domingo, 30 de marzo de 2014

Camila

Uno de los muchos regalos que me ha ofrecido la vida en el campo ha sido, el más reciente, un nuevo miembro en la familia. En los primeros días de enero, de manera casi impulsiva y en una decisión instantánea, las mujeres de mi casa me convencieron para dar el paso. De esta forma, una criatura de mirada cautivadora (aunque ahora mismo, mientras escribo, tenga los ojos cerrados y la cabeza apoyada en la alfombra) ha venido a iluminar aún más los días con su sola presencia.
Camila es el nombre repetido cientos de veces y a diario por los tres, ya sea jugando o persiguiéndola para quitarle lo que sea de la boca. Sus orejas dan a su rostro una expresividad cambiante que sólo provoca risas. No hay mayor placer que posar la mano tras ellas, acariciarlas y notar cómo relaja todo su cuerpo hasta la tranquilidad más absoluta, reflejando la confianza que, sin duda, tiene depositada en nosotros.
Tiene cuatro meses y medio y roza los veinte kilos de peso, cuando la idea que se tiene de un cachorro es de una bolita tierna y peluda que cabe en las manos. Ella no, ella no hace más que crecer y fortalecerse. No ha dejado de mudar sus dientes, pequeñitos y afilados, y ahora luce una dentadura que se afirma con cada día que pasa. Nos gusta poner nombre a las posturas que adopta mientras duerme, siendo las preferidas el modo 'croissant' y el modo 'Cordero de Dios', fieles reflejos de su significado más literal.
Su entrada en casa estuvo acompañada de cierta tristeza en sus andares y en su expresión. Se acababa de separar de su madre y de una hermana mayor, que también nos contaron que estuvieron cabizbajas unos días. Pero todo cambió en el momento que se paseó por delante del piano vertical, lacado en negro. Su oscuro reflejo hizo que se activaran todos sus sentidos y su breve pesar se transformó en ladridos menudos de los que no podíamos dejar de reírnos.
Casi lleva tres meses con nosotros y es como si hubiese existido siempre. Su porte es precioso y da muestras de su nobleza. Aún no he dicho que su raza es Mastín y que, aunque es de Beatriz, mi hija, en la práctica es de todos. El espectáculo de verla galopar sobre el trigo verde, que potencia su color hasta volverlo casi blanco, es un deleite para sibaritas y un gozo para el espíritu.
Lo que no tengo claro es si la estamos educando o es ella la que nos está acomodando a su rutina. Sus recibimientos son tan espectaculares y tan cariñosos que te hace olvidar lo que llevas en la cabeza. Si está dormida, pasa de inmediato a la carrera al oír la puerta y su rabo comienza un balanceo que, debidamente canalizado, podría generar energía para la casa entera.
Y en cuanto a nuestra música, la lleva bastante bien pues nos acompaña con sus aullidos, lo que garantiza la diversión.
Ésta es Camila, nuestra Camila, de quien ya no podemos prescindir. Y he querido escribir sobre ella para devolver la 'pelota' a mi querido amigo Jacobo Núñez Patiño, que hoy me ha hablado de 'Blacky'.

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