domingo, 11 de noviembre de 2012

En mi casa

Cuando montamos una obra nueva o tenemos a vista un recital en solitario, solemos tener una especie de inseguridad por la que se nos hace imprescindible que alguien, desde fuera, nos dé su visto bueno, su aprobación. Imagino que es una deformación que emana de tantos años de tutelaje en el conservatorio.
Conozco a muchos pianistas que, ante una fecha en su agenda, no dudan en reunir a un grupo de amigos para que lo escuchen en su casa, a modo de concierto privado, un previo al de verdad ante el público. En principio, puede ser una buena idea, ya que hasta que no tocamos en circunstancias 'extremas', la tranquilidad de nuestro estudio puede ser engañosa. Así que, me coloco delante unas cuantas orejas para que juzguen mi trabajo y, de paso, meto en mi cuerpo un poco de tensión similar a la que tendré dentro de unos días en el escenario.
Pero, ¿quién nos va a escuchar y a juzgar? ¿La portera del edificio, tres transeúntes anónimos y dos matrimonios que salían a tomar café? Pues no, claro que no. Vamos a llamar a antiguos compañeros, todos pianistas (al menos sobre el papel), que podrán aportar algún acompañante casual. En realidad, estamos reproduciendo una escena conocida, familiar: una clase en el conservatorio, una clase colectiva.
Para los que no han tenido esa experiencia, no es igual dar clases en solitario con tu profesor que rodeado de alumnos. No tocas sólo para una persona que va por delante en conocimientos y que, si todo es normal, te va a ayudar a superar todas las dificultades, sino ante compañeros, con los que puedes llevarte más o menos bien, y con los que mezclas, además de intereses académicos, intereses personales. Además, también actúan como un jurado que se añade a la figura del juez, por hacer un símil gráfico.
En un estado ideal de cosas, diez ojos ven más que dos y diez orejas oyen más que dos. Pero, ¿nos hemos puesto de acuerdo en qué hay que ver y oír? ¿Tendremos la capacidad de admitir comentarios y sugerencias de iguales? ¿Tendrán la capacidad de realizar comentarios y sugerencias con objetividad?
Cuando salí por la puerta del conservatorio, durante unos meses quise prolongar el vínculo. Me di cuenta de que ya no era lo mismo. Una cosa es consultar puntualmente una duda y otra bien distinta es seguir unido al buque nodriza por los siglos de los siglos. Así que decidí estudiar todo el nuevo repertorio por mi cuenta, convertirme en mi máximo y exigente juez, y presentar el programa, tras un estudio agotador, directamente en las salas. El rodaje en directo era real. Por supuesto que cuanto más se toca una obra mejor nos hacemos con ella, pero tenemos capacidad para hacerlos solos después de tantísimos años dando vueltas a lo mismo. Al menos, así deberían educarnos, en la seguridad de que seremos capaces de abordar cualquier partitura con rigurosidad y acierto.
Del miedo, del temor a no acertar, de ese enemigo conocido y constante, sólo vamos a sacar verdades a medias. Nunca llegaremos a conocernos realmente a nosotros mismos mientras no soltemos amarras y, en solitario, notemos de lo que somos capaces que, como no me cansaré de repetir, siempre es mucho más de lo que el entorno nos hace creer. Tocamos mejor de lo que pensamos. Todos.
Por eso huí de esas audiciones privadas para preparar un concierto, porque no tenía nada claro que fueran a ayudarme sino todo lo contrario, que pudieran alimentar a esos fantasmas con los que convivimos y casi siempre tenemos controlados. 
Y, además, en mi casa.

2 comentarios:

  1. Excelente texto, concuerdo contigo, aunque yo si hubiera optado por querer que alguien me escuche. Quizás no 10 oídos pero si un par más que los míos... saludos y mucho gusto

    ResponderEliminar