miércoles, 5 de junio de 2013

Original y copia

Me gustan las partituras. Mucho. Su color, su diseño, su tamaño, su tacto y, cómo no, su contenido.
Cuando mis estudios fueron avanzando, el momento de recibirlas por correo suponían un auténtico placer. Incluso una sorpresa ya que, a veces, el envío no se correspondía exactamente con lo pedido y aparecía ante mí, por obra y gracia de un anónimo partiturero, alguna otra obra que, por supuesto, jamás era devuelta.
Me gustan las partituras, pero no todas. Reconozco que es algo muy personal, casi irracional, que debería darme igual, pero no logro superarlo. Me pasa cuando he usado durante años una determinada edición y la comparo con las que continuamente publican con la excusa de una nueva revisión por tal o cual eminente musicólogo y/o pianista. No puedo. Quiero la portada original, con su color original, con la tipografía original, con el tamaño de las cabezas de las notas original, con la maquetación original, con el gramaje del papel original. No quiero una 'copia' con sabor a falsificación. Lo sé, debería importarme el contenido y no el continente, pero es lo que hay.
En especial tengo un inmenso problema con las nuevas (en términos relativos) ediciones Urtext. ¿Por qué lo cambian todo? ¿De verdad eran así? No soporto que me cambien las notas de sitio, que algún pianista decida que su arreglo o distribución es mejor. Una casa editora de reconocido prestigio, como es Henle Verlag, logra marearme a base de jugar al escondite en este sentido y debo recurrir a otras versiones para leer aunque use ésta como referencia indiscutible. Y que conste que conservo como un tesoro, por ser la primera que tuve, su publicación de las Sonatas de Mozart, entre otras muchas.
Cuando una de mis partituras se vuelve reliquia, intento conseguir la misma pero nueva, para no sufrir estos cambios caprichosos (supongo que será lo de la memoria espacial y que la vista va directa al sitio que recuerda): misión imposible. Que si descatalogada, que si agotada, que si revisada, que si reeditada... Mucho cuento para disparar el precio y reducir la calidad.
¿Qué ocurre ahora? Pues que, a base de comprar partituras cada vez más deficientes, incluso escasas de tinta, que ya es el colmo, recurrimos a la fotocopia (no puede ser que dos páginas tamaño A3 cuesten diez euros por la cara, sean de quien sean). Es verdad que el huevo fue antes que la gallina, o sea, que hemos estudiado muchas obras sobre fotocopias para, finalmente, hacernos con el tomo adecuado. Y, por otro lado, gracias a páginas del tipo IMSLP, nos saltamos el trámite de hacer ningún pedido pues nos limitamos a imprimir como bellacos (venga a gastar tinta negra). 
Es el momento de hacer una defensa de la partitura, del libro. Vamos a pasar muchas horas de nuestra vida volviendo unas páginas que contienen algo que nos apasiona. Muchas de las obras de estudio son fragmentos de una colección mayor y si sólo conocemos las cuatro páginas que nos tocan para la clase difícilmente vamos a poder aventurarnos en terrenos por explorar (un volumen de Sonatas o de Preludios, por ejemplo). Cuando empezamos a acumular un número considerable de ellas, las ordenamos (porque las tenemos ordenadas, ¿verdad?) en una estantería exclusiva y da gusto contemplar cómo crece, incluso se abarrota.
Igual estaría bien que los alumnos empezaran a conocer que existen infinidad de editoriales, que no son todas iguales, y que no es de recibo que aparezcan en clase con dos folios enrollados, arrugados y aplastados, por mucho que, repito, lo importante sea el contenido.

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