miércoles, 3 de abril de 2013

Dámaso

Conocí a Dámaso García Alonso el 20 de noviembre de 1988. Gracias al primer premio del Concurso de piano de Albacete, obtuve una gira de conciertos por España que organizaba DARO Conciertos, una agencia radicada en Sevilla y hoy desaparecida. Como me esmeré por obtener buenos comentarios y críticas, logré que la agencia siguiera organizándome recitales y de ahí vino una segunda gira que incluía la ciudad de Granada.
Miembro fundador en 1961 (en que nací yo) y al frente de las Juventudes Musicales desde 1973, estaba un hombre algo introvertido pero con una gran vitalidad e ilusión por la música. Ese primer concierto se celebró en el Conservatorio 'Victoria Eugenia' y jamás lo olvidaré. Acompañaba al presidente su mujer, Mercedes, inseparable y cariñosa a más no poder.
A partir de esa primera vez, nuestros encuentros fueron constantes y frecuentes. Poco a poco fui descubriendo a un hombre que hacía su labor sin pretender la gloria, por auténtica vocación. Siempre tenía frases favorables tras mis recitales y la promesa de una vuelta a la mayor brevedad posible. Le encantaba mezclarse entre el público y me transmitía los comentarios que, como afortunadamente eran muy positivos, le hacían sentirse satisfecho por el deber cumplido como organizador (algo que no es nada fácil).
Fue también él quien, con una mano izquierda endiabladamente hábil, logró colarme varios estrenos de obras de compositores granadinos entre las obras que yo le proponía. Pensaba que era una misión importante dar a descubrir y fomentar a los autores locales y lo hacía y punto. No era nada impuesto, más bien parecía que era yo el que quería hacerlo y él el que aceptaba de buen grado. Habilidad, que se llama.
De su mano también fue mi debut en el magnífico Auditorio Manuel de Falla, de acústica exquisita. Pero si guardo un recuerdo emocionado muy especial, fue del año en que me invitó como miembro del jurado del concurso que también organizaba. Fue en la cena final. Me sentó entre Mercedes y él. Comentamos los aspectos propios de la competición y otros temas musicales y yo notaba que no me quitaba ojo. En el momento propicio se me acercó y me expresó su total admiración (con esas palabras justas) por el hecho de haber decidido dedicar mi vida al concertismo. Tal como lo escribo me vuelvo a emocionar. Con su larga experiencia, sus palabras han sido para mí un bálsamo y un aliento cuando era necesario.
A Dámaso no le hacían falta los apellidos, todos lo conocíamos por su nombre a secas. Y, al igual que su esposa nos dejó, ayer me enteré de casualidad que había fallecido hacía unos meses. Granada no volverá a ser igual para mí. Los recuerdos musicales siempre tuvieron su intervención, su estímulo y su abrazo.
Me hizo bien conocerle.

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