miércoles, 21 de agosto de 2013

Mi pie izquierdo

Asistí a un concierto de Josep Colom en el que la primera obra que tocó fue la Sonata en Do mayor de Mozart, la KV 545, ésa que un psicópata tituló 'la fácil'. Qué temple hay que tener para comenzar así, como si nada. Por supuesto la bordó pero, además, aprendí unas cuantas cosas sobre la marcha. Después desplegó todo su potencial con las Variaciones Paganini de Brahms, que no sabría decir si he escuchado otras mejores. Magnífico, sí señor.
Me llamó la atención cómo puso todo su empeño en controlar el sonido sólo con los dedos en el Mozart. Tanto es así que, si mi vista no me engañó, el pie izquierdo lo metió debajo del pedal. Supongo que fue para reprimir el natural impulso de pisarlo a la menor oportunidad. Pequeñas pinceladas con el derecho, eso sí, que circulan versiones por ahí en las que parece un delito meterle el "reverb".
Cuando comenzaba a pensar que era un poco exagerado no usar el pedal izquierdo para nada, más en esta Sonata, cuando ya había demostrado su habilidad y control 'digital', escuché un nuevo sonido y levanté la vista. Efectivamente, lo había reservado para el momento justo (no me preguntéis cuál porque me tendría que poner a revisar la partitura y ahora mismo me está cayendo algún que otro goterón de sudor a pesar de que en Andalucía están bajando las temperaturas; odio a los del tiempo).
Como ya sabéis que una idea lleva a otra, no pude dejar de recordar una anécdota que viví/sufrí en primera persona a causa del dichoso pedal. Sucedió en un cursillo en Sevilla, en el Conservatorio, que impartía Hans Graf. Era el primer día y a los alumnos activos nos subieron al escenario, allí sentaditos a la vista de todos los oyentes: sin presiones. El maestro preguntó si alguien quería comenzar y yo, con mi habitual gracia, señalé discretamente a mi amigo Antonio Victoria, en ese juego que siempre nos traíamos entre manos. Error de novato. El profesor Graf utilizaba ese truco tan simple para que la pelotita de la ruleta cayera sin esfuerzo en el pringado de turno. 'Moi'.
Así que, con los cachetes bien encendidos (nada original para los que me conocen), me dispuse a pelearme con la Tercera Sonata de Prokofiev, buena amiga de aquellos tiempos. Iba bastante seguro en lo que a tocar se refería pero mi carácter tímido chocaba con eso de ser el que lanzara el chupinazo. En fin, como en el trampolín, se toma aire, se cierran los ojos y se salta confiando que el agua siga allí cuando lleguemos.
Antes de finalizar la primera página me detiene (sin ayuda de la policía) y me hace una pregunta mirándome fijamente a los ojos: ¿por qué tienes puesto el pedal izquierdo? Otra cosa no, pero mi profesor ha sido exhaustivo al explicar el uso de los pedales, su funcionamiento, su mecánica, su resultado, su conveniencia, sus grados... Vamos, que la pregunta recaía sobre un experto. (Todavía me tengo que reír y a la vez me entra de todo). Le devolví la mirada con los cachetes a punto de ebullición y la cabeza a mil por hora, dilucidando pros y contras de la respuesta que debía dar.
Quizás él podría haberme echado una mano, pero claro, necesitaba de un pardillo que le diera pie a expresar sus conocimientos. ¿Y quién era yo para decirle a un profesor que no necesitaba su explicación? ¿Y quién era yo para negarle esa magnífica oportunidad de lucirse? ¿Y quién era yo...? Aún me da vergüenza repetir la respuesta pero os podéis imaginar que fue catastrófica, que sólo faltó oír el OHHHH del público, como en las series americanas, mientras se echan las manos a la cabeza. A Dios gracias que no existía YouTube.
Desde entonces llevo asociada esta imagen cada vez que oigo las palabras mágicas: pedal izquierdo. A pesar de las felicitaciones por la Sonata, la bronca que me gané fue monumental, mirada asesina incluida, que ya sabemos que los cursillos se inventaron para lucimiento de los profesores.
Hombre, no era para tanto. Total, ¿quién no se ha refugiado tras el pedal dichoso cuando está muerto de miedo?
¿Para qué lo inventaron si no?

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