miércoles, 10 de abril de 2013

Albert Ivanovich

O dicho en Román Paladino, Alberto, hijo de Juan. Parece otra cosa, ¿verdad? Tiene más atractivo, vende mejor. ¿Hemos pensado lo que se valora en España a lo que viene de fuera? Da igual que sea mejor o peor, pero que sea extranjero.
Dejo sentado antes de continuar que no soy xenófobo de ningún país ni siquiera de ninguna autonomía, por más que los políticos quieran jugar con nosotros a las peleítas entre pandillas. Simplemente quiero expresar una especie de queja por un hábito que viene de muy antiguo como es pensar que lo español no es bueno. No voy a hablar de coches, electrodomésticos, libros, medicamentos, alimentos, ropa, ni nada por el estilo; sólo de música.
Ya he comentado alguna anécdota acerca de la manera de contratación en determinadas sociedades musicales, en las que con mis apellidos y viniendo del sur era imposible que fuese pianista. Frustrante. Con los años, y a base de insistir y pasear la grasia y el salero, logré que me contrataran por cómo tocaba, lisa y llanamente. Lo del piano siempre ha sido visto como algo tan elitista que parecía impropio de nuestra tierra. Un español necesitaba triunfar fuera para regresar con alguna posibilidad de éxito, y pienso en Albéniz, Granados, Falla, Turina, Rafael Orozco, Alicia de Larrocha, Joaquín Achúcarro o Esteban Sánchez, por citar a los indudables.
A menudo leo las programaciones de los auditorios, da igual de qué ciudad, y es imposible encontrar un nombre que tenga D.N.I. Si acaso, y dando gracias, dentro de esa sección B que permite a los teloneros actuar en una sala más pequeña, rellenando de paso el cartel por un precio mucho más barato, si no gratuito. Cuando vemos esos titulares de Ciclo de Grandes Intérpretes, olvídate.
Si hablamos de los solistas con orquesta, para dos o tres pianistas al año, un par de violinistas o chelistas y algo de viento, lo más cercano van a ser los propios miembros de la orquesta cuando el presupuesto no da para invitados de lujo.
¿Directores? Exceptuando los que tengan su propia orquesta, como invitado no viene ninguno, que después el intercambio del favor nos gusta que incluya viaje en avión.
Este es el panorama cotidiano que funciona en las alturas, en la primera división. Afortunadamente hay un buen número de salas, asociaciones y teatros que no se rigen por los grandes agentes o las discográficas, que son los que mueven los hilos comerciales y el mercado internacional. Ancha es Castilla.
Hace tanto ya que un intérprete español no tiene nada que envidiar a un ruso, o un francés o un alemán, que me choca seguir contemplando una rutina inmóvil. Es como si no se plantearan que lo importante es que la obra programada suene en condiciones, sino que se venda el producto por el envoltorio. He conocido músicos españoles con un talento insuperable que abandonan la carrera porque el trabajo se le da al de fuera. Hasta un prestigioso concurso internacional sigue considerando un premio para un español el ser seleccionado o, como máximo, pasar a las semifinales.
Creo que sólo nosotros, que además de músicos somos público y aficionados, podemos cambiar esta tendencia. Que no voy a negar que hay gente muy válida por ahí, pero que si no damos paso a los de aquí vamos a estar siempre 'invadidos'. Y la culpa es de los catetos, esos de los que ya hablé y tienen en sus manos el poder de contratación. Al final pasará como con los médicos, investigadores o ingenieros, que se los rifan fuera de nuestras fronteras por la preparación y calidad, y, aunque quieran quedarse, no tienen medios a su disposición para desarrollar su trabajo.
Aquí seguiremos viviendo del Spain is different, del sol, del flamenco y de la paella. ¡Hay que joderse!

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