miércoles, 15 de enero de 2014

Sacrificio

Joaquín Petit, presentador de televisión y productor, con quien ya había grabado un programa monográfico dedicado a Manuel de Falla y presentado por Rafael Alberti, me llamó a casa porque tenía en la cabeza realizar otra tanda de conciertos televisados. Me pidió música de cámara, más concretamente, un trío. En ese momento sólo tenía dúos (violín, violonchelo, voz, oboe y flauta), así que, tuve que idear una nueva formación con la que pudiese ensayar sin problemas y que tuviese cierta originalidad y atractivo. Además, el repertorio debía ser anterior al siglo XX para no generar derechos de autor, por aquello de economizar.
Al final pude concretar un grupo de flauta, violonchelo y piano, con el que interpretaríamos varios Tríos de Joseph Haydn. Dos buenos amigos se mostraron encantados y nos pusimos manos a la obra (o debería decir a 'las obras'). Parecían más fáciles en el papel, ya sabéis, esa eterna trampa del periodo clásico, todo claridad.
Cada uno tenía su trabajo y otras ocupaciones, por eso teníamos que recurrir a matinales y a fines de semana. Sacar tiempo al tiempo.
Uno de los días coincidió que el violonchelista venía con la cabeza saturada por la responsabilidad de su profesión y, tras varias horas tocando, encontró bastante alivio aunque no el suficiente. Me miró con una sonrisa socarrona y me invitó a comer por ahí (el flautista tenía otros compromisos). Imposible rechazar la propuesta.
Dicho y hecho. Nos subimos a su coche, que parecía saberse el camino de memoria, y en unos cuarenta minutos llegamos a una venta en la carretera que une Medina Sidonia con Paterna de Rivera. Estábamos prácticamente solos y más que me dejó porque desapareció en la cocina. Previamente me había preguntado si me gustaba la carne, asintiéndole con un buen crujido de estómago. Volvió en unos minutos, también salivando, y aprovechamos para dar cuenta de una ensalada tamaño familia numerosa. Al poco veo acercarse a la camarera, resoplando y mirándonos con cara de espanto. Traía una fuente en cada mano, que colocó con dificultad ante nosotros, y ahí la cara de espanto fue la mía. Rebosando el plato yacía (nunca mejor dicho) un chuletón tamaño brontosaurio.
Mi amigo había elegido con el cocinero la pieza de carne a cortar, marcándole el grosor. Un kilo y cuarto cada chuleta. Lo miré, sonrió y me aconsejó comer despacio pero sin miedo. Hasta hoy conservo este récord pues no me he atrevido a superar la hazaña, ni siquiera a repetirla. La fuente de patatas fritas hubiera dado de comer a un colegio. La faena fue abundante y adecuadamente regada, y rematada con un postre la mar de ligerito: tocino de cielo.
Cuando pedimos el café de rigor para despejar la modorra, él se sacó un purito y por fin pareció tener otra cara. A Dios gracias que conducía él, así mi digestión podría seguir un ratito más sin otra distracción mental.
Ya veis qué buena manera de desconectar. Cada vez que he podido he visitado la venta que, por si os interesa, se llama 'El Sacrificio', que no el nuestro, sino el que le costó al propietario ponerla en pie.

2 comentarios:

  1. Muchas gracias por este blog, realmente me siento identificada. Soy de México, tengo 17 y llevo 3 años estudiando piano, pero toda una vida deseándolo. Ahora mismo estoy en una situación muy difícil con el piano, pero no pienso renunciar, dejar el piano sería dejar mi vida. Todo lo que has dicho desde el 2012 me ha reconfortado, gracias!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegra mucho leer estas palabras. Justo éste es mi propósito al compartir mi experiencia, disfrutar más del piano y animar a continuar a pesar de tantos obstáculos.
      Muchas gracias a ti por escribir.
      Mi más cordial saludo, Alberto.

      Eliminar