miércoles, 12 de septiembre de 2012

Disponible

Como todos los años, estas fechas son de cierta vorágine. Es una costumbre instalada que el verano sea un periodo ocioso y no voy a ser yo el que lo critique. Todo lo que podamos echarnos al cuerpo de relax, disfrute, tranquilidad y diversión bienvenido sea, que la vida es corta.
Ahora bien, existe un pequeño inconveniente en el mundo de la cultura y más para el concertismo: el tiempo de parón es excesivo. Me explico. Prácticamente podemos ceñir la temporada de conciertos al curso escolar. Durante el verano se transforma en Festival y aire libre, aunque escasa. Pues bien, rellenar una agenda y cerrar fechas es algo que todavía se hace a plazo medio y corto. Salvo excepciones de grandes representaciones operísticas, orquestas de renombre y solistas galácticos (Ronaldo y Messi no cuentan), que han de fijarse con dos o tres años de antelación, los auditorios presentan antes del verano sus programaciones con algunas de las fechas abiertas. El resto de entidades, sociedades y demás, suelen programar trimestralmente, con oscilaciones de un mes más o menos.
¿Por qué cuento todo esto? Porque con este sistema es difícil que la agenda sea estable. Más bien es una completa anarquía. El concertista está a la espera de la confirmación de las fechas encerrado en su estudio, para estar preparado. Con todo el repertorio listo, las propuestas enviadas y el teléfono pidiendo un respiro (viva la tarifa plana), sólo queda cerrar la fecha.
Cada vez que alguien me va a decir un día para celebrar un concierto le digo 'dispara', como si tuviera una diana por delante en la que acertar en vez de un planning anual. La larga experiencia me permite estar tranquilo pues, milagrosamente, todo acaba cuadrando. Pero hay que hacer verdaderos juegos malabares para no acabar mareado con tanto ir y venir.
Esta disponibilidad absoluta fue la que me llevó hace veintiséis años a abandonar mi plaza en el conservatorio. Fue una decisión difícil, muy difícil. Sólo tenía ilusión, una mujer estupenda para quien la palabra miedo no existe y una hija de un año en el mundo. Necesitaba estar dedicado en exclusiva por varios motivos: el primero y fundamental era el de incrementar y estabilizar las horas de estudio, que los conciertos y los concursos no se preparan con un repasito; el segundo era sentir y vivir como un concertista, sin distracciones ni otras ocupaciones; y el tercero, que enlaza con lo expuesto más arriba, era poder estar disponible para cualquier oferta sin que nada ni nadie me pudiera poner traba alguna.
Aún tengo el arañazo en mi armadura (recordad la entrada "La armadura abollada") de una compañera que me quiso denunciar en la Delegación de Educación por dar conciertos: ¡otra pianista! Cuando vives la música intensamente no puedes perder energía ni tiempo con la envidia de los demás ni con los recelos. Mucho menos puedes permitir que un funcionario, gris, anónimo y aburrido (por ser suave), tenga en sus manos el poder de concederte un permiso o no.
Si quiero ser concertista tengo que lanzarme a la piscina. No puedo nadar con un brazo en el agua y una pierna corriendo por el suelo. No puedo rechazar una fecha por tener otro trabajo. No puedo renunciar a una gira, aunque sea breve, porque no me autorizan las faltas. No puedo estudiar a medio gas por tener menos tiempo y menos ganas por culpa de otro trabajo.
Ser concertista ya es un trabajo, por si no lo había dejado claro hasta hoy. Y como tal trabajo, como todos los trabajos, tiene sus pros y sus contras. Y..., un momento... ¿Hemos estudiado tantos años, y los que nos quedan, para...? ¿Yo soñé alguna vez con...? ¿Mi vida la maneja...?

Aunque nos tachen de locos, de temerarios, de inconscientes, somos justo todo lo contrario: cuerdos y responsables, inteligentes y audaces, capaces y valientes. Que no hemos decidido vivir en Marte, que sólo queremos tocar el piano... y que nos dejen hacerlo en paz.

2 comentarios:

  1. guau me encanto tu relato... me senti identificada con vos.. yo tambien dejaria todo por "solo" tocar el piano.. pero en verdad es dificil

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  2. Sí, es difícil, pero no tanto como parece. Y la recompensa es enorme. Yo me puse un plazo razonable para intentarlo, de tal manera que, si no lo hubiese conseguido, al menos podría decirme a mí mismo que lo intenté. Creo que es más difícil vivir con la duda de qué habría pasado.
    Mucho ánimo y gracias por comentar.

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