miércoles, 11 de abril de 2012

Música de cámara

Para abrir boca, este comienzo de la Sonata nº 1 op. 78, para violín y piano, de Johannes Brahms. Al quinto acorde del piano ya estoy sobrecogido, o en el minuto 1' 29''. Y, como tantas veces, esta obra llegó a mí sin esperarla, a través de una amiga que organizaba un concierto y buscaba pianista para una violinista.
¿Cómo era posible no haberla tocado antes? Os reiréis si os cuento que en la asignatura de música de cámara más de la mitad del repertorio que hice fue a cuatro manos o a dos pianos, tal era la escasez de instrumentistas variados en el conservatorio. Recuerdo que pude tocar la Sonata de Paul Hindemith de trompeta gracias al interés de un músico americano de la base naval de Rota. Creo que hoy esto no sucede. Hay mucho, bueno y variado.
Pero no debemos confiarnos. Ahora que hay para elegir veo que se sigue tomando esta modalidad como un complemento al instrumento principal, lo que lleva a tener las obras más o menos, es decir, yendo juntos, entrando a la vez y haciendo un par reguladores. Y, demasiado frecuentemente, utilizando el tiempo de la clase para estudiar. Bonita manera de desperdiciar la oportunidad de disfrutar. Los pianistas siempre estamos solos y nos viene muy bien relacionarnos con violinistas, chelistas, flautistas, clarinetistas, etc... Además de en lo personal vamos a crecer musicalmente, no sólo por ver cómo otros entienden la obra en cuestión, sino porque vamos a poder conocer de primera mano, o sea, tocando, mucha música que nos suele pasar rozando. Y esto es importante, no es lo mismo oír que tocar. Tengo mi propia opinión sobre un buen número de obras y compositores con los que lo paso mejor como intérprete que como espectador. El deleite de las preguntas-respuestas no tiene parangón, las preparaciones a una entrada como si fuese una faena taurina, la preocupación por servir de apoyo y sostén a la línea melódica...
Pero, ¿qué nos pasa? Tenemos que estudiar, siempre la misma historia. Podemos pasar seis horas machacando los Estudios de Chopin (que, dicho sea de paso, ¿para qué?) y ni siquiera una con alguna de las tantas sonatas, tríos, cuartetos con piano o quintetos que podrían abrirnos el estrecho horizonte del solista. Y, casi siempre, con menos esfuerzo que, por ejemplo, Rondeña de Albéniz, bastante asequible (aprendamos un poco de Esteban Sánchez).
Tenemos que asumir desde el principio la importancia de la música de cámara. Cuanto más tiempo le dediquemos menos problemas y mayor seguridad tendremos a la hora de dar un concierto. Ahora bien, hay que intentar seguir el consejo que me dio en su día el violinista Pedro León cuando me habló de la necesidad de elegir muy bien con quién íbamos a compartir nuestro buen hacer. Hay que buscar que el compañero esté, como poco, a nuestra altura, si no será perder el tiempo (no siempre se puede).
A efectos prácticos conviene saber que estamos aumentando las posibilidades de dar conciertos. Son más gestiones hechas y más atractivo para los organizadores. Es verdad que el caché individual disminuirá, pues hay que dividir, pero se compensa con el aumento del número, que es lo que cuenta, estar activos, tocando y moviéndonos. Si confiamos el uno en el otro es seguro que triunfaremos.
Actualmente estoy disfrutando mucho al tocar con mi hija Beatriz, violonchelista, un buen número de obras en las que el piano tiene un papel importante y no sólo de acompañante (pensemos en Beethoven o Brahms). Y me persigue con la Sonata de Rachmaninoff, que cada vez está más cerca (aunque sea por el tercer movimiento en el minuto 20' 13''). Se la escuché en directo a la propia Natalia Gutman con Elisso Wirssaladze y..., qué manera de llorar..., cuánta emoción... 

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