domingo, 18 de marzo de 2012

La primera y la última

Exactamente ocurrió el 24 de noviembre de 1987 en Santander. Había sido invitado por la Fundación Botín a participar en un ciclo de conciertos dedicado a las figuras de Maurice Ravel y Manuel de Falla. Cuando me lo propusieron salté de alegría. Por aquel entonces era una plaza de prestigio y era la manera de ir metiendo cabeza. Si te estás dando a conocer necesitas presentar referencias que garanticen el buen resultado de un pianista desconocido (ahora me viene a la cabeza otra anécdota de mi primer concierto en Pontevedra: Beatriz, mi mujer, por fin consiguió llevarme a tocar a la Sociedad Filarmónica, y, tras oír el recital con que les 'conquisté', le reconocieron el temor que tenían a que, llamándome González y viniendo del sur, o sea, de Cádiz, pudiera ser pianista. Si mi padre hubiera sido ruso... Aún conservamos una buena amistad). A lo que iba. El programa, tratándose de estos dos fenómenos, no era fácil, ya sabéis, esa escritura tan perfeccionista en la que todo está en su sitio. Para colmo, tuve que llevar un par de obras nuevas. Vamos, que no estaba yo para robar panderetas. El viaje, largo, la llegada a la sala, el magnífico recibimiento del director musical, que ya nos dejó, el compositor Miguel Ángel Samperio, el tiempo de repaso para hacerme con el piano y la sala..., y la media hora de espera.
El concierto empezaba a las siete de la tarde, por lo que era una hora magnífica para merendar, pero mi estómago no paraba de botar y me pedí una manzanilla (infusión, ¿eh?). Miguel Ángel se empezó a reír de mi estado de nervios. Llamó al camarero para cambiar la manzanilla por una caña de cerveza. Yo me negué en redondo, de verdad, os lo aseguro, todo lo que pude..., hasta que pequé. Sí, me tomé esa caña. ¡Qué bien me sentó! Lo justo para que el cuerpo se relajara, las manos volvieran a ser mis amigas y las comisuras de mis labios subieran ligeramente (claro, hacia arriba, hacia dónde va a ser, pero si lo escribo sería una redundancia y hay que cuidar el estilo). Fue lo justo, lo perfecto. Ni siquiera la memoria supuso un problema. Qué soltura, qué facilidad..., como si estuviera en casa.
Esa misma noche decidí que jamás volvería a probar nada que tuviese la más mínima graduación alcohólica antes de un recital. Ni un bombón de licor, ni siquiera un solomillo al whisky. Y así ha sido hasta hoy. ¿Por qué? Muy sencillo. Todos conocemos o hemos oído hablar de alguien aficionado a la petaca (no, a la petanca no). Un día fue la primera vez y era suficiente, pero el cuerpo pide cada vez más, hasta que el recorrido por el escenario hacia el piano se convierte en la prueba de slalom gigante de Innsbruck.
Grandes figuras de la dirección orquestal, violinistas, pianistas, cantantes, actores, bailarines, magos, presentadores, conferenciantes y un largo etcétera, necesitan de una 'ayudita' para salir a escena. En los camerinos de los teatros o de los estudios de televisión se ven ciertas cosas.
Pero yo no voy a juzgar el comportamiento de nadie. Allá cada cual con su vida. Ni voy a moralizar. Lo único que pretendo decir es que, si necesitamos ayudarnos de lo que sea, igual podemos orientar el rumbo hacia pruebas menos estresantes, más a nuestro alcance; o pedirle a nuestro representante que nos dé un respiro, que no diga a todo que sí. He presenciado, antes de un concurso, la ingesta de cinco pastillas distintas, incluida una para el corazón, por la misma persona. ¿Es necesario? El concurso se puede quedar esperando, que no merece la pena (qué me cuesta escribir esto sin sacar al gremlin recién duchado que llevo dentro).

Confieso que, a día de hoy, sólo me avergüenzo de tener que recurrir en determinadas ocasiones a un reconstituyente artesano que no está al alcance de cualquiera: el alfajor de Medina, mi barrita energética preferida. Por cierto, os dejo, que me han entrado ganas y voy a por uno. 

1 comentario:

  1. Pues me parece muy sincero y útil, por tu parte explicarlo. Cada uno es libre de transitar su propio camino, pero seguramente es como dices si cedes una vez es muy fácil entrar en una dinámica, en el mejor de los casos, poco saludable, en el peor, muy destructiva. La verdad es que el autocontrol es esencial en todas las facetas de la vida.
    Y cuanto al dulce, señores del blogger ahora mismo me hacen una aplicación que me permita degustar aquí y ahora el susodicho manjar...debe estar ideal, pura energía.

    Un abrazo para ti y la familia ;)

    Sonia

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