Nos suele ocurrir que, si un día estamos desganados, por ejemplo, comencemos con un rosario de reproches y despropósitos que nada tienen que ver con la realidad. No es normal baremar cada día y a cada hora el resultado de nuestra actividad con la máxima exigencia. Hay que saber valorar lo que está ocurriendo en cada momento, eso sí, y entonces razonar y concluir que, si no estamos a tope, es difícil obtener un buen rendimiento.
Y cuando uno está cansado, ¿qué debe hacer? Obvio, descansar. Por eso, a poco que se pueda, lo mejor es poner unos kilómetros de distancia con respecto del piano, para eliminar cualquier tentación y cargo de conciencia. A nada que los rayos del sol nos den en la cara, el oxígeno renovado por los mares de pinos nos inunde y el sonido monótono pero nunca idéntico del batir de las olas nos calme, nuestro espíritu nos lo agradecerá.
Además, no hace falta preparar con ninguna antelación una escapada de este tipo. Es cuestión de levantarse, dirigir la vista hacia el domingo por delante y, sin dudarlo, preparar tres cosillas para la mochila. Una buena compañía hará que el día sea perfecto.
Siempre se dice que tenemos al alcance de la mano muchas maravillas que la vida cotidiana nos impide ver. Y casi siempre gratuitas, por lo que no hay excusas.
Y hablo del domingo porque hoy lo es, pero esto es aplicable a cualquier día de la semana. Siempre tendremos obligaciones y, si hemos llegado a ser pianistas, todos sabemos que ha sido a base de muchas privaciones. Pero esto no puede ni debe ser eterno. A disfrutar un poco, que para todo hay tiempo.
Cuando veamos esta luz única que nos regala el sol de invierno no debemos resistirnos. Que nos coloree un poquito la cara para ir soñando con la primavera y el verano.
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