domingo, 11 de mayo de 2014

Dinero y Amor

"Luz María Lascuráin, como niña proveniente de una familia acomodada, estaba acostumbrada a recibir todo tipo de regalos y atenciones. Nunca hubo un juguete que 'Lucha' no pudiera tener, un vestido que no pudiera lucir y un alimento que no pudiera comer. Fue la más pequeña de una familia de catorce hermanos y, por supuesto, la más consentida de todos ellos. Tuvo a su alcance cuanto necesitó y se podría decir que hasta de más.

(...)El padre de Lucha, don Carlos, estaba convencido de que el dinero era imprescindible para poder integrarse al mundo moderno, para gozar de los beneficios que la tecnología ofrece. Y nunca escatimó un centavo en la compra de todo tipo de artefactos que hicieran más cómoda y llevadera la vida hogareña, cosa que su esposa siempre le agradeció. Al dinero le debía, entre otras cosas, el haber podido trasladar a su familia del norte al centro del país con objeto de protegerla de los peligros que ofrecía la Revolución Mexicana. (...)El dinero, pues, para los Lascuráin, representaba la seguridad, la tranquilidad y la oportunidad de progreso que podían ofrecer a sus hijos. Con estos antecedentes, resultaba comprensible que a Lucha le fuera forzoso el tener dinero para vivir tranquilamente y para demostrar su amor. Ella creció viendo cómo la posesión de capital aseguraba la felicidad de la familia. 

Júbilo, en su niñez, vivió exactamente lo contrario. En su casa, la falta de dinero nunca fue un impedimento para que sus padres se manifestaran el amor que sentían el uno por el otro, y mucho menos para que pudieran expresar el que le profesaban a sus hijos. A pesar de no tener más que para lo indispensable, siempre vivieron rodeados de amor. Don Librado, después del descalabro económico que sufrió cuando quebró la fábrica exportadora de henequén que dirigía, también tuvo que dejar su suelo natal para venir a radicar a la capital, sólo que en condiciones muy distintas a las de los Lascuráin. Los ahorros que tenían les duraron muy poco. Sus hijos tuvieron que asistir a escuelas de Gobierno y olvidarse de cualquier tipo de lujos.
(...)Júbilo nunca lo resintió, todo lo contrario. Estaba convencido de que la posesión de ropa y muebles, lejos de proporcionar felicidad, convertían al hombre en esclavo de sus pertenencias. Él creía que uno debía pensar muy bien antes de comprar algo, pues todas las cosas reclamaban cierta atención y con el tiempo se convertían en unas tiranas que exigían cuidados: protegerlas de los amigos de lo ajeno, mantenerlas en buen estado, en fin, poseer significaba depender y él era muy libre como para querer comprar ataduras. Por eso, se frenaba para hacer un regalo costoso. En primera, porque no creía que fuera un requisito indispensable para demostrar el cariño que sentía hacia otra persona y en segunda, porque estaba convencido de que al hacerlo, también estaba regalando una esclavitud, bueno, a menos que se tratara de un bien perecedero como podían ser unas flores o unos chocolates.

Desde su perspectiva, el valor de los objetos radicaba en lo que su compra había significado para la persona que lo obsequiaba y no en el valor económico del mismo. Él no le atribuía ningún valor al dinero y de ninguna manera se atrevía a equipararlo con una demostración amorosa. Por ejemplo, para Júbilo tenía mucho más valor llevar una serenata a las tres de la mañana que comprar una pulsera de diamantes. La primera representaba que había estado dispuesto a no dormir, a pasar frío, a correr riesgo de ser asaltado por un delincuente o a ser bañado por las «aguas» de los vecinos. Y eso era más valioso que un desembolso. El valor de las cosas era muy relativo. Y el dinero era como una gran lupa que sólo distorsionaba la realidad y que le daba a las cosas una dimensión que realmente no tenían.
¿Cuánto valía una carta de amor? A los ojos de Júbilo, mucho. Y en ese sentido él sí estaba dispuesto a derrochar todo lo que guardaba en su interior con tal de manifestar su amor. Y lo decía de corazón, no como parte de un sacrificio. El amor, para él, era una fuerza vital, la más importante que había sentido y experimentado. Sólo cuando una persona sentía su impulso, se olvidaba de sí misma para pensar en otra y desear alcanzarla, tocarla, unirse a ella. Y para eso, no era necesario tener dinero, bastaba con un deseo".

Laura Esquivel. Tan veloz como el deseo. Editorial Debolsillo.

Pues eso, a regalar serenatas, nosotros que podemos.


4 comentarios:

  1. Hola Alberto, soy Mame madre de Willy. Mis felicidades por tu blog que sigo con mucho interés. Que me hubiera gustado que Willy se hubiera encontrado con alguien como tu en su carrera. Mis recuerdos a las dos Beatriz y bsstos.

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    1. Querida Mame, eres fantástica. Aunque Willy ya tiene su carrera (sin mí), tuvo y tiene la inmensa suerte de tenerte a ti.
      Me ha encantado saber que me sigues (y espero que Willy también lo haga). Un beso muy fuerte y hasta muy pronto.
      Alberto.

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  2. Con este blog, además de aprender y disfrutar de tus consejos y vivencias, estoy ampliando la lista de libros para leer. Me gusta.

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    1. Estupendo, me alegro mucho. La verdad es que cada vez que encuentro un pasaje que guarde relación no dudo en traerlo. Al final, la vida misma.
      Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo, Alberto.

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