domingo, 14 de octubre de 2012

Alto Standing

Estaba ayer mirando algunas páginas web dedicadas a la música cuando apareció ante mí una referencia al 3º de Rachmaninoff. Se trataba de la grabación en directo que, en 1958, se hizo de la final del Concurso Tchaikovsky, contando con la participación al piano de Van Cliburn (aquí podéis oír y ver la Cadencia del primer movimiento). Tenía 23 años. Los que ya hemos doblado esa edad vemos a los jóvenes como muy jóvenes, pero los que la tienen o están cerca para nada se ven así, sino mucho más maduros (al menos yo pensaba así a mis 23). Supongo que esa es la relatividad y no lo que dijo Einstein.
Leí la breve reseña biográfica que aparece en la Wikipedia y me llamó particularmente la atención el párrafo en el que menciona su actuación ante todos los presidentes de Estados Unidos desde Truman.
Ahí me vinieron a la cabeza ejemplos varios como el que ya cité de las actuaciones de Rostropovich ante la reina Sofía o del concierto de Reyes que se inventó Plácido Domingo para festejar el cumpleaños del rey Juan Carlos, al que poco o nada le gusta la música. También Pau Casals actuó ante la ONU y en la Casa Blanca para Kennedy.
Parece que hay una especial atracción por aparecer ante el poder, ante los poderosos, como si eso concediera un certificado extra de calidad. Yo me echo a temblar cada vez que me anuncian que va a asistir cualquier pez gordo al concierto. Entre las medidas de seguridad y la tensión que genera al personal parece que la música pasara al último lugar. En una ocasión prohibieron el acceso de mi mujer y mi hija al ensayo previo con una orquesta porque no estaban en el listado de músicos y sólo podían entrar los acreditados. A protestar, a llamar al superior, a recibir excusas, que si un exceso de celo, que si los nervios... ¡Cuánta chorrada! Ahora va a resultar que no somos todos iguales.
Todavía recuerdo un concierto en el que se esperaba la visita de un riquísimo y poderoso hombre de negocios (a mí me daba exactamente igual que viniera o que no pues iba a formar parte del público y nada más) y apareció rodeado ¡por cuatro guardaespaldas!
También me alucina el efecto en cadena que produce el anuncio de asistencia de alguien de arriba (no, Dios no viene a mis conciertos). Era en uno de esos festivales que se empeñan en nombrar a la reina presidenta de honor. Parecía que iba a asistir y, de repente, el teatro se quedaba corto para las invitaciones a cargos políticos, militares y civiles, siendo imposible conseguir una entrada normal. Ante la repentina suspensión de su real presencia, sin el más mínimo decoro por ninguna de las partes, las autoridades se relajaron y dedicaron la tarde a otras ocupaciones más productivas o, si no, más placenteras que tragarse un concierto de música clásica. Afortunadamente, quedaba el terreno, o sea, el patio de butacas, despejado para los aficionados de verdad.
Yo pensaba que Mozart y Beethoven habían marcado un antes y un después con respecto al vasallaje y la sumisión pero veo que no. Me entristece contemplar cómo se trata a grandes músicos como mercancía (de calidad, eso sí, que arriba sólo se consume en plan gourmet) y mucho más cómo ellos se prestan. Si los conciertos se desarrollan en los teatros o auditorios, pues que asistan como público, si quieren a su palco privado, pero que no den una imagen frívola de 'lo quiero, lo tengo' porque está de moda.
Eso no quita ser educados si vienen a saludar, que forma parte del juego social, pero sin perder de vista que hay un mínimo que respetar. Que asista tal o cual persona no debería ser el titular de la noticia en el periódico sino el músico que ha protagonizado el recital. Al menos, eso pienso yo. 

2 comentarios:

  1. Soy padre de un alumno de piano y disfruto mucho cuando hay una audición en el conservatorio. No se puede imaginar mucha gente lo que significa para un niño/a de 8 ó 9 años que le dediquen su atención un montón de adultos y que le aplaudan cuando ha terminado. No importa que se haya equivocado, lo importante es que se reconoce el esfuerzo que ha hecho. Las caras de los pequeños concertistas lo dicen todo.
    Lo que menciona en el artículo sobre la asistencia de "personalidades" a los conciertos de famosos, evidentemente forma parte de la parafernalia social, de la hipocresía de algunos comportamiento convencionales vacíos de contenido.
    Por desgracia, la mayoría de nuestra sociedad no sólo es incapaz de reconocer el esfuerzo, sino que, además de ignorante, no intenta conocer la cultura. Y ésto no sólo es aplicable a la música,también a la pintura, escultura, literatura, etc.
    En fin, "cosas veredes..."

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    1. Por eso es importante que desde pequeños, muy pequeños, nuestros hijos tengan contacto con todas las expresiones culturales, para que las consideren parte de ellos y las normalicen. Así no sería tan fácil prescindir a golpe de decreto de unas parcelas fundamentales para el ser humano.
      Creo que este papel le toca a los padres, sobre los que no paran de aumentar las cargas. Pero es mejor que uno mismo controle si quiere que el resultado sea bueno.
      Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.

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