domingo, 22 de junio de 2014

La edad

Durante mucho tiempo escuchaba a mis mayores decir que la vida pasaba volando, en un santiamén. Yo, incrédulo, me limitaba a constatar que los días, meses y años iban transcurriendo a su debida velocidad, que daban para mucho y que no había que agobiarse, que se podía uno hasta aburrir.
Claro que era así, porque cuando uno es joven cree que lo será para siempre. Y seguían cayendo los años y pensaba para mis adentros que aquello eran exageraciones de adultos, a cuyo mundo me iba incorporando.
Pero, ¡oh dioses!, todo llega en esta vida y, muy a mi pesar, cada vez que tengo que hacer cálculos para recordar la edad que tengo, no doy crédito. Y no hablo de hoy en concreto, sino de hace ya bastante. Lo primero que te empieza a abrumar es el número de años en sí. Las décadas han ido cumpliéndose y, aun cuando la cabeza no esté de acuerdo, con el D.N.I. delante, hay que aceptarlo. Cuando era pequeño o joven, miraba a la gente de mi edad como casi ancianos. Los tiempos han cambiado, y se viste y se piensa de otra manera, pero el número coincide, sin paliativos. Y ya son cincuenta y tres, por si os pica la curiosidad o no lo recordabais, que en alguna entrada lo he mencionado. 
Aquí empiezan los picores y los escozores. No se puede vivir comparando, porque entonces te sientes menos que un mosquito, pero uno aspira a hacer las cosas lo mejor posible, aun sin grandes alardes ni soberbia, como algo de justicia: a tanto esfuerzo, tanto resultado. Estos pensamientos me vienen con frecuencia a causa del repertorio. Sé que todos pensamos que nunca es suficiente pues el del piano es infinito e inabarcable. Por muchas obras que toquemos, son más las que no y aquí sí he llegado a la conclusión (la sabiduría de la edad) de que es muy importante elegir pronto y bien el grueso de autores y partituras que queremos estudiar. Además de que la cabeza se va endureciendo imperceptiblemente para estos menesteres del estudio, la vida misma, con sus obligaciones, ocupaciones y distracciones, nos va restando tiempo y energía, modificando las reglas del juego, es decir, que no podemos pensar que siempre tendremos las mismas condiciones óptimas que cuando éramos indocumentados.
La manera más fácil de realizar la comprobación es comparar cualquier año de estudiante con cualquiera de adulto. Por muchas horas de obligado cumplimiento que tuviésemos años ha, nada comparable con la abrumadora densidad que la responsabilidad acarrea, incluso habiendo sido juicioso en exceso desde la pubertad.
Ahora tengo la certeza de que habrá obras que nunca tocaré. Muchas no me pesan porque, por un motivo o por otro, no acabaron de convencerme o de motivarme. Pero aquellas que se han quedado en la lista de espera, que de vez en cuando intento que pasen de la estantería al piano, y que una y otra vez requieren de un aplazamiento forzoso, comienzan a dolerme. Porque los años, que pensé que no pasarían tan rápidamente, lo han hecho y, mucho me temo, lo seguirán haciendo. Con un simple cálculo es fácil conocer el futuro.
O no. Que eso es lo mágico de seguir viviendo, que nunca sabes lo que te depara el destino y que igual, cuando parece que todo es declive, te regalan un paréntesis, una prórroga tan larga como uno sea capaz de estirar, y se encuentra el oasis del que disfrutar por pleno derecho.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado este texto, la forma en la que te expresas. Has conseguido hacerme reflexionar.
    Pásate por mi blog: http://colorfullapple.blogspot.com.es/

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    1. Muchas gracias por tu comentario. Me gusta comprobar que lo que escribo llega.
      Y echaré un vistazo al blog. Un cordial saludo,
      Alberto.

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