domingo, 17 de marzo de 2013

Un paraguas, por favor

En estas semanas he pasado por unas cuantas salas, tocando solo, a dúo con mi hija, o acompañándola a ella como solista. Hay meses en los que se acumula el trabajo y otros en los que hay más distancia de una actuación a otra. Suele ser difícil de controlar que la agenda esté al gusto de uno, por lo que lo mejor es adaptarse y organizarse, sobre todo en el estudio. Nada nuevo.
El recibimiento suele estar a cargo de uno de los organizadores, con quien ya hemos tenido las conversaciones previas en cuanto a las necesidades del concierto. Todo es amabilidad y buena disposición para solucionar esos pequeños ajustes de última hora. Además, está el técnico de sala, que se encarga de la iluminación, sonido si hiciera falta, telón, camerino... El contacto con estas personas siempre es cordial e incluso amistoso si son conocidos.
Pero ocurre que, como personas que son, puede que tengan un mal día o, simplemente, tengan que realizar su trabajo fuera de horario, o como horas extras que no van a ser remuneradas, o han tenido que cambiar el turno sí o sí. En fin, que al igual que todos nosotros, la vida cotidiana interfiere en el trabajo y no siempre somos capaces de llevarlo con la misma soltura.
Por mucho bagaje que tengamos nos suele acompañar una carga, más o menos pequeña, de tensión. Son muchos los factores que influyen y a veces ni siquiera son psicológicos sino tan simples como llevar tres o cuatro horas conduciendo. Cuando atravesamos el umbral del teatro vamos adelantándonos a lo que queremos encontrarnos dispuesto y eso ocasiona pequeños desajustes en el tiempo, lo que viene a ser una inmensa tontería si no tuviésemos la mente puesta en el concierto. La más mínima pega puede desembocar en más tensión.
Cuando se unen la desgana o la hosquedad del técnico con nuestras necesidades sin satisfacer podemos llegar a un forcejeo verbal que hay que evitar como sea. La diplomacia, la experiencia, la educación, una palabra amable o un gesto amistoso nos pueden salvar la situación. Realmente no sabemos nada de la vida de esa persona y, aunque no debería mezclarla con nuestro trabajo y el suyo, repito que somos humanos, todos.
Es el momento de tener las ideas claras y dar unas breves pero precisas instrucciones acerca de lo que necesitamos, haciendo valer nuestra voluntad sobre una visible chapuza. Si nos ven dubitativos, débiles o temerosos, es probable que pasen olímpicamente de nosotros. Una orden dada sin alterarse, con la mejor de las sonrisas, con conocimiento de causa y, por supuesto, con un por favor al final de la frase es la mejor solución a este par de minutos de desconcierto. Si nos expresamos con claridad esta persona reaccionará positivamente y dejará sus preocupaciones de lado para hacer lo que sabe.
Puede parecer algo muy simple, pero en los momentos previos a un concierto tenemos que huir de cualquier sofocón, que cuando un músico sale malhumorado al escenario se le nota desde el primer paso a la última nota. Y si un intérprete debe transmitir, por definición, este estado de ánimo también se cuela en las ondas y llega a las butacas, que es lo último que deseamos.
Al final, un buen apretón de manos, un gracias sincero y un hasta la próxima borrarán la imagen de una situación que ya ni siquiera sabemos si realmente se llegó a producir.

2 comentarios:

  1. Otro consejo que me tomo la libertad de aceptar aunque en mi vida vaya a dar ni solo un concierto y mucho mejor que jartarse de valeriana
    Besis

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  2. A ver si nos vamos relajando todos un poquito, que ya está bien de tensiones.
    Un beso.

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