sábado, 11 de febrero de 2012

¡Menudo piano!

Cuando oímos una obra en un CD o similar, además de la idea musical se nos suele quedar fijada la calidad del sonido que, por supuesto conseguido por el/la pianista, viene ayudada por los mejores instrumentos de cada casa. Grandes pianos recién salidos de fábrica y con un acabado excelente van directamente a las discográficas. De ahí las maravillosas grabaciones que todos hemos disfrutado con cierta envidia.
Pero, ¿qué ocurre si cuando vamos a dar nuestro recital el piano que tenemos delante deja mucho que desear? Pues nada, que hay que tocar lo mejor que se sepa y pueda.
El primer tropiezo, casi siempre, viene dado por el tamaño. Ya sabemos la diferencia de sonido de un gran cola con un media cola, por ejemplo. Las sutilezas que podríamos conseguir se ven reducidas en muchos casos a la imaginación. Pero, ¡ojo!, que esto no es caballo grande, ande o no ande, que no es sólo un mueble, que debe reunir unas características mecánicas de calidad y eso no es tan frecuente. ¡Si con cambiar de marca ya es distinto! Con el tiempo iremos decantándonos hacia una u otra, en función, básicamente, del resultado sonoro y de la comodidad que nos reporte el tacto del teclado. O acabaremos como Michelangeli, llevando nuestro propio piano a los conciertos. 
El segundo suele venir con la edad (la nuestra no). Ya también sabemos todos que el piano no mejora con los años, pero esto variará con el cuidado que se le haya dado, es decir, si no ha sufrido de mucha humedad, si no se llena de polvo por no estar convenientemente tapado, si los traslados no son torpes y bruscos, si se afina con regularidad, si se ha mantenido el mecanismo interior sin que el cirujano plástico se haya pasado con el bótox, si por que no se estropee no se toca más que una vez cada dos meses...
El tercero (vaya, no pensé que fuera tan difícil encontrar un buen piano) puede que no esté directamente relacionado con el propio piano sino con la sala en la que esté. He probado pianos excelentes en salas tan secas que el sonido se perdía antes de llegar a la primera fila (¡tanta moqueta!). Y viceversa, pianos muy medianos que eran realzados por una acústica prodigiosa.
Un consejo: si podéis, llevad siempre una llave de afinar porque, desastres aparte, es frecuente que el afinador haya ido por la mañana y, tras nuestro ensayo previo, se muevan algunas cuerdas y podamos solucionarlo con un pequeño repaso.

Podría seguir describiendo obstáculos, pero no es ahí a donde quería llegar, sino a la actitud con la que debemos enfrentarnos a ellos. Llegamos a la sala en perfectas condiciones de estudio, contentos por compartir obras bellísimas con el público y tenemos que estar preparados para conseguir el mejor rendimiento de lo que nos pongan por delante. Está claro que nos gustaría que todo fuese perfecto, pero no lo es, ni cerca ni lejos, ni en los mejores teatros. Tenemos que llegar pronto para hacernos con la pulsación, con los pedales y con la acústica, y con el tiempo iremos adaptándonos cada vez antes. A ver, no deja de ser un piano. Nunca va a ser como el de casa, ni siquiera cuando coincide el modelo, así que, si es mejor, hay que disfrutar como un enano, y si es peor, hay que intentar que no lo parezca y sacarle todo el partido del que seamos capaces. Os puedo asegurar que, pasados cinco minutos, todos los oídos se habrán amoldado a la sonoridad característica y el instrumento será sólo eso, un instrumento, del que nos serviremos para hacer música, que es de lo que se trata.
Otro día contaré anécdotas sobre los pianos que me he ido topando, algunos para salir corriendo.
  

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