miércoles, 23 de octubre de 2013

De noche

Con sólo cuatro días de diferencia, he tenido que recorrer dos distancias muy similares, de algo más de seiscientos kilómetros ida y vuelta, pero en condiciones muy distintas.
Nos ponemos en marcha con la suficiente antelación para llegar al destino sin prisas y poder estirar las piernas un poco así como calentar las manos y probar la acústica. Tarde soleada de viernes, comienzo de fin de semana, con atasco coordinado exactamente para atravesar Sevilla. Como mi hija insiste en conducir a la ida, en esas horas posteriores a la comida en la que los párpados pesan lo suyo, yo estoy encantado. Beatriz, de quien ya comenté que es la mejor copiloto, le hace el recorrido lo más ameno y entretenido posible. Mientras, coloco mi organismo en modo ahorro y me hago invisible. Así da gusto, la verdad.
La vista del mar siempre es recibida con alegría, que parece que tenemos agua salada en las venas. Afortunadamente no hay excesiva humedad y las manos no están tan pegajosas como suelen en estos ambientes. Pedazo de concierto, todo hay que decirlo aunque suene inmodesto, de nuevo con mi obra sobre El Principito, para violonchelo y piano. Y a la vuelta, cojo yo el volante para que mi hija pueda comentar (vía teléfono móvil) con media humanidad (millón arriba/abajo) lo guapa que estaba y lo bien que ha tocado.
La luna está, más que llena, rebosante. Apenas una nube en el cielo y podría conducir con las luces apagadas (locura que ya probé en esos años en los que el peligro no se siente). El camino entre montañas se llena de sombras azules. Así podríamos rodar toda la noche. Un placer único.
Ayer martes la dirección era hacia el interior, hacia otro mar, el de los verdes olivos. Con los mismos preparativos y el mismo atasco (¿para cuándo la SE-40?), enfilamos la A-IV con el limpiaparabrisas sin dejar de funcionar ni un solo segundo. Lo más incómodo de todo son los camiones que, aunque sea autovía, levantan cortinas de agua que el viento se encarga de acrecentar. Pero ahí está mi hija, cual brava timonel amarrada a su timón, manteniendo el rumbo impertérrita.
No voy a ser pesado con que mi obra gusta y el público sale emocionado. Eso sí, los piropos a la violonchelista fueron incesantes. El regreso sé que va a ser más difícil. La lluvia no es tan fuerte pero no cesa. Un buen tramo de casi cien kilómetros es de carretera secundaria y apenas se ve ni la pintura del asfalto. Para colmo, todo son curvas y cuestas. Los cuatro ojos de piloto y la copiloto vigilan sin descanso en busca de bolsas de agua (que las hubo) y de escorrentías con barro. Conforme nos acercábamos a casa íbamos dejando atrás la borrasca. Hora de poner música y relajar los hombros. Rodar toda la noche así sería bastante más difícil y cansado.
Pero estas cosas no se piensan. Al concierto se va y se vuelve, forma parte del trabajo. Forma parte de esta vida.

2 comentarios:

  1. Tenéis alguna grabación de la obra o algún video en youtube? me gustaría escucharla.

    Un saludo.

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    1. Perdona el retraso en contestar pero apenas he estado en casa. En la cabecera del blog hay una página para la obra donde puedes escuchar el último número, que es como una rapsodia del conjunto. De momento no la subo a YouTube pues la estamos tocando en concierto y prefiero que la gente vaya a oírnos en directo. Más adelante es posible.
      Un cordial saludo.

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