miércoles, 19 de marzo de 2014

Gente corriente

La escena la tengo grabada como si hubiese sido ayer mismo. Juventudes Musicales había organizado un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid para los ganadores de los concursos en sus distintas modalidades. Yo estaba presente, pero acompañando a una buena amiga, soprano, que se lució de lo lindo (es lo bueno que tienen las dificultades, que te creces). A la vez que nuestro recital se iba a desarrollar en la sala de cámara, en la sala sinfónica iba a actuar el pianista Bruno Leonardo Gelber, a quien reconozco haber oído poco.
En la zona común a las dos salas, oculta al público, había un par de pianos y, como no conozco a ningún pianista que se resista, allí fui a posar mis dedos para ver qué tal pulsación tenían, lo que me acarreó una reprimenda por parte de alguien del teatro porque se podía oír en las salas, ya abarrotadas. En esto, oigo un revuelo, levanto la vista, y veo venir hacia mí una comitiva encabezada por el susodicho concertista. La cabeza alta, muy seguro de sí mismo y un abrigo de pieles que para sí quisieran los osos polares. Le rodeaban asistentes, gestores, secretarias y no sé quién más, todos en actitud servicial y atentos a la menor señal. Era la imagen de un divo.
Durante muchos años he revivido esa imagen sin llegar a entenderla del todo. Además, no es la única porque se suele dar con bastante frecuencia. ¡Ha llegado el maestro! ¡Dejen paso, que viene! ¡Todos atentos!...
Nunca he sentido la necesidad de ligar a nuestra profesión ese plus de vanagloria, de superioridad, de tontería al fin y al cabo. Soy capaz de rendir pleitesía ante el arte pianístico y de derramar lágrimas sin vergüenza ninguna. Puedo reconocer la altura de quien sea en cuestión de segundos. Pero no soporto el servilismo que algunos necesitan a su alrededor, que van como levitando.
Cada vez que me han hecho una entrevista para un medio de comunicación o he tenido que mantener una conversación de cualquier tipo con las personas que gestionan un concierto, al final siempre me han comentado que daba gusto tratar con normalidad con un músico, hacerlo de manera natural. Y digo yo, ¿acaso hay otra manera de hacerlo? ¿No somos personas como todas las demás? Lo único que nos diferencia es nuestra profesión y, aun así, nos queda siempre camino por delante que recorrer.
Sé que cuanto más grande es un pianista más sencillo es su trato, y no entiendo que pueda ser de otra manera. Lo que ocurre es que, a menudo, los organizadores y sus invitados selectos quieren que la velada se revista de un halo de exclusividad y a mayor tontería mayor envidia para los que no han podido estar presentes.
O, peor aún, que el músico camufla entre tanta teatralidad sus deficiencias, que serán perdonadas más fácilmente o incluso negadas por venir de quien vienen, del 'maestro'.
Hasta que no se demuestre lo contrario, si todos somos iguales vamos a tratarnos como tales. La magia, en el escenario.

2 comentarios:

  1. A mí tampoco me ha gustado nunca la tontería y comprendo bastante a qué te refieres. Precisamente los músicos que más me han llegado son los más normales en el trato.
    Gracias por compartir tu infinidad de vivencias y sensaciones.
    Inma

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    Respuestas
    1. Si todo fuese más normal habría mucho más público, más aficionados a los que no les daría vergüenza 'no entender'.
      Gracias a ti por escribir.
      Un abrazo, Alberto.

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