miércoles, 20 de febrero de 2013

Egoísta

De toda la vida... yo, mí, me, conmigo. Me resulta casi imposible tener la cabeza despejada por la avalancha de noticias y sucesos que cada día nos invaden, queramos o no. Lucho como un desesperado por no mezclar las vilezas que a diario cometen los de arriba con el contenido musical que quiero plasmar en cada entrada. Pero ocurre que si no levanto la mirada ni despliego los pabellones auditivos es muy probable que la vida ajena a mí me pase resbalando..., hasta que se estrelle de frente contra toda mi anatomía.
Cuando hablo del pianista como un ser solitario, me gustaría pensar que es tan sólo una parte de su vida, algo así como una soledad necesaria, un aislamiento imprescindible para producir. El tiempo que pasamos en soledad es el que nuestro cerebro y nuestras manos están concentrados en el estudio, o sea, trabajando. Pasado éste, no veo motivo alguno por el que no podamos ser sociables e incorporarnos a la vida cotidiana.
En muchas ocasiones sucede que estamos mejor aislados que en grupo pues nos llueven problemas que, pensamos, no nos afectan. ¡Qué más me da lo que le pase al otro! Es su problema o, como se decía sin parar en la mili, ¡que se busque la vida! O como dice otra frase muy caritativa, ¡que cada palo aguante su vela!
Cada día que pasa me sorprendo por el contraste tan acusado de comportamientos y opiniones. Pasamos de contemplar un acto solidario que nos salta las lágrimas a mirar de pasada una brutal agresión, en cualquiera de sus acepciones o modalidades, sin siquiera pestañear. ¿De verdad somos como queremos ser? ¿Somos como queríamos ser? Algo está pasando en nuestra sociedad que no controlamos aunque nos creamos a salvo.
En mi vida musical creo que he sido generoso con los que me han rodeado porque si algo no tengo es vanidad ni soy ególatra. Esto no me ha quitado ningún golpe, más bien al contrario, me los he llevado y bien grandes. Son los que duelen por inesperados, por inexplicables. No es normal, al menos así lo entiendo yo, que si le das la mano a alguien sea para que te tire al suelo. Siempre he querido entender los motivos para que las respuestas fuesen las contrarias a las esperadas. Y sólo me sale uno: el egoísmo.
La nueva generación que viene empujando, la que se considera la más solidaria, tiene la obligación moral de desterrar el egoísmo. Lo ha recibido todo. Ha tenido acceso a una formación excelente, ha podido viajar por el mundo cómodamente a precios asequibles, se relaciona entre sí con pasmosa facilidad, tiene y cree en valores superiores, y, aparentemente, tiene las ideas muy claras. Entonces, ¿por qué vuelve la tendencia del avestruz? ¿Por qué la cabeza que tanto costó mantener alta se introduce tan fácilmente bajo tierra? Estar permanentemente conectados no es suficiente si los mensajes no son claros y contundentes. Se pasa, con poco criterio, de la alabanza al insulto, de levantar un ídolo a defenestrarlo.
Sé que pensar duele, que decidir en conciencia y no a conveniencia es difícil, pero también sé que 'hoy por ti y mañana también' sin pedir nada a cambio nos hace mejores. El mundo se está desmoronando y parece que no va con nosotros, tan ocupados con el estudio. Más nos valdría a todos empezar a plantearnos en qué casa vamos a hacerlo, qué trabajo digno vamos a encontrar para desarrollarlo, quién va a marcarnos los objetivos y, lo que es peor, cuándo llegará el día en que nuestra vocación, nuestra profesión, la Cultura, será apartada de lo que se considere útil y productivo por las grandes multinacionales, por los mercados.
Ahora sí quiero ser egoísta para defender aquello a lo que he dedicado mi vida, igual que me gustaría que lo fuera todo aquel que crea en algo más allá del dinero y del poder. Aunque suene contradictorio, la suma de todos estos egoísmos sería la muestra más grande de solidaridad jamás contemplada, y, quizás, la única salida.

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