tan suya: 'gracias por su tiempo'. Por eso, por ejemplo, son capaces de apreciar la artesanía, el trabajo manual y, en nuestro caso, la música. Por aquí pensamos que ese trabajo añadido, el que no se ve, el que realizamos en casita, viene como por arte de magia y, como mucho, entra en ese saco de 'como a ti te gusta...'.
Por otro lado, el tiempo también nos es imprescindible a los pianistas (y músicos en general) para que la suma de las cualidades individuales con el estudio constante den su fruto. En alguna ocasión he comentado la ansiedad que puede llegar a crearnos el contemplar a determinados monstruitos engullir y digerir (aquí tengo yo mis dudas) a la velocidad de la luz esos obrones que nos cuestan sudor y lágrimas (la sangre la dejamos para el exceso de glissandi). Siempre he pensado y constatado que la velocidad no sirve para nada, en ninguna de sus acepciones. Ni es buena para interpretar como un caballo desbocado, que siempre acaba tropezando, ni tampoco para aprender y comprender en profundidad cualquier pieza de nuestro repertorio.
Si se aceptan estos pensamientos como premisas, cualquiera de nosotros puede llegar a ser pianista independientemente del ritmo de aprendizaje, así de sencillo. ¿Qué más da si tardo seis o siete meses en tocar, por ejemplo, la Sonata en si menor de Liszt? ¿Lo hará mejor el monstruito que se la engulla en quince días? ¿Su versión estará más cualificada que la mía?
Cuantos más años voy cumpliendo más observo lo absurdo de un sistema de enseñanza que premia el exhibicionismo y lo prodigioso, aunque por otro lado vaya pregonando que lo importante es hacer buena música. Sé de lo que estoy hablando. Si se tarda un poco más en entender un universo, que no está al alcance de cualquiera, qué importa. Lo fundamental es poder llegar a hacerlo y, más aún, poder desarrollar la práctica musical.
El problema viene cuando, por no aceptar esta posibilidad, multitud de jóvenes ilusionados ven frustrada su carrera, en muchas ocasiones autosugestionados, al cuantificar de manera física los resultados: si tengo equis semicorcheas por compás y el metrónomo a punto de reventar, la obra debe durar dos minutos y medio o me suicido. Y eso es lo que hacemos: semi-suicidarnos porque la vida que queríamos vivir la tiramos a la basura absurdamente.
Por favor, usemos la cabeza. El Arte no tiene edad. Ni siquiera comparación entre artistas. Cada uno debe valorar y medir sus capacidades, dedicar un sano esfuerzo para avanzar y permitirse a sí mismo, con el quizás mayor ejercicio de libertad y generosidad, la posibilidad de vivir como quiera.
Ya sabemos que, si no lo hacemos, los que llevan las riendas de todo el cotarro van a procurarnos la infelicidad más absoluta.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Maldito parné

Recordaréis que, en 1809, Beethoven logró estabilizar su independencia musical gracias a la ayuda de sus más ricos admiradores: el Archiduque Rodolfo, el Príncipe Lobkowitz y el Príncipe Kinsky. El acuerdo fue para que no abandonara Viena pero también para que la economía dejara de ser una preocupación. Poco tiempo después hasta llegó a los tribunales para defender este pacto, tan importante era para él pensar sólo en la música.
Algo parecido le ocurrió a Prokofiev. Tras la Revolución Rusa de 1917 decidió alejarse de los conflictos (por resumir). Durante catorce años estuvo dando tumbos por América, Alemania y Francia. Cansado y nostálgico a rabiar, no dudó en aceptar la invitación del gobierno soviético para volver e instalarse en Moscú a cambio de no tener que volver a preocuparse por su manutención. Sólo le interesaba una cosa: la Música. Quería dedicar toda su energía a componer y así fue, aunque tuviese luego los problemas propios con la censura, al igual que Shostakovich.
Cuando la motivación principal para un artista es la económica, pienso que tiene muy difícil el llegar a estar satisfecho, pues no hay límite. Nunca tendrá suficiente. Y hasta estoy convencido de que se convierte en peor persona lo que, al menos a mí, me lleva a despreciarlo como artista.
Por desgracia, hoy todo se mide por la cantidad y no por la calidad. Durante muchos años he oído que en España se pagaba excesivamente a las primeras figuras, mucho en comparación con otros países de tradición melómana. En tiempos de vacas gordas, los palurdos que manejaban el dinero público no dudaban (y no dudan todavía) en pagar lo que fuese necesario y mucho más con tal de colgarse la medalla y hacerse la foto al lado de tal o cual nombre internacional.
La pena es que este despilfarro sistemático no ha servido absolutamente para nada. Ni se ha creado escuela, ni se ha creado afición y ni siquiera ha beneficiado a los músicos nacionales. De siempre pensé que con lo que se pagaba por una aparición estelar en una sola noche se podía financiar una temporada completa de conciertos de pequeño formato (solistas y música de cámara) en el mismo sitio. Y, por supuesto, tirando de cantera y de veteranos, que la música iba a seguir sonando estupendamente.
Dedicarse a esta profesión siempre ha contado con el sambenito económico, más si tenemos en cuenta la comparación con los músicos de otros estilos, que mueven cantidades ingentes de público. He tenido compañeros que han renunciado al concertismo sólo por dinero. Si nada más empezar (y después también) se fija un precio demasiado elevado, lo normal es que nadie te contrate. Esto, con el tiempo, me ha llevado a pensar que, más que una razón, era una excusa para ni siquiera intentarlo.
La vida del artista siempre ha tenido mucho de vocación, lo que no obsta para que haya que comer al menos tres veces al día y tener un techo bajo el que guarecerse y estudiar. Igual estaría bien poder dejar de pensar en todo esto (por soñar un poco) y dedicarse y preocuparse sólo de tocar, como si fuera por gusto. Eso significaría que podríamos plantearnos cualquier proyecto, que trabajaríamos seguramente dos y tres veces más, que no pararíamos, que no tendríamos límites y que seríamos ilimitadamente productivos.
Seríamos todos inmensamente ricos pero de verdad, no los del dinero, sino los satisfechos, los contentos, los alegres.
Es tan triste que sólo nos mueva el dinero... Si ya lo decía Séneca: neminem pecunia divitem fecit (el dinero no ha hecho rico nunca a nadie).

domingo, 22 de septiembre de 2013

Oro molido

Repasando las estadísticas del blog, que no están nada mal, por cierto, leí una de las frases de búsqueda con las que Google te puede dirigir al mismo. Decía profesora de música desmotiva. Ya sabéis, por activa y por pasiva, que lo que hizo que comenzara a escribir fue constatar el daño que la enseñanza y el ejercicio del piano pueden llegar a causar. Con lo fácil que sería enfocar todo hacia el disfrute y la seguridad.
Esto no es nuevo para mí. En mi época de estudiante de piano, todos, absolutamente todos, estábamos entregados a la causa. Aún así, sólo recibíamos coces a diestro y siniestro. Algunos lo justifican diciendo que era otra época, pero yo no pienso admitirlo ni darlo por prescrito. El daño, el gran daño moral y psicológico queda grabado a fuego de por vida. Para soportarlo hay que añadir un sobreesfuerzo que no todo el mundo es capaz de aguantar. De ahí la frustración, la inmovilidad, la desgana, la tristeza.
Por eso quería dirigirme a los profesores, para recordarles que el material con el que trabajan, o sea los alumnos, es oro molido. Sobre todo en grado medio, adonde estos alumnos han llegado porque QUIEREN estudiar música, y no digamos ya en el superior, donde para casi todos se ha convertido en una opción profesional y de vida. Me sigue sonando muy raro el extendidísimo comentario de no hay nivel, nadie estudia..., repetido hasta la saciedad en corrillos, reuniones de departamento y tutorías.  
¿Cuál es el problema? No ser capaces de cortar esta especie de cadena que sólo hace repetir errores y comportamientos estereotipados. Si a mí me dieron, pues yo a dar.
Comienza el nuevo curso y os propongo un objetivo para quien quiera oírlo:
No dar por perdido a ningún alumno, escarbar en su interior hasta encontrar el interruptor que lo ponga en marcha y entender que viven una etapa convulsa llamada pubertad o adolescencia que pasará. Todo el curso sin una bronca, sin una mala cara, sin desanimar a nadie, luchando por la utopía, buscando la alegría, el estímulo, la seguridad. En definitiva, ejerciendo adecuadamente la sagrada responsabilidad de enseñar. Ellos son el futuro.
¿No sería precioso, al llegar al final, habernos convertidos en Maestros en vez de meros profesores? ¿No os gustaría, de verdad, haber creado escuela? ¿No os sentiríais satisfechos al ser referentes de una o varias generaciones?
Está en vuestras manos. De vosotros depende que entre el aire fresco.



domingo, 11 de agosto de 2013

Medio lleno...

La tendencia natural de todo pianista que se precie es no llegar a estar nunca completamente contento. Los caminos por los que hemos llegado a este estado son varios y se entrecruzan, pero hay uno en particular que procede del sistema educativo cuya frase estelar podría resumirse como "siempre puede estar mejor".
La insatisfacción que nosotros mismos alimentamos, que parte de una base que debería estimular el esfuerzo sano para lograr un objetivo, tiene un halo de deformidad. En principio no deberíamos sentir ningún sentimiento negativo, a no ser que fuésemos incapaces de llegar a donde nos hemos propuesto. De esto ya he escrito y creo que ha quedado claro que, si somos honestos con nosotros mismos, sólo deberíamos ser triunfadores, que es cuestión de fijar metas a nuestro alcance, no por ello fáciles.
Ya sabemos, desde muy al principio, que toda obra mejora con el tiempo. Ya hemos comprobado que nuestros dedos nos obedecen con creciente naturalidad. Ya somos compañeros inseparables de un sonido característico y una pulsación personal. Ya nos codeamos con cualquier estilo y compositor aunque tengamos preferencias y simpatías por unos cuantos. Ya hemos comprobado nuestras habilidades en circunstancias adversas del tipo aire libre, piano viejo, ruidos externos, público inquieto, sala seca..., de las que hemos salido airosos. Ya tenemos los conocimientos necesarios para abrir una partitura nueva y, sin ayuda de nadie, sacar todo lo que contiene.
Entonces, ¿por qué nunca estamos contentos? ¿Por qué nos empeñamos en estrellarnos con la misma pared que, además de imaginaria, la hemos levantado nosotros? ¿Por qué vamos por la vida como chuchos abandonados dignos de lástima (vale, igual es un poco exagerado)? ¿Qué nos impide dibujar esa línea llamada meta para alguna vez, antes de morir si es posible, poderla atravesar con los brazos en alto sin necesidad de dopaje?
Todo, absolutamente todo, está en nuestra cabeza. Y siempre estaré enfadado, que es un decir, con todos aquellos que tuvieron la responsabilidad y la obligación de velar por nuestra felicidad y sólo se dedicaron a forzar la máquina para, en muchos casos, llegar a romperla. Ellos iban por delante, conocían el camino y sus obstáculos, pero no les importaba. Al final, nos vemos en la obligación de romper ataduras y volar solos, lo que también resulta difícil y duro pues te creías protegido.
Por eso es fundamental que hagamos ese proceso mental, lo antes posible, que nos lleve al control de nuestra personalidad y de nuestros pensamientos. Cualquier muestra negativa tiene que ser desechada de inmediato, bloqueada. Si comenzamos a ver nuestros logros, nuestros avances, nuestros éxitos con los ojos limpios, sin engañarnos, iremos construyendo una persona capaz, consciente, fuerte, contenta, animosa e indestructible.
Así que, a partir de ya, el vaso que miremos siempre ha de estar medio lleno (o mejor aún, lleno), jamás medio vacío, máxime cuando el contenido con el que hemos de llenarlo nunca va a ser líquido, ni siquiera sólido, gaseoso o plasmático.

Con un estado anímico optimista todo es posible, hasta ser concertista de piano.

domingo, 9 de junio de 2013

La vida pasa

Si la memoria no me falla, exactamente hoy, a la misma hora en la que escribo, hace treinta años que realicé mi último examen en el conservatorio, concretamente el de Pedagogía Musical, con Francisco García Nieto, ya fallecido. El título superior al bolsillo (es un decir, porque tardaban más de un año en enviarlo) y la calle para correr.
Sólo hay una materia que eché de menos a lo largo de tantos años, y es por donde van los tiros de este blog. Quizás podría llamarse ¿Qué puñetas hago ahora que he terminado?, o Y ahora, ¿qué?, o algo parecido. Nadie te cuenta nada, nadie te prepara para nada. Año tras año sin levantar la vista del teclado y, de repente, te encuentras desamparado (mal que bien, el conservatorio y sus planes de estudio te marcan un camino). La inercia colectiva es la que manda y ni te atreves a sacar los pies de la línea amarilla que hay que seguir.
Tengo otro pasaje del libro de Katherine Pancol Las ardillas de Central Park... reservado para la ocasión, como los buenos vinos. Ahí va, sin anestesia (cuidado que duele):
"De repente, en mitad de la noche, su soledad le parecía insoportable. Su libertad también le parecía insoportable. Su hermosa casa, sus cuadros, sus obras de arte, su éxito. Era como si todo eso no sirviese de nada.
Como si su vida fuera inútil... Insoportable.
(...) De qué sirve vivir, pues, si no se vive para nada. Si vivir es simplemente añadir un día al anterior y decirse, como tanta gente, qué rápido pasa el tiempo... En un fogonazo, entrevió la imagen de una vida lisa, plana, que se hundía en el vacío, y otra llena de altibajos e incertidumbres en los que el hombre se comprometía, luchaba por mantenerse en pie. Y, curiosamente, era la primera la que le aterrorizaba...
No era la primera vez que se abría en él el gran precipicio, pero esta vez era demasiado grande, demasiado profundo. Quería gritar, pero de su boca no salía ningún sonido.
En un fogonazo, atisbó la lucha por vivir, el valor que eso exige, y se preguntó si tendría ese valor. La imagen de esa carrera sin final que lleva a la humanidad hacia su destino. Voy a morir y no habré hecho nada que exija un poco de valor y determinación. No habré hecho más que seguir dócilmente el curso de mi vida, tal y como estaba trazado desde mi nacimiento, el colegio, buena formación, una bonita boda, un hermoso hijo y después...
Y después..., ¿qué he decidido que exija un poco de valor?
Nada. No he tenido ningún valor. He sido un hombre que trabaja, que gana dinero, pero no he corrido ningún riesgo.
Sintió una oleada de terror que le oprimía el corazón y empezó a transpirar un sudor helado.
(...) Mi vida pasa y yo la dejo pasar. Descubría con espanto un futuro de noches semejantes, de días semejantes, en los que no pasaba nada, en los que no hacía nada, y no sabía cómo detener esa visión que le dejaba helado.
Esperó, con el corazón en un puño, a que el día se filtrase a través de las cortinas. Los primeros ruidos de la calle... Él también tendría que levantarse. Olvidar la pesadilla.
No olvidaría la pesadilla, lo sabía."

No todos tienen la inmensa suerte de que se cruce en su camino una persona tan especial, tan generosa y tan valiente como me ocurrió a mí. Ella me dio clases particulares intensivas aunque, a la hora de la verdad, como también me enseñó, depende de uno mismo. 
Siempre llega ese día en el que nos preguntamos si mereció la pena, si algo nos hizo sentir orgullosos de nosotros mismos, si nos atrevimos a vivir.
Es paradójico, pues tenemos una profesión que por sí sola ya responde afirmativamente a esta cuestión. Dedicarse al piano ya es ser valiente, ya tiene altibajos e incertidumbres, ya llena la vida, al menos una buena parte. ¿A qué esperamos? 
Ánimo. 

domingo, 2 de junio de 2013

Pasajeros al tren...

Siempre he sentido una gran atracción por los trenes. Igual se debe a que tuve un bisabuelo ferroviario, el padre de mi abuela Emilia, de la que he aprendido mucho años después de su muerte y por la que siento una continua y creciente admiración.
Igual se debe a que durante una buena parte de mi vida de estudiante fue mi medio de transporte obligatorio para asistir al conservatorio (y para volver de él con una sensación de alivio).
Igual se debe a que he pasado noches y días enteros al ritmo caprichoso del traqueteo, con la cabeza chocando contra la ventanilla, tumbado en la litera, desvelado en el pasillo siempre concurrido o soñando en la mullida cama del compartimento privado.
Me gustaban mucho más los trenes de antes. No eran tan impersonales, ni tan rápidos, ni tan puntuales. Sentía el viaje. Notaba el desplazamiento. Veía salir el sol. Disfrutaba la melancolía del crepúsculo. Memorizaba la sinfonía de la estación.
Hoy todo es más veloz, más práctico, más aséptico, más deshumanizado.
Llevo días con la frase en la cabeza, tan usada, hay trenes que sólo pasan una vez en la vida. Y, por más vueltas que le doy, no alcanzo a comprender que sirva como sinónimo de fracaso. ¿De verdad nos creemos a pies juntillas esta máxima? Si lo pensamos despacio, es como si nuestra existencia dependiera de una única oportunidad que, lo más normal, perdimos o no supimos aprovechar. ¿Y para un solo tren se construyeron las vías, las estaciones y los vagones? Mucho lujo me parece a mí.
Es curioso que los años permitan a la cabeza analizar los actos pasados con otra perspectiva, o con la misma pero con mayor benevolencia. Y, de igual manera, permitan recordar decisiones importantes que cambiaron nuestro rumbo e imaginar distintos resultados. Todo ello sin caer en la intranquilidad, al contrario, casi como en un juego.
Es fácil quejarse, culpar, criticar, añorar, y todo por un mensaje repetido hasta el cansancio: hay trenes que sólo pasan una vez en la vida. Falso. Hay trenes que pasan constantemente  y circulan en todas direcciones. ¿Cómo saber cuál es el único, el adecuado? Imposible. Todo eso son patrañas de resentidos que pretenden manipularnos para que actuemos a su antojo. Tenemos en la mano el horario completo y no sólo para un día concreto. Tenemos libertad de decisión y, lo más importante, tenemos libertad para bajarnos en el momento que queramos y subirnos a otro. O seguir a pie. O establecernos. O, como dicen por ahí, si el tren pasa sólo una vez, hay un autobús cada media hora.
Cada día cuenta. Nunca es tarde. Igual hemos esperado todo este tiempo a que llegara el último, del que ni siquiera conocemos el destino, el que nos sacará de nuestro existir perezoso. O que, simplemente, es el mismo en el que llevamos años viajando sin ser conscientes de ello, sin habernos permitido asomarnos a la ventanilla ni bajar en una estación de paso a estirar las piernas o tomar un café en la cantina.
Da igual un cercanías que un regional que un largo recorrido. El tiempo es el mismo. La vida es la misma.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Docencia

La semana pasada recibí el correo de un buen amigo, profesor de piano. He pensado que estaría bien compartirlo en el blog (y le he pedido permiso) porque así, una opinión que me importa y que valoro, puede servir como testimonio de primera mano y reflejar la realidad en la que estamos inmersos actualmente.

Hola Alberto,  
Gracias por los mensajes positivos que transmites en tus entradas.  
Hoy he acabado el día algo triste. Vengo de oír unas "Audiciones de nivel" de los alumnos de 6º del conservatorio.

Es lamentable que la mayoría de estos alumnos hayan acabado así. Me refiero al desánimo, frustración, vergüenza de ellos mismos, indiferencia y falta de motivación a la hora de expresarse con una obra. Lo peor de todo es que el mensaje que les transmiten los profesores es el que reflejan. Luego los profesores se desahogan en una reunión posterior diciendo que "tirarían al alumno por la ventana", "tienen que sufrir con el programa íntegro hasta el final de curso", "tenemos que pedirle la obra que peor lleve"...  
Como bien dices, se trata de vidas y no de mercancías. He sentido como si los alumnos estuvieran en un circo exhibiendo en contra de su voluntad el programa que no está aún preparado.  
Los profesores se equivocan pensando que esto es exigir, cuando la exigencia parte de un trabajo de clase y tiene un proceso. La seguridad de las obras va ligada al grado de confianza en sí mismo y éste, al grado de confianza que el profesor tenga en el alumno (además de mucho trabajo en conjunto, de un programa adecuado, etc...).  
Pero si la confianza por nuestros alumnos se termina, podemos encontrarnos que "La Nada" nos invade como en "La Historia Interminable".  
Tan sólo 2 profesores piensan de igual manera que yo y el resto ven a los alumnos como a un enemigo.

Es triste que los alumnos no experimenten lo que puede ser disfrutar de la música.  
Yo tengo alumnos de muchos niveles, cada uno con su capacidad, pero tengo claro que el mensaje que debo mostrarles tiene que ser bueno, porque si no ¿qué sentido tiene todo esto?  
Siento desahogarme contigo, pero necesito contagiarme de personas con buenas intenciones. El mundo es más extenso de lo que diariamente me rodea.  
Un fuerte abrazo.


 Creo que está muy claro el mensaje, totalmente en la línea de lo que vengo exponiendo en todas mis entradas. La docencia, la enseñanza, es una vocación con una responsabilidad sagrada. Quien importa es el alumno y el profesor debe poner a su alcance todo su saber, su energía, su ánimo y su cariño, para lograr que haya un resultado satisfactorio y gratificante, evidentemente para los dos. No conozco otro sistema y huyo de "la nota con sangre entra". El estímulo siempre ha superado al castigo. 
Hagamos un poco de autoexamen y de autocrítica para valorar si nuestro trabajo como profesores tiene sentido y estamos poniendo de nuestra parte el suficiente entusiasmo:
¿Cuántos de mis alumnos han abandonado antes de tiempo?
¿Cuántos de mis alumnos se dedican a la música en cualquiera de sus manifestaciones?
¿Cuántos de mis alumnos siguen disfrutando con la música sin necesidad de ser profesionales?
¿Cuántos de mis alumnos mantienen el contacto conmigo como prolongación de una enseñanza individualizada?
¿Cuántos de mis alumnos transmitirán buena parte de mis enseñanzas?

...

...

miércoles, 1 de mayo de 2013

Aficionados

Leía una noticia sobre la programación cultural conjunta que planean tres ayuntamientos para 'optimizar' recursos. Ya he escuchado iniciativas similares por varias provincias y tiene sentido porque al artista se le ofrecen varias actuaciones y, por ese mismo motivo, resulta más asequible para los organizadores al facturar por lotes, para que nos entendamos.
Pero el texto iba un poco más allá pues, al comentar en qué podría consistir dicha programación, los concejales de cultura mencionaban a grupos locales, tanto de música como de teatro. O sea, ofrecer escenario y oportunidad a quienes dedican sus ratos libres a estudiar y ensayar. Y no pude dejar de enlazar con otra idea que me ronda la cabeza desde hace bastante tiempo.
Vengo observando, y hablo de años, que los profesionales tenemos mucho que aprender de los llamados aficionados (la distinción por el término no pretendo que sea peyorativa, en absoluto). ¿Habéis notado que hay una diferencia abismal en cuanto al disfrute en el ejercicio del artisteo? Existen infinidad de corales, bandas y agrupaciones que se reúnen por amor a la música, por pasar un buen rato, por intercambiarse con las homónimas de cuanto más lejos mejor. Están deseando que lleguen los días de ensayo y los fines de semana para dar rienda suelta a toda su vena artística. Y son felices.
Por otro lado, también es frecuente observar a esas orquestas que ya salen al escenario arrastrando los pies, que se repanchingan en sus sillas y que reprimen constantemente los bostezos, si es que no están charlando con el de al lado de temas más interesantes que lo que allí está sonando. Estos son los profesionales (es el momento de explicar que no todos son así y blablablá, que siempre hay alguno que se pica y ofende).
Nosotros, los pianistas, también deberíamos tomar nota de la actitud de los aficionados. Para ellos cualquier avance es un triunfo y un motivo de alegría; nosotros nunca vemos el motivo de satisfacción ya que siempre puede estar mejor. Aunque sepan que no van a poder con una obra, la tocan por el gusto de la música en sí; nosotros siempre ponemos la venda antes que la herida y así tenemos una buena excusa ante el fracaso. Ellos son capaces de valorar a cada músico que se sube a un escenario pues conocen el pellizco, que no se los quita nadie; nosotros asistimos a un concierto cargados de cerbatana, ballesta, soga, navaja albaceteña, guillotina y rifle con mira telescópica (para no entrar en armamento pesado), que ya tenemos listo de antemano el pulgar hacia abajo en plan romano. La música les sirve para elevar sus vidas, para sentirse mejor ante la cotidianeidad y sus circunstancias; a nosotros nos causa malestar, frustración, pesar y sólo es motivo de queja perenne.
Recuerdo cómo en España hace muchos años el tejido musical y artístico en general se mantenía gracias a los aficionados, entre otras cosas porque esto no daba ni para pipas. Poco a poco fue creciendo el gusto por el estudio, crecieron los conservatorios, se crearon orquestas, se construyeron teatros y auditorios, se celebraron festivales y aumentó la dotación económica dedicada a la música. No era mala perspectiva.
Pero no debemos olvidar que hemos llegado hasta aquí gracias a tanta gente que hizo lo que hizo por amor, por amor al arte, gente que luchó contra viento y marea, que invirtió tiempo y ganas, y que no dejó que la coyuntura marcara lo que debían o no hacer. A ver si tomamos nota.

domingo, 28 de abril de 2013

¡Que empiece la fiesta!

Necesito quitarme de la cabeza todas las ideas tremendistas que me fluyen cada vez que esos dirigentes que dicen que nos representan dan otra vuelta de tuerca al garrote vil. Que ya lo dijo Beethoven, que las instituciones sirven para aplastar los derechos humanos. Ellos a lo suyo, así que, nosotros a lo nuestro.
Son ya muchas entradas escritas y muchos los comentarios y correos recibidos. Esto me da cierta perspectiva para resaltar unos puntos que considero esenciales, más que nada para no perder de vista el sentido de este blog.
No me cansaré de repetir que en el proceso de enseñanza está buena parte de nuestra actitud futura. Si el conjunto de sensaciones, de instrucciones y de mensajes recibidos es positivo, nuestra relación con el piano lo será. Si, por el contrario, recibimos frustración, negatividad y malos consejos, irremediablemente acabaremos abandonando o, peor aún, desarrollaremos esta profesión con un peso difícil de soportar. Así que, a pesar de la burocracia inevitable, tenemos que poner de nuestra parte para conseguir formarnos con la persona adecuada, que esto dura toda la vida.
Después viene el ejercicio de lo aprendido, o sea, tocar. Me gustaría destacar que no 'exijo' la exclusividad. De hecho, es casi la norma que los que dan conciertos se dediquen a la docencia. Es una cuestión de organización, por un lado, y de actitud, por otro. El día lo vamos a tener muy ocupado para realizar dos trabajos, pero con inteligencia es factible. Me preocupa mucho más la actitud. Cada vez que surge la oportunidad de un concierto el resorte automático que nos salta es para poner excusas. Hay que trabajar en ese sentido para que nos ilusione actuar, bien en solitario o en grupo.
Otro punto importante es el compatibilizar la vida con el piano. Si queremos ser buenos pianistas tenemos que vivir. Y si hay que vivir, en algún momento tenemos que ser capaces de separarnos física y mentalmente del instrumento. No tenemos que huir ni escapar, que sólo con coger un libro o ver una película en la tele sin que nos remuerda la conciencia ya vale.
Por último, para que esto sea un buen resumen y no una plasta, tener muy claro que tocar el piano es difícil pero que dedicamos muchos años a lograrlo y lo normal es hacerlo. Como un médico, un arquitecto o un electricista. Si se estudia se consigue. Evitar desde el principio las comparaciones con otros que van por delante, suprimir los pensamientos desalentadores, disfrutar de los pequeños logros, fortalecer nuestro carácter, rodearnos de buena gente y, fundamental, relativizar nuestra actividad. Por muy elevada que nos parezca, es sólo música, que en los primeros tiempos del hombre surgió, además de como elemento religioso, espiritual o mágico, como lo queramos llamar, para disfrutar.
Hoy no entendemos ninguna celebración sin música, ninguna escena, ninguna imagen, ninguna actividad. Es más, agradecería de vez en cuando un poco de silencio. Así que, si hemos sido los elegidos, no nos queda otra: ¡que empiece la fiesta!


domingo, 21 de abril de 2013

¿Poco pero bueno?

Me dijeron, me enseñaron, que la carrera de concertista tenía muy pocos momentos satisfactorios pero que merecían tanta pena. Como en otras muchas cosas, ¡qué equivocados estaban!
Si enfocamos esta profesión como una suma de obstáculos, de metas inalcanzables, en la que siempre todo puede estar mejor, qué suerte tenemos de no vivir en los Estados Unidos donde resulta tan fácil conseguir un arma de fuego. Iban a tener que crear un plan de protección de pianistas al estilo de 'especie en peligro de extinción', como el lince ibérico.
Tengo una colección de cajas llenas de programas de concierto, recortes de prensa, críticas positivas, carteles coloridos, facturas de hoteles, planos de ciudades, billetes de tren y de avión..., que me hacen revivir muchas situaciones de inmensa alegría. Alegría por el éxito ante el público, por supuesto, pero mucho más por el resultado de un trabajo duro, por mi labor personal.
La satisfacción es algo que cada uno posee de manera individual y no tiene por qué coincidir con la de los demás. Eso no quiere decir que pongamos el listón por los suelos y, como decían en el colegio, por firmar el examen ya tienes un punto (por salir a un escenario ya se tiene el cinco, os lo aseguro). El problema suele venir cuando desde fuera nos quieren imponer este grado de placer, lo que se traduce, en la mayoría de las ocasiones, en aguarnos la fiesta.
Para enfrentarnos a un concierto hemos superado numerosas etapas, desde el estudio primero hasta la exposición pública. El hecho de salir victorioso es la norma, la rutina, independientemente a que hayamos podido tener una décima de segundo de duda, un leve roce imperceptible desde fuera o que el piano mereciera una digna jubilación. Un pianista no puede, ni debe, salir enfadado por una nimiedad. Somos injustos con nosotros mismos si no sabemos valorarnos objetivamente, incluso patéticos. ¿Hay algo más grotesco y ridículo que un auditorio en pie ovacionando a un pianista agriado?
Lo voy a repetir bien clarito: todo aquel que se sube a un escenario a dar un concierto tiene la obligación de disfrutar, de pasarlo bien, de sumar las sensaciones positivas y guardarlas, de recrearse en ellas cada día desde el orto al ocaso, de pensar que el siguiente será mejor sin menospreciar el presente sino animado por el júbilo del triunfo de uno mismo.
Si tenéis a alguien cerca que intenta poneros pegas, sacaros los defectos, quitaros la ilusión y amargaros la existencia, no lo dudéis, portazo en toda la cara y hasta nunca. Es vuestra vida, es vuestra existencia, es vuestro diario. Ya está bien de lágrimas, de sufrimiento, de pastillas, de psicólogos. Antes de que sea tarde.
No dejo de preguntarme por qué la música causa tanto daño a quienes la practican y a los que han sido incapaces de atreverse a practicarla. Y siempre me respondo lo mismo: quienes nos educaron lo hicieron muy mal, terriblemente mal. Con la excusa de la exigencia nos machacaron hasta el extremo sin pensar que para vivir hay que tener ilusión y optimismo. Somos una élite dentro de la sociedad y no tenemos derecho a no ser felices. Todos sabemos que hay que estudiar duro, que tocar el piano no es nada fácil, pero de ahí a sentirnos unos desdichados hay un abismo que roza la locura.
Así que, de 'poco pero bueno', nada de nada. Mucho y, por supuesto, cada día mejor.

domingo, 14 de abril de 2013

Ilusión (II)

Ayer asistí a un acto en el que se premiaba la carrera de un actor conocido de la tele, que resulta que es del pueblo en el que vivo actualmente. Se trata de Mariano Peña, identificado por el papel de Mauricio Colmenero, dueño del Bar Reynols en la serie Aida.
Aparte de los recuerdos infantiles y familiares, que arrancaron por igual risas y llantos, me interesó escuchar lo relativo a la propia carrera de actor, tanto en sus palabras como en la de otros actores y directores que estaban presentes. Uno de ellos utilizó una frase que me gustó para referirse a esta crisis endémica que padecemos, cuando dijo que, como en tantas otras ocasiones, ya escampará. Este mes de marzo ha sido el más lluvioso desde que se lleva la cuenta y, finalmente, vivimos unos días soleados y resplandecientes en los que no pensamos en ninguna sequía cercana (también endémica); el agua está garantizada para, al menos, tres años (me temo que la Naturaleza es mucho más sabia que los dirigentes y mangantes que nos han llevado a esta situación).
El punto común a todas las intervenciones era el inicio, el duro inicio, cuando todo era ignorancia, incertidumbre, miedo y adversidad, y contra las que sólo se enfrentaba la ilusión. Con el paso de los años, de muchos años, parece que olvidamos las dos caras de la moneda por igual. Si hemos logrado alcanzar nuestro objetivo, aunque mínimamente o con matices, todo lo que tuvimos en contra se rememora como anecdótico, con una leve sonrisa. Y, por otro lado, toda la energía soñadora que nos impulsaba sin límite, parece consumida o, simplemente, acomodada a una moderada velocidad de crucero.
Me gusta sacar conclusiones de todo lo que oigo, mucho más desde que escribo este blog. Mariano Peña habló del viaje, del viaje de la vida, de los pequeños viajes que lo conforman, del viaje de Machado, del viaje a ninguna parte... Lo importante, al final, es haber caminado en la dirección que queríamos, a pesar de todos los pesares.
Y aquí saltó mi resorte pianístico: ¿os dais cuenta que los miles de actores que pueblan el Universo están lampando por actuar? Si a un actor le preguntas si quiere un papel ya tienes la respuesta afirmativa por adelantado. Si a un pianista le preguntas si quiere tocar, se lo tiene que pensar, tiene que ver si tiene repertorio, tiene que decidir si la sala es demasiado imponente, tiene que pensar si el público es erudito, tiene que medir si le compensa el esfuerzo, tiene que asumir... ¡quién me manda a mí meterme en esto!
Vuelvo a lo mismo de siempre. Tenemos un problema, y gordo, con la educación. Durante los años en los que tenemos sueños, la ilusión que nos impulsa es moldeada en un pequeño reducto físico y humano. Se convierte en decisivo si nos inculcan miedo o placer. Dura para toda la vida la primera sensación que percibimos, positiva o negativa.
Y en los actores sólo veo una especie de inconsciencia que les hace lanzarse de entrada, lo que no quita que después tengan sus nervios o su pellizco si son responsables con su profesión. Nosotros vivimos con el estómago encogido perennemente, pendientes del más mínimo comentario, del más mínimo roce que se haya podido percibir, de la carga psicológica con la que nos ha bombardeado tal o cual profesor, de la lucha interna entre los primeros y maravillosos años y aquellos en los que todo se nubló.
Lo repito cada vez que tengo ocasión: nadie tiene derecho a quitarnos la ilusión; nadie puede decirnos que no se puede; nadie puede cargarse nuestra vida.
Debería haber leyes, debería haber denuncias, debería haber castigos.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Quien tuvo... retuvo

Muchas veces recuerdo obras que estudié durante la carrera (o al margen de ella) y que, desde entonces, no he vuelto a tocar. Está claro que no fue una pérdida de tiempo pues todo sirve para avanzar y mejorar. En su día tuvieron un sentido pero, con las obligaciones de la profesión en lo que a programas se refiere, fueron quedando aparcadas a la espera de una ocasión adecuada. De hecho, aun habiendo servido para algún concierto, igualmente fueron cogiendo polvo.
Y de este pensamiento pasé a otro similar: cuántos de mis compañeros y otros conocidos hicieron una buena carrera en el conservatorio, con sus tremendos programas en el grado superior, para no volver jamás a poner en práctica tantas habilidades. No miento cuando afirmo que todos tenían cualidades excelentes y ya me he referido a que, debidamente encauzadas hacia el repertorio adecuado, en estos momentos habría muchos más pianistas en activo, casi tantos como profesores. ¿O es que hemos olvidado que los que se dedican a la enseñanza se pusieron durante muchos años el culo cuadrado por el estudio? ¿Y que bastantes (ya no me atrevo a decir todos) siguen organizando la jornada en función del estudio?
Me viene, como si de ayer mismo se tratara, la visión y la escucha de obras difíciles y complejas en manos de amigos especialmente dotados para tal o cual autor o periodo musical. Por ejemplo, había una compañera a quien pedirle tocar en clase era como pedirle tirarse de un avión sin paracaídas, para, una vez sentada ante el piano, elevarnos con su sonido único con las Partitas o las Suites Francesas de Bach. Otra parecía haber recibido a través del tiempo los dones de Mozart al que interpretaba sin el menor esfuerzo. Pasaría la tarde enumerando cualidades de todos y cada uno de los pianistas con los que me he topado. Y lo haría de corazón, como siempre hice. Nunca me ha costado reconocer los méritos de los demás ni mi admiración hacia ellos. ¿Por qué iba a ser así?
No sé cómo explicarlo. Siento como si un mecanismo interior fuera el causante de un bloqueo que impide que un magnífico estudiante pase a ser concertista. Y ya he hablado largo y tendido de la importancia que aquí tiene un profesor con visión y con entrega. Al igual que cuando una obra por mí olvidada vuelve a mis dedos como una hija pródiga y con pocas pasadas se coloca en su sitio, estoy convencido de que todos estos pianistas 'aparcados' por las circunstancias volverían sin problema alguno a colocarse en el nivel que un día lograron.
La cabeza es una gran desconocida y por eso peligrosa. Si dejamos que nos domine a su antojo y no a nuestra voluntad, estamos perdidos. En vez de ver posibilidades vemos dificultades; en vez de visualizar triunfos nos regodeamos en los tropiezos. Cuánta energía, cuánto tiempo, cuánta ilusión... Por eso, en ocasiones, vislumbro cierta tristeza, cierto cansancio, cierto desánimo en quienes deberían inculcar justo lo contrario. Y es muy simple: si recordaran lo que fueron capaces de hacer con alegría, con orgullo, la velada pátina que ensombrece ciertas aulas desaparecía inmediatamente. Si tan sólo pensaran en sí mismos con menos pesadumbre, la enseñanza podría revitalizarse contagiosamente de una vez por todas y para siempre.

domingo, 27 de enero de 2013

Estudiante

 Un pianista no hace otra cosa en su vida más que estudiar. A cualquiera que se le diga no se lo cree pues es extendida la suposición de que, alcanzado un nivel, podemos tocarlo todo, así, sin más. Eso me lo han dicho infinidad de veces y doy por hecho que proviene del total desconocimiento del funcionamiento interno de esta carrera.
Hasta muchos años después de haber obtenido el título superior no me atreví a decir que era pianista, y casi siempre le colocaba la muletilla del estudio al lado. Si miras todo lo que queda por delante, todo lo que queda por aprender, cómo reconocer de una manera tajante que se ha terminado el periodo de instrucción.
Me he dado cuenta que no se puede desligar una cosa de la otra, que somos pianistas y estudiantes para siempre, y que no es malo en absoluto. Al contrario, pobre del que crea que ya no necesita estudiar.
De todas formas, sí es importante delimitar con una especie de línea divisoria las etapas. Si seguimos pensando demasiado tiempo que nos falta mucho repertorio puede que la inseguridad o el miedo a dar el siguiente paso nos impida llegar a tocar, al principio en un acto de inmensa honestidad y al poco en un lío mental del que cada vez es más difícil salir. No hay que mezclar. Claramente, durante los años de conservatorio somos pupilos (¿hace falta usar sinónimos para no repetirse?) y trabajamos bajo la supervisión de los profesores. Cuando hasta el conserje se ha cansado de nosotros es hora de tomar las riendas de nuestra profesión (y de nuestra vida) y asumir que, al fin, somos pianistas.
Esto no se acaba nunca y, en activo o no, un pianista siempre que le pregunten usará el verbo estudiar en la primera frase: tengo que estudiar, me voy a estudiar, hoy no he podido estudiar... Si hasta Rubinstein reconocía cuánto le quedaba y poseía un repertorio inmenso. No hace mucho me crucé con una antigua compañera, dedicada a la docencia, que me reconoció que seguía con sus tres horas diarias y, salvo alguna actuación muy secundaria perdida entre la multitud, no es capaz de dar un recital. Parece como si la línea de llegada se alejara en la misma proporción que su avance.
Éste es el peligro, no saber cambiar el chip, quedarnos detrás de la barrera cuando durante muchos años nos hemos dedicado a preparar nuestra alternativa. Y lo peor es que desde esa posición aparentemente segura sólo podemos ver cómo los más lanzados se arriesgan aunque sintamos que estamos más capacitados y dotados que ellos. Bonito comienzo de una larga y duradera frustración.
Lo venimos oyendo por todos lados, que es mejor probar que no quedarse con las ganas, que la vida sólo se vive una vez y hay trenes que pasan para no volver.
Cada uno tiene su ritmo y sus sueños, y no todos tenemos que coincidir en el cuándo, lógicamente, pero sí es triste contemplar cómo de tantas energías que desbordábamos de jóvenes ahora queda un regusto extraño, agridulce por no decir amargo, por ni siquiera haber sido capaces de haberlo intentado. Creo que no existe otra carrera que requiera tanto esfuerzo y tanta dedicación con tan pocos profesionales en activo. Ya lo he dicho muchas veces, que no hace falta llegar a la cumbre, que cada uno se hace la carrera a su medida y lo que realmente importa es llegar a tocar. Si entre todos lográsemos normalizar esta actividad sería como tocar el cielo. Si todos los músicos hiciésemos música seríamos mucho más benévolos con nosotros mismos y no nos castigaríamos en función de unos parámetros artificiales que, para colmo, varían según la época. Aunque fuésemos estudiantes eternos, podríamos decirlo a boca llena, sin complejos, más bien al contrario. Y cada vez que nos excusáramos sonaría mucho mejor: me voy a estudiar, que mañana tengo concierto.

domingo, 20 de enero de 2013

Sin...vergüenza

Salí muy contento el miércoles pasado del encuentro que tuve con los estudiantes de piano del Conservatorio 'Francisco Guerrero' de Sevilla. Cinco horas seguidas, con una breve pausa, sin parar de hablar de esto, de lo nuestro, de la música en general y de la carrera en particular. Si me lo cuentan hace unos años no me lo habría creído. Yo, solo ante el peligro, hablando sin parar. ¡Ver para creer!
En un momento dado comparé a esta nueva generación con la mía (treinta años nos separan, redondeando) y les hice ver cómo ellos tenían a su favor una soltura y una familiaridad en el trato con los adultos que en mis tiempos no existía. Y me gusta hacerles la broma de llamarlos sinvergüenzas, para aclarar inmediatamente que se escribe separado: sin vergüenza. No tienen la misma definición, obviamente, siendo peyorativo si lo decimos 'todo ligado'.
Pero voy a lo serio: no sólo este sentimiento se ha perdido casi en su totalidad, sino que quien pueda tener un poco no es ni comparable al pasado. ¿Y esto es bueno? Por supuesto, es fantástico. Aclaro antes que la vergüenza o la timidez no tienen nada que ver con ser educados, que enseguida nos gusta mezclar conceptos. Las relaciones personales se han vuelto más sencillas porque nos cuesta menos trabajo decir lo que pensamos o sentimos (hablo en general, que ya sé que todavía quedan/quedamos tímidos sueltos). Hasta el contacto físico es ya parte del lenguaje de estas generaciones, algo prácticamente tabú no hace tanto.
¿Dónde quiero ir a parar? Muy sencillo, a trasladar esta falta casi innata de pudor a nuestro querido y omnipresente instrumento. Tocar el piano no deja de ser una manera de comunicarse. En el momento en que tocamos para otros establecemos un canal de comunicación, buscado tanto por el intérprete como por el oyente. De ahí las expresiones me ha emocionado o me ha dejado frío, no me ha dicho nada. Si los tiempos tienen cambios, porque se ha evolucionado, hay que ser consciente del potencial y aprovecharlo.
La gran mayoría de pianistas que no toca es por este profundo y arraigado sentimiento de vergüenza, mezclado con el miedo, la inseguridad y otros tantos elementos añadidos en una educación bastante castradora. Puestos así, quién se va a atrever a exponerse encima de un escenario para que le juzguen (si nos contaran las cosas tan claritas durante la larga carrera, la vida podría ser maravillosa). ¿Sabéis que lo normal es que no nos juzguen, sino más bien lo contrario, que nos animen, que nos alaben, que nos aplaudan? Entonces, ¿por qué no aprovechar esta nueva situación para animarnos a dar conciertos? ¿Por qué no aprovechamos para quitar hierro? ¿Por qué no aprovechamos para, de una vez por todas, perder el miedo no sólo a tocar sino a vivir?
Mi querida Beatriz fue la primera persona que me hizo ver la necesidad de vivir sin miedo. Ella no le teme a nada ni a nadie: ¿por qué?, ¿para qué? ¿Quién tiene derecho alguno sobre nosotros? ¿Quién es más que nosotros? La vida está toda entera a nuestra disposición y si hemos elegido pasarla junto a un piano, qué menos que lo hagamos disfrutando y no sufriendo.

Así que, adelante y mucho ánimo, sin...vergüenzas.

miércoles, 16 de enero de 2013

Primer cumpleaños

Justo el 16 de enero de 2012 comencé a escribir para el blog. Un añito. Y esta tarde lo voy a celebrar dándole todo el sentido: realizando una Master Class o Seminario en el Conservatorio Francisco Guerrero de Sevilla en torno al tema del concertismo.
Creo que hay entradas para todos los gustos, desde las sesudas a las frívolas, las divertidas a las pesarosas, las privadas a las comunes, las musicales y las de la vida... Muchas veces se mezclan y no me paro a corregir ya que me gusta teclear enlazando las ideas para ser sincero y no hacer trampas. Todo lo expresado tiene detrás muchos años dedicados al piano y por eso sé que coincido con otras muchas historias personales. Esto no es tan raro como pueda parecer desde fuera.
Mi propósito primero fue que, al compartir todas estas vivencias, los que comienzan a recorrer este pedregoso camino pudieran tener un pequeño manual que avisara de ciertos peligros, así como de no pasar por alto todo lo mucho de bueno que tiene. Si importante es no cometer determinados errores que nos pueden llevar a la desesperación, o a la frustración, mucho más lo es el saber disfrutar de los muchos momentos placenteros que proporciona el piano. Parece obvio, pero sabemos que metemos la cabeza en las dificultades y nos regodeamos en nuestra desgracia. Son justamente las alegrías las que deben guiarnos para que su suma de sentido a nuestro esfuerzo y el aliciente sea eterno.
Cuánta energía desperdiciada, cuántos miedos, cuántas dudas, cuántas oportunidades perdidas... Eso se tiene que acabar. Si tenemos claras las ideas y tomamos las riendas para seguir nuestro camino, creo que nadie podrá tumbarnos. Y de eso se trata, como todo en la vida, que podamos realizar nuestros sueños y que cuando miremos atrás nos sintamos orgullosos de lo conseguido. Es nuestra vida, es nuestra decisión.
Nadie pensará que ser concertista es fácil, por supuesto que no, pero es que tampoco es imposible y parece que ésta es la idea más extendida. Si alguien se dedica al piano es porque es inteligente y ha de usar toda la materia gris para poner en claro los conceptos y luchar por un objetivo claro. Simplemente se trata de optimizar nuestros recursos. Lo de echarle horas, a fin de cuentas, es lo más fácil. Lo de usar el cerebro es un propósito. Esto se puede aprender y nunca es tarde. Yo tengo la suerte de tener a Beatriz que mira por mí en todo momento y cuida de que los fantasmas del pasado se mantengan a raya.
Quiero aprovechar para agradecer los numerosos comentarios y correos privados que he recibido. Es gratificante saber que cada entrada tiene eco en tantos corazones. Pienso seguir escribiendo pues el año ha pasado volando y todavía quiero decir algunas cosas más, si no más alto, sí más claro. La palabra sufrimiento debe desligarse para siempre del piano y, por supuesto, aquellos que nos lo infligen deben ser apartados del noble oficio de enseñar. Siempre lo repito: somos material sensible, así que, queremos 'mimitos'.
Gracias a todos.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Depende de mí

Poco a poco, tacita a tacita, el número de entradas va creciendo. Ya sé que es un tópico, pero cuando se empieza a escribir no está nada claro si el final del blog será cercano o se podrá estirar lo suficiente sin que decaiga el interés. El caso es que ésta es la número 100, así que, como se suele decir en los cumpleaños, por lo menos otros tantos.
Siempre me planteo antes de comenzar a escribir si ese día optaré por abordar un problema o por comentar alguna historia gratificante. No es fácil decidir porque en el fondo siento que la parte difícil de nuestra carrera es la que puede interesar más. Pero inmediatamente pienso en que si no describo los momentos felices y positivos estaría mutilando la realidad. En el equilibrio debería estar la virtud aunque lo deseable sería que la música, el piano, fuera de verdad un mundo maravilloso. Que lo sea va a depender de si lo controlamos desde nuestro interior o dejamos que los elementos externos gobiernen nuestros sentimientos. ¡Qué fácil es decir esto!
No dejo de aprender por cualquier lado que vaya, con cualquier libro que lea o con cualquier película que disfrute. Ayer mismo, viendo una serie en televisión, Anatomía de Grey, volví a constatar algo que siempre me ha impresionado de los norteamericanos: cómo tienen perfectamente delimitadas las parcelas. La familia por un lado, el trabajo por otro, la propia persona siempre... Llaman a las cosas por su nombre, por muy crudo que pueda ser, para, a continuación, aclarar que 'no es nada personal'. Continuamente, ante los problemas, se dicen frases del tipo 'madura de una vez', 'aclárate las ideas' o 'tienes que decidir ya'.
Por supuesto que son guiones y es muy fácil concretar los pensamientos en pocas líneas sin hacerse un lío ni decir justo lo contrario de lo que se desea, pero yo aprendo. En una escena en concreto, una doctora entró en el ascensor y encontró a un compañero llorando al que habían pillado engañando a su prometida (qué original). Esta doctora acababa de ser despedida y portaba su típica caja de cartón en la que caben años de vida. Se dirigió al chico y le dijo: "¿Me ves llorar? Me acaban de despedir y no sé qué va a ser de mí, pero no lloro. Sólo sé que mi futuro depende al cien por cien de mí y de nadie más. No tengo ningún miedo. Mi vida depende de mí."
Si pudiéramos sentir y pensar así, convencidos de esta sentencia tan clara, nos ahorraríamos el ochenta por ciento de nuestros malos momentos. En la vorágine de la vida, los que tienen definido su objetivo ya tienen la ventaja asegurada para conseguirlo.
Yo creo que los pianistas pensamos demasiado y escuchamos demasiados comentarios. Todo debería ser más sencillo y de hecho lo es, pero nos negamos a levantar la vista y mirar con ojos despejados. La dificultad va intrínseca en la profesión, pero como en todas. ¿O es fácil abrirle a alguien el tórax, sacarle el corazón, hacerle un recauchutado de venas y arterias, volver a rellenar el hueco, hacer un zurcido decente y en horas o días aquí no ha pasado nada? Que se podía haber muerto la criatura. ¡Igualito que nosotros!
No, no somos patéticos, somos buena gente, somos crédulos, somos confiados y estamos a disposición de la dirección del viento. Igual deberíamos cerciorarnos de con qué tripulación convivimos y si daríamos la vida por nuestro capitán (esto es lo que tiene tanta tele). Igual, aunque sea en una embarcación muy pequeñita, podemos elegir nuestro rumbo, lograr nuestra velocidad adecuada y disfrutar de las olas, las nubes y las gaviotas. Cuando venga el temporal, tendremos la sabiduría y la fortaleza para capearlo.
Es nuestra ruta, nuestra vida... y depende únicamente de nosotros.