miércoles, 2 de enero de 2013

Música viva

Por razones familiares, he hecho una excepción y me he tragado el tradicional Concierto de Año Nuevo, que llevaba lustros sin ver ni oír. No es que esté en contra sino que son ya muchos años de más de lo mismo y directores-vedettes dándolo todo.
Así que, como si de una novedad se tratase, planté mi cuerpo, no especialmente cansado, frente al televisor. Poco a poco, conforme me iba apagando, comencé a crisparme. ¿Es posible que tanto derroche, tanta publicidad, tanta difusión, tanta erudición y tantas lecciones que nos dan desde las alturas se traduzcan en un aburrimiento mayúsculo de efectos soporíferos? ¿Es posible que este espectáculo pueda producir un aumento en el número de aficionados?
Creo que culpar al director es lo justo ya que la orquesta siempre ha dado buenas muestras de eficacia y, siendo así, lo único que hace es traducir las ideas del que se pone al frente ad maiorem Dei gloria (entendiendo aquí a Dios como a ellos mismos). Franz Welser-Möst, austriaco, me ha puesto a reflexionar sobre lo fácil que es cargarse un concierto. Me ha hecho gracia leer su relación con el repertorio tradicional vienés: una de sus bisabuelas era hija de la familia propietaria del Café Dommayer, de rancio abolengo en Viena, donde se estrenaron muchas obras de la dinastía Strauss y de Josef Lanner. Cuando encuentro un comentario de este tipo siempre me viene a la memoria una compañera de colegio de mi mujer, reprendida por una profesora, hija del escritor José María Pemán, a quien se le suponía el nivel literario por el parentesco, a lo que dicha estudiante respondía que su padre era taxista y ella no sabía conducir...
Reconozco que no he escuchado otras grabaciones de este director e igual estoy cometiendo un sacrilegio descomunal. Es lo que tiene la incultura. Pero sí puedo juzgar lo que he presenciado y ha sido una orquesta desmotivada, muy aburrida. Las frases eran planas, los tiempos muy lentos, los crescendos casi inexistentes, las culminaciones repentinas y sin preparación, los aplausos más bien tímidos y hasta los comentarios de nuestro docto y experimentado José Luis Pérez de Arteaga se quedaban en blanco por momentos, creo yo que para no opinar abiertamente, por prudencia benévola dada la fecha.
Entre los muchos y buenos propósitos que nos hacemos cada vez que empieza un año, nosotros, los pianistas, debemos poner en los puestos de cabeza que nuestras interpretaciones musicales sean lo más honestas y sinceras posibles. ¿Para qué? Para que la música sea el motor de nuestro esfuerzo, para que la música guíe nuestro estudio, para que la música sea la meta, para que la música permanezca por generaciones, para que la música, al fin, esté viva. Si ignoramos deliberadamente nuestra responsabilidad cada vez que nos ponemos delante de un público, la llama de la que somos sólo transmisores puede que acabe apagándose, si no del todo, lo suficiente para que deje de alumbrar.
Por eso me malhumoro cada vez que contemplo cómo los 'dioses del Olimpo' están más preocupados por su imagen televisiva que por insuflar imaginación y fuerza a las obras que tienen en sus manos.
¡Viva la música viva!

2 comentarios:

  1. Me alegro coincidir contigo, aunque mi percepción sea la de una lega en materia musical. Así que, con tu venia, me reafirmo en lo dicho ayer: Una pesadez de concierto. Un beso

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    1. Nos toman el pelo constantemente y nunca pasa nada, así que, por lo menos, el pataleo.
      Un beso muy fuerte de Año Nuevo.

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