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miércoles, 18 de junio de 2014

Celos

La vida artística es compleja, a veces, incluso, agotadora. El artista, en un porcentaje muy alto, también es complejo y, al cien por cien, agotador. No tenemos una ocupación mecánica o despreocupada, y a diario ponemos en el tapete los sentimientos y las sensaciones, lo que, de alguna manera, nos diferencia del resto de los mortales.
Por eso tenemos una sensibilidad especial y nos afectan más de la cuenta los hechos cotidianos, desde unas noticias leídas en el periódico u oídas en el Telediario, al comportamiento que con nosotros tienen los que nos rodean.
Pero hay algo que nunca he entendido y me cuesta todavía concebir: los celos. Supongo que es porque ni he sido celoso ni lo soy, ni un ápice. Esto no quita para que los haya notado hacia mí y me hayan hecho mucho daño por inesperados.
En nuestra etapa de crecimiento musical, tan terriblemente larga, nos relacionamos transversalmente, o mejor dicho, en todas direcciones: profesores, compañeros, familia, amigos y alumnos. Entiendo que cada uno es como es y que no todos vivimos la película de la misma manera. De ahí las susceptibilidades y malentendidos que acaban con tantos vínculos. Sólo hay que volver un poco la vista atrás para que comiencen a llegar esos recuerdos y esas personas que pasaron de la intensidad más viva al olvido más absoluto (y también doloroso).
Lo peor de todo es que uno no sabe qué es lo que está haciendo mal porque simplemente se está comportando tal y como es. Y lo que hasta un día, hora, minuto y segundo concretos era estupendo y divertido, cual hilo invisible que se cortara, pasa a oscurecerse sin remedio. Y, peor aún, es que el roce va a seguir, que la convivencia va a continuar como si nada mientras en el interior del celoso va a crecer una visión tergiversada siempre en aumento.
Como todo esto ocurre dentro de un ámbito social, es decir, no hay dos individuos aislados en una remota isla desierta, lo que comienza a salir por la boquita del celoso, que sólo debería tener como destino el inodoro, poco a poco va calando en las mentes perezosas y ávidas de entretenimiento cual romanos en el circo.
Lo que más triste me parece es la destrucción de amistades largas, de posibles parejas y de compañeros para una vida. Es una batalla perdida. Los celos no te dejan pensar con claridad y, aunque se diga que el que más pierde es el celoso, lo cierto es que perdemos todos.
Lo recomendable es mantener la cabeza serena, no buscar ni sentir culpabilidad y, llegado un límite prudente, cortar por lo sano, que a partir de ahí comienza lo peligroso.

domingo, 8 de junio de 2014

Estricto

Riguroso, ajustado exactamente a la norma o a la ley, sin admitir excepciones ni concesiones. (Diccionario de la lengua española. Espasa Calpe).
Que no digo yo que no haya que ser estrictos a la hora de afrontar los retos, resolver problemas o comportarnos en cualquier momento. Lo que ocurre es que, si no aflojamos alguna vez, aunque sea un poquito, y admitimos alguna excepción o realizamos alguna concesión, igual creamos una tensión que aumentará exponencialmente hasta que se produzca un estallido superior en magnitud a la fisión nuclear, que ya es decir.
Llevo un tiempo observando una actitud demasiado estricta en una niña de ocho o nueve años, que acata inmediatamente y de forma literal cualquier orden, consejo o sugerencia que se le da al grupo, en este caso, un coro infantil. Mientras los compañeros van llegando y hasta que comienza el ensayo, ella adopta su posición de inicio y se queda clavada cual estatua, que es lo que deberían hacer todos una vez que se les requiere la atención.
Yo la observo en su rigidez e intento imaginar lo que pasa por su cabecita. Supongo que será una mezcla de satisfacción por cumplir estrictamente con su obligación y una turbación cercana al enfado porque sus compañeros ríen y chillan antes de que suene la campana.
El problema que comienzo a ver es que la incomodidad va ganando al disfrute, en esa batalla interior en la que el prisma quizás esté excesivamente enfocado y no admita ni una milésima de dioptría.
Y es posible, quizás un futurible demasiado pesimista, que teniendo cualidades y ganas de superación, abandone el grupo por llegar a sentirse aislada e incomprendida. Ojalá me equivoque.
En demasiadas ocasiones los pianistas, alumnos, profesores, aficionados y profesionales, usamos una vara de medir demasiado rígida, lo que, imperceptiblemente, va creando una pátina de desánimo y de frustración que debería ser incompatible con el esfuerzo realizado, pero que va calando y haciendo mella. En vez de mirar adelante con cierto optimismo, cada mota de polvo se convierte en roca, lo que hace que el camino sea impracticable.
Como siempre, hago hincapié en la educación. Si esta niña no recibe la información adecuada y es informada de que por relajarse de vez en cuando, o incluso siempre, no va a perder calidad, ni la opinión que de ella se tenga (que de eso hay mucho) va a verse mermada, es muy posible que, habiendo logrado cumplir sus objetivos gracias a su constancia y esfuerzo, nunca llegue a disfrutarlos.
Por eso, cuando los jóvenes pianistas que muestran este comportamiento no reciben los consejos precisos, ya que gracias a ser extremos son dignos de ser mostrados cual reclamo publicitario, van de cabeza sin remisión a la soledad y a la tristeza. Cuando el tiempo haya pasado y comprueben que en su infancia y en su juventud no tuvieron la parte divertida e inconsciente, con la ausencia de responsabilidad que es lo que nos hace añorarlas ya adultos, comenzarán las preguntas sin respuesta que tanto daño hacen.
Creo que esto también es educar.


P.S.: No puedo dejar de enlazar a la página de EDUCO. Ni a la entrada que escribí a principios de curso. Ojalá los malditos bastardos que gobiernan se pareciesen un poco a los de Tarantino.

miércoles, 28 de mayo de 2014

Tesón

Desde muy pequeño entendí que, hiciera lo que hiciera, lo haría de manera constante, a base de empeño y, sobre todo, tesón. Parece que puede resultar fácil pero os puedo asegurar que no siempre se está a gusto teniendo que anteponer la obligación a todo lo demás.
Es muy probable que el carácter marque definitivamente la forma que tenemos de enfrentarnos a la vida, empeñada en ponernos a prueba constantemente. La suma cotidiana de nuestras reacciones son las que van a marcar el resultado o, si no, las que van a explicar el que nos encontremos en un punto o en otro.
Cuando comencé a escribir este blog no sabía a dónde me iba a llevar. Simplemente dejé que las ideas fuesen fluyendo sin ser especialmente cauto ni poner demasiadas trabas, es decir, sin autocensurarme salvo en un mínimo de sentido común. Es muy fácil que se nos caliente la lengua (o el teclado) y despellejar a todo ser vivo con el que no estemos de acuerdo. Yo he preferido moderarme en este aspecto para que las ideas que muestro estén claras y no contaminadas por el estado de ánimo enardecido que a veces no podemos remediar.
Así, tacita a tacita, me encuentro con que esta entrada supone la número 250 (doscientas cincuenta, una a una). Ni yo me lo creo, no porque dudara de mi cabezonería, sino por poder dar contenido a cada una de ellas.
En el fondo, el primer beneficiario he sido yo. Quizás, de manera inconsciente, he ido recordando y analizando distintas etapas de mi vida para que me reforzaran sólidamente de cara al futuro. Y digo inconsciente porque el compartirlo para que pudiera servir de estímulo, de salvaguarda o de prevención, sí lo he hecho totalmente consciente. Al final, las experiencias por las que tenemos que pasar son muy similares y, si puedo dejar alguna nota para el que venga detrás que le pueda ayudar, creo que no está mal en esta vorágine de sálvese quien pueda.
He de decir que me han ayudado mucho los comentarios y correos recibidos, tanto que en muchas ocasiones me he emocionado de verdad (y sobre todo, el modelo que a diario me demuestra lo que es tener una voluntad de hierro). No dudo que, si pudiésemos sentar unas bases claras en torno a la enseñanza y desarrollo de la carrera pianística, todo sería mucho más placentero y eliminaríamos tanto sufrimiento estéril. Igual algún día, quién sabe. Sobre todo, educar en la ausencia de miedo inculcando una absoluta seguridad.
En fin, a ver si en las próximas 250 entradas sacamos algunas cosillas más en claro y conseguimos que los pianistas seamos una plaga indestructible.
Gracias.

miércoles, 30 de abril de 2014

Manos prodigiosas

Más o menos, ésta sería la traducción del libro autobiográfico que Ben Carson (Benjamin Solomon Carson) publicó en 1990. Anoche tuve la ocasión de ver la película, comercializada como El mundo en sus manos. Igual no os suena de nada esta persona, a mí al menos, pero es uno de los mejores neurocirujanos del mundo (demostrado ante notario).
Obviamente, no es este blog el sitio para hablar de medicina, pero sí de las circunstancias que rodearon su vida y que, sin duda ninguna, son aplicables a los músicos y a todo bicho viviente. En especial, el periodo de infancia y adolescencia, que marcaron firmemente su futuro (¿nos suena de algo?).
Resumiendo mucho, diré que su madre lo crió junto a un hermano mayor, tras ser abandonados por el padre, al parecer polígamo, con quien se había casado con sólo trece años. Si a esta madre la pusieran a dar clases en los colegios y en los conservatorios, a lo mejor el mundo sería la utopía tantas veces dibujada en libros y películas de ciencia ficción. Era casi analfabeta, pero eso nunca ha sido obstáculo para utilizar la cabeza.
Ben era el hazmerreír del colegio y todos se burlaban de él por sus pésimas calificaciones. Su madre, de nombre Sonya, tuvo las agallas de no dejar que eso le hiciera mella y lo fue convenciendo de que no sólo no era tonto sino que debía usar la imaginación. Les sometió a un régimen de estudio concreto, incluyó la lectura obligatoria de dos libros semanales en la biblioteca pública y suprimió casi por completo la televisión, dejando que eligieran un par de programas.
Ella misma supervisaba los trabajos de clase y los resúmenes de los libros por escrito aun cuando no podía casi leerlos.
Esto a nivel práctico. Pero lo más grande que pudo hacer por ellos fue inculcarles la seguridad en sí mismos. No paraba de repetir que si tenían el libro en la cabeza, o sea, que si habían estudiado, sólo había que dejarlo salir. ¿Cuántas veces nos hemos torturado con horas interminables de estudio para concluir que no éramos capaces de tocar una sola nota?
Cuando decidimos estudiar piano y tomamos las riendas, creo que todos nos hemos dejado la piel (el culo cuadrado que se llama vulgarmente). Pero, ¿cuántos están convencidos de estar preparados, de poder salir a tocar?
¿Podemos por un momento comparar el riesgo de abrir la cabeza de un ser humano, de separar siameses con éxito por primera vez en la historia, de operar fetos dentro del útero..., con salir a un escenario a tocar lo que sea? Con la décima parte de la seguridad de este hombre habría suficiente para varias generaciones de pianistas. Y todo viene desde el principio. Crecer en seguridad y echarle ganas (por si fuera poco, le tocó sufrir las consecuencias del racismo).
Siempre que alguien se convierte en manitas, en el campo que sea, se le compara con un pianista. Será por algo. Así que, vamos a dejarnos de tonterías y a creer un poquito más en nosotros mismos, sin tanto lloriqueo. Sólo hay que ser valientes, confiar y arriesgarse a dar el primer paso. ¡Ánimo! 

miércoles, 12 de febrero de 2014

¿Y tú de quién eres?

En esto del piano pasa un poco como en las familias, como en los pueblos. Cuando tenemos enfrente a un desconocido, la mejor manera que tenemos de saber algo sobre su persona no es preguntarle quién es sino de quién es. De esta forma, al conocer los antecedentes y los ascendentes, como los abuelos, los padres, los hermanos y demás consanguíneos, nos haremos una idea demasiado exacta del ser que tenemos delante.
Creo que todos, en más de una ocasión, hemos sido identificados por referencias, cuando también todos sabemos que un lazo genético no tiene por qué igualar. Lo único para lo que sirve esta actuación es para simplificar, meternos a un grupo de igual apellido en el mismo saco y hacernos cargar con los sambenitos correspondientes a una saga.
Pues como he dicho al comenzar, en el piano ocurre lo mismo. Podemos estar en un concurso, en un concierto, en un intercambio, en unas oposiciones o en medio del desierto. Cuando alguien se acerca a conocer algo más sobre nosotros que nuestra propia música, la primera pregunta, inevitablemente, hará referencia al profesor y al conservatorio.
Esto, en principio, no tiene por qué ser ni malo ni bueno, pero tenemos la costumbre de ser superficiales e ir a lo cómodo, a lo rápido, poniendo automáticamente una etiqueta que igual no queremos tener o que no nos corresponde. Es obvio que, en los casos normales, tras varios años con un mismo profesor, nuestras maneras apunten por imitación al modelo. En esos años, la mera comparación supone un halago.
Con el paso del tiempo, e incluso desde antes, ocurre que comenzamos a sentir que somos únicos, individuos. Nos gusta que desde fuera se empiecen a percibir nuestras características artísticas personales sin que haya una comparación de por medio. Al fin y al cabo, quien está tocando y se ha hartado de estudiar para que la obra suene así somos nosotros y para comparaciones ya sufrimos los discos.
Cuando leemos las notas biográficas en los programas de mano, nos interesa mucho conocer la historia académica del pianista, además de sus movimientos, claro está. Ahora se complica un poco la cosa pues normalmente los nombres que aparecen se cuentan por decenas y no sabe uno si la paella es de carne, pescado o verdura, o de todo a la vez.
Creo que cualquiera que sale a un escenario tiene voz propia ya que los conocimientos han pasado por la digestión de cada estómago (espíritu o cerebro sería más correcto) por lo que el resultado último, evidentemente, tiene sus correspondientes diferencias. Si queréis verlo más claro, sólo hay que mirar a los hermanos dentro de una familia. El parecido físico no nos debe engañar con la personalidad, definida no sólo por las proporciones genéticas, sino por el tamiz diario a que se someten los estímulos externos (extracto de la enciclopedia de la vida diaria).
En fin, que la preguntita dichosa, tan de pueblo y de otros tiempos, parece que sigue anclada en nuestra memoria. Hagamos un mínimo esfuerzo y valoremos a cada persona por sí misma. Yo no tengo por qué escuchar como valor de un alumno que su padre es panadero, por ejemplo. Ni soportar que un alumno cargue con los estigmas de sus profesores. Ni siquiera que la geografía decida si tal o cual conservatorio es superior a otro por el acento o por el idioma.
Pensemos por nosotros mismos, sin más historias.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Cambiar el mundo

Me pasa Beatriz una entrada del Facebook del profesor Julián Casanova (catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, a quien deberían dejar explicar a todos los españoles cómo fue nuestro siglo XX para que pudiéramos salir del bucle en el que nos movemos), que cita textualmente a Luis Buñuel: "Un artista no puede cambiar el mundo. Pero puede mantener vivo un margen esencial de inconformismo".
Cada vez que hago repaso de las entradas que llevo y las releo para intentar no repetirme involuntariamente, me doy cuenta de que no puedo desligar la vida, personal y colectiva, del piano. De ahí que de vez en cuando clame contra los que han decidido hacernos el bien y en tono paternalista no paran de reprendernos y castigarnos. Estoy convencido de que, por mucho que queramos aislarnos en nuestra burbuja musical, acaban salpicándonos y poniéndonos perdidos del barro que de ellos emana.
Del inconformismo de los artistas puedo hablar con la autoridad del que ha sido conformista. Durante demasiado tiempo pensé que serlo (conformista) era mejor para todos pues así dejaba a los demás ejercer su libertad. ¿Quién era yo para contradecir a nadie? Si el otro tenía clara su postura, bienvenida fuera. Claro, eso no quitaba para que igual por dentro me reconcomiera al contemplar actos y oír sentencias contrarias a mi ser.
El destino quiso que por fin se cruzara visiblemente (es una historia muy curiosa que no pienso contar) la persona que me ayudó a destaparme. Desde entonces, la óptica con la que veo la existencia humana parece salida directamente de la fabrica Carl Zeiss. Y va en aumento, valga la redundancia.
Una frase que yo aplicaba sin ser consciente era "por mí que no quede". O sea, en lo que dependa de mí, haré todo lo posible y hasta lo imposible. ¿O es mejor dejar que pase lo que se ve que va a pasar y después dedicarnos a las lamentaciones con la carita torcida o lágrimas de cocodrilo? A veces resulta agotador seguir esta máxima, pero tiene como contraprestación la ausencia de arrepentimiento por lo eludido. No podemos con todo y no tenemos capacidad de solucionar todo, pero hay que intentarlo.
Si nos decidiéramos a poner un pequeño impulso inconformista en común, la fuerza creada equivaldría a trillones de kilopondios. Imaginad un mundo que funcionase sólo por la energía generada por el inconformismo, ése que nos entra a todos sin excepción cuando contemplamos las injusticias y abusos de poder que se cometen a diario, y no me refiero sólo a la política, que esto es mucho más cercano de lo que creemos.
Los grandes creadores musicales, esos que han dado sentido a nuestras vidas, sí cambiaron el mundo, lo hicieron mucho mejor. Ninguno se conformó con su circunstancia. Luchó por evolucionar, por avanzar, por compartir. No podemos compararnos con ellos pero sí podemos seguir su ejemplo. Imaginad a Mozart o a Beethoven con la boca cerrada o con su música silenciada. No serían ellos, ¿verdad?
Lo fácil es abandonar, desistir. ¿Y qué nos quedaría? La subsistencia, no la existencia.
Puede que eso sea lo que nos diferencie del mundo animal. O quizás del vegetal.
Todo menos quedarnos en mineral.

miércoles, 2 de octubre de 2013

A través del piano

Puede suceder que una persona crezca con una buena dosis de timidez. Nada raro. Con los años no hay más remedio que superarla o, al menos, controlarla. No podemos pasar la vida retraídos por una falsa percepción de casi todo.
Otro aspecto, que forma parte del carácter de cada uno, es la necesidad de mantener lo que nos pasa a nivel privado. Hay gente que no tiene secretos, que todo lo cuenta, y gente que es más reservada, no como algo negativo sino entendiendo su existencia como algo personal que sólo le incumbe a ellos.
El exceso de lo uno y el extremo de lo otro, sumados, pueden crear una persona huidiza, con pocas relaciones y negada para cualquier manifestación pública. No digo nada si de tocar el piano se trata.
Reflexionando sobre esto, ya comenté que mi carácter fue (y es) más bien tímido aunque, obviamente, bastante controlado. Se limita a un acto mental, como una reacción primaria, y, si acaso, a un primer paso, que nunca se queda sin dar. Buena prueba es mi profesión y, por qué no, este blog. Para quien sepa leer, aquí estoy bastante expuesto y no me pesa en absoluto.
El caso es que me encontraba estudiando ayer por la mañana y, como ya sabéis que la cabeza cuando se concentra está en veinte sitios a la vez, recordé escenas vividas a lo largo de todos estos años, incluida la larga carrera. Me costó mucho llegar a expresarme a través de las teclas. No fue nada fácil. De hecho, creo que tengo un mérito tremendo, así de claro lo digo. Un buen día, como por arte de magia, o porque ya no podía más, harto de sufrir en silencio, logré que algo mío desde el interior saliera en forma de música. Lo recuerdo con tanta nitidez como si fuera ayer y sucedió exactamente en el año 1977, en el mes de octubre. Tenía que tocar en clase el segundo movimiento del KV 466 de Mozart, la obra con la que me estrené en el 75 con orquesta, con sólo trece años. No sé dónde apreté o qué interruptor accioné. Sólo me sigo viendo tocando con mucho afán, haciendo y dominando lo que quería y oyendo lo que salía. Era yo, ése sí era yo. Por fin. Fue como romper un envoltorio que bloqueaba tanta energía.
Desde entonces nada fue igual. No puedo explicarlo con palabras a modo de teoría universal. Ojalá pudiera. Yo soy transparente y en mi cara se puede leer sin dificultad, y eso mismo ocurrió con la música. A través del piano se puede oír lo que siento y cómo me siento.
En su día le di bastantes vueltas pues no acababa de entender cómo había sucedido y por qué no lo había resuelto mucho antes. Es posible que simplemente fuera un proceso de crecimiento, de madurez. La preocupación por que los niños toquen obras de envergadura puede retrasar lo que sólo el tiempo es capaz de dar. Igual deberíamos elegir los programas de una manera más adecuada y no sólo en función de un lucimiento temprano.
Si pensamos que la Música es un Arte, una cosa es tener aptitudes o cualidades y otra, muy distinta, es llegar a expresarse a través de ella. Hacen falta muchos años de esfuerzo para dominar el instrumento, el vehículo a través del cual nos comunicaremos. Pero, una vez conseguido, todo resultará más fácil, más espontáneo, casi natural. Y ni la timidez ni la reserva podrán ensombrecer nuestra creatividad. Toda nuestra fuerza interior, esa que hemos acumulado por no exteriorizar, saldrá vigorosa y resplandeciente. Y el público lo notará, enseguida, nada más poner las manos sobre el teclado.

domingo, 11 de agosto de 2013

Medio lleno...

La tendencia natural de todo pianista que se precie es no llegar a estar nunca completamente contento. Los caminos por los que hemos llegado a este estado son varios y se entrecruzan, pero hay uno en particular que procede del sistema educativo cuya frase estelar podría resumirse como "siempre puede estar mejor".
La insatisfacción que nosotros mismos alimentamos, que parte de una base que debería estimular el esfuerzo sano para lograr un objetivo, tiene un halo de deformidad. En principio no deberíamos sentir ningún sentimiento negativo, a no ser que fuésemos incapaces de llegar a donde nos hemos propuesto. De esto ya he escrito y creo que ha quedado claro que, si somos honestos con nosotros mismos, sólo deberíamos ser triunfadores, que es cuestión de fijar metas a nuestro alcance, no por ello fáciles.
Ya sabemos, desde muy al principio, que toda obra mejora con el tiempo. Ya hemos comprobado que nuestros dedos nos obedecen con creciente naturalidad. Ya somos compañeros inseparables de un sonido característico y una pulsación personal. Ya nos codeamos con cualquier estilo y compositor aunque tengamos preferencias y simpatías por unos cuantos. Ya hemos comprobado nuestras habilidades en circunstancias adversas del tipo aire libre, piano viejo, ruidos externos, público inquieto, sala seca..., de las que hemos salido airosos. Ya tenemos los conocimientos necesarios para abrir una partitura nueva y, sin ayuda de nadie, sacar todo lo que contiene.
Entonces, ¿por qué nunca estamos contentos? ¿Por qué nos empeñamos en estrellarnos con la misma pared que, además de imaginaria, la hemos levantado nosotros? ¿Por qué vamos por la vida como chuchos abandonados dignos de lástima (vale, igual es un poco exagerado)? ¿Qué nos impide dibujar esa línea llamada meta para alguna vez, antes de morir si es posible, poderla atravesar con los brazos en alto sin necesidad de dopaje?
Todo, absolutamente todo, está en nuestra cabeza. Y siempre estaré enfadado, que es un decir, con todos aquellos que tuvieron la responsabilidad y la obligación de velar por nuestra felicidad y sólo se dedicaron a forzar la máquina para, en muchos casos, llegar a romperla. Ellos iban por delante, conocían el camino y sus obstáculos, pero no les importaba. Al final, nos vemos en la obligación de romper ataduras y volar solos, lo que también resulta difícil y duro pues te creías protegido.
Por eso es fundamental que hagamos ese proceso mental, lo antes posible, que nos lleve al control de nuestra personalidad y de nuestros pensamientos. Cualquier muestra negativa tiene que ser desechada de inmediato, bloqueada. Si comenzamos a ver nuestros logros, nuestros avances, nuestros éxitos con los ojos limpios, sin engañarnos, iremos construyendo una persona capaz, consciente, fuerte, contenta, animosa e indestructible.
Así que, a partir de ya, el vaso que miremos siempre ha de estar medio lleno (o mejor aún, lleno), jamás medio vacío, máxime cuando el contenido con el que hemos de llenarlo nunca va a ser líquido, ni siquiera sólido, gaseoso o plasmático.

Con un estado anímico optimista todo es posible, hasta ser concertista de piano.

domingo, 28 de julio de 2013

Responsable

Es curioso pero, por más memoria que hago, sólo consigo recordarme, ya desde muy niño, como un ser absolutamente responsable. Las contadas ocasiones en las que conscientemente decidí dejar de serlo, siempre vinieron acompañadas de una sensación parecida a la alerta que provoca el peligro (excepto la primera que recuerdo: con cuatro años le solté una trola a la profesora del preescolar para correr a ver mi serie favorita de entonces, Daniel Boone; ni la reprimenda posterior de mi madre tras el chivatazo insolidario de mi hermano mayor, ni el castigo con 'orejas de burro' en el cole pudieron con mi íntima satisfacción).
Desde que tenemos uso de razón vamos configurando nuestra cabeza y en poco tiempo ya discurrimos de determinada manera y actuamos en consecuencia. No sé si se debe a que lo traemos de fábrica, a que nos lo inculcan por activa y por pasiva, o a la mezcla de un poco de todo. Ahora bien, pasados cincuenta años con esta actitud, he de reconocer que estoy un poco cansado.
Sé que esta cualidad (no sé si calificarla como virtud o defecto) es la que me ha hecho llegar a concertista. No hace falta que diga cuántos años de nuestra vida requieren una constancia y un esfuerzo grande para lograr que la cosa suene decentemente. Entonces ocurre que todo se va mimetizando. Parece como que hasta para elegir una barra de pan hubiese que cribar analíticamente. Claro, en este plan, resulta agotador.
Empiezas por ser responsable en casa, de muy pequeño, ante tus padres; luego en el colegio, intentando no desmerecer del manantial de sabiduría al que acudes a diario; sigues con las relaciones personales con compañeros y amigos, a los que jamás se te ocurriría defraudar; cuando tomas la decisión de volar solo y tomar las riendas, sientes como si mil pares de ojos vigilaran cada una de tus acciones; ni os cuento el día en que, junto a Beatriz, decidimos abandonar la senda adecuada, ya con una hija en el mundo, para vivir de la música; quieres que de cada concierto el público salga convencido de haber escuchado el programa de una manera auténtica; no regateas en esfuerzos aun sabiendo que las condiciones no van a ser las más adecuadas; intentas razonar las infinitas distintas situaciones según tu propio comportamiento... (podría seguir pero creo que se entiende el mensaje).
Resulta que cada mañana, no ahora, que no hay nada nuevo, sino desde siempre, te levantas y observas multitud de comportamientos totalmente contrarios al tuyo. No importa, te dices, es una decisión absolutamente propia y no me dejo influir por lo que hagan otros. Pero va en aumento y notas que, quieras o no, te va influyendo en tu círculo íntimo y privado, se va inmiscuyendo irremediablemente porque son acciones supra personales. Vas viendo cómo se va extendiendo una laxitud en el cumplimiento de cada misión (no digo obligación porque entiendo que es de libre elección), mires para donde mires, y crece la sensación de que sólo los tontos hacen lo que deben. Si no lo piensas ya se encargará algún voluntario de decírtelo con mucha sorna. Y esto en prácticamente todos los planos de la sociedad, por lo que, como ya he dicho, te acaba salpicando.
Pero ya no sabes ser de otra manera, no puedes, no quieres. Tan sencillo como que cada uno hiciera más o menos lo que tiene que hacer, sin pedir peras al olmo, sin esperar llegar a una situación límite o tener que recurrir a levantar el tono de voz. No es una misión imposible. Vivimos encadenados (en el sentido de concatenar) y las omisiones de los demás acaban notándose en tu diario.
Prefiero ser responsable de mis actos. Prefiero tener la culpa de mis errores, porque así podré enmendarlos y asumir las consecuencias. Prefiero que por mí no quede. Prefiero que en la sociedad en la que me muevo haya mucha gente que piense y actúe así. Y prefiero que la alternativa no sea la irresponsabilidad, que no se trata de contrarios.

(Esta tarde realizaré mi último acto de responsabilidad no dejando ni una miga de la tarta de queso que está preparando Beatriz, y que irá recubierta con las moras que ayer tarde recogimos en nuestro paseo).

domingo, 30 de junio de 2013

Certeza

No dejo de pensar, casi a diario, que no hay nada nuevo bajo el sol. Te remontes a la época que te remontes, mires hacia donde mires, todo se repite sistemáticamente aunque nos esforcemos en creer que es nuevo al tratarse de nuestra experiencia.
Pienso que el hombre, la humanidad, en esencia siente de una manera común. Y también pienso que el transcurrir de la vida, por muy individuos que nos sintamos, se podría resumir en pocas líneas, una especie de claves maestras.
Dicho esto, me pregunto casi a diario por qué, si todo está claro, si, gracias a numerosos pensadores a lo largo de la Historia, la esencia de la vida podría estar impresa en una cuartilla y tener divulgación universal, nos empeñamos en complicarnos la existencia.
Las respuestas que encuentro no me gustan y no me satisfacen. Siempre concluyo en una responsabilidad ajena y en un esfuerzo personal. Es decir, durante un periodo largo en el que estamos formándonos como personas nos inculcan un comportamiento y un conjunto de pensamientos casi siempre incompatibles con nuestra felicidad y plenitud, de donde se deduce que nos pasamos el resto de nuestra vida luchando por salir de un pozo, o un desierto, o un cenagal, o una parcela, o una buhardilla, qué más da.
Digo yo, en mi simpleza: si todo no hace más que repetirse, se podrían sacar unas líneas esenciales en las que los errores se eliminaran y los aciertos brillaran grabados en oro (realmente qué simple soy). Si al nacer nos entregasen un librito con unas pocas páginas en las que se detallasen los pasos a seguir claramente, eso sí, manteniendo un margen para la libertad individual del tipo opción A/ opción B, no vayamos a convertir esto en alienante, igual el mundo sería maravilloso, en plan respuesta Miss Universo (la paz en el mundo, el hambre en el mundo...).
Concretando: si hace unos días escribí que el campo verde y dorado pronto sería un océano amarillo y ayer por la tarde lo pude comprobar, no es que yo sea una mente prodigiosa (que también), sino que era cuestión de recordar cómo cada año florecen los girasoles llegado el momento.
En nuestro terreno: si a lo largo de los años hemos comprobado que el estudio controlado y constante da su fruto siempre, a algunos antes que a otros, pero a todos, ¿no debería estar la enseñanza clarificada de tal manera que la confianza en los hechos vencieran siempre al miedo al fracaso? Si todos los días sale el sol (aunque sea por Antequera), por qué vivir temerosos de que algún día pueda no ocurrir tal cotidiana efemérides. Si ya tenemos suficientes muestras de que podemos tocar el piano decentemente, por qué vivir temerosos de que algún día pueda no ocurrir tal cotidiana maravilla.
Sólo encuentro, en mi simplicidad, que la vida seguirá siendo como es porque no nos paramos a intentar cambiar unos comportamientos adquiridos que, además, transmitimos sin cambiar una coma. Si hemos sido educados de una manera que no nos ha gustado, visto ya con perspectiva, ¿por qué no suprimir los errores y enfocar hacia los aciertos a los que vienen detrás, ya sea en clase o en casa? ¿Por qué no educar en la confianza, en el optimismo, en la seguridad, en la libertad desde nuestro puesto, por pequeño que sea?
Nada va a venir desde arriba, que el sistema está muy perfeccionado y a cualquier simple que ha querido cambiar algo se lo han ventilado sin pestañear (!!!). Pero sí tenemos en nuestras manos el poder absoluto (y por eso peligroso) para lograr que nuestro paso por este mundo merezca el esfuerzo.
Y eso sí es una certeza. 

domingo, 12 de mayo de 2013

Raíces y alas

Nos pasamos media vida intentando entender de qué va todo esto y la otra media queriendo parchear todos los desgarros. Y no todos lograremos llegar al final con las riendas bien seguras y los cajones en orden. Según parece, así es la vida.
Por eso es tan importante que quienes nos moldean desde que somos poco más que plastilina lo hagan con amor y entrega, con absoluto desinterés, mirando en nuestro interior, conociéndonos y con el máximo esmero. Ya sabemos que la mochila se va cargando y que resulta casi imposible vaciarla, ni siquiera en parte. De ahí la tremenda responsabilidad que tienen los padres y los educadores, que caminar teniendo que usar muletas no es fácil ni agradable.
Es cierto que cada uno trae de fábrica sus propios ingredientes y con ellos la tendencia a disfrutar o sufrir, a luchar o rendirse, a avanzar o estancarse, pero hasta que somos conscientes de que dependemos de nosotros mismos tenemos a nuestro alrededor un grupo reducido de personas que nos influyen y nos marcan. Hay una gran diferencia en el resultado según se comporten.
Leía Beatriz junto a mí cuando me citó una frase impresionante: "La verdadera misión de los padres es darte raíces y alas". Eso sí que es un regalo, una buena herencia. Automáticamente la trasladé a nuestra parcela porque bien podría ser el emblema que colgara de la puerta de un conservatorio. ¿Os imagináis? La verdadera misión de un conservatorio es dar raíces y alas.
Qué dos palabras tan antagónicas y necesariamente compatibles.
Raíces: indispensables para pisar fuerte, para caminar con seguridad, para crecer, para sostener, para alimentar.
Alas: no sólo para volar, sino para despegar al fin, para observar con perspectiva, para romper, para escapar y, por qué no, para regresar.
Miro mucho hacia atrás, quizás demasiado, porque intento comprender y escribir sobre ello. Ahora entiendo que es vital que nuestro profesor, nuestro maestro, nos dé un lugar estable al que recurrir, al que volver a tomar aliento, y del que nos nutramos abundantemente. Una buena y amplia formación nos va a servir de por vida y nos va a ayudar a resolver todos los nuevos retos que nos propongamos, con valentía y seguridad. Pero, ¿qué pasa si en ningún momento se nos permite alzar el vuelo en solitario? ¿Qué ocurre si llegado el momento nos bloqueamos por no haber previsto que tendríamos que hacerlo? ¿Qué si convertimos el nido en cárcel?
Creo que no necesito extenderme hoy mucho más, que las dos palabras en sí mismas lo dicen todo. Sólo citar a Juan Ramón Jiménez quien, en un aforismo recogido en su libro recopilatorio "Ideolojía", dice:
"Raíces y alas, pero que las alas arraiguen
y vuelen las raíces a continuas metamorfosis".

domingo, 28 de abril de 2013

¡Que empiece la fiesta!

Necesito quitarme de la cabeza todas las ideas tremendistas que me fluyen cada vez que esos dirigentes que dicen que nos representan dan otra vuelta de tuerca al garrote vil. Que ya lo dijo Beethoven, que las instituciones sirven para aplastar los derechos humanos. Ellos a lo suyo, así que, nosotros a lo nuestro.
Son ya muchas entradas escritas y muchos los comentarios y correos recibidos. Esto me da cierta perspectiva para resaltar unos puntos que considero esenciales, más que nada para no perder de vista el sentido de este blog.
No me cansaré de repetir que en el proceso de enseñanza está buena parte de nuestra actitud futura. Si el conjunto de sensaciones, de instrucciones y de mensajes recibidos es positivo, nuestra relación con el piano lo será. Si, por el contrario, recibimos frustración, negatividad y malos consejos, irremediablemente acabaremos abandonando o, peor aún, desarrollaremos esta profesión con un peso difícil de soportar. Así que, a pesar de la burocracia inevitable, tenemos que poner de nuestra parte para conseguir formarnos con la persona adecuada, que esto dura toda la vida.
Después viene el ejercicio de lo aprendido, o sea, tocar. Me gustaría destacar que no 'exijo' la exclusividad. De hecho, es casi la norma que los que dan conciertos se dediquen a la docencia. Es una cuestión de organización, por un lado, y de actitud, por otro. El día lo vamos a tener muy ocupado para realizar dos trabajos, pero con inteligencia es factible. Me preocupa mucho más la actitud. Cada vez que surge la oportunidad de un concierto el resorte automático que nos salta es para poner excusas. Hay que trabajar en ese sentido para que nos ilusione actuar, bien en solitario o en grupo.
Otro punto importante es el compatibilizar la vida con el piano. Si queremos ser buenos pianistas tenemos que vivir. Y si hay que vivir, en algún momento tenemos que ser capaces de separarnos física y mentalmente del instrumento. No tenemos que huir ni escapar, que sólo con coger un libro o ver una película en la tele sin que nos remuerda la conciencia ya vale.
Por último, para que esto sea un buen resumen y no una plasta, tener muy claro que tocar el piano es difícil pero que dedicamos muchos años a lograrlo y lo normal es hacerlo. Como un médico, un arquitecto o un electricista. Si se estudia se consigue. Evitar desde el principio las comparaciones con otros que van por delante, suprimir los pensamientos desalentadores, disfrutar de los pequeños logros, fortalecer nuestro carácter, rodearnos de buena gente y, fundamental, relativizar nuestra actividad. Por muy elevada que nos parezca, es sólo música, que en los primeros tiempos del hombre surgió, además de como elemento religioso, espiritual o mágico, como lo queramos llamar, para disfrutar.
Hoy no entendemos ninguna celebración sin música, ninguna escena, ninguna imagen, ninguna actividad. Es más, agradecería de vez en cuando un poco de silencio. Así que, si hemos sido los elegidos, no nos queda otra: ¡que empiece la fiesta!


domingo, 10 de marzo de 2013

El Club de los Viernes

El miércoles pasado acompañé a Beatriz a la tertulia literaria que dirige, siendo el libro a tratar El club de los viernes, de Kate Jacobs. Como si nada, comenzó a analizar el contenido y a desmenuzar los papeles que desempeñan las ocho mujeres protagonistas: cuanto más la oigo más aprendo y no dejo de admirar su capacidad y su inteligencia.
La continuación de este libro (El club de los viernes se reúne de nuevo) estaba sobre la mesa y lo hojeaba de manera distraída, cuando me llamaron la atención unas introducciones a las distintas partes de la novela que, teniendo el tejido de la lana como nexo, parecían pensadas para este blog. Así que, paso a transcribirlas, que son muy interesantes:

PRINCIPIANTE
El mero hecho de tener delante un patrón no significa que sepas cómo confeccionarlo. Ve paso a paso: no te fijes en la gente cuyas habilidades estén por encima de tu alcance. Cuando eres nueva en alguna cosa -o hace tiempo que no la practicas- puede llegar a resultar extremadamente difícil hacerlo bien. Cada paso en falso se vive como un motivo para abandonar. Envidias a todo aquel que sabe lo que está haciendo. ¿Qué te hace seguir adelante? La convicción de que algún día tú también serás así: elegante; capaz; segura de ti misma; experimentada. Y puedes serlo. Lo único que te hace falta es entusiasmo. Un poco de decisión. Y sentido del humor, eso siempre.

FÁCIL
Se trata sólo de pillarle el truquillo a las cosas. Basta con no forzarlas; tómatelo con calma. Con el tiempo lo entenderás todo. Pero, de momento, sigue intentándolo. Presta atención y evita la tentación de avanzar más de lo que tu nivel te permita. Habla menos. Y escucha más.

INTERMEDIO
Estás mejorando -eres más aguda, ágil  y rápida-, y sin embargo, sabes lo justo para darte cuenta de lo mucho que te queda por aprender todavía. Ahora es cuando ya estás preparada para asumir riesgos. Para calcular hasta dónde quieres llegar.

EXPERTA
Ahora ya sabes lo suficiente como para no tener que limitarte a seguir el patrón de otra persona. O a repetir siempre el tuyo. Puedes romper el patrón. Mejorarlo. Perfeccionarlo. Cambiar el plan. Adaptar e improvisar. Hacer lo que a ti te resulte mejor. Ahora tus habilidades te llevarán dondequiera que desees ir.

Creo que todos hemos experimentado estas etapas, o las estamos pasando. Si nos inculcaran desde pequeños que todo es posible, que todo es más sencillo, que depende de nosotros...
¡Ea, a darle vueltas al tarro!

domingo, 20 de enero de 2013

Sin...vergüenza

Salí muy contento el miércoles pasado del encuentro que tuve con los estudiantes de piano del Conservatorio 'Francisco Guerrero' de Sevilla. Cinco horas seguidas, con una breve pausa, sin parar de hablar de esto, de lo nuestro, de la música en general y de la carrera en particular. Si me lo cuentan hace unos años no me lo habría creído. Yo, solo ante el peligro, hablando sin parar. ¡Ver para creer!
En un momento dado comparé a esta nueva generación con la mía (treinta años nos separan, redondeando) y les hice ver cómo ellos tenían a su favor una soltura y una familiaridad en el trato con los adultos que en mis tiempos no existía. Y me gusta hacerles la broma de llamarlos sinvergüenzas, para aclarar inmediatamente que se escribe separado: sin vergüenza. No tienen la misma definición, obviamente, siendo peyorativo si lo decimos 'todo ligado'.
Pero voy a lo serio: no sólo este sentimiento se ha perdido casi en su totalidad, sino que quien pueda tener un poco no es ni comparable al pasado. ¿Y esto es bueno? Por supuesto, es fantástico. Aclaro antes que la vergüenza o la timidez no tienen nada que ver con ser educados, que enseguida nos gusta mezclar conceptos. Las relaciones personales se han vuelto más sencillas porque nos cuesta menos trabajo decir lo que pensamos o sentimos (hablo en general, que ya sé que todavía quedan/quedamos tímidos sueltos). Hasta el contacto físico es ya parte del lenguaje de estas generaciones, algo prácticamente tabú no hace tanto.
¿Dónde quiero ir a parar? Muy sencillo, a trasladar esta falta casi innata de pudor a nuestro querido y omnipresente instrumento. Tocar el piano no deja de ser una manera de comunicarse. En el momento en que tocamos para otros establecemos un canal de comunicación, buscado tanto por el intérprete como por el oyente. De ahí las expresiones me ha emocionado o me ha dejado frío, no me ha dicho nada. Si los tiempos tienen cambios, porque se ha evolucionado, hay que ser consciente del potencial y aprovecharlo.
La gran mayoría de pianistas que no toca es por este profundo y arraigado sentimiento de vergüenza, mezclado con el miedo, la inseguridad y otros tantos elementos añadidos en una educación bastante castradora. Puestos así, quién se va a atrever a exponerse encima de un escenario para que le juzguen (si nos contaran las cosas tan claritas durante la larga carrera, la vida podría ser maravillosa). ¿Sabéis que lo normal es que no nos juzguen, sino más bien lo contrario, que nos animen, que nos alaben, que nos aplaudan? Entonces, ¿por qué no aprovechar esta nueva situación para animarnos a dar conciertos? ¿Por qué no aprovechamos para quitar hierro? ¿Por qué no aprovechamos para, de una vez por todas, perder el miedo no sólo a tocar sino a vivir?
Mi querida Beatriz fue la primera persona que me hizo ver la necesidad de vivir sin miedo. Ella no le teme a nada ni a nadie: ¿por qué?, ¿para qué? ¿Quién tiene derecho alguno sobre nosotros? ¿Quién es más que nosotros? La vida está toda entera a nuestra disposición y si hemos elegido pasarla junto a un piano, qué menos que lo hagamos disfrutando y no sufriendo.

Así que, adelante y mucho ánimo, sin...vergüenzas.

miércoles, 9 de enero de 2013

¡Mañana será otro día!

Hay días que comienzan con una maraña de asuntos por resolver, cada uno de su padre y de su madre, que llegan a poner la cabeza a mil por hora. Recordé una entrada que escribí al respecto en junio pasado, titulada La batidora, en la que trataba varios aspectos, incluidos la manera de abordarlos con distancia.
La necesidad de que nuestra cabeza funcione por carpetas, algo en lo que Beatriz me insiste continuamente, creo que es interesante para nosotros los pianistas. (Siempre que hablo lo hago por experiencia propia y, como sé que no soy único en el mundo, creo que me suceden cosas normales, como a muchos otros). El esfuerzo debe ir encaminado a no mezclar dichas carpetas. Todas las parcelas de nuestra vida han de tener, cada una, su carpeta, a fin de no mezclarse.
Esta teoría, si no tenemos el hábito, es muy fácil de enunciar y muy difícil de cumplir. Por eso, cuanto antes comencemos mucho mejor.
Tengo comprobado que, casi siempre, ponerse a tocar es un buen escape, por mucho ruido que tengamos en la 'azotea'. Al final, el ruido de las notas será más potente y acabará acallando el runrún o come-come cerebral. Pero a veces, ni por esa nos escapamos.
Es más que probable que una batería de problemas logre desanimarnos y nos haga ver el horizonte más que nublado. Ya sé que es cuestión de caracteres y cada uno se toma las cosas como sabe o como puede, pero si vemos la montaña muy alta en ese momento concreto, es lo que hay.
Aquí es donde creo que los pianistas tenemos un grave peligro de desmoronamiento. Tenemos muy fácil que las circunstancias nos provoquen una 'bajona' debido a nuestra sensibilidad. Estamos acostumbrados a trabajar sin descanso, a superar metas inaccesibles, a sacrificarnos..., pero suele ocurrir que cuando más desprevenidos estamos nos asalte una tontería y nos derrumbe. Digo tontería por simplificar ya que cada tema tiene su importancia.
A lo largo de la carrera los periodos de desánimo aparecen sin dar explicaciones y es posible, ya con el tiempo a mis espaldas, que se deban a interferencias para nada relacionadas con la música. Por poner un ejemplo al alcance de todos, servirían los amores adolescentes . A ciertas edades todo se magnifica y es frecuente dramatizar, llevándose todas las de perder nuestra brillante carrera. Cuando estamos descendiendo, ¿quién puede ponerse a pensar en estudiar?
Pues ahí entra en acción el mecanismo de las carpetas:  pasaré un buen rato, o una buena noche en blanco, con el tema del 'me quiere no me quiere', pero, llegada la hora, hay que sobreponerse, pegar carpetazo momentáneo, y pasar a otro asunto. Si hay que estudiar, hay que hacerlo. Puede parecer algo frío, lo sé, pero siempre he oído que para mantener la calma hay que mantener la mente fría.
Así que, estos días en los que se nos acumulan las decisiones y los trabajos pendientes, hay que saber pensar y decidir y, sobre todo, no mezclar.
Afortunadamente, el tiempo va pasando, lentamente eso sí, y las soluciones van llegando. Y mañana será otro día.
Si a pesar de todo no lo logramos, pues a la calle a desfogar, a divertirse, a pasear, al cine, a ver gente... ¡Y mañana será otro día!

domingo, 18 de noviembre de 2012

Deportistas

Hace dos días hablé con un antiguo amigo, pianista y profesor de conservatorio (debería decir director, que lo hace muy bien). Le comenté que llevaba todo este año escribiendo en el blog y le resumí el motivo que me empujó a hacerlo: la incapacidad de la mayoría de tan siquiera plantearse dar conciertos después de tantos años de estudio. Me reconoció que ahora había gente muy buena, muy bien preparada, a la vez que justificó la realidad desde un punto de vista que yo ya había contemplado pero que no me llega a convencer. Me explico.
La carrera de pianista puede ser comparada con la de un deportista en el sentido de la exigencia del más alto nivel. Hasta aquí, de acuerdo. La vida eficiente de un deportista no es demasiado larga ya que el organismo se va desgastando y, queramos o no, los años pesan, más si hablamos de la primera línea. Y, en conclusión, lo normal es que decidamos acomodarnos sin tardar porque el esfuerzo que supone mantenerse no es que no compense sino que puede resultar insuperable. Por lo tanto...
La conversación no siguió por ahí así que no me puse muy pesado, eso lo dejo para ahora. A ver, que yo me entere. En primer lugar, un matiz: no estamos hablando de Kissin, Argerich o Arrau. que los dioses del Olimpo juegan en otra liga. Nosotros, los mortales, es verdad que necesitamos de mucho esfuerzo, de muchas horas y de muchos años para lograr un resultado decente, pero con los años, con la edad, si hemos sido constantes y tenemos una buena técnica, no necesitamos seguir echando entre seis y ocho horas diarias. Se puede ir reduciendo porque la facilidad de lectura, la espontaneidad con la que se resuelven ciertos problemas, la capacidad de comprensión de una obra y tantos otros aspectos van a permitirnos una mayor eficiencia en el trabajo. Entonces, ya dejamos de asimilarnos a los deportistas. Nosotros podemos rendir a muy alto nivel a pesar del paso del tiempo.
Me temo que esta explicación de por qué de tantos sólo unos pocos deciden dar conciertos no es la más adecuada. Estoy convencido de que los factores psicológicos pesan mucho más a la hora de creernos capaces de pisar un escenario. Y de esto va el blog y de eso es lo que no me cansaré de escribir. Si durante los quince años (redondeando) que somos estudiantes nos inyectaran vitalidad, seguridad, ánimo, carácter, diversión, optimismo, seguridad (nunca es suficiente) y tantas otras cualidades necesarias para ¿la vida?, estoy seguro que esta conversación habría sido muy distinta.
Una última diferencia: los deportistas se pasan su 'corta' carrera compitiendo, es decir, activos, practicando su especialidad. Los pianistas podemos hacerlo, con el mismo esfuerzo, pero sin salir de casa o del aula. Y ésa sí es una diferencia que nos deja a los pianistas en clara desventaja.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Vamos de concurso

La idea de empezar a escribir este blog surgió con la coincidencia de varias circunstancias. Una de ellas fue la lectura de la excelente novela La hija del sepulturero de Joyce Carol Oates. La autora, que estudió piano, demuestra conocer el mundillo al comentar aspectos internos del concurso al que se presenta el prodigioso hijo de la protagonista, además de idolatrar la Sonata Appassionata, versión Schnabel. Me resultó inquietante comprobar la universalidad de los estados de ánimo de los pianistas y la transformación del carácter según se crece en edad y objetivos.
¿Es que no es posible disfrutar?, ¿es que un pianista tiene que estar continuamente malhumorado? A pesar de mis cincuenta añitos mi cabeza tiene frescas todas las sensaciones de los concursos a los que me presenté. Hubo de todo, pero, sobre todo, experiencias magníficas. A ellas me referiré pues para eso escribo.
En primer lugar es innegable la presión a la que nos sometemos, generalmente de manera voluntaria, al presentarnos a un concurso. Hay una diferencia notable con respecto a un concierto: no tocamos para el público sino para el jurado. Y, para colmo, por mucho que se empeñen en decirnos otra cosa, en el 99,98% de los casos, ganan la velocidad y la pulcritud. ¿La música...? La dejamos para otra ocasión (de ahí la expresión "es un pianista de concurso"). Entonces, ¿cómo nos planteamos la interpretación? Pues mi opinión es que como siempre, o sea, como si no fuera una competición. A ver si me aclaro y me explico: es un problema del jurado no de los concursantes. Tenemos que ir con nuestra mejor arma, que es la música. Si nos toca algún miembro (con perdón) capaz todavía de entusiasmarse con los jóvenes talentosos y que no lo flipe con las maquinitas, tendremos alguna oportunidad. Pero tenemos que ser nosotros mismos. Tenemos que mostrar nuestra preparación y nuestra capacidad. Es esa diferencia con los MIDI la que nos hará diferentes y merecedores de atención.
Otro aspecto interesante de presentarse a un concurso es el darse a conocer. Nos van a oír pero también nos van a 'ver'. Van a ponernos cara y nombre. Si la suerte nos acompaña, brotará la gota de aceite que lubricará el mecanismo invisible que empezará a difundir los comentarios a nuestro favor. Si los miembros del jurado son pianistas (¿acaso no es así?), tenemos que acercarnos a ellos para que nos justifiquen su veredicto. No en plan de pedir explicaciones, en absoluto, sino a que, ya que nos han juzgado, nos cuenten su opinión profesional. Se aprende mucho, de verdad, entre otras cosas, a que en muchos casos quienes nos han valorado no estaban cualificados para hacerlo. Pero cuando sí lo están, hay que sacarles una especie de clase particular.
Lo mejor que nos quedará de esta etapa será haber conocido a otros muchos concursantes. Ya he comentado lo importante que es relacionarse. Estamos todos en lo mismo y nos podemos ayudar. Una vez que hemos tocado y hay que esperar, viene la diversión. Es el momento de crear lazos, compartir, aprender, reírse de uno mismo, valorar la situación objetivamente y desfogar. Hablaba de la tensión: un concurso es eso, tensión, y si no la soltamos de alguna manera, estallamos (al libro de J.C. Oates me remito).
Un par de consideraciones más: el concurso nos sirve de manera muy personal para medirnos. Pone a prueba nuestro rendimiento y nos fuerza a alcanzar el límite de nuestras posibilidades. Ya sabéis, hay que contentar a demasiada gente por lo que tenemos que rozar la perfección. Y, por último, es posible conseguir contactos y futuros contratos si nuestro trabajo ha sido bueno. No pocos conciertos he dado en las ciudades en las que me presenté siendo un don nadie.

Resumiendo: la parte fastidiosa no nos la quita nadie, pero hay que superarla lo antes posible y no dejar que nadie nos cree ningún temor o incluso pretenda utilizarnos como tarjeta de visita. He conocido otra mentalidad, muy americana, de presentarse a cualquier concurso, grande o pequeño. Te acabas acostumbrando, te ruedas, te mueves, a veces incluso ganas, y no pasa nada, se le quita trascendencia. Es como una faceta más del estudio, como si nos pusiéramos una fecha tope para tener listo el encargo. Y eso es lo que hay que hacer, vivir los concursos con menos lastre y con más optimismo. Siempre ganaremos, aunque no nos toque (como el cupón).