miércoles, 8 de agosto de 2012

Confianza

Es inevitable seguir las Olimpiadas de Londres. Aunque no te guste el deporte, siempre hay una final con tirón, un español (o, mejor dicho, una española) dejando el pabellón lo más alto posible, o un partido del deporte que practicabas cuando joven.
Hay muchas similitudes en determinadas especialidades con el piano: horas interminables de entrenamiento/estudio, individualidad/soledad y, cómo no, el directo, la hora de la verdad. Me deja a veces una sensación de inquietud observar determinados comportamientos.
Vamos a fijarnos en primer lugar en la gimnasia, en concreto, el salto de potro femenino. Dos saltos, uno detrás de otro, en los que, tras una carrera potente, el cuerpo se eleva y gira para caer y clavarse en la colchoneta. En esta final, una de las chicas, canadiense, cayó mal y se hizo daño; aún así, intentó realizar el segundo aunque no pudo. Tanta preparación al traste en un instante. Pero lo que más llamó mi atención fue la actitud de la segunda clasificada, McKayla Maroney (USA), que perdió el oro tras ser penalizada por el culazo (perdón, pero cayó de culo) en uno de los saltos. Inconsolable. Pero era su cara de enfado (aunque fuese con ella misma), la poca deportividad que demostró a partir de ahí, los malos modos al no saludar a las otras medallistas... Me acordé de aquel concurso de piano en que una amiga no pasó a la final y lloró sin parar con una pataleta. Creo que esto se acerca más a la soberbia que al pundonor.
Quiero fijarme en segundo lugar en la relación con el entrenador: la concentración con la que salen también es inculcada y ensayada. No pueden permitirse una distracción ya que la prueba dura dos segundos. Apenas las dejan solas, les dirigen miradas tranquilizadoras y de ánimo, las consuelan ante el error y las abrazan con el triunfo. La verdad, no deja de ser un papel incómodo en cuanto que todo tu saber es exteriorizado por otra persona en la que tienes que confiar y a la que tienes que inyectar confianza.
Ya he hablado de esto nada más empezar el blog. Lo que ocurre es que, constantemente, me vienen a la cabeza los recuerdos de nuestro 'entrenamiento' como pianistas.
Y una última imagen (podría seguir con cada especialidad) es la de la natación sincronizada, medalla de plata también para las españolas. Las entrenadoras parece que se juegan algo más que la vida y esa presión la transmiten a las nadadoras que, finalizada la prueba, más que estar contentas parecía que habían ejecutado una venganza de sabor agridulce.
He visto pianistas, buenos pianistas, zapatear malhumorados mientras salían del escenario por haber errado un par de notas; he visto pianistas, buenos pianistas, llorar de rabia por observar cómo alguien tocaba mejor que ellos; he visto pianistas, buenos pianistas, venirse abajo por una mirada asesina de su profesor... ¿Sigo?
Tocar el piano no es que sea difícil, a veces me parece imposible. Ahora imaginad que tenemos que cargar con una mochila durante la carrera: ¿cuál elegiríamos, la de la confianza en uno mismo con enormes reservas de la que nos ha infundido nuestro profesor y nuestro entorno, o la de la inseguridad, igualmente personal y potenciada por el profesor, inagotable?
Si elegimos la segunda jamás lograremos nada. Por miedo y por insatisfacción. La primera nos hará felices, que no tontos, pues tan sólo sabiendo matizar y relativizar cualquiera de nuestros pequeños lapsus notaremos que somos pianistas completos al apreciar el todo, el conjunto de una vida.
Si tenemos la suerte de que nuestro profesor/entrenador/guía nos ha potenciado el optimismo y nos ha hecho fuertes, sabremos enfrentarnos a cualquier reto, que siempre será ilusionante. De lo contrario, el bloqueo mental será en poco tiempo insuperable y tan siquiera llegaremos a pisar un escenario por miedo a... ¿nada?, ¿fantasmas? De verdad, no merece la pena, tanta pena.
No estrechemos nuestro horizonte y confiemos en nuestras posibilidades, disfrutando antes, durante y después del concierto, si no parecerá que nos ha dado un berrinche inconsolable que, visto desde fuera, resulta incomprensible.
¿Habéis caído en la cuenta de que tocar el piano nunca debe ser contemplado como una competición...? 

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