miércoles, 29 de febrero de 2012

Cursillos

Hará poco más de dos años volví a oír la grabación que conservo de mi primer concierto con orquesta, con fecha 3 de enero de 1975. No buscaba nada en particular, sólo recordar. Pero, con sorpresa, pude reconocer mis rasgos característicos de pulsación, lo que podríamos llamar mecanismo. Obviamente, el tiempo y el estudio han ido llenando las mochilas que ahora cargo. Era algo que no dudaba en admitir para los grandes: grabaciones de juventud, de madurez y de vejez en las que se podía advertir al mismo pianista, diferenciado por las cosas de la edad.
La conclusión a la que llegué fue que, como bien todos sabemos, cada pianista es distinto gracias a sus propias condiciones. Si no, todos los alumnos de un mismo profesor serían clones, y para nada. No digo ya la anatomía de las manos, brazos y torso, sino algo tan simple como la elaboración mental de los conceptos musicales y su posterior exteriorización.
¿A dónde quiero llegar? Pues a que, a pesar de todas las influencias que podamos tener, siempre tocaremos como somos. Aprenderemos muchas obras de diferentes estilos, y lo haremos bien, pero será nuestro sonido el que salga.
Un pasito más: si logramos permanecer con un mismo profesor qué menos que entre cuatro y seis años, podremos asegurar que nos ha formado en su escuela, su técnica y su entendimiento de las cosas. Incluso nos comentarán cómo nos parecemos en tal o cual obra al susodicho. Hasta imitaremos los movimientos, la respiración, los dejes, los tiempos (lo de tempi lo dejo para los eruditos), los matices..., excepto aquello que es completamente personal e intransferible. Por eso sólo nos parecemos, no somos iguales.
Pues bien, si este proceso dura tanto y no nos cambian ni con un buen tuneado, ¿qué podemos esperar cuando asistimos a un curso o cursillo (cursito dice mi hija), o a una master class (es curioso cómo la resume la Wikipedia)? Todo y nada.
Todo: Abramos la mente a nuevos conceptos, a otras técnicas y a otras posibilidades. Da igual quién sea el master and commander, a buen seguro dirá cosas interesantes basadas en su propia experiencia y recorrido. Conoceremos nuevos compañeros que, si no nos cerramos en banda y vamos de la manita los del grupito de siempre, podrán durarnos toda la vida y nuestros caminos se irán entrelazando. Admitiremos que no hay una sola verdad, ya que entonces no harían falta ni los conservatorios ni los profesores; habría una especie de manual universal y listo. Comprobaremos con gusto cómo se puede tocar un pasaje de la manera que tenemos "prohibida", y suena bien.
Nada: Mi profe es el mejor y nadie lo supera. Todos están equivocados pues así no se toca y está mal. Te diga lo que te diga al corregirte ya lo estás olvidando y lavándote las manos con lejía. No sé ni cómo se atreve a dar clases si ni siquiera sabe tocar... (basado en hechos reales).
¡Lo que hay que oír y aguantar! Vayamos a donde nos venga en gana (así, suavito, sin alterarme), con las obras que toquemos de siempre y, en especial, con las nuevas (no es una exhibición, es una clase), atendamos también a los demás pianistas de los que aprenderemos (todos estamos en lo mismo) e incluso descubriremos repertorio que nos atraiga, vayamos después de copas para relacionarnos (yo no, yo me voy que tengo que estudiar...) y, por supuesto, sin duda alguna, vivamos algún curso de verano, de esos de tres semanas o más, con alojamiento incluido, lejos de todo, rodeados de música, de ilusión y de ganas, con un profesor que, simplemente, sepa escuchar y no pretenda volvernos del revés, que tenga una visión amplia y nos ayude a avanzar, a crecer y, sobre todo, a confiar en nuestro potencial, que lo tenemos.
Sólo una cosa más: esto no es un álbum que tenemos que rellenar con todos los cromos. Una mínima selección (más que nada por una cuestión de tiempo) no vendrá mal, que después se leen curriculum con el nomenclátor pianístico completo y tampoco es necesario.

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