miércoles, 21 de mayo de 2014

En ruta (II)

Es magnífico esto de desviarse del camino al concierto para descubrir nuevas experiencias y adquirir conocimientos in situ. Así, la obligación se refuerza con la devoción. Si tengo que recorrer casi trescientos kilómetros a la ida, tocar y volver con el coche la misma distancia, qué menos que poder tener un intervalo de descanso y de entretenimiento que dé mayor sentido si cabe a esta profesión.
Ayer volvió a ocurrir: mi nunca bien ponderada acompañante me propuso adelantar la salida para que todo fuese más relajado y lúdico. Además, el día amenazaba lluvia, con tormentas incluidas, y era mejor no tener que poner a prueba los nervios en la carretera. Como aperitivo, nunca mejor dicho, hicimos un picnic ante la Laguna de Medina, que nos gusta mucho aparcar en medio de la nada y dar cuenta de los manjares. Afortunadamente, la lluvia anunciada por los cada vez menos precisos meteorólogos, no se vislumbraba por ninguno de los puntos cardinales. Mucho mejor.
Puesto de nuevo el morro del coche en dirección sur, llevábamos un objetivo preciso aunque abierto a la improvisación (no me refiero al concierto; eso a su debido tiempo). Resulta que Beatriz tuvo conocimiento de que una espía inglesa había residido durante casi cincuenta años muy cerca de Gibraltar. Esta señora no era otra que la que aparece en la novela de María Dueñas El tiempo entre costuras y que vivió de primera numerosos acontecimientos de gran importancia en la historia. Su nombre, Rosalinda Powell Fox.
¿Sabéis lo que significa la expresión dicho y hecho? Pues así se vive con Beatriz. Guadarranque casi ni viene en los mapas. No sé si es un pueblo en sí, una pedanía de San Roque o simplemente un grupo de casas que dan a la playa y a la desembocadura del río del mismo nombre. Desde luego, en los años en los que Rosalinda se instaló, un verdadero paraíso. Ahora ya no tanto porque, según dicen, Franco quiso colocarle delante el inmenso monstruo (aunque bello, según se mire) que es la refinería Cepsa. A la vista perdida, había que añadir la contaminación y el ruido constante las veinticuatro horas del día.
La casa está bastante deteriorada y eso que murió en 2006, con noventa y seis años. Si de mí hubiese dependido, unas fotos y listo. Pero Beatriz, antes de que te des cuenta, ya está llamando a cualquier puerta en la que se aprecien signos de vida y charlando amigablemente, como de toda la vida, con cualquiera que pueda suministrarle la más mínima información, por muy reservada que ésta sea.
Salimos de Guadarranque con media biografía y el dibujo detallado de la personalidad de Rosalinda, gracias a las confidencias de personas que trabajaron para ella o fueron sus amigas. Nos enteramos del desmantelamiento de todos los enseres de la casa (muebles fabulosos y una inmensa biblioteca). Supimos que sus cenizas reposan en el jardín. Nos enteramos de los planes que tenía de habilitar un hotel a pie de río. Y constatamos que su casa debió ser un refugio y lugar de paso de lo mejorcito del mundillo durante la guerra fría y caída del muro, entre otras cosas por la distribución, llena de recovecos, escaleras secundarias y habitaciones ocultas.
Ahora sí, salimos de allí y a tocar, que se supone que ése era el motivo de la escapada.

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