domingo, 2 de marzo de 2014

Grand Piano

Anoche estuve viendo la película Grand Piano, y voy a aprovechar para comentar algunas cositas. Bueno, si podéis, echadle un vistazo para juzgar por vosotros mismos y así poder opinar.
Me gustó la elección del instrumento, un Bösendorfer Imperial, con 97 teclas y casi dos metros y medio de longitud. He tocado varios aunque el que más y mejor recuerdo es el de la Caja Rural de Granada, donde Juventudes Musicales celebraba casi todos sus conciertos. Siempre tenía que acostumbrarme al mirar hacia el extremo izquierdo, con esas nueve teclas de más de color negro. Era como conducir un camión de esos enormes, aparentemente muy pesados pero muy cómodos.
La escenificación del concierto me resultó cercana a una función didáctica en la que se va comentando con el público cualquier cosa, como si estuviésemos en el salón de casa. ¿Y por qué no? ¿Por qué tenemos que sufrir esa tensión añadida? ¿Qué hay de malo en presentar las obras o resaltar algún aspecto determinado? En cuanto empiece la música ya los sentidos se irán solitos a otro estado de concentración. En cierta manera, es similar al 'sacrilegio' del aplauso entre movimientos: ¿por qué no si al público le gusta?
Mi hija y yo nos mirábamos (y sonreíamos) cada vez que el pianista hablaba, vía pinganillo, con quien lo tenía enfocado a través de la mira telescópica de su rifle. Ya podía ser un pasaje lento, rápido o endiablado, que la conversación fluía como si delante, en vez de un piano, tuviera una taza de té. Si cuesta cantar cuando la melodía es distinta al acompañamiento, hablar sin llevar el ritmo es casi imposible. Igual son habilidades que podemos desarrollar, estoy seguro.
El punto que más jugo tiene es el del miedo escénico. Al parecer, el pianista llevaba cinco años sin tocar en público tras haberse quedado en blanco al final de una obra que sólo el compositor y él eran capaces de abordar, dada su dificultad: La Cinquette. Con toda la sorna, el interlocutor del pinganillo, o sea, el malo de la película, le dijo que ahora sí lo iba a sentir de verdad porque, si fallaba una sola nota..., moriría. Tras esas palabras amenazadoras, cualquier motivo para estar nerviosos queda relegado a la nada. Igual es una manera de relativizar esa lista interminable de miedos absurdos que nos bloquean y en demasiadas ocasiones nos impiden subir a un escenario. Se entendería que, ante un tiro entre los ojos, tuviésemos miedo, pero por nada más. Como está claro que nadie se iba a entretener en dispararnos, se acabó el miedo escénico. Terapia de choque que se llama.
Dentro de este juego, el director de la orquesta, para tranquilizar al pianista, le dijo literalmente: el público no se da cuenta si fallas una nota. Y lleva toda la razón, pero ni una, ni dos, ni muchas más. Ese asunto de la limpieza es algo personal, como un reto permanente que tenemos cada vez que tocamos. Pero si convertimos un leve roce o una buena 'gamba' en condiciones en elementos negativos, sólo iremos acumulando inseguridad para las próximas ocasiones. Todo el mundo falla alguna vez y, sabéis qué: no pasa nada. Lo importante es hacer buena música.
Y si tenéis ganas de verla, también podréis opinar sobre la colocación del piano detrás de la orquesta, bien en alto, a lo Lang-Lang. Y, lo mejor de todo, con partitura.
¡Ale!, a tocar y a disfrutar.


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