domingo, 21 de octubre de 2012

Helarte por el arte

Cada día es más difícil abrir un ojo y salir de la cama o, en su defecto, levantar la cabeza del teclado para contemplar cómo discurre la vida. Uno de los efectos que más me gusta de tocar el piano es la sensación de evasión, de atemporalidad, de burbuja aislante. Tocando el piano nada existe fuera de él, los sentidos se van concentrando paulatinamente en la música hasta que dejamos de pertenecer al presente y nos trasladamos a otro mundo, a otra vida.
Me estoy cansando de que la actualidad marque el contenido de lo que escribo, pero, por otro lado, no puedo ignorar el camino que está tomando la cultura a manos de los cuatreros de siempre. Es el momento de los charlatanes, de los embaucadores, de los mercachifles, siempre dispuestos a usarnos, exprimirnos y desecharnos.
Aquellos que pretenden justificar los cambios que se están produciendo son los mismos que tenían en sus manos todo el 'negocio' del arte. Sólo pretenden seguir manejando a su antojo a todos los ilusos e ilusionados artistas, que se entregan sin reservas a unos especuladores que sólo miran por su ganancia. Las riendas siempre las llevan los mismos. Un pianista no quiere, por definición, saber nada de lo que ocurre en los despachos ni entre bambalinas. Un pianista está a lo suyo: a estudiar, a mejorar, a perfeccionarse, a disfrutar, a hacer disfrutar... Por eso ya comenté lo importante que es depositar la vida artística (tan difícil de separar de la otra) en una persona de absoluta confianza, y no es una frase hecha.
Estamos sufriendo las consecuencias de haber dilapidado una importante suma de recursos económicos durante bastantes años de bonanza. España pasó a ser una especie de paraíso donde todos querían venir a tocar debido a las elevadas sumas que se ofrecían. ¿Por qué? Porque estábamos en manos de catetos y mangantes. Catetos ('personas palurdas, torpes, incultas'), aquellos que sólo querían contratar nombres conocidos en el mundo mundial, cuanto más caro mejor, que preferían dos conciertos de postín al año a una temporada estable, con treinta o cuarenta actuaciones de igual o superior calidad pero menor brillo mediático, que hubiera creado una afición que estaría exigiendo continuidad; mangantes ('sinvergüenzas, personas que viven aprovechándose de los demás'), aquellos que hablan en nombre del pianista exigiendo cachés desproporcionados que el músico jamás ve, importándole poco o nada el desarrollo artístico o musical de una persona entregada a su arte.
Entre unos y otros hemos dejado pasar unas décadas brillantes en las que parecía que España iba a codearse con los países tradicionalmente culturales. La primera paradoja es que, si mi memoria no me falla, siempre han salido artistas en todas sus ramificaciones que han dado la talla y han paseado el pabellón con la mayor dignidad, con lo que no entiendo a qué seguir con el dichoso complejo que arrastramos desde el desastre del 98 (1898, ¿eh?).
Queramos o no, el arte es intocable pues el tiempo pone cada cosa en su sitio. De nosotros, a nivel individual y colectivo, va a depender que nos manejen o que podamos mantenernos en una actividad que va mucho más allá que de lo estrictamente económico. El patio está lleno de buenas ideas y de buenos intérpretes, así que siempre me resistiré a que el matón de turno no me deje hacer y dedicarme a lo en su día elegí, que es mi vida, y que tanto esfuerzo y entrega me ha costado. Y, por supuesto, a mi manera.

2 comentarios:

  1. Algunos de los que han venido a nuestro país, sólo lo han hecho con dos objetivos: atesorar fama y renombre internacional y llevárselo calentito. No han dejado casi nada, por no decir nada. Claro, que como muy bien dice el autor del artículo, los auténticos culpables son los "catetos" que se han metido en todos los charcos sin llevar botas de agua.
    Y me viene a la memoria un músico mundialmente famoso por mezclar música y política. Indudablemente es un gran músico, pero como él, al menos en mi opinión de aficionado, hay en España unos cuantos, no pocos.

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    1. La pena es haber desperdiciado muchos años de inversión que, al final, han resutado de evasión.
      Y por otro lado, los pesos pesados que, con edades muy avanzadas, siguen acaparando el grueso de los presupuestos, además de no dejar nunca sitio para nadie.
      Muchas gracias por su comentario.

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