miércoles, 28 de agosto de 2013

La fusta y el azucarillo

La imagen más recurrente que tenemos de un jinete y su caballo es la de darle un azucarillo o similar tras un esfuerzo o un logro. Lo mismo sucede con los perros o cualquier otro animal que intentamos domesticar, que premiamos la consecución del objetivo e incluso su intento.
Lo que no nos cuentan, por ejemplo, es que durante una competición hípica, el jinete propina más de ochocientos golpes de fusta a su montura a fin de sacarle el máximo rendimiento. Impresionante, ¿verdad?
¿Y los pianistas? ¿Cuántos golpes de fusta recibimos? ¿O cuántos azucarillos derretimos en el paladar? Estoy convencido de que aquí radica la sustancial diferencia entre un pianista feliz y uno no tanto (no voy a decir amargado para no venirnos abajo). Pensaba en esto por la fecha en la que nos encontramos. Aunque el calor no nos abandone, el curso se aproxima e igual alguien que lea esto se plantee poner en práctica una táctica más positiva.
Sé que no es fácil, sé que anda el personal muy quemado, sé que hay demasiado ruido que no nos deja centrarnos en nuestra labor, pero la misión de un educador, de un docente, es potenciar y multiplicar las cualidades del alumno. Si nada más comenzar el año lectivo comenzamos con malas caras, con indiferencia, con apatía y con una buena bronca porque el verano se lo han pasado en grande y no han cogido el piano para nada (pura envidia), el estímulo va a ser muy parecido a una tanda de fustazos.
También diré que el alumno tiene que poner de su parte, que la ciencia y el arte no entran por ósmosis y hay que sudar un poco. Lo menos que se le puede exigir es que mantenga intacta la ilusión y las ganas de aprender y avanzar, más que nada para no dar motivos para el párrafo anterior.
Igual este curso se puede probar la táctica del azucarillo. Nadie me convencerá de que se puede sacar más de una persona por las malas que por las buenas. Jamás. Igual se puede crear un ambiente más sano, más alegre, más positivo. El esfuerzo en el estudio tendrá que ser el mismo pero está demostrado que cuando se hace el trabajo con ganas se logra un mejor objetivo.
El aula podría ser ese lugar al que estuviésemos deseando acudir todos, los alumnos y los profesores, que la enseñanza cuando satisface no tiene  comparación. Sé que, por principio, todos queremos que esto sea así pero la vida y sus avatares nos impiden llevarlo a cabo. De ahí que el esfuerzo y el empeño vaya en esta línea para, al menos, tener un tiempo y un espacio en el que el diario tenga sentido.
Estaría bien probar el resultado de dar azucarillos y tirar la fusta. A lo mejor nos encontraríamos con alguna sorpresa. A lo mejor tocar el piano se convertiría en estimulante. A lo mejor los alumnos no abandonarían sistemáticamente la carrera. A lo mejor los profesores estarían contentos por comenzar un nuevo curso tras unas merecidas vacaciones. A lo mejor la enseñanza no dependería de los disparates cometidos por el ministro correspondiente y estaría en manos de los que la ejercitan día a día. A lo mejor nos encontraríamos satisfechos de una vez por todas.
Lo único que sé seguro es que mi recuerdo de la fusta no es bueno y que nunca sirvió para hacerme mejorar porque eso ya lo traía yo de fábrica.

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