domingo, 16 de febrero de 2014

Jóvenes

Es curioso cómo me gusta echar la mirada hacia atrás cada vez que tengo que escribir una entrada para el blog. La finalidad que me propuse al iniciarlo, que no es otra que intentar evitar algunos tropiezos a cualquiera que se relacione con el piano a través de mi experiencia, entiendo que puede tener más fácil aplicación durante la carrera, antes de cruzar por última vez la puerta del conservatorio con el resguardo del título en el bolsillo (para el que habrá que esperar un año al menos).
Creo que todos tenemos mucho en común, independientemente del carácter y de las cualidades. Durante una buena etapa, cuando ya hemos dejado atrás el periodo dedicado al aprendizaje del instrumento en su aspecto más mecánico, cuando ya podemos empezar a tocar esas obras ansiadas, independientemente de su autor o dificultad, estamos llenos de ilusión y de energía, no hay muros infranqueables ni distancias insalvables.
Por otro lado, siempre me he planteado un aspecto que suele pasarse por alto. Que un infante o un púber se siente ante el piano y nos asombre con su facilidad para atacar cualquier obra que a nosotros nos cuesta algo más que sudor, habitualmente es observado como una exhibición, como un pasen y vean, como algo cercano al circo. Mucho más hoy en día en el que podemos ver multitud de vídeos circulando por ahí con imágenes grotescas que deberían ser analizadas por la Fiscalía de Menores.
Pero no siempre resulta así, sino que encontramos pianistas muy capaces, que serán los grandes del futuro. Por supuesto que están dirigidos y son entrenados hasta la extenuación, pero porque tienen ese algo inexplicable que es muy difícil de enseñar. Por poner un ejemplo, ahí están los Conciertos para piano y orquesta, de Chopin, interpretados por Evgeny Kissin a la temprana edad de doce años.
Pues bien, estoy convencido de que todos nosotros también somos igualmente capaces de lograr lo que nos propongamos desde que sentimos que nuestra mente ya nos pertenece y tiene individualidad y vida propia. Hagamos memoria y recordemos esas obras tan difíciles que tocábamos con pasmosa facilidad, y no quiero pensar sólo en los dedos, sino en la música propiamente dicha, es decir, en la profundidad del mensaje, en la calidad sonora, en los detalles que diferencian al compositor y al estilo. Con dieciséis, con diecisiete años, hemos podido hacer una versión de muy buen nivel de Sonatas clásicas, de obras de mediana duración del romanticismo, o simplemente de esas endiabladas muestras del pianismo ruso. Y no sólo sonaban como debían, sino que nosotros sentíamos que eso era tocar el piano, ser pianista.
Si ahora tenemos a nuestro cuidado un grupo de estos jóvenes, volcados e ilusionados con el piano, tenemos que hacer todo lo que esté en nuestras manos para convencerlos de que pueden tocar. Hacer que la llama que ahora les enciende no se apague sino que se alimente de manera inteligente y consciente para que dure eternamente.
Es triste recordar una larguísima lista de pianistas que, por no haber sido adecuadamente orientados y aleccionados, más bien lo contrario, cerraron su piano con llave y la escondieron sin recordar ya dónde. No permitamos que eso ocurra ni una sola vez más.
Estos jóvenes tienen toda su vida por delante y confían en nosotros.

1 comentario:

  1. No sé si conoces el caso del pianista de Betanzos y niño prodigio Pepito Arriola, que acabó siendo eso, un niño prodigio nada más, por culpa de la vida a la que lo sometieron. Era además sobrino de Aurora Rodríguez Carballeira, la madre de Hildegard. Bea había hecho una actividad sobre ellas.
    Besos

    ResponderEliminar