domingo, 14 de abril de 2013

Ilusión (II)

Ayer asistí a un acto en el que se premiaba la carrera de un actor conocido de la tele, que resulta que es del pueblo en el que vivo actualmente. Se trata de Mariano Peña, identificado por el papel de Mauricio Colmenero, dueño del Bar Reynols en la serie Aida.
Aparte de los recuerdos infantiles y familiares, que arrancaron por igual risas y llantos, me interesó escuchar lo relativo a la propia carrera de actor, tanto en sus palabras como en la de otros actores y directores que estaban presentes. Uno de ellos utilizó una frase que me gustó para referirse a esta crisis endémica que padecemos, cuando dijo que, como en tantas otras ocasiones, ya escampará. Este mes de marzo ha sido el más lluvioso desde que se lleva la cuenta y, finalmente, vivimos unos días soleados y resplandecientes en los que no pensamos en ninguna sequía cercana (también endémica); el agua está garantizada para, al menos, tres años (me temo que la Naturaleza es mucho más sabia que los dirigentes y mangantes que nos han llevado a esta situación).
El punto común a todas las intervenciones era el inicio, el duro inicio, cuando todo era ignorancia, incertidumbre, miedo y adversidad, y contra las que sólo se enfrentaba la ilusión. Con el paso de los años, de muchos años, parece que olvidamos las dos caras de la moneda por igual. Si hemos logrado alcanzar nuestro objetivo, aunque mínimamente o con matices, todo lo que tuvimos en contra se rememora como anecdótico, con una leve sonrisa. Y, por otro lado, toda la energía soñadora que nos impulsaba sin límite, parece consumida o, simplemente, acomodada a una moderada velocidad de crucero.
Me gusta sacar conclusiones de todo lo que oigo, mucho más desde que escribo este blog. Mariano Peña habló del viaje, del viaje de la vida, de los pequeños viajes que lo conforman, del viaje de Machado, del viaje a ninguna parte... Lo importante, al final, es haber caminado en la dirección que queríamos, a pesar de todos los pesares.
Y aquí saltó mi resorte pianístico: ¿os dais cuenta que los miles de actores que pueblan el Universo están lampando por actuar? Si a un actor le preguntas si quiere un papel ya tienes la respuesta afirmativa por adelantado. Si a un pianista le preguntas si quiere tocar, se lo tiene que pensar, tiene que ver si tiene repertorio, tiene que decidir si la sala es demasiado imponente, tiene que pensar si el público es erudito, tiene que medir si le compensa el esfuerzo, tiene que asumir... ¡quién me manda a mí meterme en esto!
Vuelvo a lo mismo de siempre. Tenemos un problema, y gordo, con la educación. Durante los años en los que tenemos sueños, la ilusión que nos impulsa es moldeada en un pequeño reducto físico y humano. Se convierte en decisivo si nos inculcan miedo o placer. Dura para toda la vida la primera sensación que percibimos, positiva o negativa.
Y en los actores sólo veo una especie de inconsciencia que les hace lanzarse de entrada, lo que no quita que después tengan sus nervios o su pellizco si son responsables con su profesión. Nosotros vivimos con el estómago encogido perennemente, pendientes del más mínimo comentario, del más mínimo roce que se haya podido percibir, de la carga psicológica con la que nos ha bombardeado tal o cual profesor, de la lucha interna entre los primeros y maravillosos años y aquellos en los que todo se nubló.
Lo repito cada vez que tengo ocasión: nadie tiene derecho a quitarnos la ilusión; nadie puede decirnos que no se puede; nadie puede cargarse nuestra vida.
Debería haber leyes, debería haber denuncias, debería haber castigos.

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