sábado, 4 de febrero de 2012

Momentos especiales

Lo que son las cosas. Hace tiempo fui invitado a participar en el Festival Internacional de Deià, en la isla de Mallorca, por lo que, además de estudiar, hacer un poco de turismo y bañarme en una cala transparente (por cierto, uno de los días, llena de medusas; qué gracia, todo el mundo chillando), visité la Cartuja de Valldemosa, donde ya sabéis que pasó un par de meses nuestro querido Fryderyk Chopin con George Sand & family. Pues bien, resulta que la celda que enseñaban no era exactamente la que habitó, según una sentencia de principios del año pasado. Pero eso aquí es lo de menos, da igual.
Quiero referirme a algo que es difícil explicar sin caer en la cursilería. En principio, el recorrido lo hice como un turista más, junto a mis acompañantes. Por la hora, estaba próximo el cierre, quedaba poca gente y yo miraba las fotos de pianistas famosos que habían pasado por allí. En la celda estaba el supuesto piano que usó Chopin para componer algunos de sus Preludios y otras obras, con una tapa de cristal. Pero también estaba el piano que se usa para el Festival Chopin (creo recordar que era un Stenway tres cuartos).
Yo tenía la cabeza en el concierto que debía ofrecer por la noche en Son Marroig, una casona impresionante que es, como dice la frase que llevo oyendo toda mi vida, un marco incomparable. Cuando  salí de mi abstracción oigo a Beatriz, mi mujer, hablar con la señora Margalida Ferrá, que era la responsable del museo: "Que si es pianista, que si esta noche toca en Deià, que si qué maravilla..., que por qué no le deja tocar un ratito, a ver si se le pega algo". Total, que la buena señora se lo pensó un poco mientras cerraba y dio su consentimiento. Entre las obras que llevaba preparadas tenía la segunda Sonata de Chopin, ya sabéis, la de la Marcha Fúnebre, ¡qué propio!. Pero claro, para una vez que uno va  a tocar en un sitio así, qué mejor que el primer tiempo, mucho más vigoroso y espectacular. En esto que me arranco tras la introducción y voy notando cómo la cabeza se va olvidando de las notas y se va metiendo en eso que nos pasamos la vida buscando, ¿cómo se llama?..., ¡ah, sí!, la música. No hicieron falta candelabros con velas encendidas ni tormentas como la que esa tarde pasó por la isla. Sería el silencio, el ambiente íntimo en aquella pequeña celda, las pocas personas apoyadas con los ojos cerrados, la sugestión..., no sé. Sólo recuerdo que enlacé con el segundo movimiento sin pensarlo. Y para qué iba a parar. Aquello fluía de una manera tan especial que parecía no poderse interrumpir. Y llegó la Marcha Fúnebre. De siempre me ha parecido la sección central la más conmovedora. Si triste es la marcha, mucho más lo es el canto desnudo apoyado en los amplios arpegios de la mano izquierda (me encanta lo triste en modo mayor). Y al final, el viento desolador y la nada.
Hay ocasiones en las que uno no puede saber qué va a ocurrir. 
Seguro que si volviera hoy no sería lo mismo. Surgió todo espontáneamente, sin preparar, sin esperarlo. ¡Cuánta emoción! Siempre recordaré la magia de ese momento. ¡Cuánto agradecí ser pianista!

5 comentarios:

  1. Bonita experiencia...gracias por compartirla con nosotros. Quiero que sepas que uno de esos momentos "mágicos", donde "todo fluye", lo experimenté -en un marco totalmente diferente y nada comparable al que describes- por unos minutos tocando contigo. ¿Recuerdas? Córdoba, Julio de 2002, 2º tiempo de la 2ª sonata de Brahms cello-piano... Quizá ya no esté en tu "disco duro" pero en el mío sí. Pocas veces he tenido esa sensación. Gracias y sigue escribiendo!!! Un abrazo, maestro!!! Álvaro

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  2. ¡Qué grande eres! No sólo no lo he olvidado, sino que cada vez que toco esa Sonata, sobre todo con mi hija, espero repetir aquello que "lograste". Ya sabes, surgió todo espontáneamente, sin preparar, sin esperarlo...
    Un abrazo, amigo.

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  3. Espero que esa emoción no te abandone jamás. Escuchando tus palabras, porque conozco tu voz como el latido de mi corazón, los sentimientos fluyen sin importar nada más. Un fuerte abrazo. Rafa.

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