miércoles, 19 de diciembre de 2012

Depende de mí

Poco a poco, tacita a tacita, el número de entradas va creciendo. Ya sé que es un tópico, pero cuando se empieza a escribir no está nada claro si el final del blog será cercano o se podrá estirar lo suficiente sin que decaiga el interés. El caso es que ésta es la número 100, así que, como se suele decir en los cumpleaños, por lo menos otros tantos.
Siempre me planteo antes de comenzar a escribir si ese día optaré por abordar un problema o por comentar alguna historia gratificante. No es fácil decidir porque en el fondo siento que la parte difícil de nuestra carrera es la que puede interesar más. Pero inmediatamente pienso en que si no describo los momentos felices y positivos estaría mutilando la realidad. En el equilibrio debería estar la virtud aunque lo deseable sería que la música, el piano, fuera de verdad un mundo maravilloso. Que lo sea va a depender de si lo controlamos desde nuestro interior o dejamos que los elementos externos gobiernen nuestros sentimientos. ¡Qué fácil es decir esto!
No dejo de aprender por cualquier lado que vaya, con cualquier libro que lea o con cualquier película que disfrute. Ayer mismo, viendo una serie en televisión, Anatomía de Grey, volví a constatar algo que siempre me ha impresionado de los norteamericanos: cómo tienen perfectamente delimitadas las parcelas. La familia por un lado, el trabajo por otro, la propia persona siempre... Llaman a las cosas por su nombre, por muy crudo que pueda ser, para, a continuación, aclarar que 'no es nada personal'. Continuamente, ante los problemas, se dicen frases del tipo 'madura de una vez', 'aclárate las ideas' o 'tienes que decidir ya'.
Por supuesto que son guiones y es muy fácil concretar los pensamientos en pocas líneas sin hacerse un lío ni decir justo lo contrario de lo que se desea, pero yo aprendo. En una escena en concreto, una doctora entró en el ascensor y encontró a un compañero llorando al que habían pillado engañando a su prometida (qué original). Esta doctora acababa de ser despedida y portaba su típica caja de cartón en la que caben años de vida. Se dirigió al chico y le dijo: "¿Me ves llorar? Me acaban de despedir y no sé qué va a ser de mí, pero no lloro. Sólo sé que mi futuro depende al cien por cien de mí y de nadie más. No tengo ningún miedo. Mi vida depende de mí."
Si pudiéramos sentir y pensar así, convencidos de esta sentencia tan clara, nos ahorraríamos el ochenta por ciento de nuestros malos momentos. En la vorágine de la vida, los que tienen definido su objetivo ya tienen la ventaja asegurada para conseguirlo.
Yo creo que los pianistas pensamos demasiado y escuchamos demasiados comentarios. Todo debería ser más sencillo y de hecho lo es, pero nos negamos a levantar la vista y mirar con ojos despejados. La dificultad va intrínseca en la profesión, pero como en todas. ¿O es fácil abrirle a alguien el tórax, sacarle el corazón, hacerle un recauchutado de venas y arterias, volver a rellenar el hueco, hacer un zurcido decente y en horas o días aquí no ha pasado nada? Que se podía haber muerto la criatura. ¡Igualito que nosotros!
No, no somos patéticos, somos buena gente, somos crédulos, somos confiados y estamos a disposición de la dirección del viento. Igual deberíamos cerciorarnos de con qué tripulación convivimos y si daríamos la vida por nuestro capitán (esto es lo que tiene tanta tele). Igual, aunque sea en una embarcación muy pequeñita, podemos elegir nuestro rumbo, lograr nuestra velocidad adecuada y disfrutar de las olas, las nubes y las gaviotas. Cuando venga el temporal, tendremos la sabiduría y la fortaleza para capearlo.
Es nuestra ruta, nuestra vida... y depende únicamente de nosotros.

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