jueves, 26 de enero de 2012

Repertorio (I)

Hace años, un técnico de cultura me dijo que iba a presentar a su concejal la bandeja de mariscos para que eligiera..., y yo no lo entendí. A la vuelta me explicó que se trataba de la programación para ese trimestre, aclarándome que ése era el criterio de dicha lumbrera. Quiero decir con esto que cuando pensamos un programa para un recital debemos tener claro dónde, para qué y para quién lo estamos presentando. Admito ya las discrepancias, incluidas las mías propias.
Cuando somos jóvenes e idealistas imaginamos, al desglosar las maravillosas obras que llevamos estudiando tanto tiempo y que hemos hecho nuestras, la reacción en las caras de nuestros interlocutores que, boquiabiertos, caerán postrados ante nosotros e iniciarán cantos de alabanza. ¡JA! Muchos de ellos no sabrán ni pronunciar los nombres de los compositores. Otros pedirán incluir en el programa obras orquestales (del corte de Las Cuatro Estaciones). Incluso las peticiones pueden llegar al amplio abanico de los 40 principales. Pero no nos desanimemos. Hemos de desplegar el capote y empezar la lidia.
Me doy cuenta de que este tema da para varios capítulos porque, si no, podría alargarme en exceso. Así que hoy dedicaré mis comentarios a la relación programa/público. Me ha costado años entender que el nivel que alcanzamos en el conocimiento de las obras, de los estilos y de los compositores mismos, es un aprendizaje personal. Nuestro trabajo como concertistas es hacerlo, además, transferible. Y ahí nos topamos con la realidad. Por definición, voy a considerar público a todo aquel que disfruta con la audición musical (lo que podría excluir a los propios profesionales). Bromas aparte, no podemos considerar público general a dos o tres pianistas que se pasen a oírnos pues sería un porcentaje ínfimo (si pensamos en que quien toca es Sokolov, seguramente se invertirían los términos). O sea, que vamos a tocar para gente melómana, aficionada, bien dispuesta a disfrutar, pero que igual no llegan a distinguir matices a determinados niveles. De momento, podemos incluso tocar más tranquilos. Acto seguido nos planteamos qué música les podría gustar más. Me cansa ya tanto erudito para quien la única posibilidad comienza en Schoenberg. Me cansan los que dicen que al público hay que educarlo. Me cansan los que rechazan de plano las obras que han sobrevivido durante siglos y continúan vigentes. No soporto a los que, sin haber dado ni un solo concierto en su vida, se encumbran en la cúspide del saber.
Pienso que hay que ser inteligentes y saber ligar nuestro gusto personal con la demanda del público y de los contratantes. Si hacemos la integral de Preludios de Debussy en un pueblo de mil quinientos habitantes donde éste va a ser el primer concierto de piano en la historia de la villa, es factible pensar que el éxito no va a estar garantizado. Pero si nos morimos por Debussy, igual podemos tocar una pequeña selección junto con otros autores. Lo que viene siendo una de cal y otra de arena.
Cada uno es muy libre de ofrecer lo que le venga en gana, no voy a ser yo quien lo detenga. Pero, ¿quién no ha sufrido recitales soporíferos o infumables? Aunque no queramos reconocerlo, un concierto no deja de ser un espectáculo y su primera función es entretener. Ser raro no es mejor. Ser extravagante no aporta nada. Pensemos primero en las obras que nos gustan y seleccionemos después las que tendrán mejor salida. Ya vendrán ocasiones en las que mostrar toda la variedad de estilos de la que somos capaces.

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