miércoles, 16 de octubre de 2013

Cambiar el mundo

Me pasa Beatriz una entrada del Facebook del profesor Julián Casanova (catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, a quien deberían dejar explicar a todos los españoles cómo fue nuestro siglo XX para que pudiéramos salir del bucle en el que nos movemos), que cita textualmente a Luis Buñuel: "Un artista no puede cambiar el mundo. Pero puede mantener vivo un margen esencial de inconformismo".
Cada vez que hago repaso de las entradas que llevo y las releo para intentar no repetirme involuntariamente, me doy cuenta de que no puedo desligar la vida, personal y colectiva, del piano. De ahí que de vez en cuando clame contra los que han decidido hacernos el bien y en tono paternalista no paran de reprendernos y castigarnos. Estoy convencido de que, por mucho que queramos aislarnos en nuestra burbuja musical, acaban salpicándonos y poniéndonos perdidos del barro que de ellos emana.
Del inconformismo de los artistas puedo hablar con la autoridad del que ha sido conformista. Durante demasiado tiempo pensé que serlo (conformista) era mejor para todos pues así dejaba a los demás ejercer su libertad. ¿Quién era yo para contradecir a nadie? Si el otro tenía clara su postura, bienvenida fuera. Claro, eso no quitaba para que igual por dentro me reconcomiera al contemplar actos y oír sentencias contrarias a mi ser.
El destino quiso que por fin se cruzara visiblemente (es una historia muy curiosa que no pienso contar) la persona que me ayudó a destaparme. Desde entonces, la óptica con la que veo la existencia humana parece salida directamente de la fabrica Carl Zeiss. Y va en aumento, valga la redundancia.
Una frase que yo aplicaba sin ser consciente era "por mí que no quede". O sea, en lo que dependa de mí, haré todo lo posible y hasta lo imposible. ¿O es mejor dejar que pase lo que se ve que va a pasar y después dedicarnos a las lamentaciones con la carita torcida o lágrimas de cocodrilo? A veces resulta agotador seguir esta máxima, pero tiene como contraprestación la ausencia de arrepentimiento por lo eludido. No podemos con todo y no tenemos capacidad de solucionar todo, pero hay que intentarlo.
Si nos decidiéramos a poner un pequeño impulso inconformista en común, la fuerza creada equivaldría a trillones de kilopondios. Imaginad un mundo que funcionase sólo por la energía generada por el inconformismo, ése que nos entra a todos sin excepción cuando contemplamos las injusticias y abusos de poder que se cometen a diario, y no me refiero sólo a la política, que esto es mucho más cercano de lo que creemos.
Los grandes creadores musicales, esos que han dado sentido a nuestras vidas, sí cambiaron el mundo, lo hicieron mucho mejor. Ninguno se conformó con su circunstancia. Luchó por evolucionar, por avanzar, por compartir. No podemos compararnos con ellos pero sí podemos seguir su ejemplo. Imaginad a Mozart o a Beethoven con la boca cerrada o con su música silenciada. No serían ellos, ¿verdad?
Lo fácil es abandonar, desistir. ¿Y qué nos quedaría? La subsistencia, no la existencia.
Puede que eso sea lo que nos diferencie del mundo animal. O quizás del vegetal.
Todo menos quedarnos en mineral.

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