miércoles, 10 de octubre de 2012

La fiebre

Siempre he pensado que los años de grandes atracones de estudio se deben a un ataque de fiebre, en sentido figurado, obviamente. Así se lo decía a cuantos pianistas futuros me preguntaban cuándo iban a despuntar o a superar cierto nivel. Mi respuesta era la misma: llegará un día en el que entrarás en un estado febril y sólo existirá en tu vida el piano; las horas pasarán volando, las partituras serán devoradas, no habrá compositor que no quieras conocer y se te olvidará que existen el día y la noche.
La única advertencia era que cuidaran de no excederse. Debería durar lo que el cuerpo pidiese. Es como en las películas, las caras llenas de sudor y la mente delirando, hasta que una buena mañana se oye el canto de los pájaros, alguien descorre las cortinas y volvemos a tener ganas de desayunar.
Si todo es natural, sólo conoceremos las ventajas de haber dedicado una buena temporada al estudio con las capacidades al máximo de concentración. Es el momento de aprovechar para hacernos con obras difíciles, muy difíciles, de completar grupos sueltos de piezas breves, de preparar varios programas aptos para el concierto, de arreglar las patas cojas de nuestro repertorio, de poner a prueba nuestra seguridad, de recoger obras antiguas y pasarlas por chapa y pintura, de escuchar múltiples versiones de una misma obra juzgando hasta la más mínima respiración...
Las fuerzas para mantener una actividad física y mental muy intensa salen de la juventud, con lo que veo fundamental que este periodo se pase durante esa edad en la que tenemos todo el tiempo del mundo para nosotros y no tenemos otra actividad que nos distraiga.
Por supuesto, dado que hemos realizado previamente nuestro Viaje Interior, calibraremos con exactitud el punto de partida y el de llegada, que no queremos que la fiebre deje marcas en nuestro espíritu.
Si alguien no sabe reconocer el límite, debe tomar medidas preventivas para no caer en el famoso tópico 'se pasó de rosca'. Llevo muchas entradas dedicadas a la salud mental de los pianistas y la conclusión es que el único remedio para no desvariar es compatibilizar el piano con la vida. ¡Es que el piano es mi vida! Como frase es muy bonita, pero como declaración se queda corta. Hay vida fuera del piano, hay personas, hay actividades, hay ocio, hay alegría, hay obligaciones. Sí, ya sé que también entran ganas de no salir del estudio para no ver cómo está todo, pero eso no puede ser. Tenemos que ser capaces de distinguir lo que nos quieren vender de lo que nosotros mismos somos capaces de construir y mantener. Ésta debe ser nuestra vida, la que creemos a nuestro alrededor, y no la que indiquen los periódicos o los Telediarios.

Por tanto, tengamos a mano la caja de Paracetamol por si el delirio nos hace perder la realidad y así bajar la temperatura a sólo unas décimas. Sólo hablo de aprovechar esa etapa maravillosa en la que la ilusión aún no ha empezado siquiera a empañarse y brilla en nuestro rostro cual enamorados. En realidad, un acto de amor.

6 comentarios:

  1. muy lindo, nos motiva a todos :)
    Georgina.

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  2. Qué bien lo cuentas, Alberto. Gracias por poner en el papel esas sensaciones que los que tenemos por el/la piano/música hemos vivido alguna vez.

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    1. Me alegra que te guste. Realmente son mucho más comunes de lo que podamos pensar y todos pasamos por lo mismo.
      Un cordial saludo.

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