domingo, 1 de diciembre de 2013

Y yo también...

Ha vuelto a suceder: estaba mi hija haciendo publicidad de la nueva gira con su Orquesta de Cámara de Mujeres Almaclara, cuando su interlocutor exclamó alto y claro 'yo también soy violonchelista'. Ella mostró amablemente su grata sorpresa y le hizo la típica pregunta de indagación a lo que, con todo su orgullo, le respondió que estaba en tercero de grado elemental.
Claro, si soy consecuente con lo que llevo escrito hasta hoy en mis 199 entradas, así tendríamos que responder todos. Si toco el instrumento, me convierto inmediatamente en un intérprete. Lo único que ocurre es que todos sabemos que ni es así ni es tan simple.
Casos similares que han provocado mi sonrisa he tenido muchos en tantos años. Basta que acudas a cualquier reunión ajena a la música (muy recomendable, por cierto, que hay que airearse), para que, al ser presentado como pianista (no digo ya concertista) alguna voz surja, igualmente alta y clara, erigiéndose automáticamente en colega. Reconozco que no tengo ningún problema al respecto, es más, me producen hasta una pequeña envidia al contemplarlos tan inconscientes y seguros de sí mismos. Lo embarazoso de la situación viene cuando el/la protagonista comienza a enumerar sus méritos y casi siempre sobran dedos de una mano para contar los años de estudio.
Un gerente de una importante orquesta comenzó a valorar su puesto en función de sus conocimientos musicales, consistentes en tres años de Solfeo y dos de Clarinete. ¿Realmente era necesario sacarlos a relucir? Me estaba contratando como solista y él se regodeaba en su amplia butaca. Ni yo le había preguntado al respecto ni necesitaba saberlo.
En otra ocasión, una joven amiga venía de ganar un concurso infantil con todas las bendiciones, tribunal incluido. La niña prometía y era un buen estímulo de los que siempre estamos necesitados. Claro, quizás su madre no contaba con que yo también estuviera recién llegado con un flamante primer premio de otro concurso, a lo mejor un pelín más complicado (y ya tenía varios más acumulados). Su alegría dio para que saliera por su boca la expresión 'mi niña ya es como tú'. En estos casos coloco mi media sonrisa, muevo la cabeza de arriba a abajo repetidamente y me quedo mudo, por si acaso. A ver, que yo me alegraba mucho por ellas, pero es que había todavía un abismo.
A veces te ponen en el compromiso las parejas respectivas, o sea, que el susodicho ni pía pero su media naranja lo cuenta a boca llena. Exagera el mérito, iguala la profesión e incluso supera la calidad. Uno se queda expectante pensando que va a conocer a su futuro maestro y pasa a la decepción, nuevamente, cuando te enteras de que su repertorio habitual lo componen Bertini, Cramer y Hanon.
En fin, anécdotas como estas recuerdo a puñados, pero nunca se me quitará de la cabeza el forcejeo (que ya conté hace tiempo) entre una cualificada sindicalista, esposa de un senador, que durante una barbacoa dada por unos amigos comunes fue incapaz de admitir que yo podía ser pianista y mucho menos vivir de ello.
¡Lo que hay que aguantar!

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