miércoles, 18 de diciembre de 2013

Escalas

Empezaré diciendo que Daniel Barenboim, en una biografía que leí hace tiempo, reconoce no haber practicado escalas en su vida, ni falta que le hace. Pensé que no se podía ser más chulo. Pero después, como siempre me ocurre tras dar un par de vueltas a una idea, vislumbré que igual el mensaje no había que despreciarlo sino, más bien, analizarlo.
¡Que levante la mano el que no haya hecho escalas alguna vez en su vida! Efectivamente, nadie. Nada más tener un primer contacto con el teclado, cuando ya podemos poner las dos manos y los deditos van tomando conciencia individual para dejar de ser meros muñones, nuestros queridos enseñantes comienzan a 'mandarnos' como tarea el ejercicio citado. Primero despacio y poco a poco tomando velocidad. Un par de octavas y luego cuatro. Y cuidadito con mirar el teclado en el paso de pulgar.
Recuerdo una etapa un tanto extraña al final de mi carrera en la que, sin saber muy bien por qué, las escalas tomaron un papel protagonista, como si de ellas dependiera el futuro de todos los alumnos. Fue una manera más bien tonta (y por supuesto inquisitiva) de medir la capacidad de cada uno. No se libró ni el Tato. Escalas ascendentes y descendentes en todas las tonalidades, mayores y menores. La velocidad nunca fue suficiente y, si querías correr, como se perdía algo de claridad, a empezar otra vez. Si una mano hacía un regulador creciente, la otra debía hacer justo lo contrario. Si una tocaba ligado, la otra picado. Incluso practicamos el politonalismo.
Un compañero que iba dos o tres cursos por detrás llegó a tomárselo tan en serio que su jornada diaria comenzaba con cinco horas dedicadas a tan tediosa faena. ¡Cinco horas! Y después tenía que seguir con el programa... Hoy se dedica a dirigir pero no a tocar.
El colmo fue que los famosos exámenes de escalas (...), que podían haberse convertido en un rato distendido, casi como una convivencia o unos ejercicios espirituales, estuvieron cerca de convertirse en trauma existencial. Cuando todos lo encontrábamos divertido, más y más cada vez que alguno tropezaba y dale que te pego, se nos congeló algo más que la sonrisa al recibir los resultados en forma numérica con los enteros seguidos de tres decimales. Llamar a esto surrealista sería darle sentido. Inexplicable. Sólo nos faltó organizar un concierto monográfico.
Con el tiempo he seguido practicándolas de vez en cuando pero, lógicamente, como calentamiento o como pequeño ejercicio tras unas vacaciones. Y descubrí que también podía calentar y recuperar con obras de verdad, fáciles o difíciles. Te sientas, te pones a tocar y los músculos a lo suyo. Imagino que por aquí iba la frase de Barenboim. Si mal no recuerdo, aclaró que la mayoría de las obras que toca y estudia ya contienen suficientes elementos 'gimnásticos' como para perder el tiempo en pamplinas.
Que no digo yo que sean perjudiciales para la salud, en absoluto, pero como todo, con moderación. Los excesos siempre se pagan y éste sólo sirve para las academias de mecanografía.
  

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